¡El antiguo Rito ceda el paso al Nuevo! Desde que el Nuevo Testamento sustituyó al Antiguo, desde que la Pascua y la Pentecostés cristiana sustituyeron a las judías, nunca jamás puede haber cambio del Rito y de la Religión. Naciendo en el Antiguo Rito, Jesús dividió el tiempo en dos partes: antes de El y después de El. No habrá ya un año cero desde que vino a la tierra Jesús, el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin.
Toda reforma y toda innovación está destinada a desaparecer ante la novedad traída por Cristo una vez para siempre. Ya no son necesarias reformas, ya no son necesarias innovaciones, sino sólo caminar por el camino que nos trazó el Señor instituyendo la Iglesia y los Sacramentos, que son los canales de la Gracia. El Sacrificio de la Nueva y Eterna Alianza no puede ser adecuado o modificado, no puede ser la que los así llamados hermanos separados llaman “Santa Cena”; el simple memorial no puede ser la renovación, aunque mística e incruenta, del Sacrificio de la Cruz.
¡Elévese la Hostia consagrada, elévese el Sagrado Cáliz: ante el Cordero de Dios, ante el Redentor inmolado por nosotros, se doble toda rodilla! Adórese al Divino Redentor, que se ha entregado a Sí mismo por nosotros, que nos ha comprado a un caro precio, que ha derramado Su Preciosísima Sangre por nosotros. El Cáliz de la Nueva y Eterna Alianza es la Sangre que Jesús derramó en su Pasión, que instituyó como Sacrificio y Sacramento en el Cenáculo y que el Sacerdote consagra en la Misa. Aquella Hostia y Aquella Sangre son la vida del mundo.
El mundo podría prescindir del sol, pero, en el modo más absoluto, no podría prescindir de la Santa Misa; satanás, en efecto, no la soporta y no la quiere; hace de todo para destruirla. Pero nosotros, pequeño resto de cristianos católicos que hemos permanecido fieles, no podemos y no queremos permitirlo, cueste lo que cueste, aun a costa de nuestra vida. No debemos tener miedo del único enemigo, el maligno, que siembra por todas partes división y muerte; no debemos tener miedo del que no tiene poder sobre nuestra alma, si nosotros no se lo permitimos.
Un nuevo rito, distinto de la Misa romana, un novus ordo, una nueva ordenación litúrgica, no puede existir en el Nuevo Testamento, donde el rito ya ha sustituido al del Antiguo Templo y no puede existir otro más nuevo y legítimo. El Vetus Ordo, que es antiguo y nuevo al mismo tiempo, no puede ser cambiado sin cometer un grave abuso. El antiguo ha cedido ya el paso al nuevo y nunca más será posible una sustitución forzada. Dios no lo quiere y la voluntad de Dios vale más que lo que deciden los hombres, aunque sean “hombres de Iglesia”.
¡El cardenal Ottaviani decía que quería morir católico! Si este Cardenal, junto al card. Bacci, hizo precisas observaciones sobre la nueva Misa y sobre la nueva orientación litúrgica, significa que estos dos Príncipes de la Iglesia entrevieron el peligro al que se iba al encuentro con los cambios en acto. Semejantes cambios no fueron un crecimiento y un progreso, sino una ruptura con el pasado y una verdadera revolución.
Sólo algún Obispo y algún otro Prelado tuvieron el valor de oponerse para permanecer siendo católicos. Los fieles habrían querido y deseado muchos otros ejemplos y maestros. Todavía lo quieren y “Deus vult”.
Presbyter senior
[Traducido por Marianus el Eremita.]