Fin especial de una joven teresiana

Meditación II

Composición de lugar. Figúrate a tu Santa Madre que te dice: “Acuérdate que has renunciado a Satanás, a sus pompas y obras.”

Petición. Dios mío de mi alma, dadme gracia de renunciar para siempre a Satanás, a sus pompas y obras.

Punto primero. Si como toda alma cristiana, hija mía, tienes un fin general de amar y servir a Dios, tú debes procurarlo con más ahínco que el común de las jóvenes que no tienen la dicha incomparable de poder llamarse y gloriarse con el honroso título de Hijas de María Inmaculada y Santa Teresa de Jesús. Tú has renunciado en el santo Bautismo, como todos los cristianos, por boca de tus padrinos, a Satanás, a sus pompas y obras… Mas tú has repetido esta renuncia solemne, has renovado estos votos, estas promesas con todo conocimiento ahora que has llegado al uso de razón, y conoces el bien y el mal. ¿Y en qué ocasión? Antes de ingresar en la Archicofradía Teresiana, sin cuyo requisito no se te hubiese admitido a esta arca de salvación… Delante de Jesús Sacramentado, tu Dios, tu Rey, tu Juez… En presencia de lo Angeles de la Guarda que han tomado acta de tus promesas… de tus compañeras y hermanas las Jóvenes católicas… de los ministros del Señor que las han aceptado en nombre de tus queridas Madres María y Teresa de Jesús. – Y ¿cómo cumples tan solemnes votos, tan formales promesas? ¿Eres joven sin palabra, perjura, pérfida? … ¡Oh! No contristes con una conducta menos cristiana a tu Padre celestial, a tus queridas Madres María Inmaculada y Teresa de Jesús.

Sé fiel, cumple tu palabra, tu promesa, tus votos… y serás feliz.

Punto segundo. Mas no sólo has de renunciar a Satanás, sus pompas y obras, sino que has de celar la gloria de Jesucristo, conociéndole y amándole, y haciéndole conocer y amar por infinitos corazones… Debes coadyuvar con tus oraciones, con tus consejos, con tus buenos ejemplos a los que trabajan en la salvación y perfección de las alma; ¿lo haces?… ¿Qué celo tienes para la salvación y perfección de tu alma, de tus compañeras, de tu prójimo? ¿A cuántas almas has convertido del mal camino, o has hecho perseverar en el bueno con tus oraciones, palabras, obras, sacrificios? Quizás ninguna… ¡Qué vergüenza! ¡Oh si en el cielo ha de haber afrenta, ha de ser sin duda para aquellas de mis hijas que solas han ido al cielo!.

Punto tercero. No seas tú, hija mía, una de esas almas arrinconadas, sólo buenas para sí, víctimas de un amor propio muy refinado. No seas así, enmiéndate. Ya sabes lo que tantas veces repetía: “Mil vidas daría yo por salvar una sola alma de las muchas que se pierden. En más aprecia el Señor una alma que por nuestra oración e industria le ganásemos, que todos los obsequios que le podamos hacer”. Sal de tu apatía. Enmiéndate… trabaja por salvar las almas de tus hermanas… con una que salves, la tuya será salvada para siempre. ¿Quieres mejor y mayor paga? Así serás digna Hija de María Inmaculada y Santa Teresa de Jesús. Óyeme.

Padre nuestro y la Oración final.

Fruto. Jesús mío de mi corazón, renuncio para siempre a Satanás, a sus pompas y obras: ¡Viva Jesús, muera el pecado en mi alma y en todas las de mis prójimos!

San Enrique de Ossó

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