Domingo XV después de Pentecostés
(Lc 7: 11-16)
El evangelio de hoy nos presenta el relato de la resurrección del hijo de la viuda de Naim. Un episodio conmovedor en el que vemos a Jesús enfrentado con la muerte y el dolor de aquella mujer.
El hombre se enfrenta ante la muerte como ante un suceso que no puede evitar; en cambio Cristo se enfrenta ante ella como el señor de la vida y la muerte.
Cristo le dice a la mujer: “No llores”, pues para Él, el llanto de esta mujer no tiene sentido.
Para nosotros, la muerte puede llegar en cualquier momento, un momento que nunca esperamos ni sabemos. La muerte es el momento decisivo de la existencia humana, pues nos enfrentamos ante la verdad y ante la justicia; es el momento en el que se define el destino eterno de cada uno de nosotros.
La Justicia eterna e infinita de Dios ha de cumplirse; y es en el momento de la muerte cuando nos tenemos que enfrentar ante de ella.
En el momento actual en el que nos ha tocado vivir hay un clamor general, pues la Justicia ha sido pisoteada y burlada; en cambio la muerte es la que hace que esa justicia y esa verdad se cumplan. Clamor general de los millones de niños abortados, clamor general por una juventud que ha sido destruida e idiotizada, clamor general por el atentado a la dignidad del hombre y en especial de la mujer.
Clamor general porque se han destruido la familia, el matrimonio, los sacramentos, incluso el mismo sacerdocio. El mundo entero ha sido convertido en una manada de borregos dirigidos por un gobierno universal.
Y nos encontramos también con el hecho asombroso de la apostasía general de la misma Iglesia. Una jerarquía que está desprestigiada y que en gran parte ha renegado de su fe…
Lo que está ocurriendo ya en nuestro mundo es un castigo de Dios. La humanidad vive en estado de miedo y terror.
¡Mujer, no llores! El sentido de la muerte es totalmente diferente para uno que es cristiano que para uno que no tiene fe. Para el discípulo de Cristo, la muerte tiene un sentido glorioso. Nuestra muerte fue destruida por la muerte de Cristo, para que así vivamos una vida nueva. Para el cristiano, la muerte es la consumación de esta vida y el comienzo de una vida nueva.
La muerte para un cristiano es el final de otro sueño: la vida. Una vida humana que sueña con unirse a Cristo. Ese es el sentido real de la muerte para un cristiano.