Por el sacramento de la confirmación hemos sido hechos soldados de Cristo en la lucha contra el mal y el demonio.
Hay continua y tremenda lucha contra el demonio. Lucha que es real y a muerte, por lo que no nos lo podemos tomar a broma.
«Sed sobrios y vigilad, porque el demonio, como león rugiente, da vueltas a vuestro alrededor esperando a quién devorar». El demonio siempre usa la mentira y el disfraz para engañarnos. No suele atacar de frente. Él siempre busca nuestros puntos débiles, por lo que hemos de estar siempre alerta.
El cristiano no puede ser cobarde ni amilanarsa. El paso atrás no es una opción, como en los Tercios de Flandes. Si un soldado era capaz de ser tan valiente en la defensa de su patria, cuánto más nosotros en defensa de Cristo y nuestra fe.
Los soldados de Cristo no luchan para este mundo. Luchan en este mundo, pero no para este mundo. Fijaos pues, en qué queda la Teología de la liberación. Las miras del sacerdote han de ser siempre sobrenaturales.
En esta lucha contra el mal nunca estaremos solos, pues sabemos que «yo estaré con vosotros para siempre hasta la consumación del mundo».
Vivimos, pues, en una época de crisis. Pero en toda época de crisis es cuando Dios suscita más santos.
¡Jesús es maravilloso! Si nos decidiéramos a amarlo de verdad habríamos empezado a vivir el cielo ya aquí en la tierra.