Jorgito tiene dos mamas

Jorgito es un niño afortunado y lo sabe: tiene dos mamás. Esta circunstancia no debería ser algo exclusiva de Jorgito y su familia, pero, por lo que observa a su alrededor, es algo que solo conocen ellos.

Jorgito tiene a su mamá en la tierra, que le quiere con locura y cuida de él; pero también y más importante, tiene a María, su mamá del cielo, que le quiere aún más. Al principio le costaba creer en lo que le decía su madre terrenal: “Jorgito, yo te quiero mucho, muchísimo; no obstante, en el cielo, María, te quiere aún más”. Mas, conforme han ido pasando los años (y los hermanos), lo ha ido comprendiendo. Y es que, cada vez que su mamá pierde la paciencia con ellos (cosa algo frecuente), cada vez que no consigue prestarles la debida atención (conforme exigencias mundanas) o cada vez que le sobreviene la tentación de que les falla, les anuncia con solemnidad:

—Hijos míos: donde mamá no puede llegar, ¡llega María!

Tantas veces lo ha proclamado (porque a pesar de que su mamá es una supermamá, no debemos olvidar que posee cinco retoños y eso equivale a tener la kriptonita en casa) que sus retoños lo han interiorizado a la perfección. Por eso, Jorgito es un afortunado. Cuando en el cole se siente solo por haber tenido algún roce con su mejor amigo, acude a María y se lo cuenta. Cuando su mamá terrenal no está para hablar con él, apenas tarda en compartir sus dudas con ella. Cuando el demonio le tienta y se avergüenza de contarle una cosa a su gran Amigo, lo primero que hace es sincerarse con su madre celestial. ¡Y es que, María es una mamá disponible veinticuatro horas!

Pero, sin duda alguna, lo más curioso de todo esto es la reacción de los adultos en los parques. Cuando le preguntan sobre su mamá, lo primero que dice es:

  • ¿Cuál de ellas? Porque… tengo dos.

Y la gente, a pesar de que regala en un primer momento una sonrisa comprensiva llena de tolerancia, en cuanto comienza a hacerle más preguntas y nuestro protagonista le suelta lo de su madre “celestial”, huyen con sus hijos terriblemente escandalizados (especialmente si aguantan lo suficiente para llegar a la parte de que “la que más me quiere es mi madre del Cielo”).

Jorgito no entiende este comportamiento, pero ya se ha acostumbrado a él. Y cuando no está su mamá cerca para comentárselo, se lo cuenta a María. Entonces, la Virgen con suma tristeza le dice:

—¡Ay, Jorgito! Cada vez entiendo menos a los padres del mundo… ¿Por qué no me quieren para sus hijos?

Esta tarde nuestro niño se encuentra jugando con sus hermanos en el parque. Otra cosa buena de tener tantos hermanos es que llenan el jardín con su sola presencia. Por eso, se divierten con locura aunque no haya más niños cerca. Así han estado durante una hora, hasta que ha llegado la niña de Catequesis con la que últimamente ha hecho buenas migas.

—¡Hola, Sara! ¿Qué haces tú por aquí? Nunca te he visto antes en este parque.

Sara, sin previo aviso, rompe a llorar.

—¿Qué te pasa? —le pregunta Jorgito preocupado.

La niña se limpia las lágrimas de la cara, y con esfuerzo, logra sobreponerse lo suficiente para contarle su problema:

—Esta semana me toca estar con mi papá. Y, no es que no me guste estar con él, lo que pasa es que echo mucho de menos a mamá.

Jorgito no necesita más información. Ha entendido perfectamente lo que ocurre. Desgraciadamente, y a pesar de que los hijos deberían vivir en un mundo donde no existiera el egoísmo del divorcio, cada vez era una realidad más presente en el entorno escolar de nuestro protagonista.

—Ya veo… —le dijo sin poder añadir mucho más, pues… ¿qué decirle a quien se siente sin mamá?

El Ángel de la Guarda de Jorgito, inquieto, empezó a dar saltos alrededor suya, ¡se sabía la respuesta, la sabía! Pero esta vez no fue necesaria su intervención. Jorgito también la conocía.

—¿Y por qué no se lo cuentas a María? —le sugirió.

—¿A María Giménez? Pero si no sabe dónde está mi casa —contestó un poco confusa, pensando que se refería a su compañera de grupo de Catequesis.

Jorgito se rio con el comentario. ¡Qué cosas decía Sara!

—Me refiero a la Virgen María; nuestra mamá en el cielo. ¡Ella siempre está con nosotros! Y… ¡nos cuida de maravilla!

Sara le observaba confundida. No sabía de qué hablaba. María era la madre de Jesús… Le cantaban en Navidad algunos villancicos; en Mayo le llevaban flores durante la hora de Catequesis… Pero ya está. Nadie le había contado nunca que María también era su mamá.

Jorgito supo comprender las dudas de su nueva amiga, quizás por el silencio prolongado que mantuvo, así que se decidió a explicárselo:

—María es el regalo de Jesús a todos los niños del mundo. Es nuestra madre del cielo y cuida de cada uno de nosotros con especial dulzura. ¡Aunque no la veamos, está pendiente! Por eso, siempre acudo a ella cuando la necesito —Jorgito veía que le escuchaba con atención, así que decidió hacerse el interesante—: ¿Te digo un secreto?

  • ¿Cuál? —le respondió intrigada.

  • Nunca me ha fallado.

Sara valoraba las palabras de Jorgito. ¿Una mamá? ¿Qué siempre estaba ahí? De repente, sintió una punzada en el corazón.

—¿Y tu mamá de aquí no se pone celosa? No quiero que crea que la he sustituido…

Jorgito comenzó a menear la cabeza de un lado a otro con energía.

—¡Que va! Pero si es ella quien me recuerda su presencia una y otra vez. ¿Qué mamá no querría que velara por sus hijos la mejor madre que jamás ha existido?

Sara asentía pensativa… Empezaba a gustarle la idea de tener otra mamá, de esa forma, podría recurrir a ella cuando se sintiera sola, triste o incluso alegre.

—Jorgito… ¿me escuchará? —le preguntó con miedo, pues nunca antes le había hecho caso. A lo mejor estaba enfadada con ella…

—No sería la mejor mamá del mundo si no te escuchara —le dijo con convicción.

Nuestra niña se llenó de gozo. Iba a preguntarle muchas más dudas, pero su padre no la dejó. La cogió en brazos y se la llevó en cuanto la vio hablar con Jorgito. No le hacía gracia ese niño, decía cosas muy extrañas…

Sara, antes de que su padre la alejara demasiado, le gritó a Jorgito:

—¡Muchísimas gracias! ¡Me has dado el mejor regalo de Navidad!

Jorgito se quedó extrañado. No le había entregado nada.

—¿Cuál? —le respondió aturdido.

—Una nueva mamá —respondió jubilosa.

Mónica C. Ars

Mónica C. Ars
Mónica C. Ars
Madre de cinco hijos, ocupada en la lucha diaria por llevar a sus hijos a la santidad. Se decidió a escribir como terapia para mantener la cordura en medio de un mundo enloquecido y, desde entonces, va plasmando sus experiencias en los escritos. Católica, esposa, madre y mujer trabajadora, da gracias a Dios por las enormes gracias concedidas en su vida.

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