Primero Santo Sofía; después, San Pedro. Tal es el amenazante valor simbólico de la decisión de Recep Tayyip Erdogan de transformar la basílica de Santa Sofía de museo en mezquita, lo cual expresa una estrategia político-religiosa que retoma el sueño de un imperio neootomano que tras haber conquistado la amplia franja de las repúblicas islámicas de la antigua Unión Soviética tiene en su punto de mira la islamización de Europa.
Al cabo de unos dos meses de asedio, el 29 de mayo de 1453 los turcos otomanos conquistaron la ciudad de Constantinopla, capital del Imperio Bizantino. La noche del 28 de mayo se celebró la última misa cristiana en la basílica de Santa Sofía, a la que asistieron tanto griegos como latinos. Terminada la liturgia, el emperador Constantino se arrodilló y pidió perdón por sus pecados. Al amanecer, tras cinco horas de repetidos ataques, el sultán Mohamed II irrumpió a la cabeza de un ejército de 80 000 hombres en la ciudad, que había sido ardorosamente defendida por unos 7000 cristianos. El emperador Constantino Paleólogo (1405-1453) desapareció en medio de la confusión, y su cadáver no fue encontrado jamás. El más valeroso de los defensores, el comandante Genovés Vincenzo Giustiniani Longo (1418-1453) fue recogido agonizante por sus fieles correligionarios, que consiguieron embarcarlo y trasladarlo a la isla de Quíos, donde murió pocos días después. Al mediodía se izó la bandera de la media luna en el palacio imperial bizantino, y el ícono más venerado, la Virgen Hodiguitria (caudilla) fue cortado en cuatro pedazos.
Después de once siglos, el Imperio Romano de Oriente pasó a la historia y fue sustituido por el terrible imperio de los turcos mahometanos. Mohamed II entró a caballo en la basílica de Santa Sofía pisoteando con los cascos del animal una impresionante pila de cadáveres de cristianos. Los sacerdotes habían sido degollados ante el altar, aunque cuenta una leyenda que ante uno de ellos que estaba celebrando la Misa se abrió una pared y se introdujo por la abertura portando el santo cáliz mientras el muro se cerraba nuevamente a sus espaldas y reaparecerá para terminar la Misa cuando Constantinopla vuelva a ser cristiana.
Cada año, el presidente Erdogan conmemora el 29 de mayo el aniversario de la conquista de Constaninopla con solemnes celebraciones en las que se declaman pasajes del Corán, en particular la sura Al-Fath (la victoria). Este año, el pasado 10 de julio, Erdogan promulgó un decreto por el cual la basílica de Santa Sofía deja de ser museo y vuelve a ser mezquita. Santa Sofía (en griego Haguia Sofía, santa sabiduría), edificada por el emperador Constantino en el siglo IV, ha sido una iglesia cristiana durante más de mil años. Más exactamente, católica hasta el Cisma de Oriente de 1053 y luego ortodoxa griega hasta la caída del Imperio Bizantino en 1453. Mohamed II la convirtió en mezquita, pero con la caída del imperio otomano el entonces presidente Mustafá Kemal Ataturk, fundador de la moderna República de Turquía, la transformó en museo en 1931.
El anuncio de Erdogan de convertir Santa Sofía en mezquita expresa una estrategia político-religiosa que abandona la estrategia trazada por Ataturk para retomar el sueño de un imperio neootomano que tras haber conquistado la amplia franja de las repúblicas islámicas de la antigua Unión Soviética tiene en su punto de mira la islamización de Europa. Su decisión no sólo demuestra un profundo desprecio a los cristiano de todo el mundo, sino hacia la propia comunidad internacional, a la que el nuevo sultán ha querido recordar que la reconversión en mezquita del monumento símbolo de Estambul es un derecho soberano de Turquía.
El papa Francisco ha manifestado su dolor por esta decisión. Pero ésta no es sino el fruto de la política de Abu Dabi, por la que el Vaticano tiende la mano al islam sin obtener a cambio nada más que ofensas y desaires. El Sumo Pontífice ha revelado su pesar por la transformación en mezquita del museo de Santa Sofía pero, ¿qué otra cosa se podía esperar del sultán Erdogan, que desde hace años se empeña en que Turquía se integre a Europa a fin de islamizarla?
Erdogan procede de Refah, el partido islamista. Antes de acceder al poder le gustaba citar estas palabras de un poeta musulmán turco: «Los minaretes son nuestras bayonetas, las cúpulas de las mezquitas nuestros yelmos, las mezquitas nuestros cuarteles y los creyentes nuestro ejército». El nuevo sultán tampoco se detendrá esta vez, y nuevos dolores aguardan a la Iglesia y a Europa si no surge una manifestación religiosa y cultural contra el expansionismo islámico que nos amenaza. El papa Francisco visitó Santa Sofía en noviembre de 2014 con ocasión de su viaje a Turquía. Poco antes había estado en la mezquita Sultan Ahmet de Estambul, más conocida como Mezquita Azul, junto al Gran Muftí, para rezar descalzo y en silencio. ¿Es posible que no aprendiera nada con este viaje?
Según una antigua tradición, el objetivo final de las conquistas turcas es la llamada Manzana Roja (Kizil Elma). Con este nombre era conocido el globo de oro sostenido por la estatua del emperador Justiniano en Constantinopla. Tras la conquista de la capital bizantina en 1453, Roma se convirtió en la manzana roja, es decir el objetivo final de los otomanos y símbolo del triunfo del islam sobre la Cristiandad.
El jeque Yusuf al Quaradawi, guía espiritual de los Hermanos Musulmanes, cuyas ideas propagadas por Internet y otros medios influyen en buena parte del islam contemporáneo, recordó en una ocasión que cuando preguntaron a Mahoma cuál sería la primera ciudad en conquistarse, si Roma o Constantinopla, respondió: «Primero se conquistará Hirquid (Constantinopla)». Primero Santa Sofía, luego después vendrá San Pedro. Tal es el amenazante valor simbólico de la decisión de Recep Tayyip Erdogan.
(Traducido por Bruno de la Inmaculada)