La conjura de la Alta Venta de los Carbonarios

Henos aquí, en nuestro breve bosquejo histórico del liberalismo católico, en las vísperas del Concilio Vaticano II. Pero antes de analizar la victoria ganada por el liberalismo en el Concilio, querría retroceder para mostraros que la penetración del liberalismo en toda la jerarquía y hasta en el mismo papado, que era impensable hace dos siglos, fue sin embargo, pensada, predicha y organizada desde principios de siglo pasado por la francmasonería. Bastará con reproducir los documentos que prueban la existencia de esa intriga contra la Iglesia, de ese «atentado supremo» contra el papado.

Los papeles secretos de la Alta Venta de los Carbonarios que cayeron en manos del Papa Gregorio XVI, abarcan el período de 1820 a 1846. Fueron publicados a pedido del Papa Pío IX, por Crétineau-Joly en su obra «La Iglesia romana y la revolución” (1). Y por el Breve de aprobación del 25 de febrero de 1861 dirigido al autor, Pío IX confirma la autenticidad de sus documentos pero no permitió que se divulgaran los verdaderos nombres de los miembros de la Alta Venta implicados en esta correspondencia. Estas cartas son absolutamente pavorosas, y si los Papas pidieron que se publicaran, fue para que los fieles sepan de la conjuración contra la Iglesia urdida por las sociedades secretas, conozcan su plan y estén prevenidos contra su eventual realización. Ya no digo más, pero con temblor se leen éstas líneas. No invento nada, no hago sino leer, pero no es un misterio que hoy día ellas se cumplen. ¡No os oculto que aún sus proyectos más audaces son aventajados por la realidad actual! Leamos, pues. Sólo subrayaré lo que más nos debe impresionar.

«El Papa, cualquiera que sea, jamás vendrá a las sociedades secretas: a ellas corresponde dar el primer paso hacia la Iglesia para vencer a ambos.

El trabajo que vamos a emprender no es obra de un día, ni de un mes, ni de un año; puede durar varios años, quizás un siglo; pero en nuestras filas el soldado muere y el combate continúa.

No queremos ganar a los Papas para nuestra causa, hacerlos neófitos de nuestros principios, propagadores de nuestras ideas. Sería un sueño ridículo. Cualquiera sea el giro de los acontecimientos, el hecho de que cardenales o prelados, por ejemplo, hayan entrado de pleno grado o por sorpresa en una parte de nuestros secretos, no es en absoluto un motivo para desear su elevación a la Cátedra de Pedro. Esta elevación nos perdería. Sólo la ambición los habría conducido a la apostasía y la necesidad del poder los forzaría a inmolarnos. Lo que debemos pedir, lo que debemos buscar y esperar como los judíos esperan el Mesías, es un papa según nuestras necesidades (…).

Así marcharemos con más seguridad al asalto de la Iglesia que con los liberarales de nuestros hermanos de Francia y el mismo oro de Inglaterra. ¿Queréis saber la razón? Es que con ello, para destrozar la roca sobre la que Dios construyó su Iglesia, ya no necesitamos el vinagre anibalino, ni la pólvora del cañón; ya no necesitamos ni siquiera nuestros brazos. Tenemos el dedo meñique del sucesor de Pedro comprometido en la conjura, y ese dedo vale en esta cruzada más que todos los Urbano II y todos los San Bernardo de la Cristiandad.

No dudamos que llegaremos a ese término supremo de nuestros esfuerzos, pero ¿cuándo y cómo? La incógnita no se devela aún. Sin embargo, como nada debe apartarnos del plan trazado sino por el contrario todo debe tender a él como si ya desde mañana el éxito viniera a coronar la obra apenas esbozada, queremos en esta instrucción que para los simples iniciados permanecerá secreta, dar a los encargados de la Venta Suprema, consejos que deberán inculcar a la universalidad de los hermanos, en forma de enseñanza, o de memorándum (…).

Ahora bien, para asegurarnos un Papa de las debidas proporciones, se trata primero de labrar a ese papa una generación digna del reino que soñamos. Dejada de lado la vejez y la edad madura; dirigíos a la juventud y, si es posible, aún a la infancia (…) os ganaréis sin mucho esfuerzo una reputación de buen católico y de patriota sin doblez.

Esta reputación hará llegar nuestras doctrinas tanto al seno del joven clero, como al fondo de los conventos. Dentro de algunos años forzosamente este clero joven habrá invadido todas las funciones. Será el quien gobierne, administre, juzgue, forme el consejo del soberano, y será el llamado a elegir el Pontífice que tendrá que reinar, y este pontífice, como la mayor parte de sus contemporáneos, estará necesariamente más o menos imbuido de los principios italianos y humanitarios que comenzaremos a poner en circulación. Es un granito de mostaza que confiamos a la tierra; pero el sol de las justicias lo hará crecer hasta el más alto poder, y un día veréis qué mies abundante producirá este granito.

En la ruta que trazamos a nuestros hermanos, hay grandes obstáculos que deberemos vencer, muchos tipos de dificultades que superar. Triunfaremos gracias a la experiencia y la perspicacia; pero la meta es tan espléndida que es preciso izar todas las velas al viento para alcanzarla. Si queréis establecer el reino de los elegidos sobre el trono de la prostituta de Babilonia, que el clero marche bajo vuestro estandarte, creyendo ir siempre tras las bandera de las llaves apostólicas. Si queréis hacer desaparecer el último vestigio de los tiranos y los opresores, echad vuestras redes como Simón Bariona; echadlas en el fondo de las sacristías, de los seminarios y de los conventos más que en el fondo del mar; y si no os apuráis, os prometemos una pesca más milagrosa que la suya. El pescador de peces se convirtió en pescador de hombres; vosotros os rodearéis de amigos junto a la Cátedra Apostólica. Vosotros habréis predicado una revolución por la tiara y la capa, marchando con la cruz y el estandarte, una revolución que no tendrá necesidad más que de una chispa para incendiar las cuatro esquinas del mundo». (2)

He aquí aún un extracto de una carta de «Nubius» a «Volpe», del 3 de abril de 1824:

«Se ha puesto sobre nuestros hombros una pesada carga, querido Volpe. Debemos hacer inmoral la educación de la Iglesia y llegar por medios pequeños, bien graduados aunque bastante mal definidos, al triunfo de la idea revolucionaria gracias a un papa. En este proyecto, que siempre me ha parecido sobrehumano, marchamos aun tanteando (…) (3)

«¡Plan sobrehumano» dice Nubius, y quiere decir plan diabólico! ya que es planear la subversión de la Iglesia por medio de un mismo Jefe, lo que Mons. Delassus4 llama el atentado supremo porque no se puede imaginar nada tan subversivo para la Iglesia como un Papa seducido por las ideas liberales, un Papa que utilice las llaves de San Pedro al servició de la contra-Iglesia. Ahora bien ¿no es acaso lo que vivimos actualmente desde el Vaticano II, desde el nuevo Derecho Canónico? ¡Con este falso ecumenismo y esta falsa libertad religiosa promulgados en el Vaticano II y aplicados por los Papas con fría perseverancia, a pesar de todas las ruinas que han provocado desde hace más de veinte años!

Sin que se haya comprometido la infalibilidad del Magisterio de la Iglesia, incluso quizás sin que jamás haya sido sostenida una herejía propiamente dicha, asistimos a la Auto demolición sistema tica de la Iglesia. Auto demolición es una palabra de Pablo VI, que implícitamente denunciaba al verdadero culpable, pues ¿quién puede «auto demoler» la Iglesia sino aquél cuya misión es mantenerla en la roca firme?… ¡Y qué ácido tan eficaz para disolver la roca como el espíritu liberal que penetra al mismo sucesor de Pedro! ¡Este plan es de inspiración diabólica y de realización diabólica! No sólo lo han revelado los enemigos de la Iglesia, sino también los Papas lo han develado y predicho.

NOTAS:

(1) (Vol. 2, Ed. original, 1859; reimpreso por el Círculo del Renacimiento francés, Paris, 1976. Mons. Delassus reprodujo de nuevo sus documentos en su obra «La conjuración anticristiana» DDB, 1910, T III p. 1035-1092).

(2) Instrucción permanente de 1820, op. cit., p. 82-90. 3 (Op. cit. p. 129).

(3) («El problema de la hora presente», DDB, 1904, T.I, p. 195).

 

Extraído de «Carta abierta a los católicos perplejos». Monseñor Marcel Lefevbre.

San Miguel Arcángel
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