En los años posteriores al fin de la guerra el clero acometió la labor pastoral con ánimo de suplir deficiencias y mejorar, en el convencimiento de la necesidad de formar y evangelizar al pueblo. La conferencia de Metropolitanos, reunida en Toledo en Mayo de 1939, señaló la urgencia de promover la restauración de la vida cristiana, aprovechando la buena disposición en que estaban las autoridades políticas y el pueblo en general. Esto se hizo en situación de insuficiencia numérica y de estrechez económica, sobrecargado de labores pero llevado en general con ilusión y alegría. Serán precisamente los más entregados los que, años después, se mostrarán impacientes ante el peligro de no aprovechar al máximo las inmensas posibilidades que la nueva legalidad les proporcionaba. Pero esta autocrítica no puede velar el hecho del dinamismo subyacente. O sea, cierto es que la Iglesia agradecía el marco institucional favorable, que se sancionaría en el concordato de 1953, pero contra el tópico injusto de que la mayoría de los católicos se contentaban con eso, se debe recordar que se animaba a trabajar a fondo, de modo evangélico y no meramente cultural, y se advertía que dicho marco protector, en ausencia de ánimo evangelizador auténtico, podría llegar a ser contraproducente.
La resaca de la guerra puso ante la acción pastoral los problemas de la reconciliación nacional. Hoy día se silencia, o tergiversa, esa verdad, pero muchos sacerdotes de entonces quisieron ser ministros de esa reconciliación; son innumerables los que ayudaron, en cuanto les fue posible, a los autores de daños. Los Obispos, ya en 1937, habían invocado en favor de los verdugos los méritos de los mártires que morían perdonándoles. Y para la misma Iglesia fue un consuelo el que, mediante ella, la mayoría de los que murieron por acción penal se reconciliara con Dios.
Para atender a las exigencias de la evangelización y la formación, fue preocupación dominante de los Obispos el aumento y preparación de los sacerdotes y consagrados/as, y la participación apostólica de los seglares en la Acción Católica y otros movimientos afines. Muestra de la fecundidad de los esfuerzos de apostolado juvenil, y prueba inequívoca de la calidad espiritual renovada en la comunidad católica, fue la multiplicación de vocaciones a la vida consagrada entre 1940 y 1964. Los datos son indebatibles: el número de seminaristas mayores (candidatos al sacerdocio diocesano) pasó de alrededor de 2.000 en 1939 a 8.000 en 1962, cifra muy superior a la media europea y mundial. Los seminaristas menores pasaron, en ese mismo periodo, de 5.000 a 14.000. En 1964, el número de sacerdotes diocesanos superaba los 26.000 y el de sacerdotes religiosos los 10.000. En cuanto a los hermanos religiosos, eran alrededor de 38.000, y las religiosas más de 100.000, la quinta parte de ellas de clausura. Además, y siguiendo en la referencia de 1964, año previo a la clausura del Concilio Vaticano II, había en España más de 200.000 laicos/as comprometidos en movimientos seglares y al menos 30.000 misioneros.
Caracteriza a los años cuarenta y cincuenta el interés por cultivar formas de espiritualidad y de dedicación misionera del clero diocesano. Hubo muchas iniciativas para afirmar en los dedicados al servicio pastoral exigencias de vida espiritual y de disponibilidad misionera no menores que en los religiosos. Bajo el patrocinio del entonces Beato Juan de Ávila se formaron equipos de sacerdotes del clero secular que participaban en misiones populares. A la par que la Acción Católica trabaja por integrar a los católicos en la comunión fundamental de la Iglesia, con vinculación al Papa, al Obispo y a la Parroquia; y en catequizar en pro de la regeneración de la familia y en la exigencia de apostolado para todo cristiano laico. Se orienta el apostolado seglar a través de Acción Católica que de hecho es la principal animadora de la pastoral de la época. En el año 1964 puede afirmarse que el número total de asociados al apostolado seglar es impresionante; por ejemplo, la rama de mujeres de Acción Católica tenía 150.000 afiliadas, la juventud obrera tenía 87.000, las hermandades del trabajo 113.000…cifras nunca superadas en la historia posterior.
La creatividad es nota distintiva de este periodo que va del fin de la guerra al año 1965. Muchos instrumentos de los que estará dorada la Iglesia española del pos-concilio (editoriales, medios de difusión, órganos de enseñanza y cultura, acción asistencial, cauces de apostolado seglar…etc.) se crearon o reforzaron antes de 1960.
La predicación se intensifica acercándose a todos los lugares de vida y trabajo, y se utilizan todas las emisoras radiofónicas de España; las propias de la Iglesia llegan a ser 47. Circulan cerca de 700 revistas y boletines, se editan unos 5.000 libros, las misiones populares reaniman la vida de fe de muchas comarcas y alcanzan a más de tres millones de personas cada año.
La catequesis y enseñanza religiosa llega a la práctica totalidad de niños y jóvenes. La Iglesia llega a tener 6.852 escuelas propias en todos los niveles educativos incluyendo la llamada “educación especial”.
En cuanto a la renovación espiritual, se impulsan los ejercicios espirituales. Además de los focos clásicos de los Jesuitas, se erigen 140 casas diocesanas para este servicio, y surge la Obra parroquial de Cristo Rey y otras iniciativas. Se extiende el Opus Dei y otros movimientos seglares que cultivan la vocación universal a la santidad desde la vida ordinaria (familia, trabajo, cultura). En todo este clima fundacional aparecen en 1949 los Cursillos de Cristiandad: convivencias de fin de semana, guiadas por seglares y sacerdotes, para reavivar la vocación cristiana de los asistentes y proyectarla en una vida coherente y apostólica.
Las manifestaciones públicas de culto y las variadas formas de piedad popular fueron practicadas con profusión en todo el territorio nacional; también congresos eucarísticos y marianos, y consagraciones al Sagrado Corazón de Jesús a quien se dedican monumentos en las alturas de muchos pueblos y ciudades.
La cooperación con otras Iglesias fue significativa. En 1963 trabajaban fuera de España 1.220 sacerdotes diocesanos, 12.151 religiosos y 16.451 religiosas. Antes, en 1948, se había iniciado un sistema de cooperación sacerdotal, y otro de seglares, concertadas con distintas diócesis de Hispanoamérica (8).
Y como aval de todo lo anterior, la acción social y caritativa en una España destrozada tras una guerra civil, posguerra y bloqueo internacional. En las décadas de los cuarenta y cincuenta, numerosos sacerdotes y seglares viven simultáneamente un esfuerzo ardiente de renovación interior junto a una vibrante inquietud por la justicia social. Prevalece el estilo de la entrega personal a obras que aportaban soluciones inmediatas, más que la demagogia de reclamar a la sociedad o al estado. En 1952, por ejemplo, la Iglesia animaba 26 sociedades benéficas constructoras de viviendas, a la par que se desarrollaban con éxito campañas contra la desnutrición. Es de justicia que la historia registre la corriente continua de cerca de 20.000 religiosos/as entregados al cuidado de enfermos o desvalidos, logrando a veces transformar residencias en hogares comunitarios cristianos. En el plano de la organización pastoral, Cáritas se concibe como la realización del deber de ayuda y comunicación de bienes que obliga a toda comunidad cristiana. Se establecen las llamadas “semanas de estudios sociales” para interpelar a todo seglar en pro de la justicia social, y desde 1950 se acentúa el apostolado obrero especializado (Hermandad obrera de acción católica, Juventud Obrera Cristiana, Vanguardia social obrera, Hogar del empleado…). La iluminación pastoral acompaña la andadura de la situación económica: de las once instrucciones de los Metropolitanos en este periodo histórico, cuatro se dedican a los deberes de caridad y justicia. Entonces se destacaban con vigor los principios y valores que, poco más tarde, se definirán como “conciliares”, como la inseparabilidad entre la orientación hacia la vida eterna y la promoción del bien temporal. El resto de las instrucciones de los Metropolitanos, hasta 1965, se ocupan de la unidad católica de España, la tolerancia de cultos, la intelectualidad, el periodismo católico, la educación cristiana, el magisterio eclesiástico, la moralidad pública y la acción católica.
Continuará…
NOTAS:
(8): Cfr. “Catálogo de los misioneros y religiosos españoles en el extranjero”, Consejo Superior de Misiones, Ediciones España Misionera, Madrid, 1962