Cuando la Iglesia proclama el Evangelio del Juicio Final, nos lleva a la conversión interior de nuestros corazones para que, desde ahí, Cristo pueda reinar en todas las realidades universales. Y para ello es esencial vivir con fidelidad a la doctrina cristiana que no es susceptible de ser discutida, variada o votada, sino, sencillamente, ha de ser vivida.