La España de antes y la de ahora

Yo no soy de familia católica. No tuve la gracia de ser educado en un ambiente de piedad, de aprender desde pequeño las oraciones cristianas básicas y los Diez Mandamientos. No conocí la Religión Verdadera hasta los 21 años, y al principio fue una versión descafeinada, lo típico del desastre postconciliar. No hasta los 33 años (la edad de Cristo) conocí la Tradición Católica. No hasta ese momento empecé a conocer y amar realmente a Dios y la gracia santificante comenzó a operar en mi alma. Aunque esto no disculpe todos mis pecados, al menos es un atenuante. Las personas que han tenido el privilegio de conocer a Dios desde que tenían uso de razón, sin duda serán juzgados con mayor severidad que las que no.

banderaAl ser católico converso y extranjero en España, me parece chocante que las personas de mediana edad de herencia católica (la práctica totalidad de los españoles) sean tan ignorantes respecto a las costumbres de la generación de sus abuelos o incluso de sus padres. No estoy hablando de un tiempo remoto siglos atrás, de cuando los romanos gobernaban Hispania, ni de las dinastías de los reyes godos, sino de cómo vivían los católicos hace una o dos generaciones. En términos históricos me refiero a un tiempo muy cercano, casi anteayer. Sin embargo, con tristeza constato que el recuerdo de aquellos tiempos, cuando España era Una, Grande y Libre, pero por encima de todo era católica, se va borrando inexorablemente. ¿Ya no se acuerda nadie de lo que era ser católico?

Me gusta escuchar a la gente mayor, los que vivieron aquellos tiempos, como la abuela de mi mujer, Dolores (la Mama Lola para su allegados), que murió con 96 años (Dios la tenga en Su gloria). Era una buena mujer, como las de antes, una de las mejores personas que he conocido. Tenía la cabeza lúcida hasta el final, con sus recuerdos intactos. Ella, igual que otros, destacaba ciertas mejoras que ha traído el «progreso», pero decía que entonces se vivía más tranquilo. Las madres dejaban que sus niños jugaran felices en las calles, al salir de casa no se solía cerrar con llave, y las familias estaban más unidas. ¡Qué tiempos, en comparación con la paranoia que reina hoy en día! Los mayores dicen que antaño había orden; la gente sabía lo que tenía que hacer, cuál era su sitio, y la sociedad era por tanto menos conflictiva. Por ejemplo, en las familias el padre era la autoridad indiscutible, quien traía el dinero al hogar; la mujer la que cuidaba de los hijos y llevaba la casa. Como regla general, los alumnos hacían caso al maestro, los fieles respetaban al cura, y todos obedecían a las autoridades. Vamos, como Dios manda. Era rarísimo que una mujer se largara con otro, que un hijo desobedeciera a su padre, o que una familia se rompiera. Al ser rarísimo la gente se escandalizaba de estas cosas, con mucha razón. Ahora que están a la orden del día, hemos perdido hasta la capacidad de escandalizarnos. Y eso de «salirse del armario», que últimamente se ha puesto tan de moda, en aquellos tiempos simplemente no ocurría.

En la política el Generalísimo Franco mandaba sin oposición. Naturalmente había corrupción (donde está el hombre hay pecado), pero el Jefe de Estado, al no tener que presentarse a elecciones periódicas, se preocupaba más por el bien común que por mantenerse en el poder. Hoy en día percibo que la preocupación exclusiva de los politicuchos que nos mal-gobiernan es mantenerse en su poltrona. Mienten y engañan lo que haga falta para lograrlo. La podredumbre de la clase gobernante es mucho peor cuando la corrupción empieza desde la cabeza, y hoy sospecho que cuanto más arriba se llegue, más corrupto. Antes no era así. El Caudillo era un hombre de principios que amaba su país, y lo había demostrado muchas veces en su juventud, arriesgando su vida por España en el campo de batalla. Sus enemigos podrán decir que fue un inepto para la política o que gobernó mal, pero nadie podrá decir que fue un hipócrita ni un cobarde. Durante sus 40 años de Jefe de Estado, iba de frente, al igual que en la guerra. Decía lo que tenía que decir, y hacía lo que tenía que hacer. A quien no le gustaba, se aguantaba. Sin subterfugios ni engaños.

La vida no era un camino de rosas, desde luego. La vida era dura, sobre todo en los años inmediatamente después de la guerra. La Mama Lola nos ha contado historias terribles del hambre que pasaba la gente. No soy historiador, por lo que mis impresiones sólo tienen el limitado valor de lo personal. He hablado con bastantes personas que vivieron en la época de Franco, y he leído por mi cuenta, hasta formar mis conclusiones. Sólo escribo esto porque me asombra que las nuevas generaciones, dentro de las cuales incluyo a todas las personas que nacieron a partir del año 1975, cuando murió el Caudillo, desconocen casi por completo la realidad histórica, social y espiritual que les precedió. Han tragado acríticamete las mentiras que les ha suministrado el Sistema (Televisión Española y periódicos como El País la cabeza). Al creer que la democracia es el mejor invento desde la rueda, y que la sacrosanta Transición rescató a un país sumido en el oscurantismo y la tiranía, son incapaces de apreciar hasta qué punto España está enferma. Se creen la versión oficial, de que «España va bien» porque ahora está en la Unión Europea, la OTAN y el Fondo Monetario Internacional de Usureros. Ahora se tarda unos 25 años en pagar una caja de cerillas que llaman piso, trabajando el hombre y la mujer. En 1975 una hipoteca media era de 10 años, trabajando exclusivamente el marido, y las casas eran el doble de grandes. ¿Esto es progreso?

Y si hablamos de la degeneración moral que ha ocurrido en estos 40 años, es para llorar. Al morir Franco, hubo una auténtica inundación de vicio, traído de Europa, esa Europa por quien babea la casta política, en cuyo honor han dedicado innumerables plazas, calles y monumentos, a la vez que desmantelaban las estatuas no sólo del Caudillo, sino de héroes nacionales como Millán-Astray [1]. En muy poco tiempo España fue inundada por la pornografía, las drogas, los anticonceptivos, el divorcio, el aborto, y luego el homosexualismo. Cosas que ahora le parecen «normales» a un españolito veinteañero, hace no mucho eran consideradas abominaciones. La sodomía, que hace un par de generaciones era un pecado tan vergonzosa que apenas se mencionaban en susurros entre la gente de buena educación, ahora se muestran a plena luz del día, y hasta hay muchos que se jactan de ello. La matanza de los no nacidos, que antes hacía estremecer de horror a cualquiera, ahora se subvenciona por el gobierno y es reclamado como «derecho». La promiscuidad en una mujer, que antaño se veía con el máximo desprecio, y acarreaba serios problemas sociales para una chica joven, ahora casi se da por hecho. Como prueba de ello, ahora el gobierno anuncia que hay que poner la vacuna de la papiloma humana a todas las niñas de 12 años, porque después de esa edad se entiende que son sexualmente activas. Los jóvenes en España se parecen a personas que han vivido toda su vida en un basurero, y ya ni siquiera notan el mal olor. Se han acostumbrado a la porquería, porque es lo único que han conocido toda su vida. ¡Qué triste!

La guinda a este panorama desolador es la apostasía en masa que ha ocurrido en España. Desde el Concilio Vaticano II es un fenómeno común a toda Occidente, pero en el caso de España ocurrió de manera más repentina. En restrospectiva vemos que el régimen franquista, a pesar de estar muy debilitado, fue el último muro que protegía el país del enemigo, porque nada más morir Franco, entró el enemigo arrasando. Todavía hay muchas cofradías de Semana Santa, mucho folcore, muchas iglesias, donde se bautiza a un montón de niños, se casa a un montón de novios. ¿Pero cuántos católicos quedan, que profesan la fe íntegra de sus antepasados? España es un desierto modernista, donde la inmensa mayoría de los que aún se llaman católicos ya no lo son, porque han dejado de creer en lo que la Iglesia siempre enseñaba. Son en realidad una variante de protestantes, con una liturgia banalizada y mundanizada, una fe a la carta, y un modo de vida que en nada se distingue del paganismo. Si tenemos que juzgar por los frutos, como nos dice Nuestro Señor, la democracia ha sido una verdadera catástrofe para España.

No quisiera terminar con una nota tan negativa, por lo que me permito hacer la pregunta: ¿cuál es la solución a esta situación? Creo que lo más urgente es despertar a los jóvenes, porque ellos son los que labrarán el futuro del país. Igual que en la película Matrix [2], hay que ofrecerles la píldora roja. Si prefieren tomarse la azul y volver a su vida mediocre de pecado, allá ellos, pero hay algunos que quieren conocer la verdad. Quiero ayudar a los pobres jóvenes que nunca han oído hablar de la Misa Tradicional, que no saben que está mal acostarse con la novia (seguramente porque nadie se lo ha dicho claramente), que buscan un sentido profundo a su vida y no lo encuentran en la bazofia que les rodea. Lo primero es hacerles reflexionar. Si logramos que se replanteen ciertas ideas que les ha metido en la cabeza el Sistema, aún hay esperanza. He visto con mis propios ojos cómo un joven se va despertando a la Verdad, y cómo agradece que te hayas tomado la molestia de explicarle cosas que nadie había hecho. También recuerdo que es justo lo que me pasó a mí, hace no tanto tiempo. Hay que intentarlo. Hay que salvar a todos los que podamos.

Christopher Fleming

 

NOTAS

[1] José Millán-Astray Terreros (1879-1954), militar español, fundador de la Legión Española, uno de los soldados más condecorados en la historia de España. En las guerras de África perdió un ojo y un brazo y fue herido en combate tantas veces que llegó a recibir la extremaunción nada menos que cinco veces. Entre sus hazañas figura la defensa del pueblo San Rafael en la guerra de Filipinas, contra una fuerza de dos mil rebeldes, al mando de tan sólo 30 hombres. Y esto, ¡a la edad de 16 años!

millc3a1n-astrayEn agosto de 1921 el valor heroico de la Legión logró in extremis que Melilla no cayera en manos del enemigo marroquí, evitando así un auténtico baño de sangre de civiles atrapados en la ciudad. Antes de entrar en acción, así arengó Millán-Astray a sus hombres, de los cuales la mayoría quedaron malheridos o perdieron la vida:

¡Legionarios!: de Melilla nos llaman en su socorro. Ha llegado la hora de los legionarios. La situación allá es grave, quizás en esta empresa tengamos todos que morir. ¡Legionarios!: si hay alguno que no quiera venir con nosotros que salga de filas, que se marche, queda licenciado ahora mismo… ¡legionarios!: Ahora jurad: ¿Juráis todos morir si es preciso en socorro de Melilla? ¡Sí, juramos! ¡Viva España! ¡Viva el Rey! ¡Viva La Legión!

Por sus méritos militares, por arriesgar tantas veces la vida en defensa de la Patria, España le pagó de la siguiente manera: en aplicación de la Ley de [des]Memoria Histórica, en 2010 el ayuntamiento de La Coruña desmanteló la estatua de Millán-Astray en la plaza que lleva su nombre. Es la hora de traidores.

[2] En esta película de ciencia ficción del año 1999, la humanidad se encuentra esclavizada por la máquinas. Éstas se abastecen de la bio-energía que producen los seres humanos, que viven atrapados en cápsulas y conectados por cables. Las máquinas han creado con un programa informático una realidad virtual que llaman el Matrix, donde los seres humanos «viven», sin saber que nada de eso es real. La resistencia humana libera a unos pocos elegidos del Matrix, para luchar contra la tiranía de las máquinas. El que quiera despertar de Matrix y entrar en el mundo real tiene que tomarse la píldora roja. Si escoge la azul, se olvidará de todo y continuará su vida imaginaria en el Matrix.

Es un metáfora excelente para la irrealidad que vivimos hoy en día. Las campañas de desinformación y distracción orquestadas por el Sistema tienen el objetivo de mantener cautivas las masas de seres humanos borreguiles, para que la élite tenga vía libre en todos sus proyectos malvados.

Christopher Fleming
Christopher Fleminghttp://innovissimisdiebus.blogspot.com.es/
De nacionalidad británica. Casado con tres hijos. Profesor de piano y organista. Vive en Murcia, España. Converso del ateísmo y del protestantismo-modernismo. Católico hasta la muerte, por la gracia de Dios.

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