La matanza de los Inocentes: historicidad y reflexión teológica

Tanto en la literatura especializada como en artículos de prensa, en revistas de divulgación o en programas de radio y televisión, resulta frecuente leer o escuchar referencias a la matanza de niños ordenada por el rey Herodes en Belén al tener noticia del nacimiento de Jesús, vaciándola de contenido histórico y reduciéndola a una creación literaria objeto de una lectura simbólica.

Uno de los más reiterados portavoces de la negación de la historicidad de este suceso es Antonio Piñero, que ha sido catedrático de filología griega de la Universidad Complutense de Madrid, especializado en lengua y literatura del cristianismo primitivo y autor de una documentada biografía de Herodes en forma novelada objeto de una reciente edición[1]. Con frecuencia los medios de comunicación han recogido su tesis de que la matanza de los Inocentes no existió, es una pura leyenda, algo en lo que coincide con el coautor de la obra citada José Luis Corral, para quien «la Matanza de los Inocentes por parte de Herodes nunca se produjo»[2].

De estas interpretaciones se hacía eco también un artículo de Historia. National Geographic bajo el enunciado «El sanguinario origen del día de los Santos Inocentes: ¿es una historia veraz?»[3]

«Pero, ¿ocurrió realmente este brutal episodio o alguno parecido? En la actualidad, la gran mayoría de historiadores ponen en duda la veracidad de la historia. El historiador judeorromano Flavio Josefo no menciona el episodio en ninguna de las obras en las que documentó profusamente la historia judía del siglo I, en la que expuso muchas de las fechorías del monarca. Según el especialista en Cristianismo primitivo Antonio Piñero «el intento de Herodes de acabar con Jesús y la matanza de los inocentes se corresponden con el relato, en el Éxodo, del faraón que quiso matar a Moisés niño y a los hijos de los israelitas».

Una masacre puesta en duda

El Éxodo describe como el faraón ordena matar a los niños hebreos después de que sus escribas le adviertan del inminente nacimiento de una amenaza a su corona. Pero el padre y la madre de Moisés son advertidos en un sueño de que la vida del niño está en peligro y actúan para salvarlo. Así, la historia habría sido una fabulación del redactor del evangelio para asimilar la imagen de Jesucristo con uno de los grandes profetas del Antiguo Testamento.

El episodio, pues, parece difícil que hubiera tenido lugar, al menos tal y como lo recoge el Evangelio de Lucas. De haber sucedido algo parecido a una matanza infantil, su alcance habría sido limitado, ya que si Josefo hubiera tenido noticias de ella, sin duda la habría recogido en sus Antigüedades judías, en las que presentó al monarca como un gobernante extremadamente cruel».

Más allá de la imprecisión de atribuir el relato evangélico a san Lucas o la propia distorsión del relato sobre Moisés, esta entrada nos parece una síntesis significativa de lo que se pretende hacer llegar al gran público al rebatir la historicidad de la matanza de los Inocentes a partir de lo que otros han sostenido desde ámbitos propiamente historiográficos y teológicos.

La cuestión no tiene nada de original y se ha planteado desde que los Evangelios han sido confrontados con el método histórico-crítico y en su trasfondo laten aspectos como la propia historicidad, no solo del episodio de la adoración de los Magos o de los relatos de la infancia, sino de todos los Evangelios. Ahora bien, más que con dificultades de carácter científico que impidan ratificar la veracidad del suceso, nos encontramos, con la radical incomodidad que provoca la matanza de los Inocentes. Y es que no deja de ser acusado el contraste entre la religiosidad moderna, eminentemente antropocéntrica, con el hecho de que el nacimiento del Hijo de Dios encarnado vaya acompañado de un inesperado derramamiento de sangre que convierte en testigos de Cristo a unos niños.

Las objeciones apuntadas tienen un doble origen: el silencio de las fuentes extra evangélicas contemporáneas y la consideración de los relatos evangélicos como fruto de una tardía lectura teológica de la comunidad cristiana cuyo resultado es un “Cristo de la fe” desvinculado del “Cristo de la historia”.

Argumentos histórico-críticos

Las razones históricas aducidas se apoyan sobre todo en la falta de referencias a la matanza ordenada por Herodes entre los historiadores romanos y judíos, particularmente en Flavio Josefo que relata su reinado extensamente en sus Antigüedades judías, completadas alrededor del 93-94 d.C.

Quienes dan tanta importancia al argumento del silencio, necesitan al mismo tiempo negar la validez histórica de la noticia transmitida por san Mateo considerado autor del primer Evangelio a partir de todos los documentos antiguos. Sin olvidar la propia credibilidad histórica común a todos los relatos evangélicos, podemos añadir que el Evangelio de san Mateo enlaza con las fuentes de la primera comunidad cristiana en Palestina y su autor fue discípulo desde los comienzos, de ahí su alto valor como testimonio histórico que no cabe menospreciar de entrada.

Por otro lado, la verdadera magnitud del suceso nos ayuda a entender que prescindieran de él otros autores más atentos a las vicisitudes que afectaban a los protagonismos históricos de mayor rango. San Mateo relata lacónicamente lo ocurrido sin especificar nada en cuanto a sus dimensiones: «Al verse burlado por los magos, Herodes montó en cólera y mandó matar a todos los niños de dos años para abajo, en Belén y sus alrededores, calculando el tiempo por lo que había averiguado de los magos» (Mt 2, 16). Los desarrollos iconográficos posteriores son los que nos han familiarizado con la imagen de los pequeños arrancados de los brazos de sus madres y cayendo bajo los golpes de espada de los soldados de Herodes. Algunos apócrifos y otros escritores de la Antigüedad y del Medievo proporcionan cifras que carecen de cualquier respaldo documental o que están inspiradas en lecturas acomodadas a partir de textos sin ninguna relación con el hecho como los del libro del Apocalipsis (cfr. Ap 7, 4), pero una atenta consideración de los hechos nos permite una estimación mucho más cerca de la realidad. Belén en tiempos de Jesucristo era una pequeña aldea que, más allá de su significado religioso como cuna de la estirpe de David, carecía de cualquier importancia económica y política. Si pensamos en unos mil habitantes (como parece deducirse de Miq 5, 2), cabe pensar en unos treinta nacidos por año, de los que habría que descontar las niñas y la mortalidad infantil por lo que los asesinados por orden de Herodes se pudieron situar en torno a veinte o veinticinco[4]. Tal vez algunos más en proporción, si la población de Belén, como piensan otros, era de dos o tres mil habitantes.

Un hecho de estas dimensiones tenía escaso relieve para autores judíos y romanos dedicados habitualmente a cuestiones de mayor trascendencia pero resulta coherente con la imagen que esas mismas fuentes nos transmiten de alguien que no dudó en aniquilar a cuantos pensaba que iban a interponerse en su camino o disputarle el trono. El citado relato de Piñero y Corral retrata con exactitud a este monarca contraponiendo la grandeza de su obra política («el mejor rey de Israel de todos los tiempos», leemos en la promoción del libro) con sus acciones brutales.

La reacción de Herodes también guarda relación con la inquietud que provocaba en el entorno judío una expectación mesiánica que desembocaba con frecuencia en desórdenes y turbulencias como nos consta por otras fuentes. Unos cuarenta años después, el gran rabino Gamaliel se refería a ello ante el Sanedrín:

«Hace algún tiempo se levantó Teudas, dándoselas de hombre importante, y se le juntaron unos cuatrocientos hombres. Fue ejecutado, se dispersaron todos sus secuaces y todo acabó en nada. Más tarde, en los días del censo, surgió Judas el Galileo, arrastrando detrás de sí gente del pueblo; también pereció, y se disgregaron todos sus secuaces» (Hch 5, 36-37).

Herodes hacía gala de observancia religiosa pero nunca fue objeto de una aceptación unánime por los judíos y, aunque algunos se preguntaron si podía ser el Hijo de David o alguien enviado por Dios para preparar el camino al Mesías, es muy plausible que él tuviera la sospecha de que el verdadero Mesías podría llegar en cualquier momento dejando en una muy comprometida situación al actual ocupante del trono[5].

A este respecto no carece de interés que Macrobio[6], escritor y gramático romano del último cuarto del siglo IV, mencione la matanza de niños menores de dos años que ordenó Herodes: «Puesto que había oído [Augusto] que entre los niños que con menos de dos años ordenó matar en Siria el rey de los judíos, Herodes, había muerto incluso un hijo suyo, dijo: “Es mejor ser un cerdo de Herodes que un hijo”» (Saturnales II, 4, 11). Macrobio, aunque en toda su obra ignora sistemáticamente a los cristianos, parece tomar la noticia del propio san Mateo al que otorga por tanto credibilidad como fuente y la pone en relación con otras represalias llevadas a cabo por el monarca[7].

Cronología y naturaleza de los relatos evangélicos

A pesar del escaso peso de estas objeciones, en realidad han sido sobredimensionadas porque sirven de apoyo a un cuestionamiento de mayor calado que viene a atribuir el texto evangélico, y más en particular los relatos de la infancia, al resultado de una intensa y tardía lectura teológica que impide acceder al sustrato histórico de los mismos.

La única manera de justificar este proceso es retrasando la composición del Evangelio de san Mateo cuando, en realidad, hay menos distancia cronológica entre el reinado de Herodes y el texto de san Mateo que con relación a la obra de Flavio Josefo, una de las principales fuentes de información sobre dicho personaje. La crítica actual está de acuerdo en afirmar que el texto en la lengua de los hebreos del que nos habla Papías se debe datar en torno a los años 50-60; la versión griega, que es la canónica, podría situarse unas dos décadas más tarde. La atribución a Mateo aparece en todos los documentos antiguos y es coherente con la crítica interna de un texto cuyo autor y sus destinatarios eran judíos convertidos al cristianismo[8]. La Pontificia Comisión Bíblica en sus Respuestas de 18 de junio de 1911 enseña que la composición del texto original hay que datarla antes de la destrucción de Jerusalén (año 70) e incluso antes del viaje de san Pablo a Roma (año 60). No se pronuncia acerca de la cronología del texto canónico en griego pero concluye que coincide sustancialmente con el original escrito en la lengua de los judíos.

«II. Si ha de considerarse como suficientemente apoyada en la tradición la sentencia que sostiene que Mateo precedió a los demás Evangelistas en escribir y que escribió el primer Evangelio en la lengua patria usada entonces por los judíos palestinenses, a quienes fue dirigida la obra. Resp.: Afirmativamente, en cuanto a las dos partes.

III. Si la redacción de este texto original puede aplazarse más allá de la fecha de la ruina de Jerusalén, de suerte que los vaticinios que en él se leen sobre la misma ruina, hayan sido escritos después del suceso; o si el testimonio que suele alegarse de Ireneo [Adv. haer. 3, 1, 2], de interpretación incierta y controvertida, haya de considerarse de tanto peso que obligue a rechazar la sentencia de aquellos que creen, más conformemente con la tradición, que dicha redacción estaba ya terminada antes de la venida de Pablo a Roma. Resp.: Negativamente a las dos partes»[9]

Apuntemos, por último que la cuestión que estamos tratando guarda relación con el valor histórico de los relatos de la infancia de Jesús y de los cuatro Evangelios en general. El calado del asunto desborda los límites de nuestra aproximación pero baste afirmar que si bien los argumentos de credibilidad de los dos primeros capítulos de san Mateo y san Lucas (los llamados Evangelios de la infancia) están bien fundados, una comprobación crítica de las particularidades de cada relato por fuentes ajenas a los mismos Evangelios y a la tradición cristiana primitiva no resulta posible por la misma naturaleza de los hechos relatados. En este sentido resulta particularmente útil la coherencia general con la ambientación histórica de la época que hemos considerado.

Algunos autores han subrayado la identidad con motivos legendarios y es cierto que los relatos del Antiguo Testamento ofrecían modelos narrativos que pudieron influir en la forma de los relatos evangélicos, pero en relación con los hechos a que nos referimos y, de acuerdo con los estudios de Salvador Muñoz Iglesias, de los paralelismos propuestos en este caso el único atendible es el que relaciona el relato de san Mateo con el del Éxodo.

El primer Evangelio fue compuesto para una comunidad cristiana de origen judío y por ello se subraya el cumplimiento de las profecías así como la reprobación del viejo Israel. San Mateo demuestra que Cristo cumple las profecías mesiánicas: es el hijo de David, nacido de una Virgen en Belén, luz de las gentes y objeto de una gran hostilidad de la cual saldrá finalmente vencedor. A la hora de transmitir el episodio que estamos comentando, utiliza paralelismos que tienden a demostrar que Jesús es el auténtico y definitivo salvador mesiánico, cuyo tipo y figura fue el protagonista del Éxodo sin que los paralelismos obsten para la historicidad de fondo al tiempo que las diferencias con el modelo avalan dicha credibilidad[10].

De la historia a la Liturgia

Podemos concluir recordando cómo los relatos evangélicos de la infancia de Jesucristo contienen una narración de verdades fundamentales: su ascendencia davídica, su concepción virginal, el nacimiento en Belén…, y, en última instancia, su misma divinidad. Por tanto, la historicidad del conjunto, y la de cada uno de los episodios de que constan, es algo que afecta al núcleo de la fe misma; y ha sido constantemente afirmada por la Iglesia.

Por otra parte, esos relatos forman una unidad con los Evangelios respectivos, y su historicidad está apoyada, en el terreno de la crítica, por las mismas razones que la de dichos libros en su conjunto, lo que no impide precisar el género literario de esos capítulos, para obtener así una mayor comprensión de estos. Poco, sin embargo se puede avanzar por este camino más allá de recalcar determinadas dependencias literarias sin que ello vaya en detrimento de su carácter histórico.

Otra prueba de que la Iglesia ha afirmado la historicidad del hecho es que venera a estos niños como santos y mártires. De ellos dice san Agustín que «con razón pueden llamarse primicias de los mártires los que, como tiernos brotes, se helaron al primer soplo de la persecución, ya que no sólo por Cristo, sino en vez de Cristo, perdieron la vida»[11]. Este mismo Doctor explica que dudar de que tal muerte fue útil para ellos equivale a dudar de que el Bautismo sea útil para los niños, pues los Inocentes sufrieron como mártires y confesaron a Cristo «non loquendo, sed moriendo» – «no hablando, sino muriendo»[12]. El origen de su fiesta litúrgica está en el norte de África; en el siglo V pasó a Roma, y desde allí se extendió al resto de la Cristiandad quedando fijada durante la Edad Media en el 28 de diciembre.

Y con los versos inspiradísimos del Himno «Salvete flores Martyrum»[13], canta la Liturgia a estos niños, sin nombre ni rostro conocidos para nosotros, que han sido recibidos en el Cielo por el Dios «qui laetificat iuventutem meam» — «que es la alegría de mi juventud» (Sal 42, 4 Vg).

«1. Salve, flores de los Mártires, que en el mismo umbral de la vida fuisteis arrebatados por el perseguidor de Cristo, cual rosas nacientes por el huracán.

2. Vosotros sois las primeras víctimas de Cristo, los tiernos corderos inmolados por Él, y jugáis, inocentes, ante su altar con la palma y la corona.

3. Gloria a ti, Jesús, que naciste de una Virgen; y al Padre, y al Espíritu Santo, por los siglos eternos. Amén»[14].


[1] José Luis CORRAL; Antonio PIÑERO, Herodes El Grande, Barcelona: Ediciones B, 2024.

[2] https://www.heraldo.es/noticias/ocio-y-cultura/2024/12/16/jose-luis-corral-la-matanza-de-los-inocentes-por-parte-de-herodes-nunca-se-produjo-1785623.html

[3] https://historia.nationalgeographic.com.es/a/la-matanza-de-los-inocentes-realidad-y-ficcion_7888

[4] Giuseppe RICCIOTTI, Vida de Jesucristo, vol. 1, Barcelona: Editorial Luis Miracle, 1968, 279.

[5] Cfr. Scott HAHN, La alegría de Belén, Madrid: Rialp, 2014, 49-57 y 146-148.

[6] Cfr. Mª Consolación GRANADOS FERNÁNDEZ, ¿Mateo evangelista en Macrobio, Sat.II, 4, 11?, in: Emerita, 49 (1981) 361-363.

[7] Macrobio hace un juego de palabras con la similitud en griego de “hijo” (“hyios”) y “cerdo” (“hys”) y yerra al contextualizar el asesinato de un hijo de Herodes que debe tratarse de Antípatros, ejecutado poco antes de la muerte del monarca.

[8] FACULTAD DE TEOLOGÍA. UNIVERSIDAD DE NAVARRA, Sagrada Biblia. Comentario, Pamplona: EUNSA, 2010, 980-981.

[9] Enrique DENZINGER, Magisterio de la Iglesia, Barcelona: Herder, 1963, nº 2149-2151. En los nº 2153-2154 se afirma «la autenticidad histórica de los dos primeros capítulos en que se narran la genealogía e infancia de Cristo».

[10] Cfr. José María CASCIARO, Jesús de Nazaret, Murcia: Alga Editores, 1994, 34-36; Salvador MUÑOZ IGLESIAS, Los Evangelios de la infancia, vol. 4, Nacimiento e infancia de Jesús en San Mateo, Madrid: BAC, 1990.

[11] Serm. 10 de Sanctis, cit. por Manuel de TUYA, Biblia comentada, vol. 5, Evangelios, Madrid: BAC, 1964, 44.

[12] Comentario al Evangelio de san Mateo, II, 16, cit. por José María CASCIARO, ob. cit., 54.

[13] San Pío V lo introdujo en el Breviario romano y es un fragmento del himno de la Epifanía de Prudencio.

[14] Himno de Vísperas del 28 de diciembre, traducción en: Gaspar LEFEBVRE y monjes benedictinos de la Abadía de san Andrés, Misal diario y vesperal, Desclée de Brouwer, Bruges-Bilbao, 1962, 143-144.

Padre Ángel David Martín Rubio
Padre Ángel David Martín Rubiohttp://desdemicampanario.es/
Nacido en Castuera (1969). Ordenado sacerdote en Cáceres (1997). Además de los Estudios Eclesiásticos, es licenciado en Geografía e Historia, en Historia de la Iglesia y en Derecho Canónico y Doctor por la Universidad San Pablo-CEU. Ha sido profesor en la Universidad San Pablo-CEU y en la Universidad Pontificia de Salamanca. Actualmente es deán presidente del Cabildo Catedral de la Diócesis de Coria-Cáceres, vicario judicial, capellán y profesor en el Seminario Diocesano y en el Instituto Superior de Ciencias Religiosas Virgen de Guadalupe. Autor de varios libros y numerosos artículos, buena parte de ellos dedicados a la pérdida de vidas humanas como consecuencia de la Guerra Civil española y de la persecución religiosa. Interviene en jornadas de estudio y medios de comunicación. Coordina las actividades del "Foro Historia en Libertad" y el portal "Desde mi campanario"

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