La Misa Romana tradicional se remonta a la “Tradición Apostólica”

El padre Louis Bouyer

En 1964, el padre Bouyer escribía: “El Canon romano se remonta, tal como es hoy, a San Gregorio Magno († 604). ¡No existe, tanto en Oriente como en Occidente, ninguna plegaria eucarística que, permaneciendo en uso hasta nuestros días, pueda presumir de semejante antigüedad! A los ojos, no solo de los Ortodoxos, sino también de los Anglicanos e incluso de los Protestantes que tienen todavía en alguna medida el sentido de la Tradición, tirarlo al mar [como se hizo con la “Nueva Misa de Pablo VI”, ndr] equivaldría, por parte de los hombres de la Iglesia Romana, a renegar de toda pretensión de representar nunca más a la verdadera Iglesia Católica” (Louis Bouyer, Mensch und Ritus, 1964).

Es lo que ahora, desgraciadamente, está haciendo abiertamente el papa Bergoglio (en esto solo, “viva la cara de la sinceridad”…) y que comenzaron a hacer ocultamente Juan XIII, Pablo VI (de quien nos ocupamos en el presente artículo en relación a la Nueva Misa montiniana), Juan Pablo II y Benedicto XVI.

Monseñor Klaus Gamber

El ex-Obispo de Ratisbona Monseñor Klaus Gamber, en 1979, escribía: “La Liturgia Romana ha permanecido casi inmutada a través de los siglos en su sobria y más bien austera forma, que se remonta a los primeros Cristianos. Ella se identifica con el Rito más antiguo. En el curso de los siglos, muchos Papas contribuyeron a su configuración: San Dámaso papa († 384), por ejemplo, y sucesivamente sobre todo San Gregorio Magno († 604) […]. La Liturgia damasiano/gregoriana es la que fue celebrada en la Iglesia latina hasta la Reforma litúrgica de nuestros días [3 de noviembre de 1969, ndr]. No es, por tanto, exacto hablar de abolición del “Misal de San Pío V”. A diferencia de lo que ha sucedido hoy de manera terrible, los leves cambios aportados al Missale Romanumen el curso de casi 1500 años [hasta S. Pío V, ndr] no han tocado el Rito de la Misa: se ha tratado más bien solo de enriquecimientos, por el añadido de fiestas, de Propios de Misas y de oraciones particulares […].

“No existe, en sentido estricto, una “Misa Tridentina” o “de San Pío V”, por el hecho de que nunca fue promulgado ningún nuevo Ordo Missae a continuación del Concilio de Trento por San Pío V. El Misal que San Pío V hizo preparar en 1570 fue el Misal de la Curia Romana, en uso en Roma desde hacía muchos siglos, que se remontaba a la era apostólica y que los Franciscanos habían introducido ya en gran parte de Occidente: un Misal, sin embargo, que antes de Pío V no había sido jamás impuesto universalmente de manera unilateral por el Papa y que Pío V impuso a la Iglesia universal, salvo los ritos que presumían de una antigüedad de al menos 200 años: rito ambrosiano, mozárabe, cartujo, dominico… […].

“Hasta Pablo VI, los Papas no aportaron nunca ningún cambio al Ordo Missae, sino solo a los “Propios” de las Misas para las festividades particulares. […]. Hablamos más bien de Ritus Romanus y lo contraponemos al Ritus Modernus. […]. El único punto en el que todos los Papas, desde el siglo V en adelante, insistieron fue la extensión de este Canon Romano a la Iglesia universal, reafirmando siempre que se remonta al Apóstol Pedro, que vivió los últimos años de su vida en Roma y murió allí en el 64. […].

“El Rito Romano se puede definir como el conjunto de las formas obligatorias de Culto que, remontándose en último análisis a N. S. Jesucristo y a los Apóstoles, se desarrollaron en detalle a partir de una Tradición apostólica común, y fueron más tarde sancionadas por la Autoridad eclesiástica. […]. Un Rito que nace de una Tradición apostólica común […] no puede ser rehecho “ex novo” en su globalidad. […].

¿Tiene derecho el Papa de cambiar un Rito que se remonta a la Tradición apostólica y que se ha formado en el curso de los siglos? […]. Con el Ordo Missae de 1969 fue creado un nuevo Rito [en ruptura cismática con la Tradición apostólica, ndr]. El Ordo tradicional fue totalmente transformado e incluso, unos años después [verano de 1976, ndr], proscrito. Nos preguntamos: una renovación tan radical, ¿está aún en el cuadro de la Tradición de la Iglesia? No. […][i].

“Ningún documento de la Iglesia, ni siquiera el Código de Derecho Canónico, dice expresamente que el Papa, en cuanto Supremo Pastor de la Iglesia, tiene derecho a abolir el Rito tradicional. A la “plena et suprema potestas” del Papa le son puestos claramente límites […]. Más de un autor (Cayetano, Suárez) expresa la opinión de que no está entre los poderes del Papa la abolición del Rito tradicional. […]. Ciertamente no es tarea de la Sede Apostólica destruir un Rito de Tradición apostólica, sino que su deber es mantenerlo y transmitirlo. […].

“En la Iglesia oriental y occidental no se ha celebrado jamás versus populum, sino vueltos ad Orientem […]. Que el celebrante deba dirigir la mirada hacia el pueblo fue sostenido por primera vez por Martín Lutero [y más tarde por Pablo VI, ndr]. […]. En algunas basílicas romanas, el altar estaba orientado versus populum, ya que la entrada estaba situada hacia Oriente [Oriente por donde sale el sol, que es símbolo de Jesús; por tanto, el altar miraba hacia Oriente, o sea, ad Dominum, ndr]. Los Cristianos, tras la Homilía, se levantaban para la sucesiva Plegaria y miraban hacia Oriente. […]. Para que los rayos del sol que salía por el Oriente pudieran entrar dentro de las iglesias durante la Misa, en los siglos IV y V, en Roma y en otras partes, la entrada fue puesta hacia Oriente. Durante la Plegaria las puertas debían dejarse abiertas y la Plegaria debía tener lugar necesariamente en dirección a las puertas. El celebrante estaba detrás del altar para poder, en el momento del Sacrificio, mirar hacia Oriente. Por eso, su celebración no era versus populum porque incluso los fieles, durante la Plegaria, miraban hacia Oriente. […]. Además, los fieles se situaban en las naves laterales, a derecha e izquierda del altar, y el altar, durante la Plegaria Eucarística, era ocultado por cortinas. Por eso, si bien los fieles no miraban hacia el altar, tampoco le daban las espaldas, ya que estaban en las naves laterales y tenían el altar a su derecha o a su izquierda, formando un semicírculo abierto hacia Oriente con el celebrante” (Klaus Gamber, La riforma della Liturgia Romana. Cenni storici – Problematica, [1979], tr. it., Roma, Una Voce, junio/diciembre de 1980, pp. 10, 19-20, 22, 26-29, 30, 53-56); por poner un ejemplo, véase la Basílica de San Pedro (= Sacerdote) con la Columnata de Bernini (= fieles), que mira desde la Colina del Vaticano hacia la via della Conciliazione, por la que sale el sol.

En un antiguo libro sobre la Misa, de 1921, Fortescue, afirmaba: “Las oraciones de nuestro Canon se encuentran en el tratado De Sacramentis (fines del siglo IV – siglo V) […]. Nuestra Misa se remonta, sin cambio esencial, a la época en la que se desarrollaba por primera vez desde la más antigua liturgia común. Conserva todavía el perfume de aquella Liturgia primitiva, en los días en que César gobernaba el mundo y esperaba poder apagar al Fe cristiana: los días en que nuestros padres se reunían antes de la aurora para cantar un himno a Cristo como Dios suyo (cfr. Plinio junior, Ep. XCVI). No existe, en toda la Cristiandad, rito tan venerable como la Misa romana” (A. Fortescue, La Messe, París, Lethielleux, 1921).

El padre Patrick Fahey

Recientemente, el padre Patrick Fahey, del Agustinianum de Roma, en el Dizionario patristico e di antichità cristiane, dirigido por Angelo Di Berardino (Casale Monferrato, Marietti, II ed., 1994, II vol., coll., 2232-2338) escribe: “Dese la edad apostólica a Hipólito[ii], en los primeros 4 siglos del Cristianismo, las Comunidades cristianas hablaban de “fracción del pan” (I Cor., X, 6; Hch, II, 42; XX, 7; Didajé[iii], XIV, 1; S. Ignacio de Antioquía[iv], Epistola a los Efesios, XX, 2). […]. La combinación de la “Liturgia de la palabra” [Lecturas de la Sagrada Escritura y Predicación, ndr] con la “fracción del pan” [Consagración sacramental del pan y del vino, ndr] apareció bastante pronto (Hch, II, 42; XX, 7[v]); muy probablemente, al comienzo de la era cristiana, la acción eucarística era la del pan/cáliz/comida; sin embargo, la “fracción del pan” tomó preponderancia cuando (I Cor., XI, 20-21; 33-34[vi]) se separó la acción eucarística [o Consagración del pan y del vino, ndr] de la auténtica comida o ágape fraterno. […]. La acción ritual estaba compuesta de cuatro partes: 1) preparación u ofrenda del pan y del vino [Ofertorio, ndr]; 2) oración de acción de gracias [Canon Missae, ndr]; 3) fracción del pan [Consagración del pan y del vino, ndr]; 4) Comunión eucarística. Sucedió así que la “comida en común o ágape” asumió otro significado (para los pobres). Ya al final del siglo I, el término “Eucharistia” comenzó a designar la “fracción del pan” (S. Ignacio de Antioquía, Esmirna, VII, 1; VIII, 1; Efesios, XIII, 1; Filipenses, IV, 1) y esta acción fue transferida principalmente al domingo por la mañana. Ello condujo a un ulterior debilitamiento del aspecto de comida […], que fue puesto en primer plano por Lutero [y al mismo nivel que el Sacrificio eucarístico por la Nueva Misa de Pablo VI, ndr].

“La primera descripción concreta de la Liturgia eucarística es la de San Justino[vii], c.ca 150 (I Apol., 65-67): Lecturas de los Apóstoles o de los Profetas; Homilía; Oración; Beso de paz; Ofrenda del pan y del vino; Comunión; Colecta o recogida de donativos. La lengua litúrgica es el griego. La Liturgia descrita por Hipólito (Traditio Apostolica) comprende: Ofrenda del pan y del vino, Canon eucarístico, Consagración eucarística, distribución de la Comunión eucarística, con las Lecturas y la Homilía. […].

El Canon debería haber recibido su forma definitiva durante la época de S. Gregorio Magno († 604). Ciertamente el Gloria existía en latín en Roma antes del siglo IV. El canto del Agnus Dei fue introducido al final del siglo VII por el papa Sergio I (687-701)[viii]”.

Gregorius


[i]      Este problema es análogo al que se plantea hoy con Bergoglio, que con la Exhortación Amoris laetitia (19 de marzo de 2016) ha autorizado la participación en la Comunión eucarística por parte de aquellos que viven en estado de pecado mortal (divorciados vueltos a casar) y que no quieren abandonar este estado; mientras que con el Sínodo amazónico (invierno de 2020) se aprestaría a abrogar la norma de origen divino/apostólica del celibato eclesiástico. Muchos Cardenales, Obispos e incluso el Pontífice dimisionario, Benedicto XVI, le han dicho que no tiene este poder, y que debe conservar la Tradición divino/apostólica y no cambiarla o destruirla, como enseña también el Concilio Vaticano I. Sin embargo, parece que tire adelante y obstinadamente no solo a favor de la Comunión para los divorciados vueltos a casar, sino también en lo que se refiere al celibato eclesiástico.

[ii]     Hipólito es un Escritor eclesiástico, no un Padre de la Iglesia, que vivió en la primera mitad del siglo III. Fue Obispo, pero no se sabe de qué Diócesis. De él hablan Eusebio de Cesarea (Hist. Eccl.) y San Jerónimo (De virib. ill.). La obra más famosa que le es atribuida es el Philosophumena, o sea, Syntagma o Enumeración de todas las herejías, en la que trata acerca de 32, confutándolas; nos ha sido transmitida por Epifanio, Obispo de Salamina (365-403), nacido en Palestina hacia el 315, en su Panarion, en el que trata incluso hasta 80 herejías y las confuta. Además son atribuidos a Hipólito varios Comentarios a Libros de la Sagrada Escritura, entre los que los más actuales son el Comentario al Apocalipsis y el Tratado Sobre Cristo y el Anticristo. Cfr. M. Simonetti, Prospettive escatologiche della Cristologia di Ippolito: Bessarione I, La Cristologia nei Padri della Chiesa, Roma, 1979, pp. 85-101; A. Zani, La Cristologia di Ippolito, Brescia, 1984; Angelo Di Berardino, dir., Dizionario patristico e di antichità crisitane, Casale Monferrato, Marietti, II ed., 1994, 2º vol., coll. 1791-1798, voz “Ippolito”, a cargo de P. Nautin; Id., cit., 1º vol., coll. 1162-1165, voz “Epifanio di Salamina”, a cargo de C. Riggi.

[iii]    La “Didajé” es un escrito de un Autor anónimo, pero la obra es muy importante ya que nos permite conocer las costumbres religiosas del pueblo cristiano en los siglos I-II. Fue compuesta probablemente entre el 130 y el 150 (cfr. A. Fliche – V. Martin, Storia della Chiesa, vol. I, La Chiesa primitiva, III ed., 1958, Cinisello Balsamo, San Paolo, cap. X, I Padri apostolici, a cargo de P. Ortiz de Urbina, p. 430).

[iv]    Ignacio, Obispo de Antioquía, poco antes del 100 fue arrestado y conducido a Roma, donde esperaba sufrir el martirio. Tras haber atravesado Asia Menor, llegó a Esmirna, cuyo Obispo era entonces San Policarpo, todavía muy joven. Desde allí escribió una Carta a cada una de las iglesias de Éfeso, de Tralles y de Magnesia, después escribió también a los Romanos, anunciando su próxima llegada; después llegó a Tróade y aquí escribió una carta a la iglesia de Filadelfia, una a la de Esmirna y otra a Policarpo, Obispo de Esmirna. Estas siete Epístolas fueron conservadas y han llegado a nosotros. Son unos diez años posteriores a la de S. Clemente (96-98) y fueron escritas mientras Ignacio viajaba de Antioquía de Siria a Roma, donde murió en torno al 107.

[v]     Los Hechos de los Apóstoles fueron escritos por San Lucas en torno al 62. En el capítulo II, versículo 42, San Lucas escribe que los Cristianos “eran asiduos a las instrucciones de los Apóstoles, a las obras de caridad, a la común fracción del pan y a la oración”. El padre Marco Sales comenta: “Las ocupaciones de los primeros Cristianos eran esencialmente cuatro: 1º) asistían con asiduidad a las instrucciones que les daban los Apóstoles sobre la vida y las enseñanzas de Jesús; 2º) se entregaban a las obras de caridad fraterna (“té koinonía”) con igual diligencia, ya que desde entonces, formaban una Comunidad perfectamente separada de los Judíos; 3º) perseveraban en la fractio panis, o sea, en la celebración de la Eucaristía, como se lee en la versión siríaca. Es cierto que la fracción del pan indica la Eucaristía, que es llamada así por motivo de lo narrado sobre su institución (“tomó pan, lo partió…”: Mt., XXVI, 26; Mc., XIV, 22; Lc., XXII, 19); 4º) eran también asiduos a las oraciones. Se trata de oraciones determinadas y propias de la liturgia de los Cristianos, que, al estar unidas a las instrucciones o predicaciones de los Apóstoles y con la participación en la Eucaristía, es muy probable que fueran las usadas durante la celebración del Sacrificio eucarístico” (Commento agli Atti degli Apostoli, Torino, Berruti, 1911, p. 30, nota n. 42; reimpresión: Proceno – Viberbo, Effedieffe, 2016). Además, en el capítulo XX, versículo 7, los Hechos dicen: “El primer día de la semana, reunidos para partir el pan, Pablo les habló y prolongó el discurso hasta la medianoche”. El padre Sales glosa: “El primer día de la semana es el domingo, que ya desde los primeros tiempos se consagraba de manera especial al Señor, Resucitado el domingo (I Cor., XVI, 2; Apoc., I, 10) para partir el pan, o sea, para celebrar la Santísima Eucaristía. La celebración del Santo sacrificio de la Misa tenía lugar por la noche, como deja comprender el contexto”, en efecto, San Pablo, que está celebrando por la noche, comienza la predicación y la prolonga hasta la medianoche” (M. Sales, Commento agli Atti degli Apostoli, Torino, Berruti, 1911, p. 119, nota n. 7; reimpresión Proceno – Viterbo, Effedieffe, 2016).

[vi]    San Pablo, en la I Epístola a los Corintios (XI, 20-21; 33-34), que fue escrita entre el 55 y el 57 en Éfeso, reprende a los Cristianos, afirmando: “Cuando os reunís en común para la celebración eucarística, no coméis dignamente la Cena del Señor. En efecto, cada uno, al comer, toma primero su propio ágape, y así, uno tiene hambre y en cambio otro está borracho. ¿No tenéis acaso vuestras casas para comer y beber? […]. Por eso, hermanos, cuando os reunáis para comer el ágape, esperaos los unos a los otros. Si alguno tiene hambre, coma primero en su casa, para que no os reunáis para condena vuestra”. Monseñor Settimio Cipriani comenta: “La “Cena del Señor” es la Eucaristía, que es distinta netamente de la “cena propia o ágape fraterno”. En efecto, la Eucaristía no es un “ágape egoísta” o una “cena privada”. Si el “ágape privado” debe verse reducido a una bacanal para los ricos (que traen de su casa todo bien de Dios para el “ágape comunitario”, pero después se lo comen ellos mismos y no lo comparten con los demás) y a un ayuno humillante para los pobres (que no tienen casi nada que llevar y se quedan mirando a los ricos, que comen alegremente lo que han llevado); entonces que cada uno coma en “su casa” y así no ofenderá a los hermanos pobres. […]. Por tanto, que no se celebre la Eucaristía antes de que toda la Comunidad esté reunida y que todo ágape o banquete privado, que no sea el Convivio eucarístico, sea excluido de la reunión sagrada. Por ello, elimínese el ágape fraterno, que serviría solo para el desahogo intemperante de la gula de los más ricos y hambrientos” (Le Lettere di San Paolo, Assisi, Cittadella Editrice, 1965, p. 191, nota n. 20; p. 195, nota n. 33). El padre Marco Sales glosa así: “Cada uno de vosotros, en vez de poner en común los alimentos traídos para el ágape fraterno, se los reserva para sí y para los suyos, y comienza a comer su ágape, sin esperar a los demás, con los cuales debería haberlo compartido. Entonces sucede que los pobres, que han llegado sin abundantes provisiones, padecen hambre; mientras que los ricos, en vez de socorrerlos, se abandonan a las intemperancias de la gula y se emborrachan. Los fieles, en efecto, en teoría deberían haber traído de casa, cada uno según sus propias posibilidades, los alimentos necesarios para todos y para la comida común y fraterna, pero, después, en la práctica, cada uno pretendía comer lo que había traído personalmente aunque estaba destinado para la comida común y fraterna. […]. Yo – continua el Apóstol – no puedo alabaros, ya que el modo en que celebráis la Eucaristía está en oposición con la naturaleza y la dignidad de este Sacramento. […]. En efecto, Cristianos, cada vez que participáis en la Eucaristía, realizáis un acto que es un memorial vivo de la muerte del Señor. […]. Siendo tan severo el juicio de Dios hacia quien comulga indignamente, cuando vosotros, Cristianos, os reunáis para comer el ágape, “esperaos los unos a los otros”, evitando el abuso mencionado arriba. Además, si “alguno se excusa diciendo que tiene hambre” y no quiere esperar a los demás, entonces, si verdaderamente no consigue frenar el hambre, coma antes de venir a la Misa en su casa. En efecto, el ágape no fue instituido para saciar el hambre, sino sobre todo para manifestar la caridad fraterna y mutua entre los fieles” (M. Sales, Commento alle Lettere degli Apostoli, Torino, Berruti, 1911, p. 227-229, notas n. 21-34; reimpresión Proceno – Viterbo, Effedieffe, 2016).

[vii]   Justino es un Padre apostólico del siglo II. Nació en Palestina y pasó del estoicismo al Cristianismo en el 132/135. Más tarde, fue a Roma donde escribió sus dos Apologías (c.ca 148/161) dirigidas a Antonino Pío (138/161) y más tarde el Diálogo con Trifón, que es la apología del Cristianismo más antigua que nos ha quedado contra el error del Judaísmo talmúdico. Justino fue martirizado bajo el Prefecto de Roma Rústico, entre el 163 y el 167. Fue el primer cristiano que se sirvió de la filosofía aristotélica para hacer teología, conciliando fe y razón, filosofía y teología. Organizó la colección de doctrinas heréticas más antigua en su obra llamada Syntagma (que se perdió), que confuta alrededor de 80 herejías de su tiempo. Cfr. A. Di Berardino, dir., Dizionario patristico e di antichità cristiane, Casale Monferrato-Roma, Marietti-Augustinianum, 1994, II ed., vol. II, coll. 1628-1632, voz “Giustino filosofo e martire”, a cargo de R. J. De Simone; E. Bellini, Dio nel pensiero di San Giustino, La Scuola Cattolica, n. 90, 1962, pp. 387-406; G. Jossa, La teologia della storia del pensiero cristiano del secolo secondo, Napoli, 1965; G. Otranto, Esegesi biblica e storia in Giustino, Bari, 1979; B. Bagatti, San Giustino e la sua Patria, Augustinianum, n. 19, 1979, pp. 319-331; C. Noce, Giustino: il nome di Dio, Divinitas, n. 23, 1979, pp. 220-238.

[viii] F. X. Funk, Didascalia et Constitutiones Apostolorum, Paderborn, 1935, 2 voll.; M. Righetti, Storia liturgica, Milano, III ed., 1966, 4 voll.

(Traducido por Marianus el eremita)

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