¿Verdad que sería una magnífica ironía que el coronavirus llevara a un considerable aumento de misas tradicionales y a que más fieles asistieran a ellas?
En mi artículo «Restoring Liturgical Tradition after the Pandemic», publicado en New Liturgical Movement el pasado 19 de marzo, propuse a los sacerdotes que aprovechasen esta oportunidad que les ha proporcionado Dios de enriquecer y reencauzar la vida de parroquia por sendas más tradicionales. Entre otras cosas, comprendería a) aprender la Misa Tradicional si no la conocen ya; b) practicarla a fondo si no tienen experiencia; c) celebrarla cada día, a ser posible, durante el confinamiento; d) celebrar siempre ad orientem y mantener la costumbre cuando se reanude el culto público; e) reorganizar los horarios de Misa cuando pase la crisis a fin de incluir, mejorar o ampliar el acceso a la Misa Tradicional; f) eliminar los abusos y malas costumbres adquiridas en la liturgia, que han quedado suprimidos de facto en las últimas semanas; y g) reformular el programa musical de la parroquia empezando de cero con coros y músicos más adecuados.
La lista es indudablemente larga y ambiciosa, pero le brinda cohesión la centralidad de la digna celebración de la Misa, y las rigurosas alteraciones que estamos viviendo hacen que todo ello resulte factible. Después de varias semanas de inactividad, los feligreses que sigan creyendo estarán ansiosos de volver a Misa y contentos de que vuelvan a abrirse las parroquias. Los sacerdotes tendrán una oportunidad ideal de aducir exigencias y reordenamiento de prioridades pastorales. Podrán introducir en sus homilías enseñanzas catequéticas que antes habrían chocado pero entonces se verán apropiadas. En muchos sentidos sería como una tábula rasa o un cheque en blanco para ellos. Los propios obispos estarán tan centrados en las consecuencias de lo que está pasando que les resultará difícil bloquear una iniciativa organizada por muchos sacerdotes (por esta razón, aconsejo encarecidamente a los que sean de un mismo sentir y amen la Tradición que se coordinen entre sí y tracen un plan).
Mientras tanto, estamos confinados por un tiempo indefinido. Algunos epidemiólogos, en vista del extremo grado de contagiosidad del virus y ante la imposibilidad de contener su propagación, pronostican un marcado incremento en el número de casos en las próximas semanas. Por lo que sabemos, puede pasar un mes hasta que se reanude el acceso a los sacramentos.
En la medida en que resulte viable, animaría a los sacerdotes a mantener las iglesias abiertas, al menos cuando ellos estén presentes, para que los fieles puedan descubrir –sin previo aviso ni publicidad– que a tal o cual hora del día da la casualidad de que los curas dicen Misa (me he enterado de que ya está sucediendo en cierta medida). Técnicamente se ajusta a lo exigido: no hay un horario de misas públicas, pero tampoco se pide a ningún feligrés que se marche ni se le impide entrar a rezar. Si el número de fieles que entran supera el límite establecido, el celebrante podría pedir a los laicos que se quedaran fuera, o que se turnasen «si quieren entrar».
Es evidente que algún obispo podría tener noticia de ello e intentar prohibirlo, pero al sacerdote no se le podría acusar de ninguna conducta errónea por decir una Misa privada y descubrir (sin que él lo advirtiese, ¡por estar celebrando ad orientem!) que habrían entrado algunos fieles.
En un libro que está a punto de publicar la editorial Angelico Press, The Traditional Mass: History, Form, and Theology of the Classical Roman Rite,de Michael Fiedrowicz, se puede leer lo siguiente sobre la Misa privada:
«Esta forma de celebración [la misa baja] se había extendido mucho más desde la segunda mitad del siglo VII, por haberse multiplicado grandemente la cantidad de sacerdotes que vivían en conventos, mientras que los sacerdotes seculares celebraban una vez al día, aunque no hubiera fieles presentes, y se ofrecían cada vez más estipendios para misas por necesidades de los fieles, sobre todo para misas de difuntos. La expresión que se acostumbra emplear en este contexto (Misa privata) no debe entenderse en el sentido de que la celebración no sea un acto público y comunitario de la Iglesia. Dado que ciertos sectores del Movimiento Litúrgico rechazaban tales celebraciones, Pío XII defendió expresamente la legitimidad de ellas en su encíclica sobre la liturgia de 1947. A fin de recordar que incluso esa clase de Misa es un acto público de culto a Dios en nombre de Cristo y de la Iglesia, la Sagrada Congregación de Ritos decidió en su Instruccíón sobre la música sagrada (1958) que no se volviera a utilizar la expresión Misa privada. El Catecismo del Concilio de Trento ya había rechazado su utilización por razones parecidas. Con todo, no hay que olvidar que Misa privada nunca fue sinónimo de Misa sine populo, en la que sólo hay un acólito presente. Se trataría más bien de una Misa que el sacerdote celebra por devoción personal o a petición de un feligrés y no se dice en público (Misa publica), o sea, no una Misa parroquial ni conventual».
La importancia de ello estriba simplemente en que la distinción entre una Misa pública (que es lo que los obispos están suprimiendo o prohibiendo) y una Misa privada (que, según el Derecho Canónico todo sacerdote está autorizado a decir) no está en que haya gente presente o no. Depende enteramente de la naturaleza del acto: ¿se trata de una Misa parroquial o conventual que se celebra a una hora fijada, o de un acto de devoción personal realizado por un sacerdote que no tiene otra obligación en ese momento?
Por eso dice Summorum Pontificum, si bien con la menos precisa jerga de los documentos postconciliares:
En las Misas celebradas sin el pueblo, todo sacerdote católico de rito latino, tanto secular como religioso, puede utilizar tanto el Misal Romano editado por el beato Papa Juan XXIII en 1962 como el Misal Romano promulgado por el Papa Pablo VI en 1970, en cualquier día, exceptuado el Triduo Sacro. Para dicha celebración, siguiendo uno u otro misal, el sacerdote no necesita permiso alguno, ni de la Sede Apostólica ni de su Ordinario. (Art.2)
Y luego, en el artículo 4:
A la celebración de la Santa Misa, a la que se refiere el artículo 2, también pueden ser admitidos —observadas las normas del derecho— los fieles que lo pidan voluntariamente.
En ningún lugar se indica que haya que pedirlo de palabra ni por adelantado; puede suceder simplemente que lleguen feligreses, se arrodillen y se pongan a oír Misa.
Las consecuencias serían las siguientes:
1. En las diócesis que hayan suprimido las misas públicas, los sacerdotes que aman la Misa Tradicional pero no suelen celebrarla, o bien la dicen únicamente en su día libre, tienen ahora la oportunidad de rezarla, conforme a lo previsto en Summorum Pontificum y Universiae Ecclesiae. Para muchos, sería el cumplimiento de un sueño.
2. Los fieles que se presenten casualmente en tales misas privadas (o misas sin presencia del pueblo) están autorizados a oír dichas misas.
¿Verdad que sería una magnífica ironía que el coronavirus llevara a un considerable aumento de misas tradicionales y a que más fieles asistieran a ellas?
Desde luego, podemos asegurar que en lo que se refiere a misas televisadas, hay una presencia desproporcionadamente mayor de misas tradicionales en comparación con las mucho más extendidas del Novus Ordo. Por motivos que no deben sorprender a nadie, la Misa Tradicional es mucho más solicitada por su belleza y reverencia, y prácticamente no hay Misa Novus Ordo televisada que le pueda comparar. Un fenómeno parecido explica por qué si se buscan en internet fotos de Misas aparecen muchas de la tradicional (para fastidio de progres). Es probable que la crisis actual lleve a muchos más católicos a redescubrir su legado y beneficiarse de él cuando y como puedan. Sabemos que Dios se valió del terrible Saco de Roma para traer una reforma profunda y duradera. Puede que ya se esté valiendo de esta situación para poner algo de orden en la Iglesia.
(Traducido por Bruno de la Inmaculada. Artículo original)