La reprobación de Israel según el Evangelio de San Mateo (2ª parte)

Las parábolas del Evangelio de San Mateo leídas a la luz de la Epístola a los Romanos

Introducción

En la primera parte del artículo vimos que, según el padre Severiano del Páramo, San Pablo, en su Epístola a los Romanos (XI, 5 ss.), parece hacer un auténtico comentario a estas parábolas de Cristo ofrecidas por San Mateo (Commento al Vangelo secondo Matteo, cit., p. 324). Ahora vemos lo que revela San Pablo, divinamente inspirado, intentando comprender su significado con la ayuda del Comentario de Santo Tomás de Aquino a la Epístola a los Romanos.

a. El texto de San Pablo

Epístola a los Romanos (IX, 1-33)

“1 Digo la verdad en Cristo, no miento —mi conciencia me atestigua que es así, en el Espíritu Santo—: 2 siento una gran tristeza y un dolor incesante en mi corazón; 3 pues desearía ser yo mismo un proscrito, alejado de Cristo, por el bien de mis hermanos, los de mi raza según la carne: 4 ellos son israelitas y a ellos pertenecen el don de la filiación adoptiva, la gloria, las alianzas, el don de la ley, el culto y las promesas; 5 suyos son los patriarcas y de ellos procede el Cristo, según la carne; el cual está por encima de todo, Dios bendito por los siglos. Amén.

6 Pero no es que haya fallado la palabra de Dios. Pues no todos los que proceden de Israel son Israel; 7 ni porque sean descendencia de Abrahán son todos hijos, sino que tus descendientes se llamarán tales a través de Isaac. 8 Es decir, hijos de Dios no son los hijos de la carne, sino que los hijos de la promesa son los que se cuentan como descendencia. 9 Porque las palabras de la promesa son estas: por este tiempo volveré y Sara tendrá un hijo. 10 Y no solo esto, sino que también Rebeca concibió de uno solo, es decir, de nuestro padre Isaac; 11 pues bien, para que el designio de Dios se mantuviese conforme a la elección, es decir, para que su cumplimiento 12 no dependiese de las obras sino del que llama, antes de que hubieran nacido y de que hubieran hecho nada bueno o malo, se le dijo a Rebeca que el mayor servirá al menor; 13 según está escrito: He amado a Jacob y he odiado a Esaú.

b. Epístola a los Romanos (XI, 1-32)

“1 Y digo yo: ¿Acaso habrá desechado Dios a su pueblo? De ningún modo: que también yo soy israelita, de la descendencia de Abrahán, de la tribu de Benjamín. 2 Dios no ha rechazado a su pueblo, al que había elegido de antemano. ¿O es que no sabéis lo que dice la Escritura cuando Elías se queja a Dios contra Israel? 3 Señor, han matado a tus profetas, han derribado tus altares; he quedado yo solo y buscan mi vida. 4 Pero ¿qué le responde el oráculo? Me he reservado siete mil hombres que no han doblado la rodilla ante Baal. 5 Así, pues, también en la actualidad ha quedado un resto, elegido por gracia. 6 Y si es por gracia, no lo es en virtud de las obras; de otro modo, no es ya gracia. 7 Entonces, ¿qué? Que Israel no consiguió lo que buscaba, mientras que sí lo consiguieron los elegidos. Los demás se endurecieron, 8 según está escrito: Dios les dio un espíritu de embotamiento, ojos para no ver y oídos para no oír hasta el día de hoy. 9 Y David dice: Que su mesa se convierta en trampa y en lazo, en ocasión de tropiezo y en retribución para ellos; 10 que sus ojos se oscurezcan hasta no ver y que su espalda se vaya encorvando continuamente. 11 Digo, pues: ¿acaso cometieron delito para caer? De ningún modo. Lo que ocurre es que, por su caída, la salvación ha pasado a los gentiles, para darles celos a ellos. 12 Pero si su caída ha significado una riqueza para el mundo y su pérdida, una riqueza para los gentiles, ¡cuánto más significará su plenitud! 13 Ahora bien, a vosotros, gentiles, os digo: siendo como soy apóstol de los gentiles, haré honor a mi ministerio, 14 por ver si doy celos a los de mi raza y salvo a algunos de ellos. 15 Pues si su rechazo es reconciliación del mundo, ¿qué no será su reintegración sino volver desde la muerte a la vida?

16 Si las primicias son santas, también lo es la masa; y si la raíz es santa, también lo son las ramas. 17 Por otra parte, si algunas de las ramas fueron desgajadas, mientras que tú, siendo olivo silvestre, fuiste injertado en su lugar y hecho partícipe de la raíz y de la savia del olivo, 18 no te enorgullezcas en contra de las ramas. Y si te enorgulleces, piensa que no eres tú quien sostiene a la raíz, sino que la raíz te sostiene a ti. 19 Pero objetarás: las ramas fueron desgajadas para que yo fuera injertado. 20 De acuerdo: fueron desgajadas por su incredulidad, mientras que tú te mantienes por la fe; pero no te engrías por ello; más bien, teme. 21 Pues si Dios no perdonó a las ramas naturales, a ver si tampoco te perdona a ti. 22 En fin, considera la bondad y la severidad de Dios: severidad con los que cayeron; contigo, bondad de Dios, si permaneces en la bondad; de otro modo, también tú serás desgajado. 23 En cuanto a aquellos, si no permanecen en la incredulidad, serán injertados, pues Dios es poderoso para volver a injertarlos. 24 Porque si tú fuiste cortado del olivo silvestre natural, para ser injertado, contra tu naturaleza, en un olivo excelente, ¡cuánto más serán injertados ellos, según su naturaleza, en su propio olivo! 25 Pues no quiero que ignoréis, hermanos, este misterio, para que no os engriáis: el endurecimiento de una parte de Israel ha sucedido hasta que llegue a entrar la totalidad de los gentiles 26 y así todo Israel será salvo, como está escrito: Llegará de Sión el Libertador; alejará los crímenes de Jacob; 27 y esta será la alianza que haré con ellos cuando perdone sus pecados. 28 Según el Evangelio, son enemigos y ello ha revertido en beneficio vuestro; pero según la elección, son objeto de amor en atención a los padres, 29 pues los dones y la llamada de Dios son irrevocables. 30 En efecto, así como vosotros, en otro tiempo, desobedecisteis a Dios, pero ahora habéis obtenido misericordia por la desobediencia de ellos, 31 así también estos han desobedecido ahora con ocasión de la misericordia que se os ha otorgado a vosotros, para que también ellos alcancen ahora misericordia. 32 Pues Dios nos encerró a todos en desobediencia, para tener misericordia de todos.” (Rom., XI, 1-32).

El Comentario de Santo Tomás de Aquino

El Doctor Común u Oficial de la Iglesia, Santo Tomás de Aquino, en su Comentario a la Epístola a los Romanos (ed. en italiano, Roma, Città Nuova, 1994, 2º vol., cap. IX, vv. 1-33, pp. 17-55), escribe: “El Apóstol de las Gentes, tomando ocasión del hecho que los Judíos, que parecían vinculados establemente al servicio de Dios, habían sido excluidos de la gracia, mientras que los Gentiles habían sido admitidos a ella, no obstante que anteriormente habían estado alejados de Dios, […] muestra su propio afecto hacia el pueblo de los Judíos, para que cuanto había o habría dicho contra él no pareciera dicho por odio. […]. El Apóstol Pablo muestra que la dignidad de los Judíos no pertenece a los que descienden según la carne de los antiguos Patriarcas, sino que pertenece a la descendencia espiritual, elegida por Dios, que creía en el Mesías futuro o ya venido. […]. Como los Judíos se gloriaban de manera especial de Abrahán, que recibió el primero de Dios el pacto de la circuncisión (Gén., XVII, 10) y también de Jacob, llamado también Israel, cuya entera descendencia fue contada en el pueblo de Dios, mientras que no fue igual con Isaac, pues, en efecto, Esaú y su descendencia no pertenecieron al pueblo de Dios. Por ello, el Apóstol muestra que no todos los que descienden de Jacob o Israel según la carne son verdaderos Israelitas a los cuales pertenece la promesa o la Alianza de Dios, sino sólo aquellos que son rectos en Dios mediante la fe (Is., XLIV, 2). En segundo lugar, el Apóstol muestra lo que ha propuesto por medio de la confrontación con Abrahán, diciendo: no todos aquellos que son descendencia carnal de Abrahán son hijos espirituales de Abrahán, sólo a los cuales Dios prometió su bendición, sino solamente aquellos que han imitado su fe y sus obras (Jn., VIII, 39). […]. Afirma esto como para decir que no todos aquellos que han nacido de Abrahán según la carne pertenecen a su descendencia, a la cual fue dirigida la promesa (Gál., III, 16), sino a aquellos que son semejantes a Isaac y no a Ismael. […]. De esto, el Apóstol concluye que no fueron adoptados como hijos de Dios aquellos que son sólo hijos carnales, es decir, en virtud solamente del hecho de haber sido generados carnalmente por Abrahán, sino que son considerados descendencia suya aquellos a los que fue dirigida la promesa, que son los hijos de la promesa, es decir, aquellos que se han vuelto hijos de Abrahán en el orden de la imitación de la fe en el Mesías, Jesucristo. […]. Por esto Juan decía a los Judíos: No digáis: Tenemos por padre a Abrahán. En efecto, contra esta opinión suya había aducido el hecho de que de los dos hijos de Abrahán uno había sido elegido y el otro reprobado. […]. La gracia de Dios fue dada a los hombres por elección divina gratuitamente y ella no se refiere sólo a los Judíos, de modo que ellos no deben gloriarse de sí mismos (Deut., IV, 37), sino también a los Gentiles. […]. En efecto, las Gentes obtuvieron la justicia, por la cual son llamados y son realmente hijos adoptivos de Dios (1 Cor., VI, 11; Ef., II, 2). […]. Israel, en cambio, o sea, el pueblo judío, no alcanzó la ley de la justicia. Es llamada ley de la justicia la ley del Espíritu Santo, mediante la cual los hombres son justificados o santificados y la cual el pueblo judío no alcanzó… porque no la seguían por el camino debido, o sea, no por la fe en Cristo, sino que, por las obras de la ley, buscaban la justificación”.

En segundo lugar, el Aquinate, al comentar el capítulo XI de la Epístola a los Romanos, escribe: “La caída de los Judíos es digna de conmiseración, pero, sin embargo, no es del todo excusable. Ante todo, la caída de los Judíos no es universal. Dios no repudió y rechazó a todo su pueblo, elegido una vez, y lo prueba escribiendo: En efecto, también yo, colocado en la fe en Cristo, soy un Israelita por estirpe carnal (2 Cor., XI, 22). […]. En segundo lugar, muestra que el pueblo judío no fue rechazado por Dios totalmente a causa de algunos elegidos suyos, como sucedió en tiempos del profeta Elías, cuando Dios Se reservó a siete mil elegidos, no permitiendo que perdieran la fe y cayeran en el pecado. […]. Así también en este tiempo, en el que la mayor parte de los Judíos ha renegado de Cristo, una reliquia o un resto es salvada, según la donación gratuita de la gracia. […]. Después de haber demostrado que la caída de los Judíos no es universal, el Apóstol comienza a mostrar que su caída no es inútil ni irreparable. […]. En efecto, Dios no permitió que tropezaran sólo para hacerles caer y para ninguna otra utilidad que derivase de su pecado. Dios permite un mal sólo para un bien mayor que brota de ese mal permitido. Dios permite, así, que algunos caigan para que su caída sea ocasión de salvación para otros. En efecto, a causa del delito de deicidio de los Judíos, ha tomado ocasión la salvación de los Gentiles. […]. Además, Dios lo ha permitido para otros dos fines que se entrecruzan: 1º) para que los Gentiles imitaran a los Judíos en la fe en el Único Dios y 2º) para que sucesivamente los Judíos imitaran a los Gentiles cuando, al final, todo Israel será salvado (Rom., XI, 26). Por tanto, la caída de los Judíos es reparable. […]. Fue de este modo que el mal de los Judíos trajo una gran utilidad a los Gentiles; por ello su bien, o sea, su conversión al final del mundo, confiere al mundo una utilidad mucho mayor y, así, si Dios permitió que los Judíos erraran para la conversión de los Paganos, tanto más realizará su conversión al final del mundo para la utilidad del mundo entero. Si, en efecto, la pérdida de los Judíos es la ocasión para la reconciliación del mundo, ¿qué será su readimisión, sino la vida de los muertos? Los Gentiles, en efecto, se volverán fieles tibios (Mt., XXIV, 12) y, engañados por el Anticristo, restituirán a los Judíos a su fervor inicial por medio de su conversión; así, tras la conversión de los Judíos, cuando esté próximo el final del mundo, tendrá lugar la Resurrección universal, por medio de la cual todos los hombres volverán a la vida inmortal. […]. Pero, si los Patriarcas, que son paragonados a los Judíos, que proceden de ellos como las ramas de la raíz, son santos, no se sigue de ello infaliblemente que también las ramas, o sea, los Judíos, sean santas. Si la primicia es santa no se sigue de ello que lo sea toda la masa. En efecto, los Judíos incrédulos en Cristo no son santos, pero nada impide que sean recuperados a la santidad aquellos cuyos Padres fueron santos. […]. Además, San Pablo muestra que los Gentiles no deben gloriarse contra los Judíos por la caída de estos últimos. En efecto, no todas las ramas han sido cortadas, es decir, separadas de la fe de los Patriarcas, que son su raíz. Sin embargo, la promoción de los Gentiles, que han ocupado el lugar de los Judíos, conlleva un peligro. En efecto, ella levanta tanto más al hombre a la vanagloria cuanto más vil es el estado desde el que ha sido elevado. Pues bien, el Gentil es paragonado por el Apóstol a un olivo silvestre, es decir infructuoso. Por tanto, corre gravemente el riesgo de elevarse a una gran vanagloria. […]. Por ello, los Gentiles deben considerar que no son ellos los que sostienen la raíz, sino que es la raíz, o sea, los Patriarcas de los Judíos, la que les sostiene a ellos. Y es por esto también por lo que San Juan (VI, 22) dice: La salvación viene de los Judíos. […]. Por tanto, el Apóstol dice: El que piense que está en pie, tema no caiga, o sea, Gentil, no te ensoberbezcas, no presumas de ti mismo, sino teme para no ser tú también cortado de la raíz a causa de tu incredulidad. […]. Finalmente, San Pablo revela la futura conversión en masa de los Judíos, ya que, si no permanecen en la incredulidad, serán injertados en la raíz, o sea, serán restituidos a su estado (Rom., XI, 26). […]. Además, no hay que olvidar nunca que no todo Israel ha prevaricado, sino que una pequeña parte ha permanecido fiel y, junto a los Paganos, forma la Iglesia de Cristo. […]. Pero ello no debe distraer a los Judíos de pensar en su culpa. Si son estimadísimos por Dios a causa de sus Padres, esto se refiere a la gracia y a la elección con la que Dios eligió a sus Patriarcas, y no debe ser comprendido como si los méritos de los Padres fueran causa de eterna elección de sus hijos. En efecto, los méritos de los Padres no son suficientes para la salvación de sus hijos. […]. Seguidamente, el Apóstol explica que, si los dones de Dios son irrevocables por parte de Dios, sin embargo, pueden perderse por parte de aquellos que los han recibido por un cambio del hombre infiel a la gracia de Dios y no por un cambio de Dios, que no está sujeto a vicisitudes y cambios” (Commento alla Lettera ai Romani, cit., cap. XI, vv. 1-32, pp. 78-112).

Conclusión

“Dios ha encerrado a todos [Judíos y Gentiles, ndr] en la desobediencia para tener misericordia de todos [Judíos y Gentiles, ndr] (Rom., XI, 32). Esta me parece la conclusión obvia de lo que sucede en nuestros días de apostasía universal.

Hoy, las Naciones cristianas una vez se han enfriado en la Caridad, han apostatado públicamente. Por tanto, también nosotros, Cristianos que veníamos del Paganismo, estamos desgajados, en un cierto sentido, de nuestra raíz: Cristo, los Patriarcas del Antiguo Testamento y los Apóstoles del Nuevo y Eterno Testamento.

Es necesario – a la luz de lo que nos enseñan San Mateo, sus Comentadores y San Pablo, comentado por Santo Tomás – evitar los errores por exceso y por defecto, que se erigen como dos precipicios alrededor de la cima de la verdad divinamente Revelada, contenida en la Sagrada Escritura y en la Tradición.

El error por exceso es el de reputar el Antiguo Testamento y el Judaísmo mosaico como intrínsecamente malos, cayendo en una especie de marcionismo y de neopaganismo anticristiano, que, odiando a Israel (al “verdadero Israel”), odia también a Cristo. El error por defecto está muy difundido hoy, desgraciadamente, incluso en ambiente eclesial. Considera que Israel no tiene ninguna responsabilidad colectiva en el rechazo de Jesús y que la Antigua Alianza con el pueblo judío está todavía en pie. En cambio, como nos muestran San Mateo y San Pablo más los Padres y Doctores escolásticos (la Verdad que se erige como una cima entre dos errores opuestos), Israel rechazó la Divinidad de Cristo y persevera todavía hoy en este rechazo, ha traicionado al Mosaísmo y ha fundado una nueva religiosidad o una secta llamada Judaísmo post-bíblico, talmúdico o rabínico. Pues bien, éstos fueron desautorizados por Dios, que rompió el Pacto con ellos porque ellos primero rompieron la Alianza con Él. Su lugar lo han ocupado los verdaderos Israelitas, que, descendiendo de Abrahán en cuanto a la carne, han mantenido su fe en el Mesías Cristo, y los Paganos que se han convertido al Cristianismo. Sin embargo, al final de los tiempos, Israel se convertirá a Cristo (Rom., XI, 26), los Cristianos se enfriarán en la Caridad y necesitarán también ellos la misericordia de Dios. Estos son los tiempos que estamos viviendo en cuanto a la apostasía de los Cristianos, pero falta todavía la conversión de Israel, que persevera en la ceguera y en el rechazo de Cristo.

En cuanto a aquellos que incluso hoy han permanecido fieles a Dios, vale siempre el dicho del Apóstol: “El que piense que está en pie, tema no caiga”. Por tanto, no debemos enorgullecernos y despreciar a aquellos que han caído para no ser desgajados también nosotros de la “raíz” santa (que es Cristo).

Pero no debemos tener miedo, la Virgen nos ha prometido: “Al final, mi Corazón Inmaculado triunfará” y Jesús juró solemnemente: “Las puertas del Infierno no prevalecerán”. Por tanto, tenemos desgraciadamente un gran dolor por nuestro pecado de apostasía de Cristo, pero unido a una gran confianza en su triunfo, cuando Paganos y Judíos (Rom., XI, 26) serán los dos muros levantados sobre la “piedra angular”, que es Jesucristo, para formar la Iglesia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Thomas

Fin

(Traducido por Marianus el eremita/Adelante la Fe)

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