Desde que el hombre fuera creado por Dios hasta nuestros días; y a pesar de los muchos avances que éste ha experimentado y descubrimientos que ha realizado, siempre ha tenido frente a sí una común tentación: la soberbia. Adán y Eva tuvieron que hacer frente al: “si coméis de este árbol seréis como Dios”. Y sabemos que cayeron en la tentación.
La soberbia es el pecado que ha conducido y seguirá conduciendo a más hombres al infierno. La soberbia es en el fondo la gran tentación que ha de superar todo hombre que vive, y que se reduce sencillamente a dar respuesta a esta pregunta: “¿Me reconoces a Mi como tu Creador? O ¿Prefieres ser tú tu propio dueño y señor?
En los últimos siglos esta tentación se ha disfrazado de multitud de formas y maneras, de tal modo que el hombre a veces no ha sido capaz de reconocerla. Ahora no se presenta tanto como un rechazo a Dios o un deseo de ser como Dios, cuanto un olvido de que hay un Ser Supremo al que tenemos que dar cuenta de nuestras acciones. La cultura actual da culto al cuerpo, a lo material, al bienestar puramente físico. Todo aquello que sea espiritual es minusvalorado, preterido o simplemente olvidado. Los padres se preocupan casi únicamente de la salud de sus hijos, y en cambio se olvidan de enseñarles a rezar, a que vayan a misa…. Aunque parece mentira, un niño cristiano aprende antes a manejar un teléfono móvil que a rezar el Padrenuestro.
En hombre actual, movido por la filosofía inmanentista imperante, y desconociendo que es un ser compuesto de cuerpo y alma, ha preferido relegar el alma al olvido y preocuparse sólo del bienestar de su cuerpo. Las clínicas están siempre llenas, pero los confesionarios totalmente vacíos. El hombre de hoy, olvidándose de lo que le dice su fe, ha aceptado una verdad que es totalmente anticristiana y materialista: una vez acabada su existencia en la tierra ya no queda nada de él. Este hombre ha olvidado que tiene un alma que es inmortal y que como consecuencia, pervive más a allá de su muerte corporal.
El hombre actual huye cobardemente de dar respuesta a esos “enigmas” y sólo se preocupa de fabricarse el mejor paraíso posible aquí en la tierra. Este hombre le ha dado la espalda a Dios y ha preferido vivir ignorando su existencia.
Sólo el que es humilde es capaz de reconocer su pecado, sentir la necesidad de Dios, y buscar el arrepentimiento y el perdón. Quizás esta sea la razón por la cual los confesionarios están vacíos. Si el hombre ha dejado de creer que tiene que dar cuentas a Dios de sus acciones, ¿para qué se va a confesar?, ¿de qué se tiene que arrepentir? Esta locura sin sentido del hombre actual le ha vaciado el alma, le ha llenado de tristeza, y lo que es peor, le está conduciendo irremediablemente al infierno.
Afortunadamente, el hombre tiene todo el transcurso de su vida para arrepentirse y cambiar; pero una vez que muera, la suerte ya estará echada. Si no ha cambiado antes de que la muerte le sorprenda, será uno más de los que estarán en el infierno por toda la eternidad.
¿Qué fuerza tan poderosa ha sido capaz de cegar al hombre y de llevarlo al infierno? ¿Será el hombre capaz de descubrir el sinsentido de su vida y cambiar a tiempo? ¿Y tú? ¡Abre tu corazón a Dios! ¡Sé humilde! ¡Reconoce a Dios como tu Señor! ¡Ámale y entrégale tu vida! Sólo así encontrarás la felicidad aquí en la tierra y luego merecerás que Dios te lleve a vivir junto a Él para siempre en el cielo.
Padre Lucas Prados