Las reflexiones de Richard Stratton sobre la nueva misa

En nuestra anterior carta contamos  la increíble historia de la última misa en latín del capitán Richard “Dick” Stratton, en Hanoï, en una tarde de diciembre de 1967,  mientras estaba en manos del Vietcong. Habiéndonos permitido la Providencia encontrar al capitán Stratton-habiendo hecho el resto su conocimiento de Internet y su gentileza- tenemos el privilegio de entregarles hoy día su testimonio exclusivo sobre su retorno a la misa dominical semanal en 1973, mientras que la reforma litúrgica había modificado profundamente el culto del que había sido privado durante la mayor parte de su detención.

Este testimonio ilustra perfectamente lo que calificamos como el fenómeno de los “Silenciosos”, católicos afectados por las reformas conciliares y que aún así han permanecido fieles a su parroquia;  y que, en el momento de nuestros sondeos internacionales de 2009-2011, han expresado claramente-entre un 40 y 60% de los practicantes-,  su intención de participar en la manera extraordinaria del rito romano SI ÉSTE FUESE CELEBRADO EN SU PARROQUIA.

Las reflexiones de Richard Stratton sobre la nueva misa

Pater dimitte illis non enim sciunt quid faciunt. (Luc 23, 34) ( « Padre, perdónalos, no saben lo que hacen » )

Después de siete años lejos de los Estados Unidos, de los cuales seis en prisión, estaba totalmente apartado de la situación de la Iglesia. También, a mi regreso, estaba completamente conmocionado por la deconstrucción completa del Santo Sacrificio de la Misa, por la pobreza de las iglesias, por los sermones que no hablaban más del pecado, del examen de conciencia, de la penitencia ni de la reparación, por la Santa Eucaristía abandonada en manos de los  laicos, y  por la reducción del ejercicio del santo sacerdote al rol de Sr. Loyal (Leal) *Personaje del Tartufo, de Molière.

Mientras la marina americana y mi familia han sabido rodearme de todo tipo de atenciones para facilitar mi reinserción, la Iglesia, me dejaba sin asistencia de ninguna clase. Considerando hoy el estado en que la Iglesia se encontraba entonces, tal abandono no tiene nada de sorprendente: la Iglesia ella misma no tenía ningún tipo de explicación coherente de su implosión. Después de todo, consagré mi tiempo y mi energía a reencaminar mi vida de familia y mi carrera: había aprendido con éxito a interiorizar mi fe durante mis años de prisión y continué de esa manera desde entonces.

No encontraba ninguna explicación racional sobre las alteraciones de la liturgia, aparte del evidente, aunque tramposo, deseo de hacerla más accesible por el uso de lenguas nacionales.

La nueva misa no me hablaba: yo no llegaba a apropiarme de ella. De hecho, me ofendía la llegada de prácticas que los protestantes europeos habían introducido en la época de Lutero y de Enrique VIII  para destruir la misa católica. Era como si mi culto dominical hubiese pasado a ser un encuentro protestante; mis iglesias católicas, templos protestantes. El hecho de que la práctica religiosa en los Estados Unidos haya disminuido un 50% después del Vaticano II muestra que no soy el único decepcionado. Padre de tres niños, de edades 7, 9 y 11 años en 1973, nunca imaginé abandonar el precepto dominical. Constatando que la consagración había sobrevivido en alguna medida al naufragio de la nueva misa, logré llegar a un modus vivendi que consistía en concentrarme sobre esta parte de la misa. Me era suficiente “desconectarme”, como había aprendido a hacerlo durante los interrogatorios en prisión. De hecho, hacía de la misa dominical una penitencia para mis pecados de la semana.

Muy francamente, mi impresión era que las autoridades de la Iglesia me habían dado la espalda. En muy poco tiempo, pasé a un modo de supervivencia. Durante largo tiempo, no tuve ninguna idea de la existencia del movimiento “tradicionalista”, ni de Monseñor Lefevbre. Tampoco tuve conocimiento del Motu Proprio Ecclesia Dei de 1988. Ni a través de la Iglesia, ni por mí mismo. Fui asistente social después de mi servicio en la Marina americana; y fue más tarde, al jubilarme, en 2001, que comencé a interesarme en la historia del Concilio Vaticano II. Descubriendo el catolicismo tradicional, comprendí que estaba más cerca que de la jerarquía vaticana, por lo menos hasta la elección del papa Benedicto  XVI. Aprendí que había una iglesia de Jacksonville que ofrecía la misa rezada todos los domingos, y la misa solemne, cantada, una vez al mes.

Me convertí en un fiel regular. Al menos siempre que mi salud me lo permitía. Reconectar con la misa de siempre ha sido como un manantial de agua fresca después de una semana de marcha forzada en el desierto. Éste fluía desde su nacimiento, y no planteaba ningún problema en la familia. Esto sin embargo no impidió a un pariente lejano recurrir a una ordenación herética para convertirse en un sacerdote digamos católico.

Desgraciadamente el Motu Proprio de Benedicto XVI no tuvo eco en mi diócesis. Debo  agregar que no se  benefició de ventaja alguna. Los católicos devotos de la misa tradicional han sido catalogados como revanchistas, nostálgicos, un poco alocados. Estoy convencido de que el Novus Ordo Missae no resistirá al juicio de la historia y terminará por ser considerado dentro del rango de las herejías.

Durante todo este tiempo, he vuelto incesantemente a la enseñanza recibida a comienzos de los años 50 de mi maestro de novicios, el padre Costello, OMI, sobre la mejor manera de meditar el rosario con el fin de abrazarme a todos los misterios de la fe católica romana. Esto me sirvió durante mis seis años de seminario, mis seis años de prisión y mis 35 años de seguimiento de las áridas contradicciones del Novus Ordo.

Richard A. Stratton, Florida

27 de enero de 2016, en la fiesta de San Jean Chrysostome

La catedral de la Inmaculada Concepción de Jacksonville donde Richard Stratton se reconectó  con la misa tradicional

Los comentarios de Paz litúrgica
  1. Nacido en 1931 en los alrededores de Boston, Dick Stratton ha recibido una educación católica dentro de una familia marcada por la Gran Depresión de los años 30. El incendio de su iglesia parroquial cuando  entró al liceo le hizo sentir la fuerza de su apego a su fe y lo llevó a entrar en el pequeño seminario de los Oblatos de María Inmaculada en Newburgh (N.Y) y luego seguir Filosofía en Washington. Aunque en la víspera de pronunciar sus votos, comprendió que su vocación era otra y terminó sus estudios en la universidad de Georgetown, antes de unirse a la Marina, en cuyas filas su padre había combatido en la Primera Guerra Mundial y donde también servía ya su hermano. Por ser hombre de deber y por ejemplo a los suyos,  el capitán Stratton, continuó asistiendo a misa todos los domingos, a pesar de su malestar frente a los cambios sobrevenidos en la Iglesia, en particular en la celebración del culto dominical,  durante su encierro en los campos Vietcongs.
  2. Antes de aceptar de entregarnos su testimonio, Dick había querido precisar que su redescubrimiento de la misa tradicional no tuvo nada de particular ya que fue como “volver a andar en bicicleta, o entrar en la casa después de una misión, o  volver a usar sus  guantes preferidos que habían sido perdidos: algo muy natural”. Y sin embargo, durante casi 30 años, vivió sin su bicicleta, sin entrar a la casa, sin sus guantes. “Tengo tres hijos que, más tarde, me han dado seis nietas. Ellos no escuchan lo que puedo decir pero están atentos a todo lo que puedo hacer, o dejar de hacer. Es por eso que permanecí fiel asistiendo a misa, en mi parroquia, todos los domingos y fiestas religiosas, incluso si no reconocía ya el Santo Sacrificio de la misa. Hoy todos tienen fe, al menos la enseñada desde el concilio Vaticano II.
  3. Para resistir a la nueva misa como había resistido a los Vietcongs, el capitan Stratton ha utilizado la misma técnica, la de desconectarse del medio hostil donde se encontraba y de concentrarse en lo que realmente contaba para él. Mejor aún, para darle un sentido a esta asistencia dominical que le costaba, la ha ofrecido en penitencia por sus pecados, aplicando así las tácticas de combate espiritual aprendidas en su juventud. Es por esto que su testimonio, que se une a tantos otros, es el más fuerte: todo sucede como si la gracia fuese transmitida por la nueva liturgia, a pesar de la nueva liturgia. “La gracia que supura o fluye, escribía Mauriac, a través de las ruinas de la  liturgia destruida”.
  4. Lo malo, como dice el capitán Stratton, es que las iglesias se han vaciado desde la reforma del Vaticano II. Sin duda la culpa no es sólo de la reforma litúrgica sino por la galopante secularización de la sociedad, que también ha contribuido. Aunque está claro que la reforma, ni siquiera ha encauzado la hemorragia de los practicantes. Un testimonio de cómo esto  designa un fracaso agudo. En toda organización sabiamente administrada, se haría un balance de la situación catastrófica, se aprenderían lecciones a partir de las malas orientaciones y se tomarían medidas para remediar errores. Salvo que -por ejemplo, en el mundo político- el desastre es la consecuencia de postulados ideológicos: donde el pretexto va adelante y luego sigue la regla. Éste es claramente el caso.
  5. A Dick, a pesar de su juicio sin concesión sobre la liturgia reformada (“estoy convencido de que el Novus Ordo Missæ no resistirá al juicio de la historia y finalizará por ser catalogado en el rango de las herejías”) jamás le ha parecido bien  manifestar  su descontento,  o incluso  su oposición, a su párroco, prefiriendo hacer de su sufrimiento una ocasión de redención. En este sentido, su testimonio se une perfectamente a otros “silenciosos” sobre los cuales ya hemos hablado en nuestra carta 470: después de la llegada de la nueva misa este fiel borgoñón ¡continuó asistiendo a misa en su parroquia y con su misal tradicional! En Florida como en Borgoña, se observa un mismo apego de los “silenciosos” a la misa dominical en SUS parroquias, y se comprende mejor por qué muchos pastores ignoran todo esto de sus fieles, que continúan  participando en silencio de la vida parroquial, sin compartir los cambios.

[Traducción de Alejandra Olmes. Artículo original]

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