Francisco y las nuevas síntesis culturales… ¿abandono de la fe católica?

En estos días en que está tan común hablar de “colaborar con aquellos que piensan diferente”, en acogida e inmigrantes, para muchos oídos suenan duras las palabras del Doctor Angélico: “Las relaciones con los extranjeros pueden ser de paz o de guerra” (I-II, 105, a.3).

Sí, en ese artículo de la Suma Teológica, Santo Tomás hace una detallada explicación de la convivencia entre el pueblo elegido y los extranjeros. Y la verdad es que cuando leemos el Antiguo Testamento encontramos muchos pasajes con explícitos preceptos de buena acogida hacia los extranjeros: “Ama al emigrante, dándole pan y vestido” (Dt 10, 18); “No defraudarás el derecho del emigrante” (Dt 24, 17); “Si un emigrante reside con vosotros en vuestro país, no lo oprimiréis” (Lv 19, 33).

Pero también está muy claro que esa misericordiosa manera de proceder tiene en vista los extranjeros que entraran, de alguna manera, a formar parte del pueblo elegido, haciéndose verdaderos compatriotas. Hasta tal punto que todas las leyes que Dios había preceptuado a los judíos eran válidas también para estos extranjeros: “Del mismo modo juzgarás al emigrante que al nativo; porque yo soy el Señor, vuestro Dios” (Lv 24, 22). “El mismo ritual vale para el nativo del país y para el emigrante” (Nm 9, 14).

“Una misma ley y una misma norma regirá para vosotros y para el emigrante que reside entre vosotros” (Nm 15, 16). “Lo mismo al ciudadano israelita que al emigrante residente entre vosotros: no tendréis más que una sola ley para el que obra por ignorancia” (Nm 15, 29). “Quien blasfeme el Nombre del Señor, será muerto; toda la comunidad lo apedreará. Sea emigrante o nativo, quien blasfeme el Nombre, morirá irremisiblemente” (Lv 24, 16).

Muchas veces se hace evidente también la finalidad de hacer llegar a los demás el conocimiento del verdadero Dios, para que así Él fuera adorado por todos los pueblos, tal como lo era entre el pueblo de Israel. “También al extranjero, al que no es de tu pueblo Israel y viene de un país lejano a orar en este templo a causa de tu Nombre —porque oirán hablar de tu gran Nombre, de tu mano fuerte y de tu brazo extendido—, tú lo escucharás en los cielos, lugar de tu morada; harás al extranjero según lo que te pida, para que todos los pueblos de la tierra conozcan tu Nombre y te respeten como tu pueblo Israel, y reconozcan que tu Nombre” (1 Re 8, 41).

Pero la actitud compasiva ordenada por Dios no excluye una especial vigilancia hacia los extranjeros, pues éstos podrían ser también causa de ruina y disminución del fervor religioso para el pueblo. “Mete en casa a un extraño y te causará problemas, te hará sentir extraño con tu propia familia” (Eclo 11, 34). “El Señor dijo a Moisés: Tú vas a reunirte con tus padres y este pueblo se levantará y se prostituirá con los dioses extranjeros de la tierra adonde va a entrar, y me abandonará y romperá la alianza que concerté con él” (Dt 31, 16).

Eso no nos debe extrañar, pues si el extranjero fuera admitido de cualquier manera, de ahí se podrían originar innumerables peligros “pues, no estando arraigados en el amor del bien público, podrían atentar contra el pueblo” (Suma Teológica I-II, 105, a.3). Así, solamente algunos extranjeros eran admitidos con benevolencia: aquellos provenientes de naciones que tenían afinidad con los hebreos. De otra parte, las naciones que habían tratado los israelitas con enemistades no eran admitidas en convivencia normal (cf. Suma Teológica I-II, 105, a.3).

Nosotros no podemos cerrarnos delante de los necesitados y es nuestra obligación hacerles llegar nuestros gestos de caridad, ofreciéndoles las obras de misericordia espirituales como también, dentro de nuestras posibilidades, las obras de misericordia corporales. Pero no podemos olvidar que jamás podemos deshacernos de nuestra fe para atender aquellos que no están de acuerdo con ella. A nuestra santa religión no debemos “meterla debajo del celemín, sino ponerla en el candelero y que alumbre a todos” (Mt 5,15).

El pasado cristiano de nuestros pueblos es una preciosidad que no podemos dejar que sea segado por el indiferentismo o por un falso respecto hacia aquellos que no son católicos.

Por eso en este aciago siglo XXI son más válidas que nunca muchas afirmaciones de los Papas sobre el glorioso pasado cristiano de Occidente y vale la pena recordarlas:

Indice de la materia:

I – La cultura occidental tiene sus raíces en la fe católica, al contrario de todas las demás
II – Los católicos tienen el deber de preservar su cultura y su identidad
III – Asimilar la cultura de los inmigrantes ¿para evangelizarlos o para diluirnos?
IV – La Iglesia es Madre, es verdad, pero ¿qué quiere una buena madre para sus hijos?
V – Una nueva síntesis cultural hecha sin Fe pone en riesgo las costumbres cristianas

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