Primera parte
En esta Encíclica, estrechamente vinculada a la Rerum novarum, el papa León XIII afronta el tema de la “Democracia Cristiana”. El Papa especifica inmediatamente que no pretende con este término designar el partido político[1], sino la acción social cristiana en favor de las clases más desfavorecidas, o sea, la “asistencia social popular” (León XIII, Encíclica Graves de communi re, en Tutte le Encicliche dei Sommi Pontefici, Milano, Dall’Oglio Editore, ed. V, 1959, 1º vol., p. 488).
Desgraciadamente, este término de “Democracia Cristiana” sirvió, después de la Encíclica en cuestión, exactamente para definir aquello que León XIII había prohibido (“No es lícito dar un significado político a la Democracia Cristiana”), o sea, el partido político de inspiración cristiana, pero laicista e incluso “vuelto a la izquierda”.
El Papa renueva la condena del socialismo y de sus graves errores socio/políticos. Al socialismo, que pone en contra a las clases sociales de los patrones y de los obreros, empujándolas al odio de clase, el Papa contrapone la Democracia Cristiana, únicamente como “benéfica acción cristiana a favor del pueblo” (ib., p 489), la cual debe ser únicamente una institución de ayuda a las clases pobres y trabajadoras, bajo los auspicios de la Iglesia y, por tanto, no aconfesional, como lo fue la Democracia Cristiana de De Gasperi.
León XIII contrapone la acción popular cristiana, denominada Democracia Cristiana, a la Democracia social tendencialmente socialista, que reprueba.
El Pontífice pone en guardia contra los peligros del nombre Democracia Cristiana, si no es utilizado especificando su naturaleza de asistencia popular cristiana hacia las clases humildes y no un partido político.
En efecto, el apelativo de Democracia Cristiana 1º) puede favorecer el error según el cual la única forma de gobierno lícita sería la democracia; 2º) se ocuparía de curar las enfermedades y los intereses solamente del pueblo humilde, mientras que todas las clases tienen sus enfermedades y deben ser objeto de acción social por parte de la Iglesia y de los fieles; 3º) tendería en cuanto democracia moderna a sustraerse a la Autoridad eclesiástica, eligiendo una forma aconfesional, exactamente como hizo la “Democracia Cristiana” de De Gasperi.
El error de esta Democracia Cristiana laicista sería también el de negar, al igual que el socialismo hacia el que tiende, el Orden sobrenatural, y, además, tendería a considerar que el único fin del hombre es solamente el bien temporal, excluyendo o no hablando del sobrenatural. Finalmente, tendería al igualitarismo revolucionario (no sólo social sino también económico), el cual quiere eliminar todas las diferencias accidentales que subsisten entre los diferentes hombres.
El Pontífice enseña que la verdadera doctrina de la acción caritativa cristiana (que puede ser llamada sólo en este sentido Democracia Cristiana) es la de profesar, enseñar y defender la fe en el Orden sobrenatural; la virtud infusa de la caridad en vista del Cielo; la defensa del derecho de propiedad.
Por tanto, el Papa pasa a explicar por qué no es lícito dar un sentido político al término Democracia Cristiana. Explica que las formas lícitas de gobierno son tres: monarquía, aristocracia y democracia clásica. En cambio, los revolucionarios querrían hacer creer a las masas que sólo la democracia moderna, que debería llamarse “demagogia”, en cuanto que considera que el poder le viene al gobernante del pueblo o de abajo y no de Dios o de lo alto, es la única forma de gobierno buena para los tiempos modernos.
El Evangelio trasciende todo hecho humano y toda forma de gobierno y puede convivir con las tres formas políticas (monarquía, aristocracia y democracia clásica), con tal que hagan leyes justas, o sea, conformes a la ley divina y natural.
Además, la buena Democracia Cristiana, como acción social bajo la guía de la Iglesia, no debe descuidar a las clases más elevadas, aun estando principalmente dirigida a las más débiles por estar más necesitadas de ayuda y no porque son las únicas buenas. El Papa recuerda que lo que se hace en favor de los pobres debe favorecer también a las demás clases sociales.
El fin de la buena Democracia Cristiana, como movimiento social dirigido por la Iglesia y no como partido político aconfesional, es el de hacer menos duras las condiciones de vida de aquellos que viven del trabajo manual y humilde y ayudarles a vivir para el Fin último sobrenatural, o sea, el Cielo. Tanto pobres como ricos deben saber que el dinero sin Dios lleva a la ruina. Por tanto, no deben buscar la riqueza como Fin último de la vida, sino sólo como medio para vivir virtuosamente.
El Pontífice incita a la fundación de Instituciones permanentes de asistencia social para responsabilizar a los obreros para la parsimonia y para la asistencia.
Siguiendo el ejemplo de León XIII (Rerum novarum; Graves de communi re), San Pío X condena Le Sillon[2], ya que éste no quiere someterse a la Autoridad eclesiástica con el pretexto de ocuparse de política, que, según los sillonistas, no sería el terreno del orden espiritual de competencia de la Iglesia, sino únicamente materia de orden temporal. El Papa les responde que la política coincide con la moral social, que es campo y materia propia de la Iglesia[3].
Pío X recuerda, además, que “no existe verdadera civilización política o social sin moral y no hay verdadera moral sin verdadera religión”[4].
Por ello, si nos comprometemos en política, es erróneo separar la política de la metafísica, de la moral y de la Revelación y considerarse independientes de la Autoridad eclesiástica como si la política no fuera parte integrante de la moral social natural y cristiana. La recta razón demuestra que “el hombre es un animal naturalmente sociable” (Aristóteles y Santo Tomás de Aquino), el cual no puede vivir solo, sino que debe encontrar su propio perfeccionamiento en la sociedad (primero familiar y después política). Y, ya que el hombre es una creatura de Dios, le debe el verdadero culto no sólo en cuanto individuo, sino también socialmente tomado, tanto en la familia como en la ciudad. Por ello, San Pío X enseña: “No se edificará la sociedad de manera diferente de como Dios la ha edificado: no se edificará la sociedad si la Iglesia no pone los cimientos y no dirige sus trabajos”[5].
Pío X observa, después, que es muy extraño y atrevido, por parte de laicos católicos, ponerse en concurrencia con el Sumo Pontífice (León XIII), adoptando una enseñanza social diferente de la de León XIII, tan venerado y citado por él como vituperado por ciertos ambientes, que representan la cara especularmente opuesta del sillonismo (porque al “pecado de democracia”, como única forma de gobierno, oponen el “pecado de monarquía”). Los sillonistas rechazaron el programa de León XIII y adoptaron una doctrina social diametralmente opuesta a su magisterio. En efecto, 1º) consideran la democracia la única forma de gobierno legítima; 2º) hacen residir la Autoridad en el pueblo y no en Dios; 3º) quieren la nivelación de las clases y, por tanto, están en contraste con la doctrina católica. Por tanto, el problema de Le Sillon es no sólo disciplinar (insubordinación a la Autoridad eclesiástica), sino también doctrinal[6].
Pío X rebate que con la teoría democraticista de Le Sillon “se sujeta la Iglesia a un partido político”[7]. Igual que la Action Française habría querido sujetar la Iglesia a la sola monarquía, del mismo modo Le Sillon habría querido sujetar la Iglesia a la sola democracia moderna.
Además, explica el papa Sarto, “Jesús puso como condición indispensable para entrar en el Reino de los Cielos hacer parte de su grey, aceptar su doctrina, observar los mandamientos, practicar las virtudes y dejarse guiar por Pedro y sus sucesores. Son enseñanzas estas que habría sido equivocado aplicar sólo a la vida del individuo en vista de su salvación eterna: son enseñanzas eminentemente sociales”[8], ya que el hombre es un animal sociable por naturaleza, como es racional por naturaleza. Por tanto, no existe un hombre que no sea racional o sociable. El hombre está hecho para conocer la verdad razonando y para alcanzar su Fin último viviendo en sociedad. Por ello, el Evangelio, el Cristianismo, la Religión, la Iglesia son eminentemente sociales y políticos, ya que el hombre es un animal naturalmente sociable, o sea, hecho para vivir no solo, sino en sociedad natural (Estado) y sobrenatural (Iglesia), ya que está compuesto de cuerpo, que tiende al bien temporal, y de alma, que está destinada al Bien último espiritual. El papa Sarto enseña: “la cuestión social y la doctrina social no han nacido ayer; en todos los tiempos la Iglesia y el Estado, de feliz acuerdo, suscitaron fecundas organizaciones para la solución de la cuestión social. […]. Los miembros de Le Sillon organícense por diócesis bajo la dirección de sus respectivos Obispos diocesanos con el fin de trabajar en la regeneración social, cristiana y católica del pueblo”[9]. Pío X propone con esto como solución a la desviación sillonista la Acción Católica. Para San Pío X, por tanto: 1º) no es lícito adoptar una enseñanza social diferente al de León XIII, enseñanza que es la misma del Evangelio, por lo que rechazando la primera se rechaza también la segunda; 2º) la desviación social y política sillonista es no sólo disciplinar, sino también doctrinal; 3º) no se edificará la sociedad civil y política si la Iglesia no pone los cimientos y no dirige sus trabajos; 4º) existen tres formas de gobierno y no se puede enseñar que una sola – democracia (Le Sillon) o monarquía (Action Française) – es buena, de otro modo se sujeta la Iglesia a un partido político, ya sea democrático o monárquico. Por tanto, como existe un “pecado de democraticismo” (Le Sillon) existe un “pecado de monarquicismo” (Action Française). Para San Pío X, la política es dominio de la enseñanza de la Iglesia, que puede y debe intervenir cuando los principios doctrinales sobre los que se funda un sistema político son erróneos. La Iglesia tiene un poder al menos indirecto, por razón del error y del vicio, sobre las cosas temporales. Es lo que enseña también Pío XI en la Encíclica sobre la realeza social de Cristo también en las cosas temporales (Encíclica Quas primas, 1925).
Leo
(Traducido por Marianus el eremita/Adelante la Fe)
[1] En Italia, el Partido político de la Democracia Cristiana fue el sucesor del Partido Popular Italiano y gobernó desde 1945 hasta los años Noventa.
[2] Marc Sangnier (París, 1873-1950) fundó el Sillon, basándose en la doctrina social de la Iglesia. Sin embargo, poco a poco comenzó a acercarse a las teorías modernistas y, en 1905, el card. Merry del Val, por orden de San Pío X, escribió al card. Richard, arzobispo de París, para que llamara al orden a Sangnier, el cual se sometió, pero siguió siempre influenciado por las teorías del modernismo social, aun no exponiéndolas abiertamente.
[3] Tutte le Encicliche e i principali Documenti pontifici emanati dal 1740, a cargo de U. Bellocchi, vol. VII, Pio X (1903-1914), Città del Vaticano, LEV, 1999, Carta Notre charge apostolique, 25 de agosto de 1910, p. 410.
[4] Ibidem, p. 419.
[5] Tutte le Encicliche e i principali Documenti pontifici, cit., p. 412.
[6] Ivi.
[7] Ibidem, p. 418.
[8] Ibidem, p. 422.
[9] Ivi.