Cuando los hombres se niegan a adorar a Dios comienzan inmediatamente a adorar a los ídolos. Y quizá el más importante de todos ellos es el dios Mammón, que es el que personifica las riquezas y las cosas de este mundo.
Y la idolatría, como cualquier pecado, aunque éste de un modo especial, supone el más espantoso de los ridículos. Y la razón es bien sencilla. El culto al ídolo exige arrodillarse ante él. De un modo u otro, pero al fin y al cabo arrodillarse. Y cuando se tributa al ídolo adoración absoluta, como sucede en ciertos cultos y con bastante frecuencia dentro de este ámbito, la adoración también incluye arrodillarse hasta tocar con la cabeza en el suelo. Lo cual exige, cuando esto tiene lugar, lo que algún benevolente calificaría como actitud predispuesta a que se vea el plumero, y otros peor intencionados calificarían como poses en las que es necesario alzar la parte posterior.
Pero que nadie, sin embargo, cometa el error de limitar el significado de riquezas a lo que ordinariamente se entiende por dinero, puesto que el término abarca en realidad a todo lo que el mundo ofrece al hombre como aliciente para apartarlo de Dios. Por supuesto que los cristianos han acabado por desestimar el problema archivándolo en el arcón de los recuerdos. Las palabras de Jesucristo, tan claramente terminantes, ni siquiera han tenido la suerte de pasar al olvido, sino todo lo más al cubo de la basura: No podéis servir a Dios y a las riquezas[1]. Y lo mismo ha sucedido con las no menos esclarecedoras del Apóstol Santiago: ¡Adúlteros! ¿No sabéis que la amistad con este mundo supone la enemistad con Dios? Quien desee hacerse amigo de este mundo se hace enemigo de Dios.[2]
Cuando Juan Pablo II, y luego Benedicto XVI, llevaron a cabo los viajes a Asís para orar con los paganos y venerar a sus dioses, estaban consumando en realidad un culto al Dios Mammón. La Iglesia ya había proclamado su compromiso con el mundo desde Juan XXIII, el cual luego fue confirmado y reafirmado por Pablo VI. Todo lo cual dejando atrás lo que siempre, unánimemente y en todas partes había sido creído por la Iglesia, según decía San Vicente de Lerins en el siglo V y se había enseñado en la Iglesia desde siempre.
Lo del ecumenismo ya se sabe, al menos por los que piensan: No se puede emprender una política de acercamiento a los hermanos separados cuando tal cosa se hace saltándose a la torera el precepto del Apóstol San Pablo: No os unzáis a un mismo yugo con los infieles. Pues ¿qué tiene que ver la justicia con la iniquidad? ¿O qué tienen de común la luz y las tinieblas? ¿Y qué armonía cabe entre Cristo y Belial? ¿O qué parte tiene el creyente con el infiel? ¿Y cómo es compatible el templo de Dios con los ídolos?[3] Claro que lo que dice San Pablo forma parte de la Biblia, y la Biblia es Palabra de Dios. A pesar de que el mundo está lleno de gente dispuesta a tragarlo todo, por lo que no es extraño que les suceda como a quienes están siempre con la boca abierta: que les entran toda clase de moscas y de mosquitos. Uno de los mayores castigos que Dios envía a quienes no creen en su Palabra es la idiotez, gracias a la cual acaban creyendo al Lucero del Alba, al primer tonto que llega o al primer cínico que aparece.
La adoración al dios Mammón, o la sustitución del amor de Dios por el amor del Mundo…, o dicho de otra forma, el cambio del culto a Dios por el culto al Hombre, ha tenido honrosos precedentes y momentos estelares en la Historia moderna de la Iglesia.
Uno de esos momentos brillantes fue, por ejemplo, el Discurso de Pablo VI, pronunciado en la ONU el 4 de Octubre de 1965, en el que el Papa se presentó ante los representantes de los Estados como experto en humanidad. Un conjunto de ideas, todas formando parte de un plano predominantemente natural, fruto a su vez de las doctrinas aprendidas de su gran amigo Maritain, un humanista por quien el Papa sentía gran veneración.[4] Si el Papa pensaba atraer a la Iglesia a los descreídos miembros de la ONU (incluido el representante del Vaticano, salvando lo de descreído),[5] por medio de tal alarde de ingenio intelectual, si bien es de suponer la buena voluntad del Pontífice, no deja de ser un misterio histórico.
Dentro de esta misma línea, las ideas excesivamente humanistas de Pablo VI le impidieron comprender la fidelidad, la rigidez y el excesivo apego a la Tradición de la Iglesia Española. El famoso asunto del privilegio de la presentación de Obispos que había sido otorgado al Gobierno Español preocupaba gravemente al Papa. Por lo que decidió acabar con el problema, sin pensar que de paso acababa también con la Iglesia Española.
Para ello envió a Madrid al Nuncio Dadaglio, quien ejerció allí su oficio desde 1967 a 1980, dentro de un clima de pocas simpatías por el Gobierno de Franco y de escasa comprensión por una Iglesia, la Española, que hasta ese momento no había llevado a cabo el debido aggiornamiento. Fue ayudado en su labor por el Cardenal Tarancón, Arzobispo de Madrid. Quien desgraciadamente no poseía ni la intensidad de fe de un San Agustín, ni la apertura intelectual de un Aristóteles, ni la agudeza política de un Fouché. La labor de uno y de otro será recordada por la Historia, la cual quizá añada un capítulo comparativo entre la clase de Obispos que fue eliminada, por obsoleta y demasiado espiritual, y la brillantez de los que desde entonces han sido nombrados. Si el árbol se reconoce por sus frutos, huelga hacer más comentarios sobre el tema.
La adoración al dios Mammón y la consecuente conversión al Mundo, si bien en los momentos actuales parece haber llegado a su punto culminante, goza de muy antiguos e importantes precedentes en la Iglesia. En el capítulo ocho de los Hechos de los Apóstoles se nos cuenta que un tal Simón el Mago, que había sido convertido previamente al cristianismo, ofreció dinero a San Pedro para obtener los dones del Espíritu Santo y en concreto el de hacer milagros, lo que provocó la indignación y la maldición de San Pedro hacia este personaje.
De manera que, como puede verse, la creencia en que la realización de milagros es cuestión de dinero es ya demasiado antigua, y nunca ha desaparecido en la Iglesia.
En tiempos ya más recientes, el estrepitoso fracaso de grandes Órdenes Religiosas, como es el caso de la Compañía de Jesús, se debe sobre todo a no haber tenido en cuenta el precepto de Jesucristo: No podéis servir a Dios y a las riquezas.
Por supuesto que esto no lo dice nadie, y estoy seguro de que escandalizará a muchos. Por mi cuenta adelanto que siempre he sido un devoto fervoroso y un ferviente admirador de San Ignacio de Loyola, de cuya santidad nunca he dudado. Pero, lo cortés no quita lo valiente, y nunca he terminado de explicarme el temor de la gente a reconocer la verdad de los hechos. San Ignacio fundó la Orden Jesuítica como una Compañía, lo cual significa una especie de baluarte militar de ataque contra herejes (especialmente protestantes) nacido de la mentalidad de quien, al fin y al cabo, era hijo de su época y además soldado. Nada tiene de extraño que fijara en las Constituciones, como objetivo importante a conseguir y como medio indispensable para difundir el bien, La Procuración del Poder. Bien entendido que el término de Poder implicaba a su vez la idea, tanto en aquella época como en la nuestra, de Riquezas y de Dinero. Conviene recordar el dicho de Quevedo: Poderoso Caballero es Don Dinero. No que tales cosas fueras prioritarias en la mente del Fundador, ni mucho menos, pero sí lo estaban como medios de indispensable ayuda para conseguir los objetivos que se proponía la Compañía. Desgraciadamente, sin embargo, el Poder y las Riquezas engendran necesariamente corrupción, sin que haya modo alguno de evitarla, se quiera o no se quiera. De nuevo estamos ante la misma idea: el dinero como medio de hacer los milagros de grandes logros para el bien de la Iglesia. Si alguien pensaba que Simón el Mago era cosa del pasado se encontraría sumido en un funesto error.
A partir de entonces se ha producido en la Iglesia, con respecto a la Compañía de Jesús, un fenómeno tan difícil de explicar como para ser incluido en la categoría de misterio.
Por una parte, un río de gracias y un plantel de numerosos santos a lo largo de los siglos. Cosa tan evidente que nadie puede negar a la Compañía de Jesús. El bien llevado a cabo por los misioneros y por los miembros de la Compañía es tan inmenso que sólo de Dios es conocido, y solamente se hará patente, como tantas cosas, al final de la Historia de la Humanidad. Una verdad que también pertenece al terreno de los hechos y que nadie se atreverá a negar.
Pero, por otra parte, tampoco se puede negar que la deriva de la Compañía hacia la política, con sus correspondientes manejos y maniobras no siempre claras dentro de esta órbita, es una realidad que se hizo patente demasiado pronto. Lo mismo que sucedió con la actividad misionera a través de los tiempos, no siempre exenta de sospechas de deriva hacia la periferia. La película La Misión, pese a su evidente carácter sectario en contra de la Iglesia, ya muestra indicios de que no siempre las cosas discurrieron por la vertiente correcta. Algo parecido se podría decir de las Reducciones o misiones jesuíticas en Paraguay y otros territorios hispanoamericanos.
Pero dejando aparte todo lo que esas cuestiones tengan de discutible, como indudablemente lo tienen, la deriva moderna de la Compañía hacia la Masonería es un hecho evidente. En la moderna Iglesia el acercamiento a la Masonería por parte de la Compañía es demasiado palpable y conocido. Como que la Compañía ha sido también el principal baluarte para la difusión de la Teología de la Liberación, y ya en los últimos tiempos de la herejía modernista que reina dentro de la Iglesia.
El ápice del fenómeno del apartamiento de la Compañía con respecto a la Fe de siempre de la Iglesia, puede contemplarse, para quien quiera verlo, en una estampa recientemente aparecida y aireada en todos los medios de las redes sociales: la del actual Padre General de la Compañía.
Realizando la obligada tarea diaria de examinar la Prensa, un buen día me topé con el retrato de un señor con bigote, de rostro y aspecto duro y auténtica estampa de un pampero venezolano, diciendo que en la actualidad es necesario reinterpretar a Jesucristo. Magister dixit.
Lo de que me evocó la figura de un auténtico pampero venezolano, y precisamente de los más rudos, lo digo con autoridad y conocimiento de causa. En cuanto que yo he vivido durante algunos años en parroquias de las más pobres de suburbios en grandes ciudades venezolanas, además de haber recorrido la pampa. En cuanto a lo de que me pareció un pampero, y de los más típicos, es cosa que digo porque me vino a la memoria lo de Muñoz Seca en una de sus comedias. Haciendo un paralelismo, sin ánimo de igualar de ni de ofender a nadie, involuntariamente recordé al inmortal jerezano cuando decía en una de sus obras: Sale Fulano con cara de bruto (lo que es)…
(Continuará)
Padre Alfonso Gálvez
[1] Mt 6:24.
[2] San 4:4.
[3] 2 Cor 6: 14–16.
[4] Maritain, tenido por filósofo y apologista católico, llevó a cabo, con su Humanismo Integral, una nefasta labor de difusión de la corriente de naturalismo que tanto daño hizo al auténtico sobrenaturalismo. La tendencia a desvalorizar y rebajar (destruir) lo sobrenatural sería llevada a su culminación por teólogos como De Lubac y Congar.
[5] Mucha gente se ha preguntado acerca del papel representado por un representante del Vaticano en la ONU, pero sin obtener respuesta.