Te rogamos, Señor, que misericordiosamente recibas las oraciones de tu Iglesia, que todas las adversidades y errores sean destruidos para que pueda servirte en la seguridad y la libertad. Por nuestro Señor Jesucristo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por todos los siglos. Amén.
Oh Dios, Pastor y Señor de todos los fieles, mira con buenos ojos a tu siervo Francisco, a quien has tenido a bien nombrar pastor sobre tu Iglesia. Permítele, te rogamos, que pueda beneficiar tanto por palabra y ejemplo a aquellos sobre los que se establece, y de este modo alcanzar la vida eterna junto con el rebaño que se le ha confiado a su cuidado. Por nuestro Señor Jesucristo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por todos los siglos. Amen.
Debido a la publicación de la exhortación papal Amoris Laetitia, los católicos que se empeñan con las enseñanzas perennes de la Iglesia, que están en conflicto con las reflexiones y consejos del papa Francisco, inevitablemente se encontrarán siendo atacados como creyéndose «más papistas que el Papa».
La vieja expresión «más papista que el Papa» se ha referido históricamente a la clase de católico que (por lo general sin saberlo) se basa en su propia comprensión limitada o defectuosa de la Fe y sus propias devociones católicas preferidas y las prácticas religiosas como la regla por la cual mide ortodoxia y ortopraxis. Si alguien es descrito con este pensamiento, o actúa como él mismo piensa, «más papista que el Papa», se supone que significa que es mojigato, pedante, un rigorista o tal vez que sufre de escrupulosidad – o así lo diría el acusador.
La expresión, por supuesto, está conectada con las doctrinas católicas del primado petrino y la infalibilidad papal y la jurisdicción universal. Tomada literalmente, sin embargo, la expresión «más papista que el Papa» sugiere que la forma en que los católicos determinan lo que es el catolicismo, o lo que no es, es mediante la búsqueda de lo que dice el Papa y lo que hace en su vida diaria.
Eso, sin embargo, no podría estar más lejos de la verdad. Como se explica en la Constitución dogmática Pastor Aeternus del Primer Concilio Vaticano, la Iglesia mantiene firmemente que «el Espíritu Santo fue prometido a los sucesores de Pedro no para que por revelación suya pudieran dar a conocer alguna nueva doctrina, sino que, por su ayuda, pudieran guardar y exponer fielmente la revelación o el depósito de la fe transmitida por los apóstoles».
La fe católica no es algo inventado de nuevo por cada Papa, según sus propias opiniones, predilecciones, comprensiones o caprichos. El Papa sólo es bueno como una «vara de medir» cuando enseña formalmente de acuerdo a «la fe una vez dada a los santos», como escribió san Judas Apóstol.
Cuando el papa Liberio accedió a la excomunión injusta de san Atanasio el Grande, y firmó una ambigua fórmula de credo que podría acomodarse a las herejías arriana o semi-arriana, todos los fieles católicos fueron entonces «más papistas que el Papa».
Cuando el papa Honorio I pronunció opiniones teológicas falsas y no corrigió ni condenó a los herejes de Monothelite, todos los fieles católicos fueron entonces «más papistas que el Papa». De hecho, fueron mucho más católicos, que la Iglesia después de su muerte condenó a Honorio como hereje, una decisión que aprobó su sucesor, san León II. «Anatematizamos a los inventores del nuevo error, es decir, Theodore, Sergio,… y también Honorio, que no intentó santificar esta Iglesia Apostólica con la enseñanza de la tradición apostólica, sino por traición profana permitió que su pureza fuera contaminada«. La mayor parte de la historia de la Iglesia, los sacerdotes rezando sus funciones reiteran el anatema pronunciado contra el papa Honorio.
Cuando Esteban VII profanó los restos del papa Formoso durante el terriblemente vergonzoso Synodus Horrenda (el «Sínodo del Cadáver»), cada católico que se esforzaba por practicar la justicia y que respetaba la santidad del cuerpo humano fue entonces «más papista que el Papa».
Cuando el papa Juan XII efectivamente «convirtió el palacio de Letrán en un burdel», como historiadores contemporáneos tan coloridamente lo dicen, y cuando el papa Benedicto IX se entregó a la impureza y el derramamiento de sangre, todos los fieles católicos que se esforzaban por cultivar las virtudes de la castidad, la pureza, la misericordia y la paz en su conducta personal fueron entonces «más papistas que el Papa».
Cuando el papa Juan XXII predicó en sus sermones el error de que los difuntos no gozan de la visión beatífica hasta después del día del juicio en el fin del mundo, todos los fieles católicos fueron entonces «más papistas que el Papa» – y el ruidoso y ultrajado grito de los fieles en su contra le llevó a retractarse de su error, y su sucesor, definió infaliblemente la opinión de Juan XXII como herejía.
La infalibilidad papal no significa impecabilidad papal o la omnisciencia papal. Después de todo, las obligaciones de la docilidad y la obediencia no se extienden tan lejos que uno deba pararse de cabeza y cruzar los ojos para ver si un escandaloso o erróneo enunciado papal es de hecho cierto. La mayor parte de lo que dice el Papa no es infalible, y la autoridad papal nunca se ha extendido a tener el derecho de introducir enseñanzas y leyes que contradigan o que vayan en contra de la Fe. No es ningún deshonor o falta de respeto o desobediencia al Santo Padre señalar y creer las verdades de la fe católica.
¿»Más papistas que el Papa» usted dice? Esto ha pasado muchas, muchas veces en la historia de la Iglesia. Es muy de lamentar cuando sucede – pero ¿por qué debería alguien creer que no puede suceder hoy en día, o incluso ofenderse por la mera sugerencia de que ha vuelto a pasar?
Más que nunca, recemos por la Iglesia. Oremos por el Papa.
El que crea estar en pie, cuide de no caer. (I Cor. 10:12)
[Traducción Rocío Salas. Artículo original]