Gracia o muerte

La Exhortación Apostólica Amoris laetitia recientemente dada a conocer con la firma del Obispo de Roma, Francisco, es un extenso documento que está haciendo correr ríos de tinta.

El párrafo 305 señala:

«A causa de los condicionamientos o factores atenuantes, es posible que, en medio de una situación objetiva de pecado —que no sea subjetivamente culpable o que no lo sea de modo pleno— se pueda vivir en gracia de Dios, se pueda amar, y también se pueda crecer en la vida de la gracia y la caridad, recibiendo para ello la ayuda de la Iglesia».

¿Una enseñanza que descompone la gracia, la anula o la reafirma?

El naturalismo: la negación de la vida de Gracia, es la herejía de hoy. Se va extendiendo, va ahondándose en las conciencias, socava la auténtica fe; es un virus contagioso que niega u olvida el mundo sobrenatural, la vida futura después de la muerte con sus recompensas y castigos, y las realidades invisibles. Y cuán difícil está resultando sustraerse totalmente a esta fascinación lamentablemente aún entre los cristianos.

Los naturalistas consideran a la religión como necesaria para la convivencia pacífica de los hombres, pero una religión sin misterios, que ya no pueden admitir los que ya han descubierto o piensan descubrir todos los secretos de la naturaleza, una religión sin exageraciones que permita al hombre dedicarse por completo a la investigación y al fomento del bienestar de los pueblos, una religión sin sacrificio, sin mortificaciones que la civilización moderna va reduciendo cada vez más, hasta pretender anularlas, una religión fácil y acomodaticia que permita disfrutar de las cosas de la vida, y sirva tan solo para llenar el vacío que siente el corazón del hombre y que hoy se manifiesta con la angustia, una religión sin principios morales fijos, ya que cambian las circunstancias y las exigencias de la vida, y la moral debe acomodarse a ellas.

En fin una religión completamente natural, hecha a la medida del hombre moderno que no le impide el disfrute de todos esos bienes que la vida le proporciona, y que no coarta demasiado su libre espontaneidad, una religión que le haga al hombre «sentirse bien», una religión del sentimiento, una productora de anticristianos.

Ya lo decía el Papa León XIII:

«El mundo muere de hambre porque ha relegado a un rincón lo sobrenatural, sin lo cual no se concibe el cristianismo».[1]

Entre un cristiano y otro puede darse una diferencia radical. Nada menos que de vida o de muerte.

Puede uno hallarse en comunicación vital con Dios mediante la gracia, y puede el otro hallarse sustancialmente separado de Dios a causa del pecado.

Acerquémonos a la comprensión de este sublime misterio, con una vulgar comparación: un tubo puesto en comunicación por medio de una llave abierta con un depósito, contiene el mismo líquido que el depósito, y hasta la misma altura, difiere en una sola cosa, en la medida que depende de la capacidad y que es diferente en uno y otro. ¿No es este en física el principio de los vasos comunicantes?

Sumergidos en Cristo el día de nuestro bautismo, hemos recibido de él la vida divina. La vida divina se derrama de Cristo en nosotros, al mismo tiempo, la misma vida circula en Él y en nosotros, mientras permanecemos en estado de gracia.

Cometemos una falla mortal y ya se cierra la llave de comunicación entre Él y nosotros. Será necesario el sacramento de la confesión, para abrir nuevamente la llave de la comunicación y permitir que el influjo divino, vuelva a nosotros.

El ejemplo escogido por Jesús, la vid y los sarmientos, representa más fielmente lo que viene a ser el hombre cuando la vida divina no circula por él. Es una rama muerta sin savia, sólo capaz de ser combustible para el fuego.

Dada la trascendencia del asunto, los santos padres afirman: hay que ser aut vitis aut ignis, «o la vid o el fuego». O sea hay que ser rama viva unida al tronco, o leño seco apto sólo para la aniquilación.

Existe mucho cristiano inconsciente, que ha roto las amarras con Dios y no se percata de que ha destruido la vitalidad de su alma. Vive encegado por las nieblas del pecado que le impiden contemplar su desgraciado estrado.

La palabra gracia, derivada del latín «gratia», tiene diversas acepciones: hermosura, amistad, benevolencia, favor, agradecimiento; pero entre todas ellas, el significado más usual es el de beneficio, don, todo lo que se da o recibe gratuitamente.

En el lenguaje teológico la «gracia» es un don gratuito de Dios al hombre, en relación con su destino eterno. La gracia puede ser interna o externa.

Aquella que se encuentra fuera del hombre, es la gracia externa, o gracia actual, es percibida por los sentidos externos, es decir que no mueve al hombre desde su interior, por ejemplo el preservarnos Dios de muchos peligros de pecado, los templos, las asociaciones piadosas, las imágenes, la compañía de personas buenas, la predicación, los libros espirituales, el ejemplo de los santos, los milagros.

Las gracias actuales «disponen o mueven a manera de cualidad fluida y transeúnte para obrar o recibir algo en orden de la vida eterna»[2]

Toda externa, si no va acompañada de la gracia actual interna es vana, porque dejan al alma en la incapacidad de hacer actos saludables que contribuyan a su salvación eterna. Esta afirmación es un dogma fundamental de la religión cristiana.

El Santo Cura de Ars afirmó:

«Dejad veinte años a una parroquia sin sacerdote y adorarán a las bestias».

Es por lo tanto absolutamente necesaria la gracia interior.

La gracia es el principio formal de la vida sobrenatural y radica en la esencia misma de nuestra alma de manera estática. Las virtudes y los dones son el elemento dinámico sobrenatural y residen en las potencias o facultades precisamente para elevarlas también al orden sobrenatural.

Así el principio formal de toda nuestra vida sobrenatural es la gracia santificante, que es una cualidad sobrenatural inherente en nuestra alma, que nos da una participación física y formal –aunque análoga y accidental- de la naturaleza de Dios. Más vale la gracia santificante de un solo individuo que el bien natural de todo el universo.

Santa Catalina de Siena decía que si tuviéramos ojos para ver la hermosura de un alma en gracia, aun cuando fuera la ínfima, la adoraríamos creyendo que era el mismo Dios, incapaces de concebir mayor nobleza y gloria.

La gracia es condicionada, es decir, se pierde por el pecado grave (muerte) y se debilita por el pecado leve (enfermedad). Se aumenta y robustece mediante los sacramentos, signos eficaces de la misma.

San Agustín lo ha declarado con nitidez y dramatismo al decir:

«El cristiano nada debe temer tanto como ser separado del Cuerpo de Cristo».

Separado en efecto, ya no es miembro, ya ni es vivificado por su espíritu, y todo lo que tiene el Espíritu de Cristo, no está unido a Él, no recibe algo de Él, está podado de su árbol, con la tragedia de que no puede alimentarse se su savia.

Es la cuestión principal de la Religión Católica: o está el alma unida a Dios, y rebosa de vitalidad, o está muerta por el pecado y dramáticamente separada de Dios.

«Hay que promover –con el ansia de quien asiste a una tragedia lamentable- la vida de la gracia en millares de almas muertas, cadáveres ambulantes en las calles, por las que pasáis, en los lugares que frecuentáis».[3]

Un punto más. Hay quienes creen que hacer obras de misericordia en estado de pecado grave es meritorio ante Dios. Estas obras dice el Aquinate «son obras muertas»:

«La causa por la que las obras, de suyo buenas, hechas sin caridad, no fueron vivas, fue la carencia de caridad y de gracia».[4]

La condición esencial para que una obra buena sea meritoria desde el punto de vista sobrenatural es que ésta se verifique en estado de gracia.

Germán Mazuelo-Leytón

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[1] Cf.: P. MARIO CORTI S.J., Vivir en gracia.

[2] P. ANTONIO ROYO MARÍN OP, Teología moral para seglares, 198 y ss.

[3] PIO XII, Revista Ecclesia, 20 de diciembre de 1952, p. 6.

[4] SANTO TOMAS DE AQUINO, Suma Teológica, III, 89, 6.

Germán Mazuelo-Leytón
Germán Mazuelo-Leytón
Es conocido por su defensa enérgica de los valores católicos e incansable actividad de servicio. Ha sido desde los 9 años miembro de la Legión de María, movimiento que en 1981 lo nombró «Extensionista» en Bolivia, y posteriormente «Enviado» a Chile. Ha sido también catequista de Comunión y Confirmación y profesor de Religión y Moral. Desde 1994 es Pionero de Abstinencia Total, Director Nacional en Bolivia de esa asociación eclesial, actualmente delegado de Central y Sud América ante el Consejo Central Pionero. Difunde la consagración a Jesús por las manos de María de Montfort, y otros apostolados afines

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