Máximas eternas: Sobre el fin del hombre

Considera ¡Oh alma mía! que es Dios quien te ha dado el ser, criándote a su imagen sin que tú lo hayas merecido; te adoptado por hija suya en el santo Bautismo; te ha amado más que un padre ama a sus hijos, y te ha criado para amarle y servirle en esta vida y gozarle después en la otra. ¡Oh que ocupación tan santa y que término tan dichoso! No has nacido, pues, ni tu fin es vivir  para embriagarte con los placeres de los sentidos y poner tu afecto en las riquezas, honores y dignidades de la tierra, ni para comer, y beber como hacen los brutos que no tienen entendimiento, sino para amar a tu Dios y ser eternamente feliz. En cuanto a las cosas criadas, el Señor las ha puesto a tu disposición, como medios que deben ayudarte para llegar a tu glorioso fin.

¡Ay de mí! ¡Cuán desgraciado soy por haber pensado en todo menos en mi último fin! ¡Oh Padre mío! ¡Por el amor de Jesús haced que comience una nueva vida, una vida toda santa y toda conforme a vuestra divina voluntad!

Considera cuan amargos remordimientos sentirás a la hora de la muerte, si no has procurado servir a Dios. ¡Cuál será tu dolor cuando al fin de tus días, en aquella hora suprema, veas que no te queda ya más que un poco de humo de todas tus riquezas, opulencia y placeres! ¡No podrás comprender como las vanidades y locuras de un mundo, que tantas veces te ha sido traidor, que entonces no te podrá valer, y como por objetos tan despreciables has perdido la gracia de Dios y tu felicidad eterna! ¡Ay! ¡Entonces no te será ya posible reparar el mal pasado, ni tendrás tiempo para volver a entrar en el buen camino! ¡Oh desesperación! ¡Oh tormento! Entonces verás lo que vale el tiempo, pero demasiado tarde. Desearías comprarlo al precio de tu sangre, pero no será ya posible. ¡Oh día amargo para el que no ha amado y servido a Dios!

Considera también cual olvidado está este fin tan importante. Los hombres piensan en amontonar riquezas, en celebrar banquetes y festines, en regalarse y tener buena vida, pero no en servir a Dios, ni en salvar su alma: el fin eterno es tenido por ellos como cosa de poca importancia. Así es como la mayor parte de los cristianos, por los festines, por los cantos y los regocijos se van al infierno. ¡Oh, si ellos supieran lo que quiere decir esta palabra INFIERNO! ¡Oh hombre! Tú te tomas tanto trabajo tanto trabajo para condenarte y no quieres hacer nada para salvarte. Un secretario de Francisco I, rey de Francia, en los últimos momentos de su vida exclamaba:“¡Desgraciado de mí! ¡He consumido tanto papel en escribir cartas de mi Príncipe, y no he empleado una sola hoja en el examen de mi conciencia, para hacer una buena confesión” Felipe III rey de España, decía también en el momento de morir: “¡Oh si hubiera pasado mi vida sirviendo a Dios en lugar de ser rey!” Pero ¿de que servirán entonces semejantes suspiros y lamentos, sino para aumentar la aflicción y el desconsuelo y tal vez la desesperación?… ––Aprende pues con la elocuentes lecciones que otros te dan, a trabajar cuando tienes tiempo en la obra de tu salvación, si quieres evitar una desgracia irreparable. Vive bien persuadida, ¡Oh alma mía! Que todo lo que haces, dices y piensas, si no es del agrado de Dios, todo, todo es perdido. Vuelve, pues, en ti, que tiempo es ya de mudar de vida, ¡Cómo!¿Querrás esperar para desengañarte a que te halles en el borde de la muerte, a las puertas de la eternidad, a la boca del infierno, cuando  ya no haya medio de salir de tu error?

¡Oh Dios mío perdonarme! ¡Os amo sobre todas las cosas, siento infinitamente la desgracia de haberos ofendido!

Oh María, mi esperanza, rogad a Jesús por mí.

San Alfonso María de Ligorio

Fuente

San Miguel Arcángel
San Miguel Arcángelhttp://sanmiguelarcangel-cor-ar.blogspot.com.es/
Artículos del Blog San Miguel Arcángel publicados con permiso del autor

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