De la Persona de Cristo, y de sus prerrogativas y virtudes

MEDITACIÓN VII.

Para el sábado de la tercera semana de Adviento.

PUNTO PRIMERO. Esta consideración ha de cargar sobre las palabras que dijo el arcángel san Gabriel a la Santísima Virgen, cuando la ofreció de parte de Dios un Hijo sin riesgo de su pureza, el cual le pronosticó que tendría las cualidades siguientes[1]: Llamarásle Jesús, y será grande, y se llamará Hijo del Altísimo, y Dios le dará la silla de su Padre David, y reinará en la casa de Jacob eternamente, y su reino no tendrá fin. En todo lo cual hay mucho que meditar: lo primero considera la Persona de Cristo, Dios y Hombre en un supuesto, su alma bienaventurada y gloriosa desde el instante de su Concepción, exento de todo pecado, mácula ó imperfección, y que le puso el cielo por nombre Jesús, que quiere decir Salvador, porque a costa de su sangre había de redimir el mundo, y desde que tuvo ser se ofreció al Eterno Padre en hostia y sacrificio por los hombres; y pondera que aunque por no haber contraído el pecado de Adán, no debiera contraer sus miserias y nacer impasible y con los dotes de gloria que después tuvo; pero su amor infinito y la grandeza de su caridad le obligaron a nacer pasible y mortal, y sujetarse a las calamidades, trabajos y miserias que los demás hombres para redimirnos a costa de su sangre y Pasión: dale gracias por tan grande merced, y pídele favor para humillarte y padecer hasta la muerte por su amor.

PUNTO II. Considera lo que dijo el arcángel, conviene a saber, que será Grande, porque lo fue en todo, en la caridad, en la potencia, en la sabiduría, en la enseñanza, en la doctrina, en los milagros, en la humildad y paciencia, y en el resto de todas las virtudes. Grande y tan grande, que ni tuvo antes igual ni después comparación. Pondera que aquel es verdaderamente grande, que lo es delante de Dios, y toda la grandeza del mundo es como soñada y aparente no más; porque los grandes del mundo, si no tienen virtud, son como nada y despreciados delante de Dios. Contempla, cómo siendo Cristo tan grande, se trató como pequeño, y se portó con suma humildad entre los hombres, conversando con ellos como uno de ellos, y sirviéndolos en los más humildes oficios; de quien debes aprender a humillarte más que todos, si te hallares sublimado en las dignidades de la tierra.

PUNTO III. Considera aquellas palabras del arcángel: Será llamado Hijo del Altísimo, porque lo fue en la realidad de verdad, y su vida correspondió a Hijo de quien era, y mereció ser aclamado por Hijo verdadero de Dios, adorado y respetado como tal por todos los cielos y la tierra; gózate de tener tal Redentor, y mete la mano en tu pecho, y considera si corresponde tu vida á tu origen y dignidad; pues siendo, como dice san Pablo[2], por naturaleza hijo de ira, eres por su gracia hijo de Dios. Mira si correspondes a tal Padre y si mereces ser llamado hijo de Dios, y avergüénzate en su presencia de hallarte tan abatido a las criaturas y tan indigno de este nombre, y pídele al Señor que te dé la mano para servirle y enmendarte, y hacer obras dignas de la merced que te ha hecho.

PUNTO IV. Considera el resto de las palabras del arcángel, en que dice: Que Dios le dará la casa de David su Padre, y reinará en la de Jacob eternamente, y que su reino no tendrá fin: mírale rey coronado y de la prosapia de David, entendiendo en tu bien y provecho, como si para ti solo hubiera nacido, y pondera qué agradecimiento debes a quien tanto bien te ha hecho. Pondera que dice, reinará en la casa de Jacob, el cual no tuvo una sola bendición como su padre Isaac, sino tantas cuántos hijos le dio Dios, porque el reino de Cristo y su opulencia no es limitada, sino infinita con tantas bendiciones cuántos hijos tiene, y tantos reinos cuantos siervos: mira no pierdas tú el que tiene prevenido para ti, y carga últimamente el peso de la consideración en aquellas palabras: Y su reino no tendrá fin; porque ha de ser eterno para siempre, sin fin, sin fin ni diminución jamás. Cava y ahonda en esta eternidad, y conocerás por ella la brevedad de todo lo temporal y la estima de lo eterno, y resuélvete firmísimamente a procurar lo celestial y a despreciar lo terreno.

Padre Alonso de Andrade, S.J

[1] Lucas 1, v 32.

[2] Efesios 2.

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Meditaciones diarias de los misterios de nuestra Santa Fe y de la vida de Cristo Nuestro Señor y de los Santos.

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