Del Canto Magnificat, y nacimiento de San Juan

Para el martes de la cuarta Semana de Adviento

PUNTO PRIMERO. Considera, que cuando la Bienaventurada Virgen recibió la alabanza de Santa Isabel, prorrumpió en alabanzas a Dios, atribuyéndole a Él toda la gloria, aunque no negó las palabras de Santa Isabel; porque la humildad, como enseña santo Tomás, se fundamenta en la verdad. Esto no impidió, sin embargo, que refiriera todas sus alabanzas a Dios como a fuente y origen de la gracia, como causa de su obra y de quien le venía todo el bien: y aunque era medida en sus palabras, fue generosa en su alabanza, porque se refería a Dios,   en cuyo amor se abrasaba su alma. Esto le impidió ser parca: al contrario, todo le parecía  poco para engrandecer y glorificar al Señor. Pues los santos hablan poco con los hombres, pero hablan mucho con Dios. Esto debe incitarte a sentir afecto por la  humildad y  a reconocer lo que Dios hace por ti, confesando, como es evidente, que no tienes otra cosa que pecado, y que todo lo bueno que posees viene de la mano de Dios.  Y de este modo estarás dispuesto a hacer continuas acciones de gracias por los favores que de Él recibes, y a pedir  que suplan tu imperfección al hacerlo, a los   ángeles y a su Reina, y a todos los santos, para que agradezcan a Dios de tu parte.

PUNTO II.  Medita palabra por palabra todas las que pronunció en esta ocasión la Santísima Virgen, porque todas están llenas de misterios y enseñanza. La primera fue: Mi alma engrandece al Señor. En ella está proclamando y a la vez enseñando que no sólo alababa a Dios con la boca, sino con el espíritu y el alma y con todas sus potencias; y no dice que engrandecía como refiriéndose a lo ya pasado,  sino que lo hacía en modo presente, porque siempre le estaba engrandeciendo, alabando y glorificando sin cesar, sin que el sueño siquiera pudiera interrumpir sus alabanzas, según lo del Cantar de los Cantares: Yo   duermo, y mi corazón vela[1]Esto debe enseñarte a alabar a Dios en todo tiempo y con todas tus obras y acciones, y no sólo con el cuerpo, sino también con el alma. La segunda fue: Mi espíritu se alegró en Dios mi Salvador. Aquí declara la Virgen cómo todo el bien que posee procede de la mano de Dios. Y  nos enseña que no hay gozo verdadero fuera de Él. Este gozo tiene su raíz en el alma, y de ella  mana a todo el cuerpo y a todas las potencias sensibles; y así decía aquel santo[2]: Si tienes buena conciencia, siempre tendrás alegría; y al  contrario, si tienes mala conciencia, no tendrás gozo completo: por el contrario, siempre tendrás tristeza; y dice también que se  alegró en Dios su Salvador, porque de Él, como de tal le viene toda la gracia y alegría espiritual.

PUNTO III.  Ahora debemos considerar diez títulos con  los que la Santísima Virgen pudo ensalzar y engrandecer a Dios, presentes en los versos siguientes. Primero, porque miró la pequeñez de su esclava: este título hace  referencia por una parte a Dios, y por otra a María; a Dios, que pone los ojos en los humildes, y los aparta de los soberbios; y a María que siempre se humilló, y se tuvo por esclava, por lo cual Dios la miró siempre, y eso motiva su alabanza. El segundo: Desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones. De donde comprenderás cuánta dicha es que Dios se fije en un alma, ya que por ello todas las gentes la proclaman como bienaventurada. Considera cuánta dicha produce alcanzar la bienaventuranza, y haz lo mismo que hizo la Bienaventurada Virgen para alcanzarla. Tercer título: Porque ha hecho en mi cosas grandes el que es poderoso, y su nombre es santo. Las cosas  que Dios obró en la Virgen Santísima fueron  tales, que no se decide a decirlas, ni le parece que hay palabras que las puedan expresar, y por eso dice en general, que fueron grandes. Considera despacio las grandezas y prerrogativas de esta celestial Reina y Señora, alégrate de que sean esas y en tal grado, porque Ella era digna de recibirlas; y uniéndote a la Sacratísima Virgen, alaba mil veces a Dios por ellas. Cuarto: Su misericordia pasa de generación en generación a los que le temen. En que declara, que no se limita a un tiempo, sino que extiende su infinita misericordia a todos los  siglos. Ruégale que te llegue a ti, y que por su intercesión te alcance algo de esa misericordia que  usa  con todos. Quinto: Hizo obras poderosas con su brazo. Ninguna mayor que hacerse hombre, en lo que puso el resto de su poder y sabiduría.  Sexto; Desbarató a los soberbios en su mente y corazón. Esta es obra de su justicia y nos da  motivo para, bendecir a Dios, no solamente por la misericordia que usa con los buenos, sino también por la justicia que ejecuta con los malos , humillando a los soberbios y ensalzando a los humildes. El séptimo y octavo concuerdan con este: Echó de su trono a los poderosos y ensalzó a los humildes: llenó de bienes a los hambrientos, y dejó vacíos a los ricos. Por lo cual debe ser alabado y ensalzado; y considera para tu provecho, cómo Dios muestra su rostro a los humildes y pobres, y los  ayuda; y les pone mala cara a los soberbios, los ricos y sibaritas de este mundo, y al apartar de ellos sus ojos, quedan vacíos. En el último verso declara otros dos títulos, diciendo: Recibió a Israel su Siervo; acordándose de su misericordia, como lo había dicho a nuestros Padres, Abraham y sus descendientes por todos los siglos. Engrandeciendo a Dios, nos da motivo de alabarle; por un lado, por la providencia y cuidado que tiene con los suyos; por el otro, por la fidelidad con que cumple sus promesas; pues aunque  se retrase, por arcano designio, no se olvida nunca y su tiempo visita a los suyos,  los consuela y enriquece con sus gracias. Así lo hizo con Santa Isabel, naciendo San Juan a pesar de su vejez; y con el mundo, dándole al Mesías prometido, por medio de la Reina del Cielo. Aprende tú a bendecir a Dios, y a perseverar en tus deseos, y esperar la misericordia de las manos del Señor.

PUNTO IV. Finalmente, se ha de considerar  lo que haría la Bienaventurada Virgen aquellos tres meses en casa de Santa Isabel, sus pláticas y coloquios, sus acciones, y el agrado y diligencia con que la asistiría, ocupándose en las cosas domésticas. Considera con cuanta prisa fue por el camino, con cuánto tiempo se detuvo en la casa, para el consuelo de todos, y cómo  las ocupaciones espirituales  se han de realizar despacio; y como colofón, en palabras de San Bernardo, nació San Juan en las manos de la Virgen, de donde recibió la mayor parte de sus dichas. Pídele que te reciba en sus manos, ofrécele  todas tus obras, pensamientos y palabras y conseguirás de ella lo que necesitas.

Padre Alonso de Andrade, S.J

[1] Cant. 5

[2] Beato Tomás de Kempis, Tomo 1.

Meditación
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Meditaciones diarias de los misterios de nuestra Santa Fe y de la vida de Cristo Nuestro Señor y de los Santos.

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