[imagen: Pablo VI saluda a los observadores protestantes que participaron en la elaboración del novus ordo]
Cualquiera que estudie seriamente el problema litúrgico del novus ordo, no puede menos que concluir que su lex orandi, muy difícilmente refleja en toda su plenitud la verdadera lex credendi católica, que sí expresa perfectamente la Misa tradicional. No voy a entrar ahora a dar detalles, pues hay una extensa bibliografía al respecto, parte de la cual pueden encontrar en nuestra sección de descargas, y muy especialmente les sugiero leer El drama litúrgico.
Es una cuestión diría ya que, de Verdad histórica, innegable a cualquiera que desee afrontar honestamente la problemática. Está más que acreditada la motivación ecuménica del nuevo rito, que llevó a “difuminar” la lex orandi para que fuera más aceptable con la lex credendi protestante.
Conozco sacerdotes que celebran ambos ritos, pero son muy honestos intelectualmente, y si se les pregunta reconocen la profunda divergencia existente. Sin embargo, muy especialmente a raíz de Summorum Pontificum, muchas personas, grupos e incluso autoridades eclesiásticas, andan difundiendo la idea de que la difusión de la Misa tradicional es una mera “sensibilidad”, un “gusto”, una especie de club de amigos del incienso, los «trapos» y lo antiguo, totalmente ajena a cualquier disputa o reivindicación de la Verdad litúrgica y católica… y eso es sencillamente falso.
Es justamente en este sentido, en el que la autoridad neomodernista eclesial tolera la Misa tradicional, concedida como una dádiva a los devotos de dicha «sensibilidad», a un grupo de nostálgicos amigos de lo antiguo. En esta iglesia postconciliar donde lo importante es la «experiencia» y el «sentimiento», ellos no tienen problema en que si un grupo de personas «experimentan» a Dios de esa forma… pues que lo hagan, igual que hay otros que lo hacen dando saltos, palmadas y tocando la guitarra, eso sí, siempre que en absoluto implique crítica alguna a la joya de la corona conciliar, la reforma litúrgica.
Afirmaciones leídas recientemente, como que ambos ritos tienen una perfecta continuidad, y que son expresiones de la misma lex credendi, proponiendo fusionar la Misa tradicional con el novus ordo, son un intento de crear una “hermenéutica de la continuidad” litúrgica ad hoc, con las mismas carencias e inexactitudes que la original.
Entiendo que, tras todo ello, en muchos casos, sencillamente se esconde una prudencia mal entendida, un no querer salir del margen de comodidad personal institucional, un evitar ir contra el superdogma del Vaticano II y lo políticamente correcto, y/o una simple estrategia para sobrevivir tradicionalmente en un ambiente episcopal hostil. No juzgo las intenciones, ni las actitudes, que presumo son siempre las mejores, pero creo que es preciso advertir sobre esta peligrosa orientación que reduce el tremendo problema litúrgico que se creó tras el Concilio a un mero caso de “sensibilidades” y malas interpretaciones, pretendiendo que aquellos que denuncien la Verdad son una especie de peligrosos fanáticos y exaltados a los que hay que silenciar a toda costa.
No, no es así, y hay que decirlo con fuerza. No puede haber verdaderas soluciones sobre las medias verdades, la distorsión de la historia, y la creación de falsas e imposibles hermenéuticas. Cualquier solución debe venir sobre la base de la Verdad, que es lo que caracteriza a los cristianos. La Verdad siempre por delante.
Ayer, como hoy, podemos seguir repitiendo lo que dijo el cardenal Ottaviani: El novus ordo “se aleja en conjunto y en detalle de la teología católica de la Santa Misa”.
Al pan, pan, y al vino, vino: «Que vuestro modo de hablar sea: ‘Sí, sí’; ‘no, no’. Lo que exceda de esto, viene del Maligno» (Mt 5, 37).
Miguel Ángel Yáñez