El otro día, algo en mí se quebró y publiqué en la cuenta pública de Twitter del Papa @pontifex, un llamado para que el Santo Padre, el Vicario de Cristo se arrepienta de sus blasfemias.
Voy a empezar a hacerlo todos los días. Es un grito que ha estado creciendo en mi mente por algún tiempo, y uno que finalmente ha sido expresado. Hemos estado sujetos a este Papa durante tres años, diciéndonos que él cree estar por encima de la Ley de Cristo, que él tiene un oído especial para “escuchar al Espíritu”, para alterar la Ley de Cristo. Él ha propuesto el “conflicto” entre los Mandamientos, e incluso la oposición entre las mismas Personas de la Santa e indivisible Trinidad.
Toda la semana pasada, lo tuvimos de nuevo insultando a gente como al Cardenal Burke, Cardenal Müller, Cardenal Brandmüller y a todos aquellos que se opongan a sus planes por el amor a la Verdad, a Cristo y a su Iglesia, indicando que son “cerrados, duros, con corazones testarudos” y que son como “doctores de la ley” que “resisten al Espíritu”. Esto simplemente porque creen que Cristo era digno de confianza.
Fue demasiado.
La gente en condiciones psicológicas desesperadas, a veces lanza “llantos pidiendo ayuda” disfrazados como acciones que se oponen a la verdadera causa. La naturaleza de esta condición psiquiátrica, generalmente no es evidente para la persona; pero que el instinto de supervivencia puede ser tan fuerte, que en sus palabras y comportamiento hay señales que pueden ser leídas por aquellos con suficiente paciencia y sagacidad. Empiezo a preguntarme si una analogía a este “llanto pidiendo ayuda” podría explicar la creciente audacia en los comentarios y declaraciones del Papa Francisco; quizás es una especie de señal. En algún lugar debajo de estas palabras, hay un hombre que quiere ser confrontado y corregido… ¿salvado de lo que sea que lo tiene apretado? ¿Es posible pensar de este modo de sus declaraciones más comunes?
¿Cuántas veces hemos escuchado al Papa Francisco desaprobar los intentos de recordarle su deber de defender el depósito de la Fe por parte del prelado ortodoxo y laicos? Estos “doctores de la ley” parecen estar entre sus objetivos favoritos, y parece una buena noticia, ya que aparentemente son escuchados. No se les presta atención, desde luego, pero al menos parece estar alerta de que hay una oposición creciente. Al menos eso.
Tuvimos otra (de sus declaraciones) la semana pasada, durante la homilía en Casa Santa Marta, en la que Francisco se presenta a sí mismo como profeta del Espíritu Santo, alguien que ha escuchado las palabras del “Espíritu” y que tiene, sin duda, la “humildad y la ambición” de seguir a donde este “Espíritu” guíe, aún si guía a toda la Iglesia (con 1.200 millones de almas) lejos de las palabras registradas de Nuestro Señor Jesucristo, la Segunda Persona de la Santa Trinidad.
En su homilía “Se dócil al Espíritu”, Francisco declara claramente que es el Espíritu Santo quien lo está guiando para que intente tirar de la Iglesia lejos de su adhesión a Jesucristo. Que esta dirección es el verdadero “crecimiento” de la Iglesia de Cristo. Él propone, en esencia, si no es con palabras, un conflicto y oposición entre Cristo y el Espíritu Santo, una blasfemia monstruosa.
“Es Él quien hace las cosas. Es el Espíritu quien da a luz y hace crecer a la Iglesia”, declaró.
«En días pasados, la Iglesia nos presentó el drama de la resistencia al Espíritu: los corazones cerrados, duros, necios, que resisten al Espíritu. Veían las cosas – la curación del lisiado por parte de Pedro y Juan en la Puerta del Templo; las palabras y las cosas grandes que hacía Esteban… – pero se quedaron cerrados a estos signos del Espíritu y opusieron resistencia al Espíritu. E intentaban justificar su resistencia con una ‘por así decir, fidelidad’ a la ley, es decir, a la letra de la ley».
«Hoy, la Iglesia nos presenta lo contrario: no la resistencia al Espíritu, sino la docilidad al Espíritu, que es precisamente la actitud del cristiano»
«Ser dóciles al Espíritu, permite que el Espíritu pueda actuar, impulsar y hacer crecer a la Iglesia»
Creo que valdría la pena analizar esto punto por punto. Una semana después de publicar su Exhortación Apostólica “Amoris Laetitia”, Francisco reta a aquellos que se “resisten” al “Espíritu”. ¿Qué quiere decir con ello y qué significa esto en un sentido objetivo?
- “En días pasados, la Iglesia nos presentó el drama de la resistencia al Espíritu: los corazones cerrados, duros, necios, que resisten al Espíritu… Es el Espíritu el que da a luz y hace crecer a la Iglesia”.
Claramente el Papa está molesto por la reacción a su Exhortación, y claramente él cree que las propuestas en ella son parte de la voluntad divina para “hacer crecer a la Iglesia” y “moverse hacia delante”. Pero yo pregunto: ¿Puede el Espíritu Santo querer algo que se opone al mandato de Jesucristo?
2. “….los corazones cerrados, duros, necios, que resisten al Espíritu…”
Él cita la reacción por parte de los líderes del Templo Judío a la curación hecha por Pedro y Juan de un hombre cojo de nacimiento. Pedro dijo: “No tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, ¡camina!”. Y obviamente, el cojo caminó. Pedro dio un sermón a continuación de este milagro, y una muchedumbre de gente se “llenó de admiración y asombro” ante el milagro y las palabras.
¿De qué trató el sermón? Se trató de cómo los Judíos rechazaron y no aceptaron a Jesús, a “quien entregaron” para ser crucificado por Pilatos.
“Vosotros negasteis al Santo y al Justo y pedisteis que se os hiciera gracia de un homicida. Disteis la muerte al autor de la vida, a quien Dios resucitó de entre los muertos, de lo cual nosotros somos testigos. (Hch 3, 14-15). Pedro pone claramente la curación del cojo en las manos del mismo Jesús, el Autor de la Vida e Hijo de Dios. Él excusa a los Judíos de la muerte que dieron a Dios, porque ellos actuaron “por ignorancia”, pero los insta ahora a “arrepentirse, y cambiar una vez más para que sus pecados sean borrados” por Él Mismo a quien ellos han matado.
En otras palabras, Pedro está diciendo a los Judíos que es de Jesús de quien se trata todo, Jesús, que es el “Autor de la vida” y el que da sanación y perdón de los pecados a aquellos que se arrepienten. Cerca de 5 mil personas escucharon, vieron y creyeron.
3. “…pero ellos estaban cerrados a estos signos del Espíritu y resistieron al Espíritu…”
Naturalmente “ellos” se refiere a los “sacerdotes y el capitán del tempo y a los Saduceos”, y ellos no se van a quedar tranquilos con estas palabras, por lo que arrestan a Pedro y Juan y les demandan saber “mediante qué poder o nombre hicieron esta curación”.
“Entonces Pedro lleno del Espíritu Santo, les dijo ‘Gobernantes de las personas y ancianos, si estamos siendo examinados hoy respecto a una buena obra hecha a un inválido, y sobre los medios mediante los que fue curado, sea de conocimiento para todos ustedes y para toda la gente de Israel, que por el nombre de Jesús de Nazaret, a quien crucificaron, a quien Dios levantó de entre los muertos, por Él este hombre está parado hoy ante ustedes. Ésta es la piedra rechazada por ustedes los constructores, pero que se ha convertido en la piedra angular. Y no hay salvación fuera de Él”.
Así que queda claro que el milagro hecho por Pedro, a través del Espíritu Santo, vino de invocar directamente el nombre del mismo Cristo. Existe una unidad entre el Espíritu Santo y Jesucristo, el Autor de la Vida, que no puede ser quebrantada.
4. “Ellos intentaban justificar esta resistencia con una supuesta fidelidad a la ley, esto quiere decir a las palabras de la ley”.
«Ellos», los sacerdotes y los saduceos, afirma Francisco, se resistían al Espíritu y lo que el Espíritu quería hacer a través del pretexto de la «fidelidad a la ley, es decir, a la letra de la ley». Su implicación es que el deseo que tenemos de adherirnos a la nueva ley de Jesucristo, el autor de la vida, para quien y por quien fueron hechas todas las cosas, es de la misma especie.
Excepto que no lo es. Ellos estaban cumpliendo con la antigua ley, la ley de Moisés, y se oponían a los seguidores de Cristo por estos motivos. Pero la ley antigua fue cumplida en Cristo, y sólo Él, ni el Papa, tenía la autoridad para cambiar sus preceptos. Pedro era papa por aquel entonces, y él obedeció a ambos: a los mandamientos de Cristo, y fue «lleno del Espíritu Santo».
Cristo había dicho a los Judíos que era sólo por una concesión otorgada debido a la «dureza de sus corazones,» lo que permitió a Moisés «un certificado de divorcio», pero con su propia autoridad divina Jesús dijo que éste no era el caso «desde el principio», es decir, desde los tiempos de Adán y Eva. El matrimonio, por lo tanto, se eleva por Dios mismo al nivel de un Sacramento, y se hace irrompible por cualquier acto del hombre. La adhesión a esta nueva ley de Jesucristo no nos convierte en algo parecido a los que en el templo ese día, «resistieron al Espíritu». Esto se debe a que el Espíritu Santo no puede contradecir la voluntad de Cristo. La voluntad del Espíritu Santo y la voluntad de Jesucristo no se oponen. No entonces. No ahora. Jamás.
Ahora, en la Exhortación de Francisco, podemos ver una grave discrepancia, por decirlo suavemente. La exhortación (y hemos tenido su confirmación a esto ayer en su última conferencia de prensa en el avión) abre la puerta a un cambio en la «praxis» de la Iglesia, de negar la comunión a los Católicos «divorciados y vueltos a casar» y otros en situaciones «irregulares». En otras palabras, su documento sigue la tendencia de la Iglesia desde la década de 1960, que en sí sigue al mundo secular en el caos y la locura de devorar almas mediante la revolución sexual. Su objetivo es rebajar la gravedad del pecado sexual y la profanación del Santísimo Sacramento. Para transformar la noción de pecado mortal a una mera «irregularidad».
Otros han examinado los detalles de lo que contiene el documento, pero ayer el propio Papa confirmó enfáticamente que contiene «posibilidades» que no habían existido antes, para las personas en estas situaciones.
(Ver desde el minuto 21:40) — enlace a video: https://youtu.be/s4B7ltncBec
El propósito de la exhortación fue, por decirlo en los términos más simples posibles, el de abrogar el mandamiento de Jesucristo y de poner en marcha una Nueva Ley, que el Papa afirmó en su homilía del jueves en Santa Marta, es guiada por un «Espíritu», en oposición a Cristo.
En la conferencia de prensa del vuelo de retorno de Lesbos, Francisco le dijo al reportero que revisara de nuevo las observaciones preliminares del cardenal Schonborn sobre la exhortación. Schonborn la llamó explícitamente, como un «desarrollo de la doctrina», ignorando el hecho de que dicho desarrollo no puede contradecir la enseñanza existente, nunca puede transformar un «no» divino en un “sí” eclesial.
La Iglesia, que realmente sigue la «lógica del Evangelio» y la advertencia de San Pablo, sabe que «comer y beber indignamente» la Eucaristía, es comer y beber el propio «juicio» a la condenación eterna. Que la recepción de la Eucaristía, lejos de ser un «fármaco muy eficaz» para la gente en un estado de pecado mortal, sólo se está agregando la gravedad de su condición, amontonando el pecado de profanación en su pecado existente contra el sexto mandamiento.
Jesucristo, el autor de la vida, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, dijo en términos absolutamente claros que el divorcio es una fantasía, y que un hombre «divorciado» o una mujer que intenta casarse con otra persona, está cometiendo un pecado mortal de adulterio. El Espíritu Santo no puede ahora, nunca ha podido, y nunca podrá oponerse a estas realidades.
Y decir que Él podría oponerse es una blasfemia. Decir, por otra parte, que «el Espíritu» le dice a Francisco que él, el Papa, tiene la autoridad para anular las palabras de Jesucristo, el autor de la Vida y la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, es una blasfemia.
Este Papa, al parecer endurecido en su perversa ideología, es un blasfemo habitual, y me atrevería a decir que, dada su aparente creencia firme de que estas afirmaciones son verdaderas y opuestas a la enseñanza de la Iglesia, es un hereje sin sentido, alguien que se cree estar por encima de la Ley de Dios, en efecto, de tener el poder de cambiar a voluntad lo establecido.
Pregúntense por un momento, ¿qué «espíritu» es el más interesado en la derogación de la Ley de Cristo? ¿Qué espíritu se opone a Cristo? No es el Espíritu Santo. (Es interesante, y se ha comentado antes, que además de que parece que nunca hace la genuflexión ante el Santísimo Sacramento, el Papa Francisco sigue un extraño hábito de moda en los hombres de Iglesia liberales, al referirse más a menudo al «Espíritu» en lugar de especificar cuál. En el informe de Radio Vaticano sobre esa homilía, una búsqueda revela que habló de ese «Espíritu» 22 veces en sus observaciones directamente citadas. Él especifica al «Espíritu Santo» sólo dos veces).
El Papa Francisco ha decidido que «el Espíritu» le dice a él y a sus seguidores que las palabras de Jesucristo son nulas. Que las palabras y mandatos del Autor de la Vida ya no se aplican. Que no están actualizados. Son duros e implacables, sin misericordia. Por lo tanto, cualquier persona que todavía quiere adherirse a la enseñanza y mandamientos de Jesucristo está «resistiendo al Espíritu». Y blasfemamente exige que seamos «dóciles» a ese engendro.
¿Es posible que este Papa no crea que Jesús es el centro de la Fe Católica? Desde luego, parece que no le gusta mucho. Ha acusado a Nuestro Señor en otras ocasiones de cometer pecados, de la mentira, de alterar a Su madre y Su padre adoptivo. Desde luego, parece que no le gustan las palabras específicas y acciones de Jesús que se oponen a lo que él, el Papa, quiere hacer.
Ciertamente, parece como si el Papa no fuera más que un miembro de un determinado grupo de prelados que se sienten de esta manera acerca de Nuestro Señor. Que simplemente no le gusta mucho y sostienen que Jesús era un poco demasiado «duro» y que sus preceptos son para los «estoicos» solamente. Nosotros la gente normal necesitamos una piedad más fácil, poco exigente, a merced del mundo, el mismo mundo que simplemente ha renunciado al matrimonio y a Cristo.
Esto lo expresó claramente uno de los nuevos cardenales seleccionados por Francisco, José Luis Lacunza de Panamá, cuya declaración se registró en el segundo Sínodo, de que la Iglesia necesita una piedad más parecida a la de Moisés que a la de Jesús, una declaración que me hizo murmurar «¡blasfemia!» en Internet.
«Moisés se acercó a la gente y dio paso (al divorcio),» Lacunza habría declarado. «De la misma manera hoy en día, la ‘dureza de corazón’ se opone al plan de Dios [para permitir el divorcio]. ¿Acaso Pedro no podría ser misericordiosos como Moisés?»
Ciertamente, no hay constancia de que esta horrible afirmación, hecha justo en frente del Papa, haya sido corregida o haya sido amonestada de alguna manera.
¿Cómo vamos a reaccionar ahora que este sentimiento anti-Jesús, esta opinión «anti-Cristo», se expresa abiertamente por el propio Papa? ¡Lo chocante es que nadie se sorprendió! Lo que realmente debería arder en nuestros corazones es que su audiencia estaba sentada tranquila. El Vicario de Cristo ¡ha blasfemado contra la Santa Trinidad! ¡Ante sus propios ojos!
¿Queda algún Católico que escucharía esas palabras, y se pondría de pie para decir: «Santo Padre, ¡eso es una blasfemia! ¡Eso es herejía! ¡No se debe cometer un pecado tan horrible!»¿A nadie le preocupa su alma? ¿Nadie va a recordarle de la terrible condición que le espera en la próxima vida? o ¿nadie va a llamarlo para pedir que se arrepienta y evitar (la blasfemia)?
Yo lo haré. Espero y oro, por el amor de su alma y por el amor a Cristo, que los demás también lo hagan.
Hilary White
[Traducido por Cecilia González Paredes. Artículo original.]