He tenido este artículo en el fondo de mi mente desde hace algún tiempo, e incluso compartí el título y la esencia general del mismo con algunas personas, cuyos ojos brillaron como el rayo transportador del Enterprise-A al escucharlo. Tengo el placer de publicar aquí, como mi primera entrada, y espero que sea la primera de muchas columnas (dependiendo de la cantidad de litigios y arreglos que este artículo genere) en The Remnant.
Hace mucho tiempo en una galaxia muy, muy lejana, yo compartía vivienda en una casa grande, construida en la década de 1920 con un amigo. Tenía el dormitorio principal, y por lo tanto mi propio baño privado, y todo estaba completamente correcto. No teman, amables lectores. No los escandalizaré con cuentos obscenos, no habrá «acompañamiento cuerpo a cuerpo», para usar una de las expresiones más espeluznantes de la Iglesia de Francisco. Fue un excelente uso de la propiedad, muy frugal y asequible. Y, sí, sin duda prefería vivir con hombres, tanto por la seguridad, así como por el punto de vista en cuanto a tranquilidad doméstica.
En este caso en particular lo hice, de hecho, y en gran medida considero y admiro como un preciado amigo al compañero masculino con el que compartí la casa, y no importa tanto la gran aventura que viví aquellos días embriagadores de mi juventud, cuando mi curva de aprendizaje era casi vertical, y cada día parecía una aventura; siempre era un placer simplemente volver a casa.
Siempre he sido un poco «entusiasta de la comida», y a menudo comía fuera, para luego llegar a casa después de la «hora punta» ya de noche, a la cocina relativamente grande y bien equipada que teníamos. De hecho, cuatro de cada cinco dentistas encuestados habrían adivinado que mi refrigerador, lleno de condimentos, encurtidos, frascos de vidrio reciclados con grasa de tocino, y otras tantas botellas de Corona Extra como pudieran caber en el lugar restante, era la «estantería de un hombre». Y habrían estado equivocados. Pero me estoy desviando.
Mi ritual de las noches antes de acostarme, en orden era: ir a la cocina, lavar y secar cualquier plato y utensilios de cocina usados ese día, incluyendo la cafetera, levantar las rejillas de la estufa de gas y limpiar a fondo y pulir la cubierta de la estufa de acero inoxidable, limpiar las encimeras, la mesa de la cocina y el fregadero de acero inoxidable de doble lavabo, y finalmente colocar las rejillas de la estufa sobre la misma, y limpiar perfectamente la cacerola pequeña para que mi amigo pueda calentar la leche para el próximo café de la mañana .
Tenga en cuenta, que rara vez los platos eran ensuciados por mí persona, ya que comía más a menudo afuera. Además, yo casi nunca era la primera en la cocina por la mañana, y no era un bebedora habitual de café. Limpiaba la cocina y preparaba los accesorios para la mañana siguiente, no para mí, sino para mi amigo y compañero de casa. Yo quería que él empezara su día de descanso no con una cocina sucia, platos apilados en el fregadero, y una estufa cubierta de grasa, pensamiento en el fondo de su mente, «Oh, voy a tener que limpiar la cocina después de llegar a casa del trabajo…»
No. Yo quería darle el más pequeño de los regalos, un poco de ayuda en la casa. Y Dios me perdone, que los veinte minutos de silencio, todas las noches de limpieza de la cocina, en particular, el pulido de la estufa y el ordenar las cacerolas, era la mejor parte de mi día. Si fuera deshonesta yo diría que algún acto litúrgico o alguna oración formal eran la mejor parte de mi día, pero no lo era. El silencio, la oración espontánea de la acción de gracias que fluía de mi alma al recordar los acontecimientos de ese día, y lo feliz que estaba de estar donde estaba, rodeada de amigos, recordando aventuras pasadas y hacer planes para futuras aventuras, y orando por mi amigo y compañero de casa y sus intenciones, mientras frotaba la salpicadura de grasa en la estufa con el pulverizador Ajax para disolver la grasa y toallas de papel, esa era la mejor parte de mi día.
A día de hoy, si se me pide localizar mi cenit de felicidad personal, no tiene nada que ver con mis logros personales en los negocios, mi primera escuela de marketing para ganadería, la apertura de mi firma como agente de bolsa, o incluso mi primer mes con un sueldo de seis cifras. Tampoco tiene que ver con mi recepción en la Iglesia, que fue más una sensación de alivio que otra cosa. Si me preguntan cuando me sentí feliz, verdaderamente, realmente feliz, fue cuando yo estaba limpiando para un hombre. Así que Betty Friedan[1] enrolla eso muy bien en tu Virginia Slims[2] y fúmatelo. Es casi como si hubiera algún tipo de cableado físico que nos ha dado Dios, el software de fábrica de la computadora si se quiere, que nos empuja hacia nuestras vocaciones específicas de género, mismas que nos harán verdaderamente felices.
Una noche, mientras yo estaba haciendo la limpieza y poniendo en orden la cocina, mi amigo y compañero de casa, después de haber comido su cena en su habitación, trajo sus platos a la cocina, después de que había comenzado la limpieza. Felizmente extendí la mano para lavar sus platos, ya que yo estaba de pie en el fregadero. El dijo: «No, lo haré.» Y yo respondí alegremente: «No, yo estoy feliz de hacerlo». Lo cual, como lo acabamos de leer arriba, era la sutileza de la noche. En esto, él con rabia me dio los platos, gruñó despectivamente, «Eres tan molesta», y se marchó.
Siendo humana, estaba sin duda herida ante la revelación de que la mejor parte de mi día, este pequeño acto todavía concreto de caridad, era una fuente de molestia para mi amigo. Pero, también me acordé de un libro que había leído sobre la vida de San José por la mística María Cecilia Baij.
Baij afirmó que los acontecimientos de la vida de San José, le fueron revelados a ella por Nuestro Señor, y me encontré que el libro es bastante informativo y creíble. En la revelación, la Virgen se describe como un ama de casa meticulosa, no por el más mínimo indicio de orgullo personal, obviamente, pero por puro amor a Nuestro Señor y a San José.
Además, me ha sorprendido comprender que nuestro Señor, que pudo haber hecho que la casa de su madre se «limpie» milagrosamente, o convocar a los ángeles para hacerlo, simplemente la dejó limpiar. ¿Por qué? Porque quería que fuera feliz, y sólo se puede ser verdaderamente feliz cuando lo que hacemos está motivado por el amor, y lo que estamos haciendo por amor, es propio de nuestro estado de vida. Ella amaba a San José porque él era uno de los mejores y más admirables hombres que han vivido, y él era su más casto marido, y ella era su esposa siempre Virgen, y ella amaba a Nuestro Señor porque Él es Dios, y también su Hijo. Ella que estaba llena de gracia, y por lo tanto capaz de tal tremendo amor, estaba viviendo de acuerdo con su estado de mujer, esposa y madre, siendo verdaderamente feliz en el cuidado y la limpieza de sus «muchachos».
Después de pensar en esto, decidí que no iba a dejar de hacer mi noche de limpieza, y lo hice hasta el final. Todavía recuerdo la última noche en esa casa, llorando y llorando, como pulí la estufa y alisté la cacerola por última vez.
Avancemos hasta la actualidad, sobre el que es uno de los principales objetivos de mi columna y conferencia que es el Narcisismo Diabólico. El Narcicismo Diabólico es el conductor psico-espiritual detrás de la mayoría de las patologías culturales que nos rodean hoy en día. El Narcisismo Diabólico se define ampliamente como cuando un ser humano, al igual que los ángeles caídos, elige libremente el purgarse de toda caridad, quedando incapaz de amar o tener empatía, y quedar sólo con la capacidad para gustar de las emociones demoníacas de ira, odio, celos y miedo. Estas personas son increíblemente peligrosas para las almas, ya que, al igual que los demonios, literalmente, cazan a otros seres humanos, no intentar asesinar sus cuerpos, pero si a sus almas, por puro despecho.
Uno de los puntos de conexión que he hecho desde el principio en la investigación del Narcicismo Diabólico, fue que el subconjunto del marxismo, comúnmente llamado «feminismo», no es nada menos que el intento explícito de convertir en masa a las mujeres, al Narcicismo Diabólico, mientras que las mujeres históricamente han conformado menos del 20% del total de la población narcisista diabólica en el occidente. El feminismo demanda que la mujer sea totalmente egoísta, y más allá del odio a los hombres y sólo a los hombres, que también odien el matrimonio, e incluso odien a sus propios hijos hasta el punto de exigir la capacidad protectora y financiera del Estado, para el asesinato premeditado de sus hijos.
Pero donde todo empezó, fue con la idea de que cualquier tipo de trabajo realizado por una mujer alrededor de la casa era monotonía, una pérdida de tiempo, un acto de opresión patriarcal, incluso esclavitud legalizada. Muchas mujeres hoy en día en el oeste post-cristiano, son sorprendentemente malas amas de casa, y no sólo porque están trabajando fuera del hogar. Muchas esposas y madres que se quedan en casa están contentas de vivir en la miseria, incluso orgullosas del hecho de que están «pegando al hombre», haciendo alarde de su negativa a limpiar o incapacidad para cocinar.
¿Nos sorprende? A medida que la verdadera caridad se purga de todos los rincones de nuestra cultura, y es sustituida por un humanismo narcisista ególatra, no es de extrañar que las mujeres de hoy en día son simplemente incapaces de entender cómo podría ser que la limpieza de la cocina, lavar la ropa, o incluso que el más primordial de actos de cuidado, la alimentación de otro ser humano, podrían hacerlas felices, y mucho menos que así se realiza una como mujer en este cuerpo mortal?
Una de mis películas favoritas “Marty” es de 1954, protagonizada por Ernest Borgnine. Una parte de la película gira en torno a dos hermanas viudas, inmigrantes de Italia, que viven en el Bronx. Una hermana viuda acaba de mudarse con su hijo, su esposa y su hijo recién nacido. La madre está enojada y frustrada con su nuera debido a que la madre ya no puede ser la única ama de llaves. Mientras que su comportamiento hacia su nuera es egoísta e incorrecto, ella da un emotivo discurso a su hermana, también una viuda, pero que sigue viviendo en una casa grande al cuidado de su hijo soltero, Marty, sobre el horror de envejecer y no tener alguien a quien cuidar y no tener algo que hacer.
Para las mujeres y las niñas de hoy en día, este sentimiento es incomprensible. ¿Cómo podría una mujer quejarse, y mucho menos caer en una depresión, porque ella no tiene que limpiar lo que una persona ensucia, no tiene que lavar la ropa, no tiene que cocinar? En otras palabras, ¿cómo puede una mujer no estar muy contenta por no tener alguien a quien amar?
¡Oh cielos, cómo odio el feminismo con un odio perfecto!
La lección de todo esto es aprender a ser animada en nuestro trabajo por el amor a Dios, porque entonces todas nuestras tareas y las tareas que llevamos a cabo por los demás incluyendo a perfectos extraños, y que el mundo considera monotonía de baja categoría y terriblemente desagradable en el peor de los casos, nos producirán la misma felicidad que viene de hacer algo por alguien que amamos personalmente, ya sea un cónyuge, un hijo, un familiar o un amigo. Esto se llama «santidad», y es lo que llevó adelante durante los siglos, a los religiosos que se ocupaban de los enfermos y moribundos, los indigentes pobres y huérfanos. Vieron a Cristo en cada cara. Incluso en aquellas tareas que aquellos de nosotros, que somos solteros y vivimos solos, hacemos por nosotros mismos, se puede hacer por el amor a Dios. Y sí, aún hoy en día, cuando limpio mi propia estufa todavía oro. Pero que no daría por sólo una noche más para limpiarla por mi amigo, porque mirando hacia atrás en mi vida, eso fue lo más cercano que estuve de ser una mujer normal, por lo que en retrospectiva yo era tan feliz.
Y por eso, cuando escucho a una mujer, especialmente una mujer con una familia, quejándose de las tareas del hogar utilizando la expresión estándar narcisista diabólico feminista, que todos ya conocemos, todo lo que puedo pensar es: «Ve a limpiar la cocina, estúpida, estúpida mujer».
Ann Barnhardt
[Traducción de Cecilia González Paredes. Artículo original]
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[1] Escritora Estadounidense y activista feminista, que lideró el movimiento en la década de los 60.
[2] Virginia Slims es una marca de cigarrillos producidos en los 60, cuyo grupo objetivo eran mujeres jóvenes profesionales, y que más adelante fue usado por el movimiento feminista.