Estimado sì sì no no,
entre el 20 y el 21 de julio de 2019 ha sido conmemorado el 50º aniversario del desembarco del hombre en la luna. No ha comenzado una nueva era en ese día porque el mundo no cambia por una conquista de la técnica. Alguno duda de que el hombre haya llegado de verdad allí arriba y hay unos pocos ingenieros que dudan de ello.
La más hermosa conmemoración la ha hecho un joven veinteañero, llamado François. “¿Por qué el hombre – le he preguntado – tiene siempre ganas de ir más allá de todo confín, más allá de todo límite?”. Respuesta: “Porque el hombre nunca está satisfecho de lo que tiene, de lo que ha alcanzado, siempre quiere ir más allá”. “¡Entonces la luna, quizá mañana Marte son una hermosa conquista!”. Respuesta: “Una pequeñísima conquista, porque el hombre está siempre insatisfecho, tiene sed de infinito… y la luna no es el infinito, aunque llegara a recorrer otras galaxias”.
Silencio. François tiene la formación profesional, de electricista, pero busca la Verdad, quiere vivir en la Verdad. Me dice: “Tú, profesor, deberías recordar ‘L’infinito’ de Leopardi, en el que el pobre Giacomino sobre su colina experimenta que el hombre está hecho para el infinito”. “Ya, esta poesía fue escrita en 1819 y parece de hoy. Pero a mí me gusta más San Agustín, que, tras haber probado casi todo de la vida, confiesa: “Dios mío, nos hiciste para Ti e inquieto está nuestro corazón hasta que no reposa en Ti”.
“El infinito en esta tierra no se encuentra”, me dice mi joven amigo. “El infinito es Dios”. “Tú eres profesor y puedes explicar mucho sobre este tema fundamental. Pero yo sé donde encontrar este infinito que es Dios, también en esta tierra”. “¿Dónde?”, le pregunto. Pasamos por delante de una iglesia, la parroquia del joven. Se dirige hacia la entrada. Entramos. Me detengo en el último banco, pero él se dirige hacia el altar. Levantándose, tras la genuflexión, me dice indicando el Sagrario: “El infinito es Él, el Hijo de Dios encarnado, Jesús, que ha querido estar presente en la pequeña Hostia, que, en el centro de la Misa, se convierte en Él mismo”.
“Profesor, tú lo sabes, me lo has enseñado también: El Dios infinito está al alcance de las rodillas, de la lengua. Voy a Misa. Él desciende sobre el altar, se ofrece en sacrificio al Padre, viene sobre mi lengua y a mi corazón en la Sagrada Comunión. Tengo a Jesús, lo tengo todo, he encontrado el infinito. No es necesario ir lejos, ni mucho menos a la luna o explorar otras galaxias. El infinito para mí, para nosotros creyentes, es Jesús-Hostia; mi sed de infinito se sacia en Él”. François no es seminarista, es un joven de hoy, que es electricista. Por fortuna no es teólogo, sino joven cristiano católico de hoy.
Me acompaña al tren. He oído la mejor conmemoración del desembarco en la luna. La luna, Marte, otra galaxia, no bastan. Es necesario Jesús-Hostia. Jesús Eucarístico que basta y nos llena la vida.
Candidus
(Traducido por Marianus el eremita)