Padre ¿por qué me has abandonado? (II)

En el imprescindible estudio del Apocalipsis de Monleón se interpretan aquellos signos de “Caerán en gran número las estrellas del cielo… los astros se trastornarán… un tercio de la humanidad perecerá”, señalando que para los Primeros Padres,  con “estrellas” se señalaban a los sacerdotes , los “astros” eran la alta clerecía, es decir Obispos y quizá hasta el Papa, y la humanidad se dividía en tres tercios que no eran matemáticos, sino que un tercio eran los hombres fieles a Dios, otro tercio los demoníacos y un amplio tercer tercio aquellos hombres comunes a los que los otros dos tercios reclaman para que se salven o para que se pierdan. En suma, diríamos que tres signos claros del final de los tiempos serán que:  caerán muchísimos sacerdotes, se trastornarán Obispos y Papas, y las gentes comunes abandonarán el apostolado de los buenos para caer en la tentación de los malignos; morirán de pecado. ¿Les suena probable?

Durante las dos grandes guerras, las Iglesias católicas de los países enfrentados discutieron si debían los curas asistir a los combatientes en esa masacre absurda entre cristianos. Siendo todos contestes en que no había guerra justa, optaron por ir para acompañar a sus fieles y en la esperanza de que el martirio de tantos sacerdotes renovara la Iglesia. Sin embargo hubo importantes voces que pedían no ir (el Cura de Ars – a la sazón seminarista- sería considerado desertor. Recomiendo el libro y la película sobre el Beato Franz Jagerstatter). No tengo datos finales pero sólo de Francia murieron casi seis mil sacerdotes y al contrario de lo esperado, las vocaciones sacerdotales decayeron a la salida de las guerras, haciendo ya imposible la reposición del número inicial.

En los finales de la década del sesenta  y durante los setenta,  la entrada a los seminarios se redujo a un treinta por ciento de lo habitual (hoy mucho más) y para más, unos setenta mil sacerdotes en el mundo dejaron las sotanas casi de un golpe. Ni hablar de las religiosas y religiosos que redujeron el estado clerical, los que superaron con creces ese número. Quienes  hemos vivido la época recordamos la desbandada de las monjas y los hermanos de los colegios. La proporción de sacerdotes y fieles se desbalanceó de tal manera que a la gran mayoría de los fieles se les hacía difícil llegar a uno de ellos por lo menos una vez al año.   Esto me hace acordar a un párrafo de Maurice Clavel “Muchos sacerdotes, de lo más estimables, hasta venerables, a los que uno ve seguido, me hablan de la “desbandada espiritual” en la Iglesia. Yo les pregunto: “¿A cuándo se remonta? ” Y me dicen: “Cerca de quince años”. Yo me digo:  “¡Ahí tienes! ¡Es el Concilio!” Y me responden: “¡Oh no, no, no!. ¡ Nada que ver! ¡Nada que ver!”.  Lo que siempre fue una evidencia,  sigue siendo chocante y escandaloso,  la hermenéutica de la continuidad sigue actuando como el biombo que cubre las vergüenzas.

La Iglesia es Sacerdotal, la fundó un Sacerdote compuesta por sacerdotes. Mal que les pese a los laicos “solterones”, su Cabeza es Cristo Sacerdote, su jerarquía fue, es y será sacerdotal. En manos de los Sacerdotes están las fuentes de la Gracia que sostiene Su existencia. Pueden los últimos tiempos hacer pensar en una Iglesia compuesta por sólo sacerdotes pero nunca por sólo laicos, estaría muerta, habría cesado el fluir de la sangre que la alimenta. La medida cuantitativa de la Iglesia, si es numerosa o es una “pusillus grex”, depende del número de los sacerdotes,  porque no hay fieles sin la presencia del sacerdote. Aclaremos esto.

El hombre fue “diseñado” por Dios con una naturaleza asistida, completada e integrada  por la gracia. Sin ella el hombre es un ser trunco, desintegrado, incompleto y muerto (saludos a mis enemigos seminaturalistas para los que la gracia es un “agregado” a un todo completo, para jugar en un partido que ya no es humano, como si el destino del humano no fuera sobrenatural).

La Iglesia es un parecido compuesto, es el Cuerpo de Cristo, la Vida de Cristo – que es la gracia –  es la sangre que recorre el cuerpo, pero en la cabeza, la inteligencia, está el Magisterio, y su Corazón, del que emanan esas gracias, es el Sacerdocio (en ambos casos es la inteligencia de Cristo y el Corazón de Cristo, pero “en” sus sacerdotes). Mal que nos pese a los laicos (que últimamente andan reclamando un inmerecido protagonismo), en su enorme mayoría somos ese tercio al que los vientos de la historia agitan entre uno y otro bando. (Entre los sacerdotes la división es casi siempre entre los otros dos tercios, santos o demonios,  y últimamente veo más en el bando malo).

Faltando la guía de la inteligencia (Magisterio) y la asistencia sobrenatural (Sacramentos) aquel tercio – nosotros los laicos – cae en manos del enemigo. El hombre desintegrado forma ciudades desintegradas y nada de esto es una profecía, sino una descripción leve de lo que estamos viviendo.               

Cuando el sacerdocio pierde su “contacto paternal” con los fieles,  cuando la “cantidad” se disminuye y hace imposible el contacto que Cristo tenía con sus estrechos seguidores, ese círculo virtuoso sacerdocio-fieles, que produjo , como dijimos, la Ciudad Cristiana, se resiente y ambos se trastornan. Ambos, unos por orfandad y otros por dejar la paternidad y dedicarse a la “difusión”. Cristo tuvo unos pocos discípulos, no en atención a Sus limitaciones, que no las había, sino en atención a nuestras limitaciones. 

Dejemos de lado aquellos círculos modernistas que consideran que el sacerdocio es una “etapa evolutiva”, necesaria como paradigma y guía de un cristiano inmaduro, pero no ya de un cristiano que arriba al “humanismo integral” y se hace innecesaria la distinción entre laico y sacerdote (como bien lo expresa Escribá de Balaguer en sus escritos). Círculos que consideran innecesario la ordenación de curas por fuera de las básicas necesidades de impartir sacramentos, pues ya la relación paternal de guía espiritual y clarificación de la inteligencia no es necesaria para el cristiano maduro, arcaica subordinación que pudo ser necesaria antaño, pero que hoy se convierte en “hermandad e igualdad”. Basta de paternidad.

   ante la falta de Iglesia (y falta de curas) salen a suplir sus funciones (el Estado Revolucionario usurpaba las funciones de la Iglesia, las buenas derechas suplían lo que consideraba habían dejado vacante). Y vemos las abuelitas dando los catecismos, los padres de familia (y peor aún las madres)  dirigiendo las oraciones y “bendiciendo” las mesas, todo con la más natural prescindencia del Sacerdote en la familia y en la vida cotidiana, hasta transformarse en una prescindencia como normalidad y hasta como mejoría. Transmitiendo ellos la doctrina y hasta repartiendo las Hostias que los curas dejan consagradas en un tarro. ¡Hasta laicos que se hacen expertos en liturgia y proponen reformas! El laico sin sacerdote es medio cristiano,  y tratar de salvar el número por renunciar a la integridad no sólo es un error, es plebeyo. Ya lo decía un gran aristócrata:  “Vosotros queréis el número y nosotros la pureza. No amamos a los medio cristianos” (Henry de Montherlant).

El Sínodo de la Sinodalidad no es otra cosa  que un llamado al laicado a suplir el Sacerdocio (con laicos o con mujeres, da lo mismo, pues ni ellos creen que ninguno de estos serán verdaderamente sacerdotes, solo monitos). En línea con lo que promovió el Concilio,  la Curia retrocede para dejar de tratar al laico como un niño, dejar de ser el Padre  y ayudarlo a pensar y actuar por sí solo,  ya fuera de esa subordinación medieval. La brutal merma de las vocaciones sacerdotales no es sólo un efecto de los tiempos modernos con sus confortables vidas y su indisciplina moral, es también un abandono de la reclutación por la curia conciliar, en que la nueva función – no paternal-  no necesita gran número y  entiende necesaria su paulatina reducción al mínimo. Y lo ha hecho.  Basta de Padres, serán gerentes, Influencers o como se diga. Primero se les pide “olor a oveja”, hermanos y no pastores, luego que dejen a las ovejas a su capricho, “libertad” (sólo falta la guillotina). La Vieja Iglesia hacía Curas con olor a perro, a un buen perro pastor que mordía los garrones . “La Iglesia fue importante únicamente por su intolerancia” (G.K.Chesterton)

Una vez que el Sacerdote no es más Padre, no lo es Cristo, ni hay un Dios Padre. Rota la analogía, el padre biológico se encuentra descolgado de toda resonancia sacral (como hicieran con el Rey los pensadores liberales y el nunca bien mal ponderado Suarez) y condenado a ser lo poco que da su triste condición humana, tratando como decía Anouilh más arriba,  en la “ obligación de hacerles creer que he merecido mi autoridad en virtud de mis excepcionales talentos” .

Un buen padre de familia que se conoce y se sabe humanamente insuficiente, mira hacia arriba y le dice al Cura “Padre, ¿por qué me has abandonado? ”. Los solterones están de buenas, pueden ser influencers y hasta darse el gusto de señalar todos los defectos que cometen los padres de familia, la cortedad de sus caletres, lo urgido de sus días, burlándose de la falta de preparación producto del tiempo dedicado a sonar mocos, palmear nalgas  y lavar traseros:  “¡petit mec!”. Luego se agravian cuando uno les dice que la función política es sonar mocos, palmear nalgas y lavar traseros, lo que se aprende en el hogar. Todo ese proceso de liberación, de educación, de crecimiento en la virtud y de conformación del ciudadano, que vanidosamente pretenden ejercer, era – y es-  tarea de la Iglesia,  ¡tarea de curas! y en manos del Estado que usurpa por malo, o suple con buena intención, es un desastre completo en una u otra versión.

También hay buenos curitas a los que desespera la reducción terrible del número y por misericordia buscan suplirlo haciendo uso de los medios masivos de propaganda. Más o menos como tratar de ser padres de una familia de mil hijos y por internet. La relación fructífera, el círculo virtuoso que dio luz a la Ciudad Cristiana es necesariamente estrecho, cercano, paternal. Exige el amor y la ternura de una relación directa para ser fecundo.  ¿Qué no se puede? Pues restrínjanse a lo que se puede, que eso indica la Providencia.

¿Entonces? Me dirán ¡Estamos fritos! Mantener este tipo de relación estrecha, claramente “paternal” en todo el sentido de la palabra,  sin recurrir a la suplencia del laico, dado el número escaso de sacerdotes (mucho más escaso si contamos con sólo los buenos) ¡es dejar perdida la casi totalidad de la humanidad!   Y entonces recordamos aquello de que “un tercio de la humanidad perecerá”.

Así como las funciones sacrales que cumple la Iglesia en la sociedad no pueden ser suplidas por el Estado,   la función SACERDOTAL en lo que respecta a su paternidad con el laico NO PUEDE SER SUPLIDA POR NADA, ni emparchada de ninguna manera; son una instancia sobrenatural a la que el hombre no puede suplir ni usurpar con algún fruto que no sea fruto de perdición.  La única actividad saludable en política es tratar de que las naciones vuelvan a la Iglesia de Cristo, la única actividad pedagógica útil es tratar de que los niños tengan verdaderos padres sujetos al Sacramento del Matrimonio, la única actividad útil para la salvación de los hombres es que haya “muchos santos sacerdotes” y no muchos estúpidos monigotes, ni muchos blogs católicos.

Y si se tratan de realidades sobrenaturales, su disminución y su estrechamiento, que han hecho de la Iglesia una “pequeñísima grey” (asunto más que avisado en la Profecía, no sé porque les llama tanto la atención cuando uno marca el fenómeno)  es porque Dios así lo quiere, y revertirlo no es ensayando cosas distintas a las que la Iglesia hizo siempre, sino volviendo por el buen camino y pidiendo con sacrificio a su Santa Madre para que no nos pruebe más allá de nuestras fuerzas.

No hay Iglesia donde no hay “familia” sagrada. Donde no hay Sacerdotes en una relación directa y paternal con sus fieles en un número humanamente abarcable para tal relación. Y la pérdida de esta función paternal en el sacerdote no sólo produce la destrucción de la paternidad biológica, como hemos demostrado, sino algo aún peor; la imposibilidad de concebir la Paternidad Divina como íntima y providente, haciéndose lejana y abstracta. Un Dios masón.

Una última advertencia: Así como los laicos no pueden suplir la falta de sacerdotes y lo que corresponde hacer es despertar en sus hijos y en sus sociedades  las vocaciones, pidiéndoselas al Buen Dios y su Santa Madre;  así como el Estado no puede suplir la acción de la Iglesia en las almas de los ciudadanos y corresponde al buen gobierno el poner a la Iglesia de Cristo  al mando de las almas de sus gentes, dedicándose al ministerio de patear traseros,  sonar mocos y ¡llevarlos a Misa! (lo que no es poco y es tarea  muy espiritual) ; hay que saber que cuando estas cosas ocurren –  que es el “retiro” de Dios – sólo queda mirar hacia arriba rogando. De parecida  manera  la destrucción de los gobiernos, la destrucción de la paternidad biológica  no debe llevar a los curas a pretender suplir en todo estas actividades.

Una analogía supone aspectos iguales o parecidos y aspectos diferentes,  el analogado superior sí puede suplir las funciones iguales y hasta las parecidas, pero no las diferentes sin experimentar una horrible deformación de su forma, de su alma. El sacerdote no debe suplir a los gobernantes o a los padres sin hacer un esfuerzo titánico porque ellos se recuperen y se formen, aún a riesgo de efectos colaterales, pues la deformación que sobre sí mismos se produciría  rompería toda posibilidad de recuperación del todo en armonía.

La Santa y Católica Reina Isabel de Castilla recurrió en el gobierno a hombres de Iglesia para retomar el rumbo de la Gran España y formar un Imperio, porque ya no había otra, y sin embargo fue para mal de algunos de esos Sacerdotes que no tuvieron la santidad extraordinaria que otros pudieron lograr (escuché a un joven decir que en el caso, “España salvó la Iglesia”, siendo evidencia que Isabel recurrió a la Iglesia, a su refuerzo, para que salvara a España; importante diferencia de perspectiva que puede llegar a producir el equívoco de que Dios necesita al hombre y no el hombre a Dios). San Juan Bosco suplió a numerosos padres de familia que faltaron en las vidas de sus hijos, pero el caso es extraordinario y los resultados muy disímiles. No es nada recomendable el gobierno de los sacerdotes (¡flor de lío se le armó a Adriano de Ultrech! cuando ya no hacía falta el recurso a los curas,  que al final no fue tan mal Papa) y resulta bastante absurdo la construcción de orfanatos religiosos para que los padres biológicos estén de vacaciones o dedicados a otras tareas, porque para los curas sea más fácil evitarlos que restaurarlos.

(PS.- No se me hace desconocido que hoy hay huérfanos que tienen vivos a ambos padres).

Dardo Juan Calderón
Dardo Juan Calderón
DARDO JUAN CALDERÓN, es abogado en ejercicio del foro en la Provincia de Mendoza, Argentina, donde nació en el año 1958. Titulado de la Universidad de Mendoza y padre de numerosa familia, alterna el ejercicio de la profesión con una profusa producción de artículos en medios gráficos y electrónicos de aquel país, de estilo polémico y crítico, adhiriendo al pensamiento Tradicional Católico.

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