“Porque, ¿quién de vosotros, al querer edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos a ver si tiene para acabarla? No sea que, después de poner los cimientos y no poder acabar, todos los que lo vean empiecen a burlarse de él, y digan: «Este hombre comenzó a edificar y no pudo terminar»”. (Lc 14: 28-30)
Para la edificación de nuestra “morada espiritual” necesitaremos: ideas claras, dinero, terreno y un arquitecto que nos ayude.
Preparando los planos de nuestro edificio espiritual
A la hora de hacer los planos tendremos que tener ideas claras acerca de qué es lo que queremos hacer con nuestra vida. Para ello lo primero que tendremos que hacer es preguntarle a Dios qué es lo que quiere que yo haga con la vida que Él me regaló. Para la gran mayoría será casarse y formar una familia cristiana; para unos pocos será entregarse a Dios a través de una vida sacerdotal o religiosa consagrada. Lo que sí es necesario es que partamos con ideas claras. Ya sabemos lo que ocurre cuando uno no piensa dos veces lo que quiere construir. Al cabo de unos años todo son pegotes, arreglos, añadidos… y al final la casa queda hecha un desastre.
Recordemos también que cada santo es diferente. Aquello de que “cuando Dios crea un santo rompe el molde” es verdad. No hay dos santos iguales; pero es bueno tener siempre ante nuestros ojos algún santo sobre el que tengamos ciertas preferencias y al que de un modo u otro nos gustaría imitar. Si olvidar nunca que nuestros principales modelos tendrán que ser siempre Cristo y nuestra Madre Bendita del Cielo.
Ha habido santos que han destacado por su pobreza como San Francisco de Asís; otros han destacado por su caridad como San Vicente de Paul; otros por su amor a los enfermos como San Juan de Dios; otros por su amor a los niños como San Juan de Dios. Hubo santos doctores como Santo Tomás de Aquino; y santos que apenas sabían leer como San Pascual Bailón o nuestro queridísimo Fray Escoba (San Martín de Porres). La santidad nunca dependió de las cualidades intelectuales sino de la grandeza de corazón y del deseo ardiente de amar a Dios.
Por ello, es bueno hacer un análisis objetivo de nosotros mismos, para, a la luz de Dios y con la ayuda del director espiritual, comenzar a trazar el camino de lo que será nuestra santidad. Recuerda que Dios nos “necesita” a todos, nadie está de sobra, y es por ello que “busca” nuestra ayuda.
Hacer la elección adecuada es importante y urgente. ¡Cuántas personas se pasan años pensando la carrera que van a estudiar! Pero ¡qué pocas personas se preocupan de descubrir cuál es el camino para el cual el Señor los ha puesto en este mundo!
Cada persona recibe de Dios un grupo de cualidades, habilidades, preferencias, talentos; descubrirlos es esencial para luego poder trazar bien el camino.
Asegurarnos de que tenemos suficiente terreno y dinero para edificar
Una vez que tengamos claro este primer punto, tendremos que asegurarnos que tenemos terreno y dinero suficientes para esa edificación. No sea que pretendamos construirnos un palacio y sólo tengamos 200 metros cuadrados. Puede ocurrir que con el paso de los años una casa que en un principio era pequeña, gracias a la adquisición de nuevo terreno, la podamos agrandar. Lo mejor será tener grandes ideales; es decir, intentar tener unos planos completos e ir construyendo poco a poco conforme tengamos más posibilidades.
Hemos de tener también en cuenta que Dios no otorga a cada persona la misma cantidad y calidad de terreno para efectuar la edificación. Ahora bien, tengamos por seguro que la cantidad y calidad que nos dé será más que suficiente para levantar el edificio que Dios tenía pensado para nosotros. No olvidemos la parábola de los talentos.
El tener más terreno o en mejor lugar lo único que hace es que luego seamos más responsables ante Dios y como consecuencia nos pida más. Al que le dio cinco talentos, luego esperaba recibir de él otros cinco. En cambio al que le dio dos talentos, sólo esperó recibir dos más de vuelta. Lo malo es cuando el talento que hemos recibido de Dios lo guardamos bajo tierra y no negociamos con él. Si así lo hacemos, no podemos esperar de Dios otra cosa sino castigo.
Ese terreno recibido no es otra cosa sino el conjunto de facultades, habilidades, virtudes… que Dios otorga a cada uno. Esos son nuestros talentos. Luego, será nuestra responsabilidad usarlos adecuadamente, mantenerlos, mejorarlos y hacerlos crecer con su ayuda y su gracia.
Encontrar a un buen arquitecto que nos guíe
Y lo último, y no menos importante, es contactar con un buen arquitecto. Él será quien nos ayudará a plasmar sobre el papel y luego en la realidad, lo que nosotros tenemos en la mente. Nos aconsejará con su experiencia para que no cometamos muchos errores.
Ese arquitecto será al principio de nuestra vida nuestros padres y profesores. Son ellos los que nos van ayudando a poner los primeros lineamientos de nuestra vida espiritual. Más tarde será el director espiritual el que se hará cargo de nosotros. Él verá cómo somos, nos ayudará a descubrir nuestra vocación (si no lo hemos hecho ya por nuestra cuenta) e irá aconsejándonos debidamente cómo ir paso a paso edificando nuestro ideal.
La preparación de los planos no puede ser el resultado de la fiebre de un día, ha de ser el resultado de un estudio profundo hecho a la luz del Sagrario y a resultas de encontrar la respuesta a una de las preguntas fundamentales que hemos de hacer en nuestra vida: ¿Qué es lo que Dios espera de mí?
El director espiritual no es un consejero humano, como puede ser un amigo o un psicólogo. El psicólogo sólo usa “herramientas humanas” para sus consejos; en cambio el director espiritual usa “herramientas humanas y sobrenaturales”. Él ha sido investido por el mismo Dios con la potestad sobrenatural para hacerlo (lo que se llama gracia de estado). El director espiritual no es un buen psicólogo. Usa también de la psicología, del mismo modo que utiliza otras ciencias humanas, pero principalmente se vale la fe y los dones sobrenaturales que Dios le da.
El director espiritual ha de ser un sacerdote o un religioso que haya recibido el sacramento del orden. El director espiritual no puede ser un seglar, una persona consagrada o una monja; incluso aunque fueran personas muy santas. Se podría acudir a ellos en alguna ocasión particular para hacer una pregunta o pedir un consejo, pero no para realizar la dirección espiritual. Recordemos que sólo el sacerdote tiene la gracia de estado para dirigir, pues sólo él es pastor. Los seglares, las monjas, los frailes no ordenados, son “ovejas del rebaño de Cristo”, por lo que su función no es guiar sino seguir al pastor.
Desde siempre, el mismo confesor solía ser el director espiritual de las almas sencillas, padres de familia, amas de casa. Al mismo tiempo que uno acudía a confesarse, el penitente aprovechaba para hacerle algunas preguntas que le pudieran ayudar en su camino hacia la santidad. En la actualidad, debido al poco tiempo que el sacerdote le dedica al confesionario y a la raquítica vida espiritual que los mismos suelen tener, encontrar un director espiritual que nos guíe se hace cada vez más difícil. Es por ello que necesitamos pedir a Dios para que nos ayude a encontrar a aquél que vaya a guiar nuestras almas.
Es bueno, aunque no es necesario, que el director espiritual sea también el confesor; pues así nos conocerá más profundamente. Ha habido ocasiones en las que se presenta una cara ante el confesor y otra muy diferente ante el director espiritual. También lo que se puede hacer es mencionar al director espiritual aquellos pecados ya perdonados en la confesión, pero que no nos permiten crecer espiritualmente. Sea de un modo u otro, lo que es importante es que el director espiritual sepa “todo lo bueno y lo malo” que pasa en nuestra alma.
Recordemos que para la confesión hace falta la presencia física ante el confesor. Es decir, no se puede confesar por teléfono o carta. No ocurre así con la dirección espiritual. Para la dirección espiritual, lo más adecuado es la presencia física, pero a veces esto no es posible, por lo que se puede hacer por cualquier medio de comunicación: carta, correo electrónico, teléfono. Teniendo siempre el cuidado y la delicadeza de mantener la privacidad y la discreción.
La dirección espiritual no hay que hacerla con el sacerdote que más nos guste, sino con el que más nos ayude. Podría ocurrir que el sacerdote que menos nos guste sea el más capacitado, nos conozca mejor y sepa exigirnos y ser al mismo tiempo flexible.
El director espiritual ha de ser padre, maestro, médico, guía y juez. No ha de tener miedo a decir la verdad. Ha de llevar a la oración personal cada uno de sus dirigidos para que así el Señor le ilumine.
La dirección espiritual conviene que sea constante y continua. Por lo menos una vez al mes; aunque podría ser más frecuente si hubiera necesidad. No es bueno estar cambiando de director espiritual, a no ser que no hubiera entendimiento o uno viera que no había progreso alguno.
Ante el director espiritual hemos de ser dóciles, del mismo modo que somos ante el arquitecto cuando nos dice que los pilares los hemos de poner en otro lugar o han de ser más anchos o han estar formados por una composición más rica de cemento y hierro.
Con el director espiritual, hablemos con sencillez, humildad, seriedad y profundidad. También escuchémosle con un corazón abierto, atento y humilde. En ocasiones nos dirá que todo va bien, pero en otras, tendrá que corregirnos severamente.
En la elección del director espiritual conviene, si es posible, elijamos a un sacerdote con experiencia y edad; un sacerdote que esté humanamente bien formado y sea espiritual.
Una vez que hemos hablado de los planos, el terreno y el arquitecto, conviene ahora comenzar allanando el terreno, sacando el nivel, eliminar basura y obstáculos…, pero esto será el contenido del siguiente artículo.
Que Dios les bendiga, si con nosotros, usted comienza este camino hacia la santidad.
Padre Lucas Prados