Es de esperar que todos los que trabajamos en pro de la restauración de la Iglesia Católica lo hagamos por Amor a Dios y al prójimo. Me costaría mucho imaginar que se pueda padecer tanta persecución si no fuera por amor a Dios, a la Iglesia y a las almas.
Por eso, me gustaría hablar de algo tan simple como arrodillarse ante Jesús presente en el tabernáculo. Hace un tiempo, mientras yo llevaba a nuestros jóvenes a otra parroquia de California, una feligresa se quejó de que el coadjutor de su parroquia nunca hacía genuflexión ante el Santísimo Sacramento. Le pidió que hiciera el favor de arrodillarse, y el coadjutor le respondió que dejara de quejarse por eso, porque tenían derecho incluso a sacar al Santísimo Sacramento de la parroquia.
Cuento esta anécdota porque la naturaleza humana nos tienta a volvernos cada vez más perezosos y despreocupados cuando no hay unas normas estrictas que cumplir. Seguro que si no se multara por exceso de velocidad todos iríamos embalados por las calles. Si no multaran por saltarse un semáforo en rojo o una señal de stop o pare, no me cabe duda de que seguiríamos como si tal cosa sin parar. Tal es nuestra naturaleza.
Lo mismo pasa con actos tan simples como una genuflexión. Antes, cuando estaba expuesto el Santísimo Sacramento, se pedía a sacerdotes y fieles que hincaran ambas rodillas. Y si el Señor estaba en el tabernáculo, una rodilla. Hoy en día, la mayoría de los católicos no se arrodilla ante Jesús presente en el Santísimo Sacramento.
A lo largo de la Misa en latín hay numerosas genuflexiones que tienen por objeto mantener y manifestar el respeto a Jesús, verdaderamente presente en la Santa Misa. Actualmente, ni siquiera el Papa se arrodilla una vez en toda la Misa.
Dirán que la cosa no tiene mayor importancia, no es más que una genuflexión. Pero lo cierto que cuando se pierde lo de menor importancia se pierde lo más importante.
Antes del Concilio Vaticano II, y durante algún tiempo después, todos los catóiicos recibían a Jesús de rodillas. E incluso después de que comenzaran a hacerlo de pie, sólo podían recibir la Sagrada Comunión en la boca.
Los protestantes no creen que Jesús esté realmente presente en el pan y el vino (o zumo de uvas) que sirve en sus cultos. Y desde luego es verdad, porque ellos no tienen sacerdocio ni creen en él. Por eso, adrede, para protestar contra la doctrina de la presencia Real de Jesús en la Santísima Hostia reciben el pan en la mano y ellos mismos se sirven el vino o el jugo de uvas.
Después del Concilio Vaticano II, adoptando el espíritu ecuménico, algunos obispos y sacerdotes europeos empezaron a imitar a los protestantes colocando la Hostia en la mano del comulgante. En cuanto se generalizó este abuso, Roma concedió un indulto (es decir, lo toleró pero no lo hizo norma) para imitar lícitamente a los protestantes poniendo el Santísimo Sacramento en la mano.
A partir de este indulto, hemos observado un debilitamiento continuado de la fe en la presencia real de Cristo en las sagradas especies. Vemos como la mayoría recibe la Sagrada Comunión sin haber pasado antes por el confesionario. Largas filas de fieles para comulgar y pocos esperando para confesarse. Aunque hay algunas excepciones, en general en la mayoría de las parroquias el horario de confesiones es muy reducido. Y sin embargo en la mayoría de esas iglesias casi todos los feligreses comulgan cada domingo.
Así pues, al eliminar lo que parecía insignificante, como recibir la Sagrada Comunión de rodillas y en la lengua, las genuflexiones con las dos rodillas, o con una al ir a sentarse en el banco, se ha terminado perdiendo la fe en la Presencia Real de Cristo en el Santísimo Sacramento. Todo de forma muy gradual, hasta que ha llegado a perderse buena parte de la fe católica.
Para solucionarlo, podríamos empezar por realizar gestos sencillos, como por ejemplo arrodillarnos despacio antes de tomar asiento en el banco. Me gustaría proponer también que mientras nos arrodillamos hagamos una leve inclinación de cabeza en reconocimiento de la Presencia Real del Rey de reyes en el Sagrario.
Recibir a Jesús de rodillas y en la boca es otra manera de manifestar fe en su presencia real en la Sagrada Comunión.
Ciertamente seremos objeto de desprecio y ostracismo, pero también nos bendecirá Dios y ayudaremos a los que no se atreven a honrar a Dios a hacerlo. Los mártires de los primeros tiempos de la Iglesia padecieron burlas, torturas y exclusiones y fueron despojados de sus posesiones y aun de la vida por el simple hecho de no ofrecer una pizca de incienso a los dioses romanos. Por el momento, nadie nos va a torturar hasta la muerte por respetar la presencia real de Jesús en el Santísimo Sacramento. Seamos valientes y preocupémonos de agradar a Dios en vez de los hombres. Así, poco a poco, dando ejemplo de santidad y con la ayuda de Dios podremos corregir esta anómala situación.
Padre Peter Carota