Tras haber desperdiciado más de una hora de mi vida, puedo decir que he leído Laudato Si. Es el último mamotreto verborreico del Papa, una encíclica que abraza el alarmismo en torno al «calentamiento global», hace un llamamiento a organismos internacionales para que que vigilen el cambio climático y expresa líricamente la idea de que los humanos reconduzcan a los animales a Dios. En resumidas cuentas, es como si Al Gore, Carlos Marx y Teilhard de Chardin hubieran escrito una encíclica. Pero lo peor es que, como es obra de un papa, personas habitualmente cuerdas y racionales se la tomarán en serio. Por ejemplo, muchos neocatólicos que se habrían tomado a risa la Laudato Si si la hubiera escrito un Al Gore o un Joe Biden hablan elogiosamente de ella. Pregonan a los cuatro vientos sus genialidades ocultas y citan frases de ella como si fueran valiosos dones de Dios. Hay momentos en que uno no puede menos que preguntarse si esas personas están en su sano juicio o tienen alguna convicción. No exagero si digo que está encíclica da vergüenza y que como católico me da bochorno que mi papa la haya promulgado.
Mientras el homomonio es proclamado por casi todos los gobiernos occidentales, el verdadero matrimonio es objeto de ataque por parte de cardenales que quieren dar la Sagrada Comunión a los adúlteros, el aborto hace estragos sin que nadie le ponga coto y el transexualismo se extiende por la cultura de masas, nuestro pontífice ha preferido servirse de la majestad de su cargo y dedicar unas 200 ambiguas y farragosas páginas a pontificar ante el mundo sobre los peligos de una falsa crisis ambiental creada por los enemigos de la Iglesia. Lo peor es que los partidarios de combatir el «cambio climático» no se preocupan lo más mínimo por el medio ambiente, la hermana Tierra, la hermana Luna, los pobres y todo eso. Lo que les interesa es utilizar todo este invento y de los que sí se preocupan por el tema para que los ayuden a llevar a cabo sus planes. Planes que incluyen la implantación por parte de importantes organismos trasnacionales de normativas ambientales que afectarán casi todos los aspectos de nuestra vida. Al promulgar esta encíclica, nuestra papa se hace cómplice y aporta credibilidad a la próxima Conferencia sobre el Clima de París, en la que la abortera ONU intentará que todos los países firmen un acuerdo sobre el clima.
Los que no hayan leído la encíclica se pueden alegrar de no haber perdido el tiempo. En primer lugar, yo he perdido el mío para que ustedes no tengan que hacerlo. Y en segundo lugar, como soy un seglar católico tradicionalista y con sentido común, voy a exponer a continuación las razones por las que el mencionado documento me parece una vergüenza, muchas de las cuales seguramente nunca las verán expresadas por comentaristas neocatólicos. He puesto en rojo las porciones seleccionadas, y a continuación mi comentario. Los números entre paréntesis corresponden al párrafo de la enclícica donde se encuentra la cita. Tal y como esperaba, no llevaba diez párrafos leídos y ya se me había atragantado el café.
Los cristianos, además, estamos llamados a «aceptar el mundo como sacramento de comunión, como modo de compartir con Dios y con el prójimo en una escala global. Es nuestra humilde convicción que lo divino y lo humano se encuentran en el más pequeño detalle contenido en los vestidos sin costuras de la creación de Dios, hasta en el último grano de polvo de nuestro planeta.» (9)
Para empezar, ¿qué quiere decir “aceptar el mundo como sacramento de comunión»? Como todas las encíclicas posconciliares, esta también está llena de ambigüedades absurdas. Los católicos sabemos que Nuestro Señor Jesucristo sólo instituyó siete sacramentos y que el mundo no es uno de ellos. Es más, el sacramento de la Sagrada Comunión no se define como “modo de compartir con Dios y con el prójimo en una escala global”. Y aunque así fuera, ¿cómo haríamos para compartirlo con Dios y con el prójimo? No lo dice. Vaya usted a saber. De eso viven los neocatólicos, ¿no? El Sumo Pontífice les proporciona ambigüedades absurdas para que los neocatólicos nos las interpreten, nos digan lo que significan.
En cuanto a la segunda frase, tampoco tengo ni idea de lo que quiere decir. Ahora bien, las palabras “vestidos sin costuras”, popularizadas por el infame cardenal Bernardin para restar importancia al pecado del aborto, bastan para hacernos pensar. Y resulta que hay un buen motivo para ello. Esta encíclica se sirve de la misma metáfora para que parezca que pone al mismo nivel el pecado del aborto con las emisiones excesivas de gases que producen el efecto invernadero.
No sólo eso. El documento afirma que lo divino y lo humano se encuentran en el último grano de polvo de nuestro planeta. ¿De veras? Meditémoslo un momento. El Papa acaba de decir que como cristiano tiene la convicción de que lo divino y lo humano se encuentran en un grano de polvo. ¿Se ha oído alguna vez una afirmación parecida en la historia de la Cristiandad? Una mota de polvo no tiene nada de humano ni de divino tampoco. No es más que un fragmento de materia creada. Y sin embargo, el Papa tiene la convicción de que Dios y el hombre se encuentran en un grano de polvo. Me quedo sin palabras. Prosigamos.
En cambio, si nos sentimos íntimamente unidos a todo lo que existe, la sobriedad y el cuidado brotarán de modo espontáneo. (11)
Un tema recurrente en esta encíclica son los «sentimientos». De hecho, la carta papal no se basa en otra cosa. Vagos y agradables sentimientos de buena onda que dan a entender que uno se preocupa por la naturaleza. Por los animales de pelo, por los simpáticos delfines, por los pobres y por la Madre Tierra. Eso quiere decir que se es buena persona, que es lo que cuenta. Ahora bien, ¿cómo puede uno obligarse a sentirse íntimamente unido a todo lo que existe? TODO lo que existe. Entonces, si quisiera ponerme a meditar en esta encíclica (¡no lo permita Dios!), ¿qué hago? ¿Me siento en un sillón y me imagino ligándome íntimamente con ranas, cucarachas, mofetas, osos, arbustos, tierra, cemento, computadoras, toda la gente del mundo y qué sé yo? ¿Y en ese caso la sobriedad y el cuidado brotarían en mi interior de modo espontáneo? Me parece muy bien que haya empleado la palabra «sobriedad», como si el autor diera por sentado que habría que estar borracho para intentar siquiera el mencionado ejercicio.
Las actitudes que obstruyen los caminos de solución, aun entre los creyentes, van de la negación del problema a la indiferencia, la resignación cómoda o la confianza ciega en las soluciones técnicas. (14)
Si hay una parte de la encíclica en que me pareció que el papa Francisco se dirigía por fin a mí, fue esta. Por fin me sentí querido e incluido, por primera vez en una encíclica posterior al Concilio Vaticano II. Se me puede aplicar prácticamente en todo. Soy creyente (aunque Francisco no especifica creyentes en qué). Niego que exista un problema. Y si lo hay, me resigno con indiferencia como si no pudiera hacer nada (si China contamina con cantidades industriales de clorofluorocarbono no va a servir de nada que venda el automóvil y me compre una bicicleta). Además, si hay un problema, me inclino totalmente por la confianza ciega en las soluciones técnicas, ya que si este problema no tiene solución técnica es que no hay solución. La humanidad no va a renunciar al automóvil ni dejará de fabricar nada por mucho que lo digan el Papa o la ONU.
Espero que esta Carta encíclica, que se agrega al Magisterio social de la Iglesia, nos ayude a reconocer la grandeza, la urgencia y la hermosura del desafío que se nos presenta. En primer lugar, haré un breve recorrido por distintos aspectos de la actual crisis ecológica (…) A la luz de esta reflexión quisiera avanzar en algunas líneas amplias de diálogo y de acción (…) Finalmente (…) propondré algunas líneas de maduración humana inspiradas (…) (15)
Qué interesante. Parece que el papa Francisco tuviera miedo de que no se vayan a tomar esta encíclica lo bastante en serio como para añadirla al magisterio social de la Iglesia, así que es importante que lo diga. ¿Ha habido alguna vez encíclica que declare algo así? Puede que sea la primera encíclica neuróticamente insegura en la historia de la Iglesia.
Por suerte, un texto no se convierte en Magisterio de la Iglesia simplemente porque el Papa diga: “Añado al Magisterio mis meditaciones personales sobre un supuesto calentamiento global causado por el hombre que nadie ha demostrado (y lo rotulo como encíclica)”. El Magisterio quedó fijado en el Depósito de la Fe. Nada que no esté directamete relacionado con la fe o la moral o no se ajuste a la Tradición es Magisterio de la Iglesia. Y menos cuando el propio Pontífice expresa la supuesta encíclica como una «reflexión” seguida de propuestas de líneas de acción. O sea, que no se trata de más que de la opinión particular de un papa en forma de carta. Me da igual que la llame encíclica, bula, exhortación apostólica o decreto. La forma es lo de menos en este caso, del mismo modo que en la mayoría de los casos las formula y formulismos no tienen ningún valor para Francisco. Lo que importa es el tema e intención de la encíclica. Una vez más, tenemos una carta «pastoral», como tuvimos un concilio «pastoral», que no aclara doctrina alguna y se limita a opinar ad nauseum de forma ambigua sobre una supuesta crisis ambiental.
Otro interrogante orientador sería: ¿a quién va dirigida la encíclica del Papa? ¿Sólo a los fieles de la Iglesia a fin de exponer su decisión infalible que tiene autoridad con respecto a una cuestión de fe? Nada de eso. Por el contrario, el Sumo Pontífice declara: “Quiero dirigirme a cada persona que habita este planeta.(3)” Por lo visto esta encíclica es tan vinculante para los católicos como para los ateos de Timbuctú. Pero bueno, me estoy yendo por las ramas.
Por ejemplo, la íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta, la convicción de que en el mundo todo está conectado (…) (16)
¿El planeta es frágil? Al planeta lo creó el Dios omnisciente y todopoderoso, y según los científicos actuales tiene 4.500 millones de años. ¿Se nos quiere hacer creer que Dios creó un planeta que habría de sobrevivir y sostenernos hasta aproximadamente 1970 d.C., y en ese momento de pronto se volvería frágil y sería necesario que toda la humanidad experimentara una transformación radical para salvarlo? ¿Acaso Dios, creador de toda la materia, no previó la revolución industrial y el motor de explosión? ¿Cómo podemos tener la soberbia y la superioridad de pensar que el Creador nos entregó un planeta frágil que se puede echar a perder con el uso de automóviles y lacas para el pelo.
El objetivo no es recoger información ni saciar nuestra curiosidad, sino tomar dolorosa conciencia, atrevernos a convertir en sufrimiento personal lo que le pasa al mundo, y así reconocer cuál es la contribución que cada uno puede aportar. (19)
Si el objetivo del Papa fuera hacerme dolorosamente consciente de algo, misión cumplida. Hacía bastante tiempo que no sentía tanto dolor después de haber leído un texto. Sin embargo, sólo he podido tomar «dolorosa conciencia» de que nuestro pontífice se ha tragado la trillada propaganda que llevan endilgándonos desde hace décadas los ambientalistas extremos.
No sólo eso. ¿Qué ha dicho el Papa, que debo atreverme a «convertir en sufrimiento personal lo que le pasa al mundo (es decir, a la tierra, el agua, los insectos, los mamíferos)? Entendamos que no habla de convertir las infinitas ofensas que constantemente cometen contra Cristo Nuestro Señor los hombres de hoy en sufrimiento personal expiatorio y reparador. Eso es lo que debemos hacer. Pues no. Por el contrario, dice que debemos unir nuestros padecimientos al escarabajo de la patata, la luciérnaga y las partículas de polvo (donde el hombre se encuentra con lo divino) a fin de inspirarnos a tomar medidas para «salvarlos».
Cada año desaparecen miles de especies vegetales y animales que ya no podremos conocer, que nuestros hijos ya no podrán ver, perdidas para siempre. La inmensa mayoría se extinguen por razones que tienen que ver con alguna acción humana. Por nuestra causa, miles de especies ya no darán gloria a Dios con su existencia ni podrán comunicarnos su propio mensaje. No tenemos derecho. (33)
¿Qué hacemos, entonces? ¿Llorar las especies extintas? El dodo es un ave extinta. ¿Afecta eso para mal a mis hijos? La verdad es que no. En internet pueden ver ilustraciones a todo color de ese pajarraco que se extinguió por su falta de inteligencia. Y hay casi 10.000 especies más de aves que pueden estudiar y observar. Y bueno, ¿acaso no es el Papa un fanático del evolucionismo? ¿No se basa la evolución en la supervivencia de los más dotados? ¿No consiste en que las especies inferiores y peor adaptadas se extinguen por sí mismas? ¿Quiere el Papa que luchemos contra la evolución?
Por otra parte, el Pontífice se lamenta de que esas especies extinguidas ya no pueden transmitirnos su «mensaje». ¿Qué mensaje nos podrían transmitir?
Veamos algunas expecies extintas:
El purassaurus, cocodrilo de 13 m de longitud.
El pulmonoscorpius, escorpión que media un metro.
El arthropleura, milpiés de dos metros.
El attercopus, araña con aguijón de alacrán.
La megapiraña, de un metro de longitud.
La boa titán, que medía 13 m y pesaba más de una tonelada.
La meganuera, libélula con una envergadura del largo de un brazo humano.
El megalodonte, tiburón de 15 m de largo con dientes del tamaño de una mano.
Motivado por esta encíclica, voy a convertir en sufrimiento personal la conciencia dolorosa que he tomado de su extinción hará unos cinco minutos.
Oda al megalodón
“¿Qué ha sido de ti, megalodón de mi alma? ¡Nunca te conocí, y mis hijos nunca han tenido la oportunidad de verte! Te perdiste para siempre, megalodoncito. Ya no podrás glorificar a Dios con tu existencia. No podrás transmitirnos tu mensaje. ¿Cuál era tu mensaje, preciado megalodón? ¿Qué arrobadoras palabras de sabiduría nos quisiste dirigir y no te fue posible?”
Hoy no podemos dejar de reconocer que un verdadero planteo ecológico se convierte siempre en un planteo social, que debe integrar la justicia en las discusiones sobre el ambiente, para escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres.(49) Estas situaciones provocan el gemido de la hermana tierra, que se une al gemido de los abandonados del mundo, con un clamor que nos reclama otro rumbo. Nunca hemos maltratado y lastimado nuestra casa común como en los últimos dos siglos. (53)
¿El gemido de la tierra? ¿La Tierra es frágil y gime? Si hiciéramos caso del Papa, viviríamos en el equivalente planetario de un niño de seis meses. En todo caso, olvidémonos de la Tierra; las verdaderas víctimas de este timo serán nuestros pobres amigos neocatólicos. Sin duda el domingo que viene oirán un nuevo estribillo en la Misa Novus Ordo de su parroquia en boca de un anciano sochantre:
“El Señor escucha el clamor de la Tierra. Bienaventurada sea la Tierra.»
Hay más sensibilidad ecológica en las poblaciones, aunque no alcanza para modificar los hábitos dañinos de consumo, que no parecen ceder sino que se amplían y se desarrollan. Es lo que sucede, para dar un solo ejemplo, con el creciente aumento del uso y de la intensidad de los acondicionadores de aire. Los mercados, procurando un beneficio inmediato, estimulan todavía más la demanda. Si alguien observara desde afuera la sociedad planetaria, se asombraría ante semejante comportamiento que a veces parece suicida.(55)
Pues sí, Irlanda acaba de aprobar por referéndum el «homomonio», los obispos alemanes amenazan con un cisma si no se autoriza la comunión para los adúlteros, la ONU promueve el aborto y la anticoncepción por todo el mundo, “Caitlyn” Jenner y Rachel Dolezal enseñan la teoría de género y que el sexo y la raza son inventos de la sociedad y el Papa se pone a predicar sobre los males del… ¡aire acondicionado!
El blog Juicy Ecumenism señala la ironía del asunto:
El aire acondicionado no es un lujo frívolo. Salva vidas, sin exagerar. Aun en un país acomodado como Francia murieron más de 14.000 personas durante la ola de calor de 2003, de ingrata memoria. ¿Cuántas más mueren por todo el mundo en las rachas de calor? La climatización ha supuesto un gran avance. Ya no hay millones de trabajadores, al menos en EE.UU., que se sofoquen de calor en una fábrica o en la cocina de un restaurante, porque se puede evitar el calor extremo. Los pobres ya no tienen que dormir en verano en un parque o en la escalera de incendios. Ya no mueren tantos ancianos por culpa de las altas temperaturas. El aire acondicionado ha mejorado inmensamente la calidad de vida y del trabajo para cientos de millones de almas, y ha hecho posible que desiertos estériles e inhóspitos lleguen a se lugares cómodos de residencia y de trabajo para innumerables personas.
En los países ricos de Occidente, la ideología climática sostiene, basándose en unas proyecciones cada vez menos confiables realizadas por ordenador sobre el posible impacto a largo plazo de las tecnologías, que es necesario que los pobres de muchos países sigan siendo pobres y no tengan electricidad ni aire acondicionado. Y eso que no hay ninguna prueba de que limitar el uso de los combustibles fósiles afecte el clima del futuro.
La encíclica del Papa manifiesta hablar en nombre de los pobres. Pero serán sin embargo los pobres los que tengan que soportar las consecuencias de una reducción radical de las emisiones de carbono. ¿No deberíamos más bien rezar y trabajar para que un día todo el mundo tenga electricidad y aire acondicionado para que los pobres también puedan disfrutar de algunas comodidades?
En vez de tener un gesto como abandonar su lujoso apartamento e instalarse en otro más sencillo, ¿por qué no da ejemplo el Papa dejando de utilizar acondicionadores de aire durante todo el verano? Sería la penitencia ideal. Manifestaría solidaridad con los pobres y tendría un impacto mediático increíble.
Es más, todos los blogueros neocatólicos serían consecuentes con sus opiniones y demostrarían que de verdad apoyan la encíclica. Por tanto, ¡exhorto a todos los obispos, sacerdotes y seglares que elogian este documento pontificio a desconectar sus acondicionadores de aire en señal de fidelidad al papa Francisco! Para que lo demuestren, quiero ver fotos de blogueros como Jimmy Akin o Mark Shea sudando a mares mientras nos explican las excelencias de tan sabia encíclica y nos sermonean para que hagamos nuestra parte por salvar la Tierra. Aunque, bien pensado, no quiero ver esas fotos.
Al mismo tiempo, crece una ecología superficial o aparente que consolida un cierto adormecimiento y una alegre irresponsabilidad. Como suele sucede en épocas de profundas crisis que requieren decisiones valientes, tenemos la tentación de pensar que lo que está ocurriendo no es cierto. Si miramos la superficie, más allá de algunos signos visibles de contaminación y degradación, parece que las cosas no fueran tan graves y que el planeta podría persistir por mucho tiempo en las actuales condiciones. Este comportamiento evasivo nos sirve para seguir con nuestros estilos de vida, de producción y de consumo. Es el modo como el ser humano se las arregla para alimentar todos los vicios autodestructivos: intentando no verlos, luchando para no reconocerlos, postergando las decisiones importantes, actuando como si nada ocurriera. (59)
El medio ambiente a mi alrededor ha cambiado muy poco en el tiempo que llevo viviendo sobre la «Madre Tierra». Miro a mi alrededor y veo el cielo, nubes, árboles, lagos, ríos, bosques, hierba. El tiempo sigue cambiando. Llueve, nieva, en verano hace calor y frío en invierno. Siempre ha habido tornados, huracanes, terremotos, tifones, erupciones volcánicas y demás. No sólo eso: pocas cosas han sido más constantes a lo largo de mi vida.
Recuerdo también que durante todo ese tiempo de disfrutar de la naturaleza los liberales que me educaron y los medios informativos cantinfleaban constantemente sobre los peligros que acosaban al planeta, el calentamiento global, las crías de las focas y las lechuzas, y mil y una preocupaciones más de corte apocalíptico. Por eso, cuando el Papa dice: “Si miramos la superficie, más allá de algunos signos visibles de contaminación y degradación, parece que las cosas no fueran tan graves y que el planeta podría persistir por mucho tiempo en las actuales condiciones”, la única palabra que no me parece impropia correcta es «superficie». La verdad es que todo esto es muy superficial.
Desgraciadamente tenemos un papa que, al igual que los alarmistas de la ecología, nos pide que efectuemos transformaciones radicales basados en teorías y modelos descabellados de científicos que en los años setenta nos decían que se nos venía encima otra edad de hielo. De entonces acá, el tiempo no ha cambiado de forma más apreciable que antes. Entonces, ¿a quién vamos a creer? ¿A la ideología que impera en el mundo a la vista «que nos engaña»?
1978. Se nos decía que estaba llegando una nueva Edad de Hielo
Comparémoslo con el estado de la Iglesia en los últimos cincuenta años. Prácticamente se le podría dar la vuelta a la afirmación del Papa. Se podría decir que aparte unas pocas señales evidentes de vida (órdenes religiosas y fieles tradicionalistas) la situación es ALARMANTE y NO PARECE que la Iglesia pueda durar mucho tiempo más. Se le podría dar más ironía y humor al asunto aplicando la cita anterior del Pontífice a la crisis que arrastra la Iglesia desde el Concilio. Adaptemos las palabras de Francisco para ilustrarlo mejor:
Al mismo tiempo, observamos una teología superficial o aparente que consolida un cierto adormecimiento y una alegre irresponsabilidad. Como suele suceder en épocas de profundas crisis que requieren decisiones valientes, tenemos la tentación de pensar que lo que está ocurriendo no es cierto. Si miramos la superficie, más allá de algunos abusos litúrgicos evidentes y prelados heréticos, parece que las cosas no fueran tan graves y que la Iglesia podría persistir por mucho tiempo en las actuales condiciones. Este comportamiento evasivo nos sirve para seguir con nuestra liturgia actual y el neomodernismo. Es el modo como el ser humano se las arregla para alimentar todos los vicios autodestructivos: intentando no verlos, luchando para no reconocerlos, postergando las decisiones importantes, actuando como si nada ocurriera.
Si Francisco redirigiera su equivocado empeño en pro de una crisis ambiental inventada y lo dedicara a solucionar la gran crisis que atraviesa la Iglesia, ¡sería como si San Pío X hubiera resucitado! Desgraciadamente, parece una combinación de Al Gore con Chicken Little.*
Hay regiones que ya están especialmente en riesgo y, más allá de cualquier predicción catastrófica, lo cierto es que el actual sistema mundial es insostenible desde diversos puntos de vista, porque hemos dejado de pensar en los fines de la acción humana: “Si la mirada recorre las regiones de nuestro planeta, enseguida nos damos cuenta de que la humanidad ha defraudado las expectativas divinas”. (61)
Para empezar, la propia encíclica del Papa está llena de predicciones apocalípticas. En segundo lugar, sólo están representados los puntos de vista de los alarmistas del clima. Y tercero, con tantas barbaridades de orden moral como tienen lugar por todo el mundo, sin excluir las decapitaciones y otras matanzas de cristianos a manos de Estado Islámico, el Sumo Pontífice va y dice que la humanidad ha decepcionado a Dios por no apagar el aire acondicionado. Me da la impresión de que si Nuestro Señor expusiera sus quejas contra la humanidad, las acusaciones formuladas en esta encíclica figurarían en último lugar, y eso en caso de que se incluyeran.
Si es verdad que algunas veces los cristianos hemos interpretado incorrectamente las Escrituras, hoy debemos rechazar con fuerza que, del hecho de ser creados a imagen de Dios y del mandato de dominar la Tierra se deduzca un dominio absoluto sobre la demás criaturas. (67)
Un momento. ¿Dice el Papa que a veces los cristianos «hemos» interpretado incorrectamente las Escrituras? ¿Se refiere a la Iglesia? En ese caso, me gustaría saber exactamente en qué piensa que la Iglesia, intérprete infalible de las Sagradas Escrituras, se ha equivocado. Tal vez me pueda enterar en su proceso canónico. Sólo cabe imaginar. No sólo eso. Dice Francisco que el dominio del hombre sobre la Tierra no incluye dominar sobre las criaturas. ¿Es ese uno de los aspectos incómodos en que la Iglesia lleva siglos malinterprentando la Biblia?
De ahí que la legislación bíblica se detenga a proponer al ser humano varias normas, no sólo en relación con los demás seres humanos, sino también en relación con los demás seres vivos. “Si ves caído en el camino el asno o el buey de tu hermano, no te desentenderás de ellos (…) Cuando encuentres en el camino un nido de ave en un árbol o sobre la tierra, y esté la madre echada sobre los pichones o sobre los huevos, no tomarás a la madre con los hijos” (Dt. 22, 4.6). En esta línea, el descanso del séptimo día no se propone sólo para el ser humano, sino también “para que reposen tu buey y tu asno” (Ex. 23,12). De este modo advertimos que la Biblia no da lugar a un antropocentrismo despótico que se desentienda de las demás criaturas. (68)
Si no fuera tan peligroso citar estos versículos en apoyo de la novedosa e inquietante idea de que la Biblia se interesa por las relaciones entre el hombre y los animales sería para echarse a reír. Primeramente, el Papa oculta mediante elipsis la razón que da la Biblia para ayudar al burro o el buey del hermano. La cita completa dice a continuación: “sino que le ayudarás a levantarlos.” (!) Salta a la vista que el motivo para ayudar al burro o al buey no es establecer una especie de relación basada en la Biblia entre el hombre y un burro, sino ayudar al hermano a recuperar lo que es suyo. Visto cómo mutila selectivamente las Sagradas Escrituras para adaptarla a sus motivaciones personales, nos preguntamos si será posible fiarse de otros pasajes citados en la encíclica. Del mismo modo, la exhortación a descansar el séptimo día tenía un contexto laboral e incluía el descanso para “y tengan un respiro el hijo de tu sierva y el forastero.” Era cosa de sentido común. Se les pedía a los israelitas que en los días de reposo dieran también descanso a sus sirvientes y sus animales para que recuperaran fuerzas y no se agotaran. No lo decía por el bien de los animales (que no son seres conscientes) sino de su amo.
A continuación, el Papa cita un versículo que habla de encontrarse un nido. El comentario bíblico Haydock explica lo siguiente con relación a dicho versículo:
A quienes se abstengan de la crueldad, incluso hacia los animales, se les podrá enseñar más fácilmente a tener misericordia con sus semejantes (Tertuliano, Contra Marc. ii.), y se atraerán la bendición de Dios. (Menochio)
Una vez más, las Escrituras no nos exhortan a establecer una relación con la mamá de los pajaritos, sino a cultivar la caridad hacia el prójimo.
Pero lo peor es que para citar esos dos versículos del Deuteronomio (Dt. 22,4 6) Francisco tuvo la precaución de saltarse el que los separa, Dt 22,5, que dice:
La mujer no llevará ropa de hombre ni el hombre se pondrá vestidos de mujer, porque el que hace esto es una abominación para Yavhe tu Dios.
Nos preguntamos si Nuestro Señor, con su sabiduría infinita colocó esa frase entre las otras dos para que nuestro pontífice (o quienquiera que escribiese la encíclica) no tuviera más remedio que leerlo mientras seleccionaba escrupulosamnete los textos para probar cómo tenía que ser la relación del hombre con los animales. A lo mejor el Señor quería punzarle la conciencia al autor para escribiera sobre temas de más importancia para el alma en los tiempos que vivimos.
El fin último de las demás criaturas no somos nosotros. Pero todas avanzan, junto con nosotros y a través de nosotros, hacia el término común, que es Dios, en una plenitud trascendente donde Cristo resucitado abraza e ilumina todo. Porque el ser humano, dotado de inteligencia y amor, y atraído por la plenitud de Cristo, está llamado a reconducir a todas las criaturas a su Creador. (83)
Dios creó a los animales para el servicio del hombre, no por el bien de los propios animales. Por ello, la razón de ser de las demás criaturas está en nosotros. Es más, de ninguna manera tenemos que reconducir a Cristo a nuestro perro, al pececito del acuario o al escarabajo de la patata. Nuestra misión en este mundo es salvar el alma. Mi perro no tendrá que comparecer en el Juicio Final para dar cuenta de sus actos. Entonces, ¿por qué no nos dice el Papa, precisamente en los tiempos que vivimos, que son los más peligrosos para el alma de la historia, lo que tenemos que hacer para salvarnos? Por el contrario, nos dice que tenemos que reconducir a los animales a Dios. Desgraciadamente, ya ni se pueden reconciliar estas cosas. Peor aún, como los siervos del emperador del cuento que iba desnudo, a los blogueros, obispos y claro neocatólicos les faltará tiempo para exponernos las bondades de ese párrafo y lo sensacional que es el Papa que tenemos.
Los obispos de Brasil han remarcado que toda la naturaleza, además de manifestar a Dios, es lugar de su presencia. En cada criatura habita su espíritu vivificante que nos llama a una relación con él. El descubrimiento de esta presencia estimula en nosotros el desarrollo de las “virtudes ecológicas”. (88)
¿¡Virtudes ecológicas!? Válgame Dios. ¿Las incluirán a partir de ahora en el catecismo junto con las virtudes cardinales? ¿Cuáles serán? Reciclar, aprovechar la basura para abonar el jardín, instalar inodoros que gasten poca agua? Estamos en el País de las Maravillas.
Quiero recordar que “Dios nos ha unido tan estrechamente al mundo que nos rodea que la desertificación del suelo es como una enfermedad para cada uno, y podemos lamentar la extinción de una especie como si fuera una mutilación”. (89)
Las constantes alegorías con las que intenta vincular nuestros sentimientos con objetos inanimados y animales inconscientes me suscita de forma casi instintiva una especie de aversión por panteísta. Me recuerda a la filosofía Zen. O a cuando el entrenador me decía que me pusiese en el lugar de la pelota. Pareciera que la conexión emocional y el sufrimiento que se experimentaría hacia un familiar o un amigo enfermo o lesionado quedara rebajado y explotado al pedirnos que suframos con el suelo cultivable y las especies extinguidas, que sintamos su dolor. Da repeluco. Enferma. Y para mí no tiene nada de católico ni me lo parece.
Neocatólicos aplicando Laudato Si íntegramente
Esto no significa igualar a todos los seres vivos y quitarle al ser humano ese valor peculiar que implica al mismo tiempo una tremenda responsabilidad. Tampoco supone una divinización de la tierra que nos privaría del llamado a colaborar con ella y a proteger su fragilidad. Estas concepciones terminarían creando nuevos desequilibrios por escapar de la realidad que nos interpela. (90)
Seguidamente, con el habitual estilo contradictorio posconciliar, la encíclica llega a afirmar: “¡Alto ahí! ¡Era broma! No era panteísmo. Claro que el panteísmo está mal. Y me llamarían hereje. Entonces, se preguntará el lector que quería decir el párrafo anterior. Sin duda algo intermedio, ¿no? ¿O una forma católica de panteísmo? Pues que te lo explique uno de esos blogueros que explican y justifican mis acciones. Yo no tengo ni idea. ¡Suerte!”
Por eso, los obispos de Nueva Zelanda se preguntaron qué significa el mandamiento «no matarás» cuando «un veinte por ciento de la población mundial consume recursos en tal medida que roba a las naciones pobres y a las futuras generaciones lo que necesitan para sobrevivir”. (95)
Esto me recuerda a cuando mis padres, para que me comiera todo lo que tenía en el plato, me decían que en la China había niños que se morían de hambre. Ahora, gracias al papa Francisco, puedo llegar más allá que mis padres y decirles a mis hijos que si no se lo comen todo cometerán pecado mortal. Esta debe de ser la única frase que tenga aplicación práctica en toda la encíclica.
Lo que está ocurriendo nos pone ante la urgencia de avanzar en una valiente revolución cultural. La ciencia y la tecnología no son neutrales, sino que pueden implicar desde el comienzo hasta el final de un proceso diversas intenciones o posibilidades, y pueden configurarse de distintas maneras. Nadie pretende volver a la época de las cavernas, pero sí es indispensable aminorar la marcha para mirar la realidad de otra manera, recoger los avances positivos y sostenibles, y a la vez recuperar los valores y los grandes fines arrasados por un desenfreno megalómano. (114)
¿Cabe mayor desenfreno megalómano que dirigir una encíclica «a cada persona que habita este planeta» pidiendo “una valiente revolución cultural» para que los seres humanos salvemos el planeta que pertenece a Dios mediante una campaña contra el aire acondicionado y convocando a todos a solidarizarse con el dolor de la tierra? A mí me parece que no.
Si el ser humano se declara autónomo de la realidad y se constituye en dominador absoluto, la misma base de su existencia se desmorona, porque, en vez de desempeñar su papel de colaborador de Dios en la obra de la creación, el hombre suplanta a Dios y con ello provoca la rebelión de la naturaleza”. (117)
El Papa a lo mejor no lo sabe, pero yo creía que la naturaleza está en rebelión contra el hombre desde la Caída. Precisamente por eso dijo Dios en Génesis 3,17:
“Por ti será maldita la tierra; con trabajo comerás de ella todo el tiempo de tu vida; te dará espinas y abrojos y comerás de las hierbas del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra…»
Las predicciones catastróficas ya no pueden ser miradas con desprecio e ironía. A las próximas generaciones podríamos dejarles demasiados escombros, desiertos y suciedad. (161)
Pero bueno, no había dicho el Papa en el párrafo 61: “más allá de cualquier predicción catastrófica,” como burlándose de esas predicciones y contándonos la verdad de lo que pasa? ¡Y ahora nos sale con que no podemos mirar con desprecio ni ironía esas predicciones! ¿Desde cuándo? ¿Es que ha cambiado de opinión a lo largo de los últimos cien párrafos? ¿O es que después de escribir los cien últimos ya no se acuerda de lo que dijo en el 61?
En todo caso, lo más irónico es que la cita anterior se puede aplicar con muchísima precisión al estado de la Iglesia gobernada por Francisco.
Si “los desiertos exteriores se multiplican en el mundo porque se han extendido los desiertos interiores», la crisis ecológica es un llamado a una profunda conversión interior. Pero también tenemos que reconocer que algunos cristianos comprometidos y orantes, bajo una excusa de realismo y pragmatismo, suelen burlarse de las preocupaciones por el medio ambiente. Otros son pasivos, no se deciden a cambia sus hábitos y se vuelven incoherentes. Les hace falta entonces una conversión ecológica, que implica dejar brotar todas las consecuencias de su entorno con Jesucristo en las relaciones con el mundo que los rodea. Vivir la vocación de ser protectores de la obra de Dios es parte esencial de una existencia virtuosa, no consiste en algo opcional ni en un aspecto secundario de la experiencia cristiana. (217)
A ver si lo he entendido bien. El papa que dijo que el proselitismo es una solemne tontería y que no existe un Dios católico no exhorta a toda persona sobre la faz de la Tierra a convertirse a Jesucristo, único Nombre por el que podemos salvarnos. Al contrario, los llama a una «conversión ecológica»¡?. ¿Ha habido, antes de la aparición del movimiento ambientalista radical en tiempos de Juan Pablo II, algún sacerdote en la historia de la Iglesia Católica que haya predicado alguna vez una «conversión ecológica»?” ¿Predicaron alguna vez Cristo o sus apóstoles una conversión ecológica?
Sea como sea, está visto que el Papa no entiende que los cristianos comprometidos y orantes, yo mismo sin ir más lejos, no nos burlamos de las preocupaciones por el medio ambiente. Todo lo contrario: nos burlamos con toda razón de una ideología alarmista basada en ciencia especulativa utilizada por los enemigos de la Iglesia para dominar los gobiernos y a las personas.
Hasta un ciego ve que todos los cristianos queremos aire puro, agua limpia, menos contaminación cancerígena, campos, parques, lagos, ríos y playas hermosos e impolutos. Naturalmente que queremos ser buenos administradores de la creación de Dios. No hay ni que decirlo. Esta encíclica se equivoca al querer subirse al carro de predicciones apocalípticas hechas por grupos de presión que para satisfacer sus intereses vinculan casi toda acción productiva del hombre a la destrucción del planeta. Vamos a ver. Qué ideología se podría beneficiar de la destrucción de la industria y del libre mercado, y de la imposición de organismos que impongan restricciones a todos los pueblos y naciones del mundo? Humm…
El universo se desarrolla en Dios, que lo llena todo. Entonces hay mística en una hoja, en un camino, en el rocío, en el rostro del pobre. El ideal no es sólo pasar de lo exterior a lo interior para descubrir la acción de Dios en el alma, sino también llegar a encontrarlo en todas las cosas. (233)
¿Hay mística en una hoja, un un camino, en una gota de rocío? A veces me pregunto si algún cantante folk como Cat Stevens o Woody Guthrie le ayudó a escribir la encíclica.
Por supuesto que podemos apreciar la naturaleza y maravillarnos de la belleza de la creación. Pero ¿la creación tiene mística? Por el sentido que le suele dar Francisco a la palabra parece que fuera un mago o que tuviéramos que ponernos todos en éxtasis haciendo meditación trascendental, acceder a realidades alternas y completar la unión con Dios contemplando una hojita. Es cierto que contemplar el Santísimo Sacramento adorándolo o en la Santa Misa puede ser una experiencia mística. Pero… ¿contemplar una hoja? Qué va. A no ser, claro, que se quiere equiparar la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía con la presencia de Dios en la creación, lo cual es absurdo.
La Eucaristía une el cielo y la tierra, abraza y penetra todo lo creado. El mundo que salió de las manos de Dios vuelve a Él en feliz y plena adoración. En el Pan eucarístico, «la creación está orientada hacia la divinización, hacia las santas bodas, hacia la unificación con el Creador mismo”. Por eso, la Eucaristía es también fuente de luz y de motivación para nuestras preocupaciones por el medio ambiente, y nos orienta a ser custodios de todo lo creado. (236)
Qué más da…
De todas maneras, gracias a Dios, aquí termina mi comentario a tan bochornosa encíclica. Animo a todos los católicos a dar las gracias a Su Santidad por este revoltijo inconexo en más de 200 páginas de frases ambiguas, alarmismo ambiental, teología heterodoxa, citas bíblicas que confunden y condenación del aire acondicionado mientras la Iglesia de Cristo, de la que es supervisor, se hunde en la herejía, la apostasía, el sacrilegio y la inmoralidad. También animo a todos católicos a dar las gracias a todos los neocatólicos que han hecho posible tan bochornosa encíclica, por haber tenido el valor para sofocar sus más íntimas convicciones sobre el extremismo ambiental, dar un giro copernicano y explicar de pronto que encaja a la perfección con la teología católica. También animo a todos los católicos que defienden esta encíclica a apagar inmediatamente el acondicionador si no quieren infringir el quinto mandamiento y el espíritu y la letra de Laudato Si. Que el mensaje del Megalodoncito esté siempre en vuestro corazón y cada uno de vosotros experimente la alegría de reconducir a sus mascotas al Señor Resucitado.
Amén.
Chris Jackson
* Chicken Little: Pollito protagonista de un cuento infantil muy popular en EE.UU., al que le cae de repente una bellota en la cabeza y se alarma pensando que el cielo se le cae encima.
[Traducido por J.E.F para Adelante la Fe. Debe citarse esto para reproducir la traducción]