«Querido Papa Francisco»: Carta al Papa – por el P. Richard Cipola

Querido Papa Francisco:

Le escribo esta carta con un corazón apesadumbrado, lleno de preocupación por la Iglesia y por usted como sucesor de Pedro. Nosotros, los católicos, estamos llamados a amarlo y ayudarlo en su difícil ministerio dentro de la Iglesia.

Lo hacemos. Pero a muchos de nosotros nos preocupa que usted no parece estar a tono con el estado actual de la Iglesia en el mundo de hoy. A veces, usted parece actuar arbitrariamente en asuntos importantes tales como la vida litúrgica de la Iglesia y la enseñanza moral, dando la impresión de estar pensando como alguien de la década de 1960. Si bien debemos respetar el Concilio Vaticano Segundo como concilio ecuménico, las formas de pensar de aquel tiempo son muy distintas a las del tiempo presente. Aquel concilio señaló en varias maneras el fin de la modernidad. Ahora estamos llamados a intentar comprender lo que significa vivir en la era postmoderna, aceptándola, para proseguir luego con la tarea de evangelización en un mundo postmoderno.

Nos duele profundamente cuando usted habla de manera despectiva hacia quienes llama “tradicionalistas” y los descalifica por obsesión con el pasado, estrechez mental, y falta de caridad. Habrá algunos que encajan con esta descripción, pero los que yo conozco aman la sagrada tradición de la Iglesia y, lejos de estar obsesionados con el pasado, están fuertemente preocupados por el futuro de la Iglesia y no desean vivir en una época dorada de la Iglesia que jamás existió.

Estos hombres y mujeres, incluyendo obispos, sacerdotes, diáconos, y laicos, están felices por vivir en el mundo de hoy, con sus desafíos particulares, y buscan acercar el Evangelio de Jesucristo y la sagrada tradición, que encarna la enseñanza heredada de los apóstoles, al mundo postmoderno.

Querido Santo Padre, usted parece ignorar que, a diferencia del mundo moderno que desapareció llevándose su racionalismo y sesgo anti-tradicionalista, los jóvenes del mundo postmoderno están genuinamente interesados en la tradición y están fascinados por sus experiencias en esa tradición, ya sea en el arte, la arquitectura, la música, o la liturgia tradicional de la Iglesia.  El problema es que el Concilio Vaticano Segundo produjo una liturgia que es fruto de la era moderna. Hoy, en este mundo postmoderno, ya es obsoleta. Si pudiera visitar los seminarios de este país, encontraría que la mayoría de nuestros seminarios ven favorablemente la misa tradicional suprimida durante los años postconciliares. Ellos no cargan con el peso que usted y yo llevamos desde aquellas agitaciones de la década de 1960.  Los jóvenes de hoy son como hojas en blanco, cosa que les resulta ventajosa. Ven la belleza de la tradición, están atraídos a ella y se preguntan por qué esa belleza ya no es experimentada por la mayoría de los católicos de hoy.

En estos tiempos en que la unidad de la Iglesia Católica se ve amenazada desde adentro y desde afuera, usted ha profundizado esa amenaza con su reciente cambio en la ley canónica que da poder a las conferencias episcopales para que realicen sus propias adaptaciones en la liturgia de la misa. No estaremos solo divididos por el idioma, sino que pronto estaremos divididos por el rito de la misa en sí. Usted tiene razón en intentar liberar la liturgia de la burocracia de las congregaciones romanas. Dado que la tradición litúrgica no puede crecer orgánicamente si la liturgia se reduce a rúbricas y leyes. Pero el camino que usted sigue amenaza con la unidad misma de la Iglesia. La misa no debiera ser usada como instrumento para la “inculturación” que fue una obsesión en la Iglesia moderna del pasado.

Querido Papa Francisco: le ruego que piense sobre lo que he dicho en esta carta y considere maneras de encontrar dónde se encuentra verdaderamente su rebaño en el mundo de hoy. No logrará esto rodeándose con quienes aún viven en la década de 1960. No tema abrazar la sagrada tradición de la Iglesia. Ese abrazo lo hará un hombre feliz y un sabio Obispo de Roma.

Con filial afecto,

Padre Richard Gennaro Cipola

(Artículo original. Traducido por Marilina Manteiga)

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