En el Corriere della sera del pasado día 13 leímos un reportaje del corresponsal en Inglaterra Luigi Ippolito que decía lo siguiente: «Por lo que se ve, en Londres el Ramadán ha reemplazado a la Cuaresma. Este año coinciden prácticamente ambos periodos de ayuno y penitencia; sin embargo, la atención se centra al parecer en la observancia musulmana. Las grandes cadenas de supermercados lanzan campañas enfocadas en el Ramadán, la página web de los grandes almacenes Harrod’s anuncia comida para el iftar (el banquete que, tras el anochecer, pone fin al ayuno del día), las cadenas de comida al paso hacen ofertas especiales y algunas peluquerías atrasan la hora de cierre para que los musulmanes puedan hacer uso de sus servicios».
Por si fuera poco, en la capital británica se han encendido luces de Ramadán en la calle Coventry mientras en una plaza tan céntrica como Leicester una instalación luminosa interactiva tiene por objeto simbolizar el espíritu del Ramadán.
Como vemos, la islamización de Europa avanza imparable, como una ola silenciosa. Por una parte, se exige que en Navidad no se instalen en los colegios nacimientos ni se canten villancicos, a fin de no ofender la sensibilidad de los no cristianos, pero a nadie se le ocurre pedir que retiren las luces del Ramadán.
La ostentosa celebración del Ramadán por parte de los mahometanos nos permite entender la diferencia entre nuestra Cuaresma, que no tiene necesidad de luces, pues se trata de una actitud interior. El islam, por el contrario, se presenta como una religión de ritos que se limita a exigir a sus seguidores la observación de los que llaman cinco pilares: declaración verbal de monoteísmo, rezo de las oraciones prescritas, hacer una vez en la vida la peregrinación a La Meca, dar la limosna ritual, y lo que es más llamativo: el ayuno del Ramadán.
Una vez cumplidas estas obligaciones externas, el musulmán queda libre para gozar sin reservas de los placeres. El ayuno de Ramadán no es penitencia sino ritualismo. Se ayuna durante ocho horas seguidas, y durante las ocho siguientes se come cuanto a uno le da la gana. Cosa que sería inconcebible para un cristiano, porque en Cuaresma no se le pide que se limite a observar unos ritos, sino que viva con espíritu de penitencia. Por eso condenó Jesús la actitud de los fariseos, que observaban escrupulosamente las prescripciones rituales impuestas por la Ley pero su corazón estaba alejado de Dios.
El islam no conoce el espíritu de penitencia, porque tampoco conoce el espíritu de sacrificio. Y no hay espíritu de sacrificio porque el islam no sólo desconoce sino que hasta rechaza el sacrificio de la Cruz, al cual San Pablo califica con estas palabras: «para los judíos, escándalo; para los gentiles, insensatez» (1ª Cor.1,23).
La religión islámica puede considerarse una religión de placeres, no sólo porque no sabe lo que es el sacrificio, sino porque sustituye el concepto cristiano de felicidad eterna en el Paraíso por el de placeres eternos, de infinita voluptuosidad. El paraíso musulmán es de placeres corporales: opíparos banquetes acompañado de exquisitos vinos, y delicias de la carne con huríes eternamente vírgenes a disposición de los elegidos.
En una célebre carta dirigida al sulltán Mehmed II el Conquistador, Pío I le habló de la vida eterna advirtiéndole con las siguientes palabras: «Nuestra felicidad será de la parte más noble del hombre: el alma; la vuestra, de la más vil: el cuerpo. Nuestra felicidad es intelectual; la vuestra materia. […] La nuestra es común a los ángeles y al mismo Dios; la tuya, a los cerdos y otros brutos».
Precisamente a causa de ese hedonismo, el islam es capaz de atraer a jóvenes instruidos de Occidente. La juventud occidental, como cualquier hombre, aspira a lo sagrado, a lo absoluto, pero está corrompida por el relativismo; es incapaz de sacrificarse. El islam ofrece a los jóvenes una religión que les brinda un sucedáneo de lo sagrado sin exigirles un verdadero sacrificio. Pero la clave del éxito del islam radica también en la ayuda que recibe de la OCI, la Organización para la Cooperación Islámica, que agrupa a 58 países mahometanos y de algunos de los países más opulentos, como Arabia Saudita.
Por ese motivo, nos parece inquietante que el pasado 11 de marzo las delegaciones de Estados Unidos y de Ucrania se hayan reunido para estudiar posibilidades de paz nada menos que en Yeda (Arabia Saudita). En las fotos y videos se observa sentados en la mesa de negociación entre ambas delegaciones, como convidados de piedra, a los representantes saudíes; los de un país que financia la expansión del islam por el mundo.
El islam es una religión totalitaria que aspira a conquistar el mundo, y Arabia Saudita, después de invertir durante años en mezquitas, actualmente invierte en las universidades occidentales para cambiarles la mentalidad. Ya lo recordamos en Correspondencia romana
En Estados Unidos, una amplia protesta a favor de los terroristas de Hamas ha congregado a numerosos centros académicos como las universidades de California, Harvard, Yale y Columbia. Una de las razones a las que obedece este alineamiento de una considerable parte de alumnos y docentes de las universidades estadounidenses con las consignas del islam radical está en que las principales universidades del país reciben una considerable financiación que procede de fondos islámicos, en particular de Arabia Saudita, Qatar y los Emiratos, que derraman a manos llenas dinero a innumerables facultades de universidades públicas y privadas. Al igual que en Europa, en Estados Unidos no se financia a fondo perdido, sino que las donaciones están destinadas a centros de estudios, titulaciones y doctorados que tienen por objeto promover la cultura islámica y la contratación de profesorado favorable a la religión de Alá, que se practica en mezquitas construidas en las inmediaciones de los centros universitarios.
La celebración del Ramadán es una expresión de dicha cultura, antitética de la occidental y cristiana. Y la resistencia a esa ofensiva anticristiana no se puede reducir a la limitación, también necesaria, de los flujos migratorios, sino que es ante todo cultural y espiritual.
Todavía no es tarde. Frente al islam que nos agrede, hagamos nuestras las palabras que dirigió Pío II al Sultán. El Papa le recordó al Conquistador que en la historia se han dado casos en que reducidas fuerzas cristianas desbaratan al mucho más fuerte ejército otomano, gracias únicamente a la ayuda extraordinaria de Dios. Eso nunca ha sucedido con el islam. El islam podrá vencer por fuerza numérica, o por la de las armas o el dinero; pero no tiene de su parte los milagros, la intervención de Dios, que es capaz en cualquier momento de alterar lo que parece el destino irremediable de la historia.
(Traducido por Bruno de la Inmaculada)