Junto con San Miguel Arcángel, San José es patrono de la Iglesia universal, pero a diferencia de San Miguel, su patronazgo fue objeto de una proclamación solemne por parte del papa Pío IX en el decreto Quemadmodum Deus del 8 de diciembre de 1870, que estableció que su festividad se celebrase el 19 de marzo de cada año. Tan importante es esta fiesta, que para conmemorar el sesquicentenario del decreto de Pío IX el papa Francisco proclamó un Año de San José entre el 8 de diciembre de 2020 y la misma fecha de 2021. Iniciativa que no se aparta de la Tradición católica, y por la que debemos estarle agradecidos.
León XIII fue también un gran devoto de San José, al cual dedicó la encíclica Quamquam pluries del 15 de agosto de 1889. En dicha encíclica, ante los males que infestaban la Iglesia y la sociedad entera, cuando parecía que «toda ausencia de ley es permitida a los poderes de la oscuridad», León XIII recomienda la devoción a la Santísima Virgen, y en particular el rezo del Santo Rosario. A esta devoción añade otra a San José, proclamado pocos años antes patrono de la Iglesia por Pío IX. Explica León XIII que este título es como una extensión de los de cabeza de la Sagrada Familia, esposo de la Santísima Virgen y padre putativo del Hijo de Dios:
«El divino hogar que José dirigía con la autoridad de un padre contenía dentro de sí a la apenas naciente Iglesia. Por el mismo hecho de que la Santísima Virgen es la Madre de Jesucristo, ella es la Madre de todos los cristianos a quienes dio a luz en el Monte Calvario en medio de los supremos dolores de la Redención; Jesucristo es, de alguna manera, el primogénito de los cristianos, quienes por la adopción y la Redención son sus hermanos. Y por estas razones el Santo Patriarca contempla a la multitud de cristianos que conformamos la Iglesia como confiados especialmente a su cuidado, a esta ilimitada familia, extendida por toda la tierra, sobre la cual, puesto que es el esposo de María y el padre de Jesucristo, conserva cierta paternal autoridad. Es, por tanto, conveniente y sumamente digno del bienaventurado José que, lo mismo que entonces solía tutelar santamente en todo momento a la familia de Nazaret, así proteja ahora y defienda con su celeste patrocinio a la Iglesia de Cristo.»
A esta encíclica, León XIII adjuntó una oración a San José, que dice así:
A ti, bienaventurado san José, acudimos en nuestra tribulación, y después de implorar el auxilio de tu santísima esposa, solicitamos también confiadamente tu patrocinio. Con aquella caridad que te tuvo unido con la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios, y por el paterno amor con que abrazaste al Niño Jesús, humildemente te suplicamos que vuelvas benigno los ojos a la herencia que con su Sangre adquirió Jesucristo, y con tu poder y auxilio socorras nuestras necesidades. Protege, oh providentísimo Custodio de la divina Familia, la escogida descendencia de Jesucristo; aleja de nosotros, oh padre amantísimo, este flagelo de errores y vicios. Asístenos propicio desde el cielo, en esta lucha contra el poder de las tinieblas; y como en otro tiempo libraste de la muerte la vida amenazada del Niño Jesús, así ahora defiende a la santa Iglesia de Dios de las hostiles insidias y de toda adversidad. Y a cada uno de nosotros protégenos con tu constante patrocinio, para que, a ejemplo tuyo, y sostenidos por tu auxilio, podamos vivir y morir santamente y alcanzar en los cielos la eterna bienaventuranza. Amén.
La Iglesia invita a rezar a San José, practicando la devoción del Sagrado Manto, serie de oraciones que se rezan durante treinta días consecutivos, inspirada en la reliquia que San Jerónimo llevó a Roma en el siglo IV al volver de Tierra Santa. A día de hoy, el manto de San José sigue custodiado junto a un velo de María en la basílica de Santa Atanasia en el monte Palatino.
La encíclica Divini Redemptoris contra el comunismo, de Pío XI, se promulgó precisamente el 19 de marzo de 1937, festividad del Santo. En la conclusión del documento, el Papa quiso poner «la actividad de la Iglesia católica contra el comunismo ateo bajo la égida del poderoso Patrono de la Iglesia, San José». En un discurso posterior, pronunciado el 19 de marzo del año siguiente, recordó la omnipotente mediación e intercesión de María con estas palabras: «Ciertamente la intercesión de María es la intercesión de una Madre; por eso el Hijo no puede negarle nada. Pero la intercesión de San José es también del esposo, el padre, el cabeza de la familia de Nazaret (…) Por eso mismo de ser cabeza de familia José, su intercesión no puede dejar de ser omnipotente».
Se puede afirmar que la presencia de San José, cabeza de la Sagrada Familia y protector de la Iglesia, ratifica el ciclo de las apariciones de Fátima.
Durante la última aparición de la Virgen, la del milagro del sol, aparecieron junto a Ella San José y el Niño Jesús. Sor Lucía describió la aparición en sus memorias con estas palabras: «En cuanto dejó de verse Nuestra Señora a la distancia en la inmensidad del firmamento, vimos junto al sol a San José con el Niño y a la Virgen vestida de blanco con un manto azul. San José y el Niño parecían bendecir el mundo trazando una cruz con las manos. Poco después, una vez dejó de verse esta aparición, vi al Señor y a la Virgen, que parecía la Dolorosa. El Señor parecía bendecir al mundo como lo había hecho San José».
San José no se limitó a bendecir a los allí presentes, sino que bendijo al mundo entero. Fue una bendición solemne, impartida junto a Jesús y la Virgen. El mundo hoy está en llamas, el humo del incendio envuelve a la Iglesia, y en esta hora dramática la Iglesia y el mundo tienen más necesidad que nunca de la intercesión de San José, así como de su protección y bendición. El mensaje de Fátima, que es un compendio teológico para nuestro tiempo, nos lo recuerda. Cuando todo parece perdido, es preciso alzar los ojos al Cielo, y desde allí la Virgen, el Niño Jesús y San José bendicen, alientan y protegen a todos cuantos rezan y combaten en defensa de la Iglesia y de la gloria de Dios.
(Traducido por Bruno de la Inmaculada)