Pasaron tan sólo tres días desde que el tradicional Martirologio Romano marcó la muerte de los santos del Antiguo Testamento Josué y Gedeón, así como la muerte de santa Ana, la profetisa que vivió para ver el nacimiento del Mesías prometido de Israel. Sin embargo, otro santo del Antiguo Testamento -de hecho, el mayor y más importante de los antiguos santos de Israel- se conmemora en el Martirologio Romano en este día de hoy. En reconocimiento a su gloriosa memoria, su nombre encabeza la lista de mártires y santos de:
Este día, el cuarto día de septiembre»
En el Monte Nebo, en la tierra de Moab, el legislador y santo profeta Moisés.»
La muerte y el entierro de Moisés se relacionan en el capítulo 34 del Deuteronomio, un epílogo al Pentateuco escrito después de su muerte por su sucesor san Josué o por uno de los profetas o historiadores del antiguo Israel:
Entonces Moisés subió de los campos de Moab, sobre el monte Nebo, a la cumbre del Pisga enfrente de Jericó: y el Señor le mostró toda la tierra de Galaad hasta Dan. Y todo Neftalí, y la tierra de Efraín y Manasés, y toda la tierra de Judá hasta el mar más lejano, y la parte del sur, y la anchura de la llanura de Jericó, ciudad de las palmeras tan lejos como Segor. Y el Señor le dijo: “Esta es la tierra, por la cual juré a Abraham, Isaac y Jacob, diciendo: yo lo daré a tu descendencia. Que la hayas visto con tus ojos, y tú no pasarás por ella”. Y Moisés, siervo del Señor, murió allí, en la tierra de Moab, por el mandamiento del Señor: Y lo enterró en el valle de la tierra de Moab, contra monte Phogor: y nadie ha sabido de su sepulcro hasta el día de hoy. (Deut. 34: 1-6)
Como líder de Israel, profeta y legislador a través de los cuales Dios liberó a los israelitas de la esclavitud en Egipto en el siglo XV a.C., Moisés había gobernado en Israel durante 40 años. Pero con la concupiscencia y la tendencia a la idolatría dada por el hombre, los hijos de Israel sin duda habrían comenzado a considerar a su legislador fallecido como un semidiós, y se habría construido una capilla sobre la tumba de Moisés, que pronto se habría convertido en un templo de la idolatría. Para evitar eso, Dios se aseguró de que la tumba de Moisés permanecería en secreto. El diablo mismo ha querido utilizar el cuerpo de Moisés para guiar al pueblo elegido por mal camino, y al parecer trató de interferir con los santos ángeles que Dios envió a enterrar a Moisés, pero san Miguel Arcángel ha frustrado plan del diablo, como san Judas el apóstol escribió:
En cambio el arcángel Miguel, cuando altercaba con el diablo disputándose el cuerpo de Moisés, no se atrevió a pronunciar contra él juicio injurioso, sino que dijo: Que te castigue el Señor. (Judas 9)
Al igual que con todos los santos, la santidad de Moisés y todo lo que él logró, y todos sus milagros, fueron arraigados en su fe en Dios y su esperanza en las promesas mesiánicas, como dijo san Pablo, en su Epístola a los Hebreos:
Por la fe, Moisés, recién nacido, fue durante tres meses ocultado por sus padres, pues vieron que el niño era hermoso y no temieron el edicto del rey. Por la fe, Moisés, ya adulto, rehusó ser llamado hijo de una hija de Faraón, prefiriendo ser maltratado con el pueblo de Dios a disfrutar el efímero goce del pecado, estimando como riqueza mayor que los tesoros de Egipto el oprobio de Cristo, porque tenía los ojos puestos en la recompensa. Por la fe, salió de Egipto sin temer la ira del rey; se mantuvo firme como si viera al invisible. Por la fe, celebró la Pascua e hizo la aspersión de sangre para que el Exterminador no tocase a los primogénitos de Israel (Heb. 11 23-28)
San Pablo identifica aquí el sufrimiento y el oprobio que Moisés soportó a menudo como » el reproche de Cristo » nos recuerda que la vida, hechos y palabras de Moisés eran tipos alegóricos que se anticiparon a la vida de Jesucristo. Por lo tanto, Dios mismo le dijo a Moisés que el Mesías prometido sería un profeta «como tú»:
Yo les suscitaré, de en medio de sus hermanos, un profeta semejante a ti, pondré mis palabras en su boca, y él les dirá todo lo que yo le mande. Si alguno no escucha mis palabras, las que ese profeta pronuncie en mi nombre, yo mismo le pediré cuentas de ello. (Deut. 18 18-19)
Por lo tanto, todo lo que Moisés logró fue un presagio de las cosas más grandes que haría Jesús – incluso, y sobre todo, como Deut. 18 18 dice, la entrega de la Ley, la Antigua Alianza que Dios ha ratificado con Israel en el Monte Sinaí. En otras partes de la Epístola a los Hebreos, san Pablo hace hincapié en la semejanza y la superioridad del nuevo pacto ratificado por el derramamiento de la Sangre Preciosa de Jesús en el monte de Sion:
Mas ahora ha obtenido él un ministerio tanto mejor cuanto es mediador de una mejor alianza, como fundada en promesas mejores. (Hebreos 8 6).
La palabra «fundada» en este versículo es una traducción (de la Vulgata Latina sanctum) del verbo griego nenomothetetai, una palabra que aparece sólo dos veces en el Nuevo Testamento, las dos veces en Hebreos. La otra es Hebreos 7 11, donde san Pablo dice que a la gente «se les dio la Ley» (nenomotheteto) bajo el sacerdocio levítico que ha sido sustituido por el sacerdocio de Melquisedec. Está relacionado con los términos griegos nomothetes, «legislador», alguien cuyas manos establecían leyes – un término que el Nuevo Testamento usa para referirse a la acción de Dios y Moisés en dar el Torá a Israel. Desde los Apóstoles la Iglesia Católica, la nueva Israel, supo que la Iglesia no está sujetada a las normas del Torá, porque la Antigua Alianza fue reemplazada por el nuevo pacto, un pacto mejor, una nueva «Torá» por así decirlo, «ley-dada» o «establecida como ley» sobre mejores promesas. Aunque los dos pactos no se contradicen (dado que el antiguo pacto fue dado en preparación para el nuevo), la fidelidad al Señor no se define por la adhesión a la ley de Moisés, sino a las enseñanzas y mandamientos dados por Cristo y los Apóstoles.
La salvación no depende de la circuncisión, la realización de los sacramentos del antiguo pacto, y el ser miembro del pueblo judío, mediante el bautismo y los sacramentos católicos y la incorporación formal en el Cuerpo Místico de Cristo, la Iglesia Católica. Como Dios le dijo a Moisés, el que no quiere oír las palabras de Cristo, es decir, al que habla en nombre de Cristo, en este caso a Moisés, Dios los castigará en su venganza. La superioridad del Nuevo Pacto sobre la obsoleta antigua alianza que Jesús cumplió se explica de mejor manera por san Pablo en su segunda epístola a los Corintios, donde contrasta el glorioso Antiguo Testamento con el Nuevo Testamento, que tiene una gloria mucho mayor y eterna:
Vosotros sois nuestra carta, escrita en nuestros corazones, conocida y leída por todos los hombres. Evidentemente sois una carta de Cristo, redactada por ministerio nuestro, escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne, en los corazones. Esta es la confianza que tenemos delante de Dios por Cristo. No que por nosotros mismos seamos capaces de atribuirnos cosa alguna, como propia nuestra, sino que nuestra capacidad viene de Dios, el cual nos capacitó para ser ministros de una nueva Alianza, no de la letra, sino del Espíritu. Pues la letra mata más el Espíritu da vida. Que si el ministerio de la muerte, grabado con letras sobre tablas de piedra, resultó glorioso hasta el punto de no poder los hijos de Israel fijar su vista en el rostro de Moisés a causa de la gloria de su rostro, aunque pasajera, ¡cuánto más glorioso no será el ministerio del Espíritu! Efectivamente, si el ministerio de la condenación fue glorioso, con mucha más razón lo será el ministerio de la justicia. Pues en este aspecto, no era gloria aquella glorificación en comparación de esta gloria sobre eminente. Porque si aquello, que era pasajero, fue glorioso, ¡cuánto más glorioso será lo permanente! Teniendo, pues, esta esperanza, hablamos con toda valentía, y no como Moisés, que se ponía un velo sobre su rostro para impedir que los israelitas vieran el fin de lo que era pasajero. Pero se embotaron sus inteligencias. En efecto, hasta el día de hoy perdura ese mismo velo en la lectura del Antiguo Testamento. El velo no se ha levantado, pues sólo en Cristo desaparece. Hasta el día de hoy, siempre que se lee a Moisés, un velo está puesto sobre sus corazones. Y cuando se convierte al Señor, se arranca el velo. Porque el Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad. Mas todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más gloriosos: así es como actúa el Señor, que es Espíritu (II Cor. 3 2-18)
San Pablo de nuevo compara a Moisés y a Cristo en el tercer capítulo de Hebreos – y de nuevo se destaca cómo la gloria de Jesús sobrepasa la gloria de Moisés:
Por tanto, hermanos santos, partícipes de una vocación celestial, considerad al apóstol y Sumo Sacerdote de nuestra fe, a Jesús, que es fiel al que le instituyó, como lo fue también Moisés en toda su casa. Pues ha sido juzgado digno de una gloria en tanto superior a la de Moisés, en cuanto la dignidad del constructor de la casa supera a la casa misma (Heb. 3 1-3)
Tanto honor quiso Dios otorgar a Moisés que, en la visión de la transfiguración, apareció con el Salvador del mundo transfigurado, junto con san Elías, el segundo más grande de los profetas del Antiguo Testamento. Sin embargo, la lección importante para nosotros es que cuando Jesús se transfiguró, las almas de Moisés y Elías estaban en silencio, mientras que la voz celestial de Dios El Padre declaró, «Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia: a él oíd. » (Mateo 17 5).
Pues de su plenitud hemos recibido todos, y gracia por gracia. Porque la Ley fue dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo (Juan 1 16-17)
[Traducido por Fabián González. Artículo original.]