Cuando empecé a investigar lo que realmente estaba pasando en la Iglesia, me sorprendió descubrir que nuestras dificultades datan de mucho antes de la década de 1960. He leído a lumbreras tales como el cardenal Newman, que escribió en el siglo XIX contra el «liberalismo». Fue una revelación que los líderes católicos habían estado advirtiendo desde hace más de cien años en contra de lo que estaba viendo a mi alrededor. También me sorprendió, dada la opacidad verbal habitual de los prelados modernos, ver cómo eran simples, directos y comprensibles los papas preconciliares. Es un tema inspirador para leer, y teniendo en cuenta nuestros problemas actuales, reconfortante y motivador.
Testem Benevolentiæ Nostrae es la carta del Papa León XIII al cardenal James Gibbons, arzobispo de Baltimore, advirtiendo contra lo que el Papa llama «americanismo» y ciertas corrientes de pensamiento que temía podrían socavar la confianza en la autoridad católica de la Iglesia. Puede verse ahora que sus temores estaban bien fundados, y pueden al menos confirman que nuestros problemas no son nuevos, y que no aparecieron ex nihilo a partir del Vaticano II.
El hecho de que hubiera voces dentro de la Iglesia Católica de los EE.UU. a finales del siglo XIX pidiendo las mismas cosas que vemos hacen y desarrollan Francisco y sus amigos hoy, muestra que todavía estamos en el mismo camino, luchando la misma guerra que ha estado ocurriendo durante cientos de años. Y las respuestas del Papa León nos darán armas para luchar.
En ese momento, en 1899, Gibbons era el prelado católico líder de los EE.UU.. Pero incluso con él a la cabeza de la Iglesia de Estados Unidos, los problemas estaban siendo sembrados por ellos mismos, o más exactamente, serían deliberadamente sembrados en toda la Iglesia universal. De hecho, las advertencias del Papa contra «ciertos argumentos que han surgido últimamente entre vosotros, en detrimento de la paz de muchas almas», parecerán muy familiares.
El principio fundamental de estas nuevas opiniones es que, con el fin de atraer más fácilmente a aquellos que difieren de ella, la Iglesia debe dar forma a sus enseñanzas más acorde con el espíritu de la época, y relajarse un poco de su antigua severidad y hacer algunas concesiones a los nuevos dictámenes.
Muchos piensan que estas concesiones deberían hacerse no sólo en lo que respecta a las formas de vida, pero incluso en lo que se refiere a las doctrinas que pertenecen al depósito de la fe.
Sostienen que sería oportuno, a fin de ganar a aquellos que difieren de nosotros, omitir ciertos puntos de la enseñanza, que son de menor importancia, para atenuar el sentido que la Iglesia siempre les ha conferido.
Él Concilio Vaticano I cita:
«Porque la doctrina de la fe que Dios ha revelado, no ha sido propuesta como una invención filosófica para ser perfeccionada por el ingenio humano, pero ha sido entregada como un depósito divino a la Esposa de Cristo para ser guardada fielmente y ser infaliblemente proclamada.
De ahí que el significado de los dogmas sagrados es retenido perpetuamente, y que fueron alguna vez proclamados por nuestra Santa Madre, la Iglesia; ni ese significado puede alguna vez alejarse de la enseñanza de la Iglesia bajo una pretensión o pretexto de una comprensión más profunda del mismo».
El papa concede que el cardenal y otros sacerdotes en los EE.UU., sean moralmente intachables: «Nosotros fácilmente creemos que no hubo mal pensamiento o engaño», pero añade, «las cosas mismas merecen ciertamente un cierto grado de sospecha».
El Papa escribió en respuesta a un grupo de sacerdotes franceses «progresistas» que habían comenzado a manifestarse a favor de un cambio de actitud hacia los regímenes anti-católicos que toman distancia contra la Iglesia.
Poco antes de que Gibbons iniciara su carrera episcopal, un sacerdote llamado Isaac Thomas Hecker fundó la comunidad de sacerdotes Paulista, un grupo que hoy es conocido como uno de los líderes en temas de neo-modernismo post-conciliar. Hecker cree que la Iglesia no debe ser hostil a «las ideas modernas» y se identificó como un » católico liberal» (recordando que en este momento, el término no era todavía más que un sinónimo de «apóstata herético».) Él creía en la estrategia de hacer hincapié sólo en las partes seleccionadas del catolicismo al dirigirse a los protestantes americanos.
En aquel tiempo, una estrategia de este tipo podría haber sonado bastante razonable; conservar un discreto silencio ante ciertas personas sobre temas que sólo podían causar una reacción negativa (cf:. el partido nativista «No Sabe Nada«, y la quema del Convento de las Ursulinas en Charlestown, Massachusetts). Esto se debe recordar, fue mucho antes de que la amenaza del Modernismo se convirtiera en una realidad universal en la Iglesia y la ortodoxia doctrinal fuera sobreentendida entre el clero y los laicos. Y por mucho tiempo, fue una estrategia que tuvo fruto, que tuvo muchos nuevos conversos entre la población estadounidense.
Pero fue la interpretación francesa y la aplicación de las ideas de Hecker que estaba creando alarmas. Una biografía de Hecker fue traducida al francés, y su introducción por uno de los sacerdotes franceses progresistas llamó la atención del Papa.
Mientras Gibbons estaba trabajando para mejorar las relaciones entre católicos y protestantes en los EE.UU., y haciendo mucho para establecer el tiempo de paz que el catolicismo iba a disfrutar allí, el Papa León XIII se enfrentaba a una situación deteriorada en Europa. A lo largo del final de los siglos XVIII y XIX, tras el caos creado por las guerras napoleónicas, laicistas, el alboroto causado por los anticlericales, tomando vastos territorios de los estados anteriormente católicos, y en los que Napoleón ya había despojado en gran parte la presencia clerical y monástica, instalando por la fuerza su principio anti-autoritario y erradicando el poder temporal de la Iglesia.
Los sacerdotes franceses que toman a Hecker como su inspiración estaban a favor de una relación más conciliadora con la República atea en Francia y fueron críticos de la hostilidad de la organización conservadora hacia el régimen. De hecho, su lema será familiar para aquellos que han seguido el actual pontificado: «Allons au peuple». «Vayamos hacia la gente». Miraron hacia los EE.UU. como modelo de una Iglesia vigorosa que se ocupaba menos de la política y más con de la condición social y espiritual de las personas.
Gibbons mismo no era un progresista en el sentido europeo, (había votado a favor de la declaración del dogma de la infalibilidad papal en el Vaticano I,) pero había hecho una brillante carrera como el primer prelado católico en la sociedad estadounidense y fue ampliamente aceptado como un líder religioso por católicos y protestantes. A partir de una atmósfera de intolerancia violenta del catolicismo por parte de la mayoría protestante, la primera tarea de Gibbons fue la de ejercer como Vicario Apostólico del estado de Carolina del Norte, un vasto territorio geográfico con no más de 700 Católicos.
Ganó gran popularidad y respeto, mientras que al mismo tiempo nunca negó la necesidad de la conversión. De hecho, fue el autor de uno de los libros más famosos de la apologética, «Fe de Nuestros Padres». Pero él ganó esta aceptación, incluyendo la admiración de presidentes, al hablar de asuntos religiosos de una manera que fuera aceptable para los Católicos y protestantes, caminando sobre una línea muy delgada que hoy se conoce como «ecumenismo».
El trabajo de Gibbons, que se convirtió en un sacerdote después de escuchar un sermón de un co-fundador Paulista, fue el de establecer credenciales católicas con la organización protestante, que también se basaba en esta estrategia de silencio ante ciertas personas. Cuando León XIII escribió Testem Benevolentiæ, fue esta estrategia la que se encontraba bajo sospecha:
«No podemos considerar como libre de culpa por completo, el silencio que intencionalmente conduce a la omisión o negligencia de algunos de los principios de la doctrina cristiana, pues todos los principios proceden del mismo Autor y Maestro, ‘el Unigénito Hijo, que está en el seno del Padre’. … Ellos están adaptados a cualquier tiempo y todas las naciones …».
León denunció la idea de que un silencio tan estratégico no era una manera efectiva para llevar la Fe a los protestantes y ateos.
«Que quede muy lejos de la mente de cualquiera el suprimir, por cualquier motivo, toda doctrina que ha sido transmitida. Tal política se inclinaría más bien a separar católicos de la Iglesia, que a llevar hacia ella a los que difieren».
Como una mera estrategia para lograr la aceptación de la Iglesia en un ambiente hostil, el silencio estratégico podría haber sido visto como legítimo en un momento en que la Iglesia misma se suponía que era defendida internamente de la herejía, a raíz de las reformas de Trento. Pero la historia ha demostrado que la diferencia de opinión entre hombres como Hecker y Gibbons y el Papa León XIII terminan a favor de León. La advertencia del Papa fue ignorada principalmente en los EE.UU., y de hecho ha causado una gran separación de católicos de su madre la Iglesia.
León aceptó que la Iglesia permite una gran libertad en el ámbito social, con la condición de que su mensaje no sea comprometido de ninguna manera:
La regla de vida prevista para los católicos no es de tal naturaleza que no puede acomodarse a las exigencias de diversos tiempos y lugares…
… en lo que se refiere a las formas de vivir que se ha acostumbrado a ceder por lo que, el principio divino de la moral se mantenido intacto, nunca se ha olvidado de acomodarse al carácter y genio de las naciones a las que abraza.
Sin embargo, dijo que la decisión sobre cómo mantener este equilibrio corresponde a la autoridad competente:
«¿Quién puede dudar de que ella actuará en este mismo espíritu de nuevo si la salvación de las almas lo requiere? En este asunto, la Iglesia tiene que ser el juez, no defender sólo a particulares, que a menudo son engañados con la presencia del tema de los derechos.»
Y esto incluye a sacerdotes y obispos individuales, incluso famosos e ilustres. Pero incluso peor, León dijo, fue sobre el uso que los enemigos de la Fe podrían hacer de esta estrategia:
«… sobre la opinión de los amantes de la novedad, que según la misma, ellos mantienen que tal libertad debería ser también admitida en la Iglesia, que su supervisión y vigilancia sean de cierto modo disminuidas, y se conceda un permiso para los fieles, pudiendo cada uno seguir de manera libre la guía de su propia mente y la dirección de su propia actividad.
Ellos son de la opinión de que esta libertad tiene su contraparte en la recién otorgada libertad civil, que ahora es su derecho y la base de casi todos los estados seculares».
Esta carta al cardenal Gibbons se produjo después de la publicación en 1864 del Syllabus de Errores, documento que describe los peligros de un estado siguiendo los principios de secularismo ateo. Ampliamente vilipendiado y ridiculizado constantemente por los «progresistas», tanto en aquel tiempo como en el tiempo modernos, el Syllabus cotidianamente está siendo reivindicado, cuando vemos el deterioro inevitable de las ideas condenadas en un totalitarismo anticristiano sofocante y agresivo. (Más información sobre el Syllabus más adelante.)
Él advierte que… «los que hagan uso de una forma de razonamiento como tal, parecen apartarse seriamente de la sabiduría superior del Altísimo…»
«Estos peligros, a saber, la confusión de la licencia con la libertad, la pasión por la discusión y verter menosprecio sobre cualquier tema posible, el derecho asumido como para alojar cualquier dictamen que se quiera sobre cualquier tema y para ponerlo adelante en forma impresa al mundo, tienen así envueltas en la oscuridad a las mentes, que ahora, más que antes, hay una mayor necesidad del oficio de la enseñanza de la Iglesia, no sea que la gente descuide tanto la conciencia y el deber».
La Iglesia no es un cuerpo de entretenimiento, rechazando los avances de la «industria moderna y el estudio», dice León. De hecho, «damos la bienvenida al patrimonio de la verdad y de un alcance cada vez más amplio del bienestar público que ayude hacia el progreso de la ciencia y la virtud».
«A pesar de todo esto, para ser de algún beneficio sólido, o mejor dicho, para tener una existencia y un crecimiento real, sólo puede lograrse bajo la condición de reconocer la sabiduría y la autoridad de la Iglesia«.
Por otra parte, dice, hay un valor en el enfoque menos formal, más «amigable».
«Si, entre la diferentes maneras de predicar la palabra de Dios que a veces parecen ser preferibles, dirigidas a los no, católicos no en las Iglesias, pero en algún lugar adecuado, de tal manera que no se busca la controversia pero la conferencia amistosa, es con certeza este procedimiento uno que se dá da sin falta».
Pero advierte que esto no puede ser una tarea llevada a cabo por cualquier persona. Mientras que cada católico está autorizado a «evangelizar» de una manera acorde con su estado correcto en la vida, la obra de traer a los no católicos y los caídos al redil es tarea para los que tienen la autoridad apropiada.
«Que los que se comprometen con dicho ministerio sean distinguidos por la autoridad de los obispos y sean hombres cuya ciencia y virtud ha sido comprobada previamente. Porque nosotros pensamos que hay muchos en su país que están separados de la verdad católica más por ignorancia que por mala voluntad, que podrían tal vez ser mejor atraídos al rebaño de Cristo si esta verdad les es expuesta de manera amistosa y familiar”.
León refuta directamente la idea de que el Espíritu Santo podría estar guiando a la Iglesia a evangelizar de alguna manera nueva. «No hay nadie que pone en cuestión la verdad de que el Espíritu Santo obra por un descenso en secreto a las almas de los justos», dice el Papa. Pero estos «impulsos del Espíritu Santo son en su mayor parte a través de la ayuda y de la luz de una autoridad externa de enseñanza».
«Esto, de hecho, pertenece a la ley ordinaria de la providencia amorosa de Dios, a través de la que Él ha decretado, que los hombres en su mayor parte sean salvados por el ministerio también de los hombres, por lo que Él ha deseado que los que Él llama a los planos superiores de la santidad deben ser llevados a los mismos por los hombres; por lo tanto, San Crisóstomo declara que nos enseñan sobre Dios a través de la instrumentalidad de los hombres».
Y en cuanto a la idea de utilizar un nuevo método «para traer de vuelta a aquellos que se han alejado de la Iglesia», dice León», bastará con señalar que no es parte de la prudencia, el descuidar lo que la antigüedad en su larga experiencia han ha aprobado y que también se enseña por la autoridad apostólica».
Los obispos estadounidenses devolvieron una respuesta que expresa todo la obediencia necesaria al Pontífice, y su acuerdo con todo lo que la Iglesia propone, negando que los errores, de los que León advierte, hayan echado raíces en los EE.UU.. Parece razonable creer que eran totalmente sinceros. Pero la historia tiene una manera de demostrar que, incluso errores sinceros irreprochables, no están libres de consecuencias.
En efecto, León dice, sin tapujos:
«… aquellos que luchan por la perfección […] son los más susceptibles de perderse, y por lo tanto tienen mayor necesidad que otros de un maestro y guía.
Dicha orientación ha sido siempre obtenida en la Iglesia; ha sido la enseñanza universal de los que, a lo largo de los siglos, han sido eminentes por la sabiduría y la santidad, y por lo tanto rechazarla, sería comprometerse uno mismo a una creencia a la vez imprudente y peligrosa».
… y así lo podemos ver hoy en día.
El resto de la carta demanda una lectura atenta, sobre todo teniendo en cuenta el contexto actual.
[Traducido por Cecilia González Paredes. Artículo original]