En Cazalla de la Sierra, en España, había una casa deshabitada, próxima al convento de Padres Agustinos, la cual era frecuentada por los demonios. El sábado 12 de Septiembre de 1693, a eso de las nueve de la noche, salió de aquella casa un ruido formidable, seguido de una granizada de piedras que cayeron por tres horas consecutivas sobre el techo de la iglesia y sobre el del monasterio, repitiéndose el mismo fenómeno en los tres días siguientes. Hallábase todo el mundo tan aterrado, que el Prior del convento, P. GasparPáez, creyó necesario emplear cuanto antes las preces de los exorcismos contra un hecho tan extraordinario. Dirigióse á la capilla, que caía enfrente de la casa endemoniada, y comenzó los exorcismos en medio de un diluvio de piedras, que continuaban arrojando los espíritus infernales; piedras que, sin embargo, a nadie herían ni dañaban. «Espíritu soberbio, dijo entonces el santo religioso, no quieres rendirte a los sagrados exorcismos, más yo te haré obedecer por la intercesión del gran Nicolás». A este nombre, que les era tan odioso, redoblaron los demonios sus ataques, y tal cantidad de materiales lanzaron sobre la iglesia, que los asistentes huyeron despavoridos.
No queriendo el P. Gaspar ceder al espanto, hizo anunciar para el siguiente día una solemne y pública procesión, en la cual sería llevada una imagen del Taumaturgo de Tolentino.
Al otro día, después de la Misa cantada, dirigiéronse los religiosos y el pueblo a la casa ocupada por Satanás, rezando fervorosamente el Rosario, a fin de obtener la protección de la Virgen Madre de Dios. Conforme la procesión iba llegando, dejóse otra vez percibir el ruido, que fué después cesando ante las preces y la imagen de Nicolás, y retumbando por fin dos gritos espantosos, como señal de la marcha definitiva de los espíritus infernales, alejáronse de allí para no volver jamás. La imagen del Santo, a la cual se atribuyó el milagro, fué conducida a la iglesia con extraordinaria pompa, y rodeada de numerosas luces, sencillos testigos de un piadoso agradecimiento. Dicha imagen, según uso de la época, estaba formada de un cuerpo de cera, vestido de tela, como una persona viva.
Un milagro
Sucedió, después de esto, que, habiéndose quedado solo en la iglesia el sacristán para apagar las candelas, no pudo conseguirlo, y, a pesar de su habilidad y sus esfuerzos, éstas siguieron encendidas. Lleno entonces aquél de admiración, quedóse mirando a la milagrosa imagen, y exclamó: « ¿Qué es eso, ¡oh mi Santo glorioso!? » Aproximóse después, y vió con estupor que la cara de Nicolás estaba cubierta de gotas que parecían de agua. Creyendo en un principio que sería el agua bendita, que habría caído durante los exorcismos sobre la santa imagen, quiso borrarlas con un pañuelo; mas, cosa extraña, a medida que iba él frotando, nuevas y abundantes gotitas aparecían corriendo por la cara, semejantes a las gotas de sudor.
Ante este prodigio, apresuróse el sacristán a llamar a los otros religiosos, los cuales, habiéndolo presenciado, abrieron las puertas de la iglesia y tocaron las campanas llamando al pueblo, que acudió inmediatamente en tropel. Tres veces se vió inundada la imagen, y los médicos que vinieron a examinar el hecho de cerca dijeron unánimemente que la efusión de sudor era semejante a la que sale de los cuerpos animados y llenos de vida. Renovóse el prodigio el jueves siguiente a las cinco de la tarde, y al otro día a las doce de la mañana; mas ahora todavía era más extraordinario y más completo, pues el sudor corría de su mano izquierda, en la que tenía un libro.
Empapóse enteramente el vestido que cubría la imagen de esta agua maravillosa, la cual fué, para los enfermos y achacosos, fuente de curaciones y de salud. Cualquiera tela mojada en aquella agua obtenía al instante el milagro solicitado por aquellos que hacían uso de ella.
La relación que acabamos de hacer se lee en una Memoria, sumamente interesante, impresa en Cádiz en 1694. Reprodújola el Padre Ricardo, que murió Obispo de Cagliari, en una Vida de San Nicolás impresa en Madrid, a sus expensas, en 1701.
Imposible nos sería hacer siquiera mención de los demás milagros de nuestro Taumaturgo; es demasiado grande su número. Creemos que los que dejamos referidos muestran suficientemente cuánto sea el poder de Nicolás en el Cielo y su compasión para con los que aun vivimos en la Tierra. Permítasenos solamente volver a recordar aquí que el historiador Lanteri cuenta resurrecciones de muertos, y aduce otro número casi infinito de hechos maravillosos que han hecho de San Nicolás, según la expresión del Papa Eugenio IV, el más grande Taumaturgo de la Iglesia católica.
VIDA DE SAN NICOLÁS DE TOLENTINO, Fuente