Según un dicho pronunciado por Jesucristo, ningún árbol malo da frutos buenos (Mt 7:11). Y no añadió excepción alguna a tal declaración. Pero si los hombres buenos de la actual generación, mucho más ingenuos que perspicaces, hubieran puesto atención a esas palabras, habrían comenzado por adoptar una actitud prudente al observar la aparición de un acontecimiento que se sale de lo ordinario, y en vez de dar saltos de entusiasmo habrían adoptado la postura previa de examinar, razonar y aplicar las reglas elementales del sentido común.
Si un árbol que se sabe podrido produce inesperadamente un fruto aparentemente bueno, tal vez incluso magnífico, lo menos que hace de entrada un hombre prudente es sospechar. De ningún modo se le ocurriría comer ese fruto sin más ni más. Y aunque parezca extraño, la sentencia de Jesucristo se ha visto siempre y en todo lugar confirmada por la experiencia: ningún árbol malo, putrefacto o enfermo ha producido jamás un fruto sano.
La Iglesia se ha encontrado de pronto con una disposición, inesperada e insólita, del Santo Padre por la que concede a la Fraternidad Sacerdotal San Pío X la facultad de confesar válida y lícitamente durante el Año Santo de la Misericordia. Aunque sólo durante el Año Santo de la Misericordia.
Lo cual ha suscitado una serie de muchas y diversas reacciones en el mundo católico, por lo general entusiastas. Lo que no puede dejar de producir estupor para quien se tome la molestia de observar y pensar con serenidad. Puesto que la política del Vaticano no ha consistido hasta ahora en otra cosa que en cuestionar, por todos los medios posibles, las estructuras y la doctrina de la Iglesia, con la natural confusión del mundo católico. Pero si eso es así, ¿por qué entonces muestra de repente esta efusión de bondadosa generosidad?
Según la famosa regla, universalmente y en todo momento confirmada por la experiencia, es imposible que un árbol malo produzca un fruto bueno. Por eso resulta difícil de explicar el fervoroso entusiasmo suscitado de pronto entre tantos católicos. Hubiera resultado más inteligente examinar despacio primero los resultados producidos por la generosa disposición, y más especialmente los que de un modo enteramente razonable cabe esperar de ella.
Y el primero de los resultados ha sido el de la diversidad de reacciones, controversias y explicaciones que se han suscitado en el mundo católico. Más divisiones todavía, si acaso hacían falta más.
La Iglesia se encuentra en la actualidad dividida en dos bloques distintos: de un lado el mayor y el más importante, que es la Iglesia progresista. De otro, un grupo minoritario, cada vez más reducido, que podría ser denominado en términos generales como Iglesia tradicional o la que pretende mantener la Fe de siempre. A su vez, y para empeorar más las cosas, este segundo grupo se encuentra también subdividido en otros: lefevbrianos radicales, lefevbrianos moderados, neocatólicos (generalmente llamados neocones) ciegamente aferrados a la Jerarquía, católicos tradicionalistas también fieles a la Jerarquía, católicos sedevacantistas que no admiten la legitimidad de la Jerarquía, etc. Es indudable que el Príncipe de las Tinieblas ha trabajado bien y ha conseguido sus propósitos. Pero, en definitiva, ¿a quién favorece esta disposición que, como hemos dicho arriba, está contribuyendo a ahondar aún más la división entre los católicos? Y la respuesta viene fácilmente a los labios: a la Iglesia progresista y a la política vaticana sin duda, planificada con vistas y en preparación del próximo Sínodo sobre la Familia.
El segundo resultado obtenido ha consistido en confirmar aún más la desconfianza de los buenos católicos hacia la Fraternidad de San Pío X. La explicación es clara. Si se le concede la facultad de confesar, válida y lícitamente, durante el Año Santo de la Misericordia, y sólo durante ese período, es porque fuera de él la Fraternidad no actúa en su actividad pastoral ni válida ni lícitamente. Los fieles que de buena fe asisten a sus cultos, o reciben de ella los sacramentos, están actuando en nulidad y de tal forma que de nada les sirve. Es posible incluso que muchos no lleguen a conclusiones tan radicales, pero indudablemente la duda suscitada entre unos y otros (que es lo mismo que decir entre todos), está ya muy bien servida.
Por otra parte, la disposición vaticanista parece carecer de sentido. Ni teológica ni canónicamente. ¿Está la Fraternidad de San Pío X dentro o fuera de la Iglesia? Téngase en cuenta que el eufemismo de que no se encuentra en plena comunión es en realidad una argucia, puesto que en realidad no significa otra cosa sino que está fuera de la Iglesia. Pero si está fuera de la Iglesia, ¿cómo se le puede conceder la facultad de confesar o de celebrar la Misa válida y lícitamente? Y si está dentro de la Iglesia, ¿a qué viene, o qué sentido tiene concederle tales facultades?
Pero el resultado más importante y quizá el menos advertido, pero que seguramente ha sido el verdaderamente pretendido, no ha sido otro probablemente que el de servir de colchón para disipar, o aminorar al menos, los posibles peligros de cisma o de graves escisiones en cualquier caso, que hubieran podido producirse y que se preveían en el horizonte como negros nubarrones ante la proximidad del Sínodo sobre la Familia.
Y es preciso reconocer que en este sentido la disposición ha supuesto un completo éxito. Por el orbe católico se ha extendido (a excepción de entre una minoría de perspicaces) la idea de la bondad y de la comprensión misericordiosa del Papa Francisco. Y los que tan furiosamente habían venido atacando sus actuaciones y doctrinas han quedado señalados como exagerados y radicales. Está claro, o al menos así lo piensan ahora muchos, que las cosas no están tan mal como se venía diciendo. Evidentemente, la oposición hacia futuras disposiciones que hubieran podido ser consideradas como ajenas a la Tradición, ha sido reducida o al menos fuertemente aminorada.
Por otra parte, con esta disposición el Papa Francisco ha aparecido como generosamente comprensivo y abierto a todos. A unos y a otros, a propios y extraños, a los de dentro y a los de fuera, a quienes reconocen su autoridad y a quienes la contestan. ¿Por qué no iba a estar dispuesto a recibir en sus brazos a los católicos que viven en situaciones ilegítimas pero que no desean sentirse apartados de la Iglesia y que están necesitados de comprensión? Quizá muchos renuentes no acaben de convencerse del todo, pero sin embargo es completamente seguro que sus posturas radicales han dado un fuerte giro hacia la apertura y la comprensión. Algunos llamarían a esto un ingenioso efecto psicológico producido en el subconsciente de las masas, o quizá algo relativamente parecido al efecto televisivo llamado subliminar. Pero sea lo que fuera, es evidente que resulta efectivo.
Lo más asombroso del caso es el apresuramiento que algunos prominentes católicos, considerados por lo general como inteligentes (blogueros señalados, periodistas de nota, etc,) han saludado con entusiasmo la disposición papal, calificándola con toda clase de epítetos laudatorios: magnánima disposición, generosa concesión que merece ser reconocida, bondad desbordada, comprensión que abarca a todos, etc., etc. Y han sido precisamente algunos de los mas conocidos y renombrados los primeros que han mordido el anzuelo, y los que con más diligencia se han apresurado a entonar el Cántico de Acción de Gracias de los Blogueros.
Con lo cual ha quedado en evidencia otra de las verdades fundamentales cristianas que normalmente se olvidan: que para conocer toda la verdad, y para hacerse cargo de la verdadera realidad, no basta con la inteligencia del hombre, por muy elevada que sea.
Hubiera sido necesario tener en cuenta que la actual batalla se está librando contra una inteligencia muy superior a la humana, que es precisamente la diabólica. La cual es imposible de contrarrestar y de superar si no es por medio de otra inteligencia opuesta y también superior a la humana, cual es la sobrenatural y divina aportada al hombre por medio del Espíritu Santo. Y de ahí la necesidad de acudir al Único que, según Jesucristo, puede conducir a los discípulos hacia la verdad completa y que no es otro sino el Espíritu Santo: El Paráclito, el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi nombre, Él os enseñará todo.[1] El Espíritu de la verdad os guiará hacia la verdad completa, pues no hablará por sí mismo, sino que dirá todo lo que oiga y os anunciará lo que va a venir.[2]
Pero estas palabras de Jesucristo, como tantas otras suyas, han sido relegadas al olvido o incluso nadie cree en ellas. Con el resultado que está a la visa: cuando los hombres se creen suficientemente inteligentes y que ya pueden prescindir de Dios…, han conseguido por fin sufrir el batacazo inevitable que se venían buscando.
Padre Alfonso Gálvez
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[1] Jn 14:26.
[2] Jn 16:13.