Universitarios estadounidenses postrados de rodillas ante Alá: el video difundido por Al Jazira el pasado 1º de mayo () es todo un símbolo y ha dado la vuelta al mundo. Centenares de estudiantes de la Universidad de California (UCLA) en su sede de Los Ángeles, después de implorar a Alá protestaron contra el régimen sionista al grito de libertad para Palestina y la resistencia [de Hamás] es justa.
La UCLA está a la vanguardia de una amplia protesta pro Hamás en la que participan prestigiosas universidades de EE.UU., como Harvard, Yale y Columbia. ¿A qué obedece este posicionamiento de una parte significativa del alumnado y el cuerpo docente de las universidades estadounidenses a las consignas islámicas radicales? Es posible que una explicación inicial esté en el interés económico. Las principales universidades del país reciben una cuantiosa financiación por parte de fondos islámicos, en particular de Catar y Arabia Saudita. Catar posee el noveno fondo soberano más grande del mundo, y Arabia el sexto. Con semejante riqueza, no es difícil influir en las universidades occidentales. Hay que señalar que esta operación de condicionamiento económico no se lleva a cabo de manera encubierta, sino legalmente, con luz y taquígrafos, gracias a las ventajas fiscales que se ofrecen a las organizaciones sin ánimo de lucro que se ajustan a las condiciones expuestas en la ley 501C3 de la legislación de EE.UU. Muchas de dichas organizaciones tienen vínculos directos o indirectos con el islam.
Según escribió Alberto Simoni en La Stampa el pasado 4 de mayo, una cuarta parte de los fondos recibidos por universidades estadounidenses proceden de Catar, Arabia Saudita y los Emiratos. En un extenso artículo aparecido en Il Foglio el día 12 de los corrientes, Giulio Meotti documenta por su parte la existencia de una guerra económica entre Catar y y Arabia Saudí no sólo por la supremacía del mundo islámico, sino también con miras a la conquista ideológica de Occidente. Uno de los campos de batalla es el ámbito universitario. Así se explicaría que desde el 7 de octubre pasado las consignas entonadas en apoyo de Hamás fueran, como dice el mencionado columnista, «la banda sonora de todas las protestas en los campus de EE.UU.»
Entre 2001 y 2023 –recuerda Meotti– Catar donó 4700 millones de dólares a universidades angloamericanas. Entre las más beneficiadas se encuentra la de Georgetown, lo cual posee un valor estratégico, ya que no sólo se trata de la universidad católica más antigua del país, sino también por su proximidad a la capital y por la gran cantidad de políticos y diplomáticos que han salido de sus aulas a través de su conocida Escuela de Relaciones Internacionales. Entre 2001 y 2021, la Universidad Carnegie Mellon recibió 1400 millones de dólares de Catar, en tanto que Havard recibió 894, el Instituto de Tecnología de Massachussets 859, la Texas A&M 500, Yale poco menos de 500 y la John Hopkins 402.
En cuanto al dinero saudí, no menos ambiguo que el catarí, corre a raudales hacia todas las facultades universitarias de élite como Harvard, Yale y Stanford, públicas como la de Michigan o Berkeley, estatales como la Eastern Washington y la Ball State. Fondos saudíes han donado en un año 270 millones a 144 universidades angloamericanas. La de Toledo [Ohio] obtuvo 23 millones; la George Washington 19 y el Instituto de Tecnología de Massachussetts 16. En Yale, Arabia Saudita donó diez millones para un centro de estudios de la sharía.
En Italia, donde no está permitido hacer donaciones privadas, se idean acuerdos públicos, sobre todo con Irán. La Sapienza los ha hecho con ayatolás iraníes. La de Trieste tiene más acuerdos con Irán (cinco) que con buena parte de los demás países. Y la de Turín tiene dieciséis con Irán, el doble que con Israel.
Tanto en Estados Unidos como en Europa, la financiación no es a fondo perdido; está vinculada a la creación de centros de estudio, cursos de licenciatura y maestría dedicados a la promoción de la cultura islámica, y la contratación de profesores favorables a la religión de Alá, que se practica en mezquitas edificadas en las inmediaciones de las universidades. El pasado 18 de marzo, la de Georgetown inauguró la mezquita Yarrow Mamout, la primera levantada en un campus norteamericano.
Con todo, se yerraría al atribuir el problema a una mera cuestión de petrodólares. Escribiendo en Il Giornale el pasado día 9, Andrea Indini señala que las universidades más islamizadas de EE.UU. Son también las mismas en las que están más arraigadas ideologías como la woke y la LGTBQ+. La UCLA, por ejemplo, es una de las más woke del país. ¿Qué sentido tiene, se pregunta el articulista, asociar la bandera palestina a la del movimiento LGTB cuando es notorio que en tierras islámicas no tienen cabida el movimiento feminista ni el pro gay? En realidad, la contradicción es sólo aparente y ayuda a entender la dimensión ideológica del problema, que -como siempre- subyace a la económica.
El proyecto islámico de conquista de Occidente va de la mano con el suicidio de la cultura occidental, cuya expresión es la ideología woke. Es paradigmático el caso de Judith Butler, profesora de Berkeley y activista LGTBQ+, que actualmente defiende la causa de los terroristas de Hamás, sosteniendo que el ataque del pasado 7 de octubre fue una resistencia armada. Aunque Butler fue una de las creadoras de la ideología de género, ha pasado a ser una acérrima detractora de la misma en nombre de un idealismo absoluto («el género soy yo»). El islamismo y el nihilismo woke tienen en común el odio al imperio de EE.UU. y la civilización eurocéntrica. Así se explica como el espacio que antes ocupaba la la izquierda juvenil haya sido sustituido por una presencia que podríamos llamar anarco-islámica, que intelectualmente se nutre del relativismo cultural y en lo económico está sostenida por países islámicos. Mohamed Abdu, sociólogo musulmán de la Universidad Americana de El Cairo y ex profesor invitado de la de Columbia, habla de un anarquismo islámico descolonizador (Islam And Anarchism – Relationships And Resonances Pluto Press, 2022) que filosófica y teológicamente plantea un desafío a Occidente. Tras las acusaciones de colonialismo en África, la conquista europea de las Américas y la responsabilidad del capitalismo occidental en el deterioro ambiental se oculta en realidad un rechazo total a la historia, la cultura y la identidad de Occidente.
Según explica Lorenzo Vidini, estudioso de la Universidad George Washington, los islamistas se expresan con el lenguaje woke del antirracismo y la teoría postcolonial. El propio Vidino nos informaba el pasado 8 de marzo en La Reppublica que desde 2013 la Università degli Studi de Palermo tiene un acuerdo de cooperación científica con la Universidad Internacional Al Mustafá, institución teológica chiíta sancionada por el gobierno de los Estados Unidos por ser una extensión de la Fuerza Quds, sector de la Guardia Revolucionaria Islámica iraní especializado en labores de inteligencia y guerrilla (en el fondo, se trata de un conglomerado de servicios secretos y fuerzas especiales). Todos los días estudiantes pro Hamás se convocan en Palermo asambleas y talleres contra los acuerdos con Israel. Eso no quita que la Universidad de Palermo sea una de las más inclusivas y abiertas a la ideología LGBT.
No hace falta realizar un estudio a fondo para darse cuenta de que existe una vis destructiva que se propone acabar con todo lo que recuerde los principios e instituciones cristianos. Pero no basta con la política para enfrentarse a esa fuerza destructora. Es necesario un cristianismo enérgico que contrarreste el odio y nihilismo con un profundo amor por la civilización cristiana que tome como las palabras del Señor: «Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como Yo guardé los preceptos de mi Padre y permanezco en su amor» (Jn.15,9). El amor de Jesucristo es indisociable de la observancia de sus mandamientos, y esos mandamientos, que constituyen una filosofía y una norma de vida, son el único cimiento que permitirá la reconstrucción de Occidente en el siglo XXI.
(Traducido por Bruno de la Inmaculada)