Miércoles, 20 de noviembre de 2013
AUDIENCIA GENERAL
“Confieso que hay un solo bautismo para el perdón de los pecados”
El miércoles pasado hable de la remisión de los pecados, referida de modo particular al Bautismo. Hoy seguimos con el tema de la remisión de los pecados, pero en referencia al llamado “poder de las llaves”, que es un símbolo bíblico de la misión que Jesús dio a los Apóstoles.
Ante todo, debemos recordar que el protagonista del perdón de los pecados es el Espíritu Santo. En su primera aparición a los Apóstoles, en el cenáculo, Jesús resucitado hizo el gesto de soplar sobre ellos diciendo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes perdonéis los pecados les serán perdonados, e a quienes se los retengáis les serán retenidos» (Jn 20,22-23). Jesús, transfigurado en su cuerpo, ya es el hombre nuevo, que ofrece los dones pascuales fruto de su muerte y resurrección. ¿Cuáles son esos dones? La paz, la alegría, el perdón de los pecados, la misión, pero sobre todo el Espíritu Santo, que es la fuente de todo. El soplo de Jesús, acompañado por las palabras con las que comunica el Espíritu, trasmite la vida, esa vida nueva regenerada por el perdón. Pero antes de soplar y dar el Espíritu, Jesús enseña sus llagas, en las manos y en el costado: esas heridas representan el precio de nuestra salvación. El Espíritu Santo nos trae el perdón de Dios “pasando a través” de las llagas de Jesús, que él quiso conservar. También en este momento, en el Cielo, le muestra al Padre las llagas con las que nos rescató. Por la fuerza de esas llagas, nuestros pecados son perdonados. Jesús dio su vida para nuestra paz, para nuestra alegría, para el don de la gracia en nuestra alma, para el perdón de nuestros pecados. ¡Es muy bonito mirar así a Jesús!
Vayamos al segundo elemento: Jesús da a los Apóstoles el poder de perdonar los pecados. Es un poco difícil entender cómo un hombre puede perdonar los pecados, pero Jesús da ese poder. La Iglesia es depositaria del poder de las llaves, de abrir o cerrar al perdón. Dios perdona a todo hombre en su soberana misericordia, pero Él mismo ha querido que quienes pertenecen a Cristo y a la Iglesia, reciban el perdón mediante los ministros de la Comunidad. A través del ministerio Apostólico, me llega la misericordia de Dios, mis culpas son perdonadas y se me da la alegría. De este modo, Jesús nos llama a vivir la reconciliación también en la dimensión eclesial, comunitaria. Y esto es muy bonito. La Iglesia, que es santa y a la vez necesitada de penitencia, acompaña nuestro camino de conversión toda la vida. La Iglesia no es dueña del poder de las llaves, sino sierva del ministerio de la misericordia, y se alegra todas las veces que puede ofrecer ese don divino. Muchas personas quizá no entiendan la dimensión eclesial del perdón, porque domina siempre el individualismo, el subjetivismo, y también los cristianos nos resentimos. Ciertamente, Dios perdona a todo pecador arrepentido, personalmente, pero el cristiano está unido a Cristo, y Cristo está unido a la Iglesia. Para los cristianos hay un don más, y también un compromiso más: pasar humildemente a través del ministerio eclesial. Tenemos que valorar esto; es un don, un cuidado, una protección, y también la seguridad de que Dios me ha perdonado. Yo voy al hermano sacerdote y le digo: «Padre, he hecho esto…». Y él me responde: «Yo te perdono; Dios te perdona». ¡Y en ese momento, estoy seguro de que Dios me ha perdonado! Y esto es bonito: tener la seguridad de que Dios nos perdona siempre, que no se cansa de perdonar. Y nosotros tampoco debemos cansarnos de ir a pedir perdón. Se puede pasar vergüenza al decir los pecados, pero nuestras madres y abuelas decían que “es mejor ponerse una vez colorado que ciento amarillo”. Nos ponemos colorados una vez, pero nos perdonan los pecados y seguimos adelante.
Finalmente, un último punto: el sacerdote es el instrumento para el perdón de los pecados. El perdón de Dios que nos da la Iglesia se nos trasmite por medio del ministerio de un hermano nuestro: el sacerdote. También él es un hombre que, como nosotros, necesita la misericordia, pero se convierte verdaderamente en instrumento de misericordia, dándonos el amor sin límites de Dios Padre. Por eso, también los sacerdotes deben confesarse, y los Obispos: todos somos pecadores. Hasta el Papa se confiesa cada quince días, porque también el Papa es un pecador. El confesor oye las cosas que yo le digo, me aconseja y me perdona, porque todos necesitamos ese perdón. A veces, se oye a alguno que dice que se confiesa directamente con Dios. Sí, como dije antes, Dios te escucha siempre, pero en el sacramento de la Reconciliación manda a un hermano a traerte el perdón, la seguridad del perdón, en nombre de la Iglesia. El servicio que el sacerdote presta como ministro, por parte de Dios, para perdonar los pecados es muy delicado, y exige que su corazón esté en paz, que el sacerdote tenga el corazón en paz; que no maltrate a los fieles, sino que sea manso, benévolo y misericordioso; que sepa sembrar esperanza en los corazones y, sobre todo, que sea consciente de que el hermano o la hermana que se acercan al sacramento de la Reconciliación buscan el perdón y lo hacen como se acercaban tantas personas a Jesús para que las curase. El sacerdote que no tenga esta disposición de espíritu es mejor que, hasta que se corrija, no administre este Sacramento. Los fieles penitentes tienen el derecho, todos los fieles tienen el derecho de encontrar en los sacerdotes siervos del perdón de Dios.
Queridos hermanos, como miembros de la Iglesia, ¿somos conscientes de la belleza de este don que nos ofrece Dios mismo? ¿Sentimos la alegría de este cuidado, de esta atención materna que la Iglesia tiene con nosotros? ¿Sabemos valorarla con sencillez y asiduidad? No olvidemos que Dios no se cansa nunca de perdonarnos; mediante el ministerio del sacerdote nos estrecha en un nuevo abrazo que nos regenera y nos permite volver a levantarnos y retomar de nuevo el camino. Porque así es nuestra vida: levantarnos continuamente y retomar el camino.
AVISOS
1. Mañana, 21 de noviembre, en la memoria litúrgica de la Presentación de María Santísima en el Templo, celebraremos la Jornadapro Orantibus, dedicada al recuerdo de las comunidades religiosas de clausura. Es una ocasión oportuna para agradecer al Señor el don de tantas personas que, en los monasterios y ermitas, se dedican a Dios en la oración y en el trabajo silencioso. Demos gracias al Señor por el ejemplo de la vida claustral, y no dejemos que les falte nuestro apoyo espiritual y material a esos hermanos y hermanas nuestros, para que puedan cumplir su importante misión.
2. El próximo 22 de noviembre será inaugurado por las Naciones Unidas el “Año internacional de la Familia Rural”, dirigido también a subrayar que la economía agrícola y el desarrollo rural encuentran en la familia un trabajador respetuoso de la creación y atento a las necesidades concretas. También en el trabajo, la familia es un modelo de fraternidad para vivir una experiencia de unidad y solidaridad entre todos sus miembros, con una mayor sensibilidad hacia quien está más necesitado de corazón o de ayuda, y cortando de raíz posibles conflictos sociales. Por estos motivos, mientras expreso agradecimiento por dicha iniciativa tan oportuna, deseo que contribuya a valorar los innumerables beneficios que la familia aporta al crecimiento económico, social, cultural y moral de toda la comunidad humana.
3. Finalmente, la liturgia del mes de noviembre nos invita a rezar por los difuntos. No olvidemos a nuestros seres queridos, benefactores y todos aquellos que nos han precedido en la fe: la celebración eucarística es la mejor ayuda espiritual que podemos ofrecer por sus almas, especialmente por las más abandonadas. Y en este momento no podemos olvidar a las víctimas del reciente aluvión en Cerdeña: pidamos por ellos y por sus familiares, y seamos solidarios con los que han sufrido daños. Ahora hagamos una oracioncita en silencio y luego rezaremos a la Virgen para que bendiga y ayude a todos los hermanos y hermanas sardos. Y ahora recemos en silencio (…) Avemaría…