“Te mataron, porque de esa generación católica a la que ambos pertenecíamos, que intentó realizar aquí y ahora el programa resumido en la frase de San Pío X: ‘Omnia instaurare in Christo’, eras el mejor”. Bernardino Montejano (h)
El domingo 22 de diciembre de 1974, al regresar de la Santa Misa, y en presencia de su familia, era asesinado de manera cruel y alevosa el Dr. Carlos Alberto Sacheri. Fueron esos años de la década del ’70, para calificarlos con pocas palabras, trágicos y sangrientos. La República Argentina era objeto -aunque desde hace algunos años se lo niegue- de una guerra revolucionaria; guerra que había ingresado en su etapa decisiva. El clima de terror y el caos campeaban por sus fueros. La guerrilla marxista había comenzado a apuntar a blancos selectivos (“tirar a la cabeza”). Es en este contexto donde las muertes de Jordán Bruno Genta y de Carlos Alberto Sacheri adquieren su real significado. Los asesinan porque no sólo creían en Cristo Rey, sino que hacían todo lo que estuviera a su alcance por ese reinado efectivo en la Patria. Así lo reconocen sus asesinos, miembros del Ejército de liberación 22 de agosto, en una satánica carta, enviada a Don Ricardo Curutchet y redactada por una mano apóstata: “… Enterados de la ferviente devoción que los extintos profesaban a Cristo Rey, de quien se decían infatigables soldados, nuestra comunidad ha esperado las festividades de Cristo Rey según el antiguo y nuevo ‘ordo missae’ y ha permitido que los nombrados comulgaran del dulce Cuerpo de su Salvador para que pudieran reunirse con Él en la gloria, puesto que en este Valle de Lágrimas eran depositarios de la Santa Eucaristía”[1].
Ante un nuevo aniversario de su muerte queremos tributar nuestro sencillo y humilde homenaje a quien supo morir martirialmente por la causa de Dios y de la Argentina. Tenemos en Sacheri un modelo digno de imitación, si es que aún conservamos la aspiración de santificar nuestras vidas[2].
Era Sacheri un hombre de corazón grande, de un corazón magnánimo. ¿Qué es la magnanimidad? Santo Tomás de Aquino dice que es “cierta tendencia del «ánimo» a «cosas grandes »” (quandam extensionem animi ad magna)[3]. Deseaba hacer cosas grandes para Dios y por esta Argentina. No podía ser de otro modo pues el amor perfectísimo hace emprender las cosas más difíciles.
El magnánimo es un hombre humilde y lo consume el fuego de la caridad. Carlos A. Sacheri era consciente de su nada, pero como daba crédito a Dios y sabía que Él podía servirse de ella para llevar a cabo obras importantes se convirtió en instrumento dócil del Señor, en heraldo de la causa de Cristo Rey.
La caridad lo consumía. No se buscaba a sí mismo. Todo lo hacía para la Mayor Gloria de Dios porque su bandera no fue otra más que el Omnia instaurarein Christo. Fue así que impulsó innumerables iniciativas. Participando en la obra “Ciudad Católica” (al morir era su presidente), fundando el Instituto de Promoción Social Argentina (IPSA) y organizando los Congresos. Recordemos también a La Sociedad Tomista Argentina y al Instituto de Filosofía Práctica, entre otros grandes emprendimientos.
Amó a esta Argentina como se debe: en Cristo. Una Argentina sin Cristo era algo inconcebible para él; planteó el bien sobrenatural como meta para un orden social justo. De su patriotismo nos queda el testimonio de Guido Soaje Ramos: “Que Carlos Sacheri fue un patriota argentino cabal, lo pone de manifiesto su ardiente e indeclinable preocupación por la identidad nacional, por el bien común de todos sus compatriotas, y por el destino de nuestra Patria, amenazado desde afuera y desde dentro… No era Carlos Sacheri, desde luego, un criollo desarraigado, que viviera a espaldas del país, al que él tanto amaba con un amor perfectivo”[4].
Como filósofo y maestro que fue, centró su actividad en restablecer el primado de la inteligencia en el orden de las ideas. Versado en el tomismo, todos reconocían su aptitud para aplicarlo a la vida. Sobre su tomismo, dijo el P. Julio Meinvielle: “Vea Ud. las maravillas que hace el tomismo en quien se deja conducir por él”[5].
Hizo del periodismo también una cátedra para enseñar, para la prédica. Frente a la terrible crisis en la Iglesia, salió a la palestra para disipar los errores del tercermundismo. Allí tenemos su libro La Iglesia Clandestina. Él mismo nos dice: “Este libro se propone manifestar cuáles son el espíritu, la doctrina y las técnicas de acción de esos movimientos, con objeto de disipar la actual confusión y evitar el juego dialéctico al cual se nos somete. El futuro de la Iglesia en nuestro país, depende de ello. Esta convicción nos impide permanecer en un silencio confortable, según la obligación que S.S. Pablo VI nos señalara en su alocución del 18-9-68: ‘Ha llegado la hora de amar a la Iglesia con un corazón fuerte y renovado. ¡Amad a la Iglesia! Este es, queridos hijos, el deber de la hora presente. Amarla es estimarla y sentirse feliz de permanecer a ella. Significa obedecerla y servirla, ayudarla con alegría y con sacrificio en su ardua misión’”[6].
Tenemos en su otro libro El Orden Natural un modo correcto y seguro para entender la Doctrina Social de la Iglesia. En el prólogo, Mons. Adolfo Servando Tortolo dice que: “Sacheri advirtió que el muro se iba agrietando velozmente por el doble rechazo del orden sobrenatural y del orden natural. Vio la problemática del orden natural subvertido y vigorizado por una técnica portentosa. Y se volcó de lleno, no a llorar, sino a restaurar el orden natural. Aquí está la razón de su sangre mártir”[7].
Sacheri fue maestro, filósofo, catedrático, animador, periodista, esposo y padre ejemplar. Todo esto es cierto. Pero no menos cierto es que fue todo esto porque llegó a ser un auténtico apóstol. Si no comprendemos esta faceta de nuestro homenajeado, no comprenderemos su vida ni su muerte. Sacheri, ¡a qué dudarlo! Fue un instrumento que Dios puso en esta bendita tierra y nuestro mártir se puso voluntariamente a disposición del Señor. Se es apóstol en la medida que uno se entregue a Dios como instrumento dócil, como una pura capacidad puesta totalmente a su disposición.
Cuando el desaliento y la desesperanza traten de abatirnos recordemos el testimonio supremo de Carlos Alberto Sacheri.
Él vivió, luchó y dio su vida por Dios, por la Iglesia y por esta Patria nuestra.
Y recordemos también, con Abelardo Pithod, que “… tu sangre que no para / es como una fuente pura y roja, / inmaculada, / de gracia redentora / sobre la Patria desolada”[8].
Daniel Omar González Céspedes
[1] HERNÁNDEZ, Héctor H., Sacheri. Predicar y morir por la Argentina, Ed. Vórtice, Bs. As., 2007, p. 800.
[2] Para conocer su vida y su obra puede consultarse: CAPONNETTO, Antonio (compilador), Carlos Alberto
Sacheri. Un mártir de Cristo Rey, Roca viva, Bs. As., 1998 y el libro del Dr. Héctor Hernández: Sacheri. Predicar y morir por la Argentina, Ed. Vórtice, Bs. As., 2007.
[3] Summa Theol, II-II, 129, 1, c.
[4] HERNÁNDEZ, Héctor H., Ob. cit., p. 150 y 151.
[5] Ibid, p. 29.
[6] SACHERI, Carlos Alberto, La Iglesia Clandestina, Ed. del Cruzamante, Bs. As., 5° ed., 1977, p. 8.
[7] SACHERI, Carlos Alberto, El Orden Natural, Ed. Del Cruzamante, Bs. As., 5° ed., 1980, pp. VI y VII.
[8] PITHOD, Abelardo, Oración por el hermano muerto por Dios y por la Patria. En Carlos Alberto Sacheri Un mártir de Cristo Rey, p. 21