En 1517 el monje agustino Martín Lutero inició con la Reforma la rebelión de los tiempos modernos contra Dios, causando la división de la Europa cristiana.
La revolución protestante de Alemania se extendió a Francia, allí echó raíces bajo la forma jansenista. Durante esa misma época la Providencia suscitó las primeras profecías de los tiempos modernos: las revelaciones del Sagrado Corazón de Jesús a santa Margarita María de Alacoque en 1675.
Fue a través de la vidente de Paray le Monial que Nuestro Señor hiciera una petición al rey Luis XIV: «Haz saber al hijo mayor de mi Sagrado Corazón, que así como se obtuvo su nacimiento temporal por la devoción a los méritos de mi Sagrada Infancia, así alcanzará su nacimiento a la gracia y a la gloria eterna, por la consagración que haga de su persona a mi Corazón adorable, que quiere alcanzar victoria sobre el suyo, por su medio sobre los de los grandes de la tierra. Quiere reinar en su palacio, y estar pintado en sus estandartes y grabado en sus armas para que queden triunfantes de todos sus enemigos, abatiendo a sus pies a esas cabezas orgullosas y soberbias, a fin de que quede victorioso de todos los enemigos de la Iglesia».
El monarca desdeñó el pedido de Nuestro Señor y, en el siglo posterior, la Revolución Francesa arrasó con Francia. En 1792 su descendiente Luis XVI encarcelado en la torre de la prisión del Temple recordó la petición del Corazón de Jesús hecha a su abuelo y quiso cumplirla, pero era demasiado tarde. En enero de 1871, durante la invasión prusiana de Francia, un grupo de notables franceses elaboró un «Voto Nacional», así, finalmente la «hija predilecta de la Iglesia» respondió a la petición del Señor, haciendo el voto de construir la Basílica del Sagrado Corazón en la Colina de los Mártires (Montmartré).
Durante el siglo XVIII, las logias masónicas habían difundido a lo largo y ancho de la América hispana el espíritu anticristiano, racionalista y libertario de la Ilustración. Los «libertadores» como Bolívar, O´Higgins, San Martín, Sucre y otros fueron miembros de alta graduación en la Francmasonería.
La «gesta libertaria» de los países hispanoamericanos, no fue sino una descomposición de la unidad real que se había verificado -«de México a la Patagonia»- bajo la Corona española durante tres centurias. Unidad irrecuperable una vez quebrada ésta. Los nuevos países surgieron planteándose la soberanía popular como «la antinomia de la soberanía de Dios sobre la sociedad», en un arco de caos político y social, y de una economía subdesarrollada, totalmente dependiente de fuentes externas, que se gestaron en el tránsito «del Evangelio a la Ilustración liberal» en la vida pública.
Jacques Maritain desvela el inicuo proyecto del ideólogo de la Revolución Francesa, Rousseau, como la consumación del propósito de Lutero que fue «laicizar el Evangelio y conservar las aspiraciones humanas del cristianismo suprimiendo a Cristo», o, en otras palabras, el leitmotiv de la Revolución estribaba en «inventar un cristianismo separado de la Iglesia de Cristo (…) cuya inmensa putrefacción envenena hoy al universo».
El 25 de marzo de 1874, en el Ecuador, su católico y heroico presidente, Gabriel García Moreno ponía su país a los pies de Cristo Rey.
Presidente de una nación que acababa de conseguir su independencia, su ideario era construir un Estado impregnado del espíritu del Evangelio. «Su espléndida fe, su gran cultura histórica y religiosa, la presión incesante, y más de una vez revolucionaria, de los liberales y de los radicales, hostiles al partido conservador de García Moreno y a la civilización cristiana que éste pretendía implantar en pleno Siglo de las Luces, y, en suma, los peligros que corría aquella frágil república, minada en el interior y asediada desde el exterior, todo se concitó para impulsar a García Moreno a emprender una transformación profunda del joven Estado, dotándolo de una armadura o, por mejor decir, de un alma» (Enrique Rollet).
García Moreno desde su más tierna infancia había profesado una intensa devoción al Sagrado Corazón insuflada por los padres de la Compañía de Jesús, quienes la habían hecho arraigar en el Ecuador, merced a su intenso apostolado.
Dice el Padre Alfredo Sáenz S.J.: «Desde que asumió la presidencia recordó que entre las peticiones del Corazón de Cristo a sus escogidos estaba la consagración de las naciones como tales. En doscientos años ninguna nación lo había hecho. Él se propuso llevarla a cabo oficialmente en su propia patria». (Arquetipos cristianos, cap. 10), como requería la petición hecha por Nuestro Señor a Luis XIV, con la consagración del Jefe de Estado, lo que llevó al Ecuador a ser conocida como «la República del Sagrado Corazón».
Gabriel García Moreno quiso reflejar con hechos la doctrina católica, promulgando una Constitución «que no era sino el reconocimiento formal de la soberanía de Cristo y de su Iglesia», en la que la masonería era proscrita.
«Pues que tenemos la dicha de ser católicos, seámoslo lógica y abiertamente; seámoslo en nuestra vida privada y en nuestra existencia política. Borremos de nuestros códigos hasta el último rastro de hostilidad contra la Iglesia, pues todavía algunas disposiciones quedan en ellos del antiguo y opresor regalismo (supremacía del Estado sobre la Iglesia), cuya tolerancia sería en adelante una vergonzosa contradicción y una miserable inconsecuencia» (Mensaje al Congreso en 1893).
Desde la firma de un Concordato con la Santa Sede le habían declarado «la guerra frontal el liberalismo y la masonería». Una confabulación denigratoria y calumniosa de su visionaria gestión de estadista católico a través de la prensa liberal extranjera, condujo luego a truncarla con su asesinato el Primer Viernes de agosto de 1875. Saliendo el Presidente García Moreno de la Catedral de Quito después de efectuar una visita al Santísimo fue martirizado con catorce puñaladas y seis balazos. «¡Qué fortuna para mí, Santísimo Padre, -le escribió a Pío IX- la de ser aborrecido y calumniado por causa de Nuestro Divino Redentor, y qué felicidad tan inmensa para mí, si vuestra bendición me alcanzara del cielo el derramar mi sangre por el que, siendo Dios, quiso derramar la suya en la Cruz por nosotros!».
Gabriel García Moreno aparece en la historia de Hispanoamérica como un precursor aborrecido por su fe, y «un magnífico arquetipo del estadista católico».
Germán Mazuelo-Leytón