Cuando se cumplieron los ocho días…”

I. En este 1 de enero celebramos la octava de la fiesta de Navidad. Se entiende por «octava» la prolongación de una fiesta durante ocho días consecutivos y así ocurre con la Navidad pues durante todo este tiempo la Liturgia de la Iglesia presenta toda la hondura de la Encarnación y del Nacimiento del Hijo de Dios en sus diversos aspectos.

II. Hoy, en primer lugar, se propone a nuestra consideración la Circuncisión del Señor que tuvo lugar a los ocho días de su nacimientocomonos relata escuetamente el Evangelio: «Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción» (Lc 2, 21).

Este rito iba acompañado de unas oraciones de bendición y la imposición del nombre. Dios lo había prescrito a Abrahán como señal de la Alianza con él y sus descendientes. Someterse a esta ceremonia era una señal de que Jesús se insertaba en la descendencia de Abraham y, por tanto, en Él se cumplían las promesas de salvación hechas durante el Antiguo Testamento.

Como otras veces, José y María cumplieron las obligaciones que les imponía la Ley dada a su pueblo por Moisés, como las demás familias israelitas. Al igual que todos los misterios de la infancia y vida oculta de Jesús, este sometimiento a una Ley que no le obligaba como Dios que era, nos revela que en la Encarnación, el Hijo de Dios «se despojó de sí mismo, tomando la condición de esclavo» (Flp 2, 7). Jesús renuncia, en su aspecto exterior, a la igualdad con Dios, y abandona todas sus prerrogativas para no ser más que el Enviado que sólo repite las palabras que el Padre le ha dicho y las obras que le ha mandado hacer. Jesús es el siervo de su Padre, que vive como un simple israelita sometido a la Ley y esto se manifiesta ya desde la Circuncisión[1].

Cristo bajó a la tierra para salvar a los hombres. Lo hubiera podido hacer con una sola palabra, con una acción cualquiera. Pero quiso realizar la obra de la redención con una serie de actos particulares y coronarla con su muerte y resurrección. La Circuncisión constituye una de las fases de la Redención que anuncia con anticipación la Sangre de la nueva y eterna alianza que Él derramará en la Cruz para el perdón de los pecados. Por eso la fiesta de hoy viene a ser una fiesta intermedia entre Navidad y Pascua, entre el pesebre y la Cruz. El Niño reposa en el pesebre envuelto en pañales y derrama ya su sangre por nosotros[2].

III. La circuncisión prefigura “la circuncisión en Cristo” que es el Bautismo (Col 2, 11-13)[3].

La circuncisión del Antiguo Testamento tenía un significado esencial y exclusivamente religioso: su carácter de sello de la alianza con Dios. Daba derecho a las promesas y bendiciones del pueblo de Dios y por ella se obligaba el hombre al fiel cumplimiento de la Ley del Antiguo Testamento pero estaba prescripta sólo para Abrahán y su descendencia, hasta los tiempos del Redentor.

El Bautismo, en cambio, es ley para todos los pueblos y para todos los tiempos, hasta el fin del mundo. Además, el Bautismo no consiste sólo en un signo externo, sino que encierra en sí la gracia, imprime al alma carácter indeleble y comunica bienes mucho más elevados, espirituales y celestiales[4].

Por este sacramento fuimos unidos a Jesús y por eso podemos decir que en la Navidad “nacimos con Cristo”, en cuanto Él es el autor de nuestro origen divino. Por eso hoy que Cristo ha sido circuncidado también debemos unirnos a Él asumiendo la tarea que nos impone a nosotros la obra de nuestra redención. Aunque hemos sido santificados en el Bautismo, tenemos una naturaleza herida y tenemos necesidad de una continua “circuncisión del corazón”. Esto se realiza interiormente mediante la participación en los sagrados misterios (sacramentos) y exteriormente mediante la tendencia personal hacia la perfección que incluye la mortificación de las pasiones malas del hombre viejo[5].

IV. Por último, no olvidemos que la Iglesia celebra hoy de un modo particular la Maternidad divina de la Virgen María a la que invoca en la oración y la poscomunión de la Misa y en las antífonas del oficio.

El primer derramamiento de sangre del Señor nos trae a la memoria el último derramamiento en la Cruz. Y en las dos ocasiones María estuvo presente. Mediante la maternidad virginal de santa María, Dios entregó a los hombres los bienes de la salvación eterna (or. colecta) y por medio de Ella nos sigue llegando la gracia que es la misma vida divina en nosotros. Por eso pedimos por su intercesión que, así como nos llena de alegría celebrar el comienzo de nuestra salvación al recordar el Nacimiento de Cristo, nos alegremos un día de alcanzar su plenitud en la Gloria del Cielo.


[1] Cfr. Juan STRAUBINGER, La Santa Biblia, in: Flp 2, 7s.         

[2]  Cfr. Pius PARSCH, El Año Litúrgico, Barcelona: Herder, 1964, 102; CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO, Directorio homilético (2014), nº 123.

[3] Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica nº 527.

[4] Cfr. Schuster-Holzammer cit. por Juan STRAUBINGER, ob. Cit., in: Gn 17, 10ss

[5] Cfr. Pius PARSCH, ob. cit., 102-103.

Padre Ángel David Martín Rubio
Padre Ángel David Martín Rubiohttp://desdemicampanario.es/
Nacido en Castuera (1969). Ordenado sacerdote en Cáceres (1997). Además de los Estudios Eclesiásticos, es licenciado en Geografía e Historia, en Historia de la Iglesia y en Derecho Canónico y Doctor por la Universidad San Pablo-CEU. Ha sido profesor en la Universidad San Pablo-CEU y en la Universidad Pontificia de Salamanca. Actualmente es deán presidente del Cabildo Catedral de la Diócesis de Coria-Cáceres, vicario judicial, capellán y profesor en el Seminario Diocesano y en el Instituto Superior de Ciencias Religiosas Virgen de Guadalupe. Autor de varios libros y numerosos artículos, buena parte de ellos dedicados a la pérdida de vidas humanas como consecuencia de la Guerra Civil española y de la persecución religiosa. Interviene en jornadas de estudio y medios de comunicación. Coordina las actividades del "Foro Historia en Libertad" y el portal "Desde mi campanario"

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