Una forma sencilla pero segura de entender una época es fijándonos en lo que pondera. Eso dice demasiado. Ponderar, realzar, aplaudir, elogiar, enaltecer, exaltar, son sinónimos. Sostengo entonces que “bastante se conoce viendo lo exaltado”.
Cuando niño aprendí en el Catecismo que “la señal del cristiano” es “la Santa Cruz”, “porque es figura de Cristo crucificado, que en ella nos redimió”. Aprendí lo que es signar y santiguar. Aprendí que “hemos de usar la señal de la Cruz siempre que comencemos alguna buena obra, o cuando nos viéramos en alguna necesidad, tentación o peligro. Se nos preguntaba “por qué tantas veces” debíamos usarla, y se nos enseñó que lo hacíamos porque “en todo tiempo y lugar nuestros enemigos nos combaten y persiguen”, que esos enemigos nuestros son “el demonio, el mundo y la carne”. Y en orden a lo tratado aprendí también algo sumamente importante, y es que el hacer la señal de la cruz es algo muy poderoso, tan poderoso que mantiene a raya a nuestros enemigos y los vence, y eso porque “la cruz tiene virtud (poder) contra ellos, por haberlos vencido Cristo en ella con su muerte”.
No es que se nos antoje ver al demonio en todos lados, es que “en todo tiempo y lugar nuestros enemigos nos combaten y persiguen”. Contraria a la visión que cada vez más se nos ofrece de un mundo-paraiso, el mundo, insoportablemente, cada vez más se ha tornado en enemigo del católico, azuzando en su empresa a la carne.
La desaparición de la señal de la Cruz significa en gran medida que el hombre ya no ve como enemigos a quienes siempre se tuvo por tales, a saber, mundo, demonio y carne, y no se los ve así porque ya ni se cree en ellos o, directamente, se los tiene, conciente o inconscientemente, por amigos o compañías cercanas.
La ausencia de la señal de la Cruz no es un canto de victoria del hombre que ha triunfado contra sus enemigos, sino claro y triste signo de que sus enemigos triunfaron sobre él.
Hoy 14 de septiembre se celebra la Exaltación de la Santa Cruz, pero se observa que la Cruz no goza de buena recepción. En otras palabras, los hombres, cada vez menos exaltan la Cruz en sus vidas. Sí aparece con insistencia la exaltación de los cuerpos, la exaltación de la moda, la exaltación de tatuajes, la exaltación del placer, la exaltación de una batalla contra la muerte, la exaltación de algo que llaman libertad, la exaltación de algo que llaman democracia, la exaltación de la lengua, la exaltación de las vidas privadas (principalmente si se trata de pecados ocultos). Son ejemplos que, como lo manifesté en el principio de este escrito, nos ayudan a conocer un tiempo.
Ha caído en el olvido el inmenso poder que tiene tan sencilla práctica, hasta, triste es comprobarlo, se tornó para muchos en acción despreciable o acción vergonzosa. Lógicamente se desconoce la virtud de la cruz porque se llegó a desconocer cuál es su significado.
La merma vertiginosa de la señal de la Cruz es signo de descristianización masiva.
Como nos lo enseñaba el Catecismo de nuestra infancia: ¿Nos santiguamos al comenzar una buena obra? ¿Y lo hacemos ante una necesidad? ¿Y ante la tentación y el peligro?
La defensa de la Tradición Católica es defensa de la Exaltación de la Cruz principalmente a través de la defensa de la misa de siempre. Desarrollo esto:
El Santo Sacrifico de la Misa es la renovación incruenta del Sacrifico de la Cruz. Obra de amor sin igual realizada por el mismo Amor para liberación y salvación del hombre caído. Quien defiende la Santa Misa confiesa la Cruz redentora y hace obra paulina, por eso bien puede exclamar aquello que se lee en la Carta a los Corintios: “Predico a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos, locura para los gentiles” (1 Cor. 1, 23). Y como la herejía modernista lo es entre otras cosas por ser mundana, vale decir, complaciente con la gentilidad, cuando se le habla del Santo Sacrifico de la Misa lo ve como cosas de retrógrados, de loquitos; literalmente: “locura para los gentiles”.
Si la señal de la cruz indica reconocimiento y pertenencia a Cristo, identidad con Él y confesión de Él, la cruz invertida es señal del anticristo. Es esta última cruz la que hoy sigue el mundo. ¿Pero qué implica esa cruz anticrística? ¿Gente a la que le da tres giros el cuello? ¿Gente flotando en el aire en posiciones extrañas? No. Implica la perversión teórica y práctica de las cosas esenciales que nos vino por la Cruz, y en tal sentido la cruz anticrística odia el sufrimiento y predica el máximo confort; odia el camino angosto y proclama la vía ancha; no busca el cielo sino que tiende al infierno; no sigue a Cristo, sigue a Satán; y, atención a esto, la cruz anticristiana es por excelencia enemiga declarada del Santo Sacrificio de la Cruz que se renueva en los altares, esto es, la Santa Misa, de ahí que desemboca en el fin que tan celosamente persigue: “la abominación de la desolación en el lugar santo”.
Podemos ser crucificados por el mundo, lo cual sucede cuando nosotros lo hemos crucificado a él; o podemos ser glorificados por el mundo, lo cual sucede cuando trabamos amistad con él. Quien sigue al Crucificado recibirá el desprecio del mundo, mas quien sigue al mundo beberá de su suerte. San Pablo nos lo dice así: “Más en cuanto a mí, nunca suceda que me gloríe sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo para mí ha sido crucificado y yo para el mundo” (Gálatas 6, 14).
En el siglo VI, San Venancio Fortunato (obispo de Poitiers), compuso un bellísimo himno que la Iglesia lo incluyó en la liturgia del Viernes Santo, y comienza así: “Ecce lignum Crucis in quo salus mundi pepéndit” (He aquí el leño de la Cruz del cual la salud del mundo estuvo colgada). La salud del mundo es Cristo, el cual estuvo colgado en el madero. Cuánto para reflexionar en tiempos donde la enfermedad del mundo estriba en que no quiere saber nada con el Crucificado.
Veo un hecho bastante paradójico en lo que podría llamar la historia de la Cruz. Se cuenta que el emperador Adriano mandó construir un templo en honor de la diosa Venus, construcción que se llevó a cabo exactamente en el monte Calvario, y eso en miras a que los cristianos olviden todo acerca de Jesús. Mas cuando Santa Elena estuvo en Jerusalén mandó que dicho templo fuere destruido, y, en cambio, ordenó se construyese una Iglesia Católica (como se ve, la santa emperatriz no practicaba el falso ecumenismo). La Cruz, como sabemos, nos habla del verdadero amor; por el contrario, Venus, más que el amor, representa el placer del paganismo, la vida mundanizada. O una cosa, o la otra: es imposible que marchen juntas. Había que llegar a la herejía modernista para ver el desgarrador intento de unir lo que no tiene unión: la Cruz y Venus; y los resultados catastróficos del invento saltan a la vista.
En referencia a Su crucifixión, Jesús dijo: “Cuando sea levantado atraeré todo hacia mí” (Jn. 12, 32). Que allí estén nuestros ojos y, principalmente, nuestro corazón.
Alrededor del 327, Santa Elena halló la cruz de Cristo, y alrededor del 628, el emperador bizantino, Heraclio, la recuperó y la defendió contra los musulmanes. Búsquese la Vera Cruz en el Santo Sacrificio de la misa y defiéndase el rito romano de siempre. Así, habremos ganado con Santa Elena, pues ella en su vida encontró algo más que la Cruz del Señor: encontró al Señor de la Cruz.