[Imagen: Monasterio de Santa María la Real de Oseira]
El otro día, leyendo el artículo del Padre Lucas, sobre el miércoles de ceniza, venia a mi cabeza el como nos preparaba mi madre para ese gran día que marcaba el principio de la Cuaresma. Para nosotros, no había «entierro de la sardina» o fin del carnaval, lo importante y principal era ir a la Santa Misa y que nos impusieran la ceniza. Nada parecido a lo que sucede actualmente, que da igual el tiempo litúrgico en el que estemos, lo más llamativo que se ve en las Parroquias, por poner un ejemplo, es el paso del adviento a la Navidad, con una corona con cuatro velas, marcando una por domingo, como en el colegio, cuando nos enseñaban a sumar: Comunidad Parroquial adulta.
Cuando llega la Cuaresma, nada que nos recuerde o nos invite a vivir este tiempo como una conversión. Lejos quedan aquellas recomendaciones u obligaciones de nuestros progenitores y de nuestros Párrocos, de no ir al cine, de respetar el ayuno y la abstinencia, de no escuchar música frívola, ausencia de televisión, etc… Parece que en vez de 20 años, hayan pasado 20 siglos. Todas estas delicadezas, causan hasta hilaridad en estos tiempos y lo más lamentable, es que es dentro de nuestra Iglesia, donde se reniega de todas estas pequeñas cosas, que tanto acercan nuestra alma a Dios.
Lo máximo que hay en las Parroquias, en tiempo de cuaresma es el Sacramento de la Confesión, en plan partido de fútbol gratuito. Se congrega un día determinado a toda la comunidad para que una vez escuchada una lectura, la gente pase por el altar, como quien pasa por la taquilla a comprar una entrada, en este caso, a recibir la absolución de los pecados. Esto es lo que se promociona en Cuaresma, los más atrevidos, incluso, con absolución comunitaria, a la vista de cualquier Obispo, que prefieren mirar para otro lado.
Me preguntaba el otro día un amigo, que como me iba a preparar yo durante el tiempo de Cuaresma, ya que él pensaba, que las Parroquias, en general, dejan pasar un gran momento para acercar las almas a Dios. Y quizás es cierto, muchas, se han convertido, en agencias de viajes que ofrecen destinos turísticos a paraísos ficticios y se olvidan de hablarnos del verdadero paraíso, el cielo. La Cuaresma es el momento ideal para prepararnos a conciencia, para ese destino final.
Hace un par de años, que llegado el miércoles de ceniza, me vengo a un monasterio Cisterciense, situado en la provincia de Orense, en medio de las montañas. Su calma y su silencio, solo se rompen, por el ruido del río. Es un lugar en el que todo habla de Dios. Precisamente, eso es lo que me trae aquí, el querer estar solo con El Señor, el apartarme de mis quehaceres diarios, el dejar de escuchar al mundo y dejar paso a Su Voz. No se trata de vivir una experiencia mística, se trata de poner orden en nuestro interior.
Lo primero que hago cuando llego, es acercarme a la Iglesia y ahí, dejarme empapar por esa mezcla de estilos que el paso del tiempo ha impreso en la piedra. Desde la austeridad de la primera construcción, marcada por la sobriedad que S Bernardo quería para la orden: oración sin distracciones…Una recomendación muy útil para nuestros tiempos, en los que las Iglesias están llenas de horribles póster multicolor, más propios de un supermercado, que de un Templo.
Sobre la fría piedra queda grabado el paso de nuestra historia, desde el románico hasta el gótico, todo recogido sobre una misma construcción…Todo pasa, menos Dios, Él, permanece, independientemente de lo que maltratemos o cuidemos la obra que fue levantada para Su Gloria.
De 150 monjes que había en el siglo XVIII, en la actualidad se han reducido a 12. Las piedras han guardado en su interior, las oraciones vertidas por tantas almas Santas. Llenarse de toda esa historia, es sencillamente, llenarse de Dios.
Por mi trabajo en las Iglesias, he adquirido la costumbre de caminar de puntillas en los Templos, para no perturbar lo que debería ser un lugar de recogimiento, pero aquí, sencillamente, me parece no tocar el suelo, me parece ir directamente, en Sus brazos. Que contraposición este silencio, con lo que sucede en nuestras Iglesias: conversaciones, música ambiental como si estuviéramos tomando unas copas…
Me llama la atención como cuidamos nuestra alimentación, como nos preocupamos en mejorar nuestra posición social, pero olvidamos lo básico, cuidar nuestra alma, crecer en Santidad. Hoy en día, nos da igual estar en Navidad, en Pascua o en Cuaresma, la vida del Católico, es invariable porque vive de cara al mundo y no de cara a Dios. Hemos perdido el valor del sacrificio, del ayuno, de la abstinencia, la mortificación de la lengua y de los sentidos. Todo eso, se sigue a rajatabla en el monasterio y es un ejemplo de vida, para los que pasamos unos días aquí, un aprendizaje. Mientras muchos Presbíteros, se ríen de la abstinencia y del ayuno desde el púlpito e incitan al hombre a pecar, con absurdas homilías en las que se le dice a la gente que es mejor privarse de Internet, que pasar un día sin comer carne. Como si una cosa tuviera que ver con la otra, o fueran incompatibles entre sí. Es normal que el Santo Padre hable de acortar el tiempo de las predicaciones, para escuchar sandeces, mejor un minuto que cinco. Lejos quedan aquellos tiempos en los que el ayuno, duraba toda la cuaresma. Aquello eran sacrificios y no lo de ahora, que podemos estar un mes a régimen para lucir tipo en la playa y no somos capaces de mortificarnos un día, por amor a Dios.
La vida de los monjes transcurre en continua oración, «ora et labora». El trabajo solo se interrumpe puntualmente, a las horas fijadas para la Liturgia de las Horas. Se conservan los himnos del Oficio en latín…es ese momento sublime en que el cielo se une a la tierra.
La pregunta es ¿y un laico puede quitar algún fruto al observar la vida monacal, que nada tiene que ver con nuestra realidad diaria? Sin lugar a dudas…El orden en la oración debería ser una constante en nuestra vida. Cuantos días rezamos el Rosario, si es que lo hacemos y aún encima, tarde, mal y a rastro. El orden hace al monje, pero también al laico, poco habla en favor de nosotros, decir que no hemos podido dedicarle un tiempo diario al Señor. Una vida ordenada de oración y un tiempo con Él, en el Sagrario, todos los días, nos llevarían a tener una vida plena en todos los sentidos, tendríamos las herramientas para afrontar todos los problemas que creemos que nos sobrepasan. Soñamos con una casa mejor, cuando podemos aspirar a un palacio. Decía un protestante que si de verdad los Católicos creyéramos que Jesús está ahí, en el Sagrario, no lo dejaríamos ni un minuto solo. ¡Qué frase tan cierta! Tenemos tiempo para ir al cine que dura dos horas la película, pero no tenemos tiempo para la Misa diaria, que apenas nos ocupa 20 minutos.
En el Monasterio, toma forma de realidad, eso de que siempre hay alguien rezando por los demás. Un espejo en el que mirarnos, oración desinteresada por los vivos y por los difuntos.
Me atrevería a decir que la longevidad del monje, es porque el Señor los necesita aquí, para que recen por este mundo disoluto. En medio de esta comunidad, vive el Padre Damián, un Sacerdote que convivió con el Hermano Rafael Arnaiz y que fue uno de los principales promotores de su causa. A su lado, las horas pasan sin que te des cuenta. Uno, se quedaría toda una vida escuchando el ejemplo de un Santo que hasta en las lentejas, encontraba ocasión para ofrecer un pequeño sacrificio a Nuestro Dios…Hoy en día, que comemos a la carta y aun así, nos quejamos del menú, deberíamos tomar como referente esos sacrificios que ofrecían los Santos, voluntariamente, en la alimentación o en la privación. Y nosotros pensando en como saltarnos el ayuno. Ni siquiera llegamos a Católicos mediocres, Católicos de media pluma.
La antigua sala capitular, guarda en sus extrañas columnas retorcidas, la historia del Génesis, que dando un paseo por el entorno, podemos entender perfectamente. Algo tan bello, solo puede venir de la mano de Dios, el río, los árboles, toda la naturaleza en estado salvaje.
Aquí no hay charlas parroquiales, ni grandes discursos, ni «alabaré, alabaré», solo hay una cosa… «solo Dios», como diría el Hermano Rafael.
Extrayendo una lectura de lo vivido para mi vida diaria, esperando pasar de la Cuaresma a la Pascua Florida, es muy simple: orden, oración y mortificación. No se trata de un viaje de unos días, en el que abandones el mundo y cuando vuelves, es como si te lanzaran desde un octavo piso, no, se trata de impregnarnos de la palabra de Dios, para llevarla a nuestra vida diaria y eso, no solo es posible, sino que es la meta a alcanzar.