Meditación para el viernes de la decimosexta semana
PUNTO PRIMERO. Considera que el primer paso que dio santa María Magdalena en su conversión, como dicen san Ambrosio y san Gregorio sobre este evangelio, fue el reconocimiento de sus culpas y la fealdad de su alma, y este la movió a buscar el remedio de ella para que la sanase, el cual no buscara, si no se mirara y conociera su necesidad. Este paso has de dar tú en la tuya, acompañando a esta santa pecadora: abre los ojos del alma, y contempla tus pecados y la fealdad que la causan. Mira cuantos has hecho todo el discurso de tu vida, y la necesidad que tienes de remedio, y busca con María Magdalena al médico celestial, que es Cristo nuestro Redentor: arrójate a sus pies con ella, pidiéndole que te sane las llagas de tu alma.
PUNTO II. Contempla a santa María Magdalena a los pies de Cristo, vestida de un saco, ceñida con una soga, llorando amargamente sus pecados, confesándolos con los ojos, con tantas palabras como lágrimas, besando los pies con la boca, ungiéndolos con el ungüento, limpiándolos con los cabellos y abrazándose el corazón en llamas de amor divino en tanto grado, que el mismo Cristo dijo que le amó mucho, y por eso le perdonó sus muchos pecados. ¡Oh qué espejo de penitencia tienes aquí en que mirarte, si quieres alcanzar perdón de tu culpas! Imita a esta santa penitente en el dolor y contrición de tus pecados, en las lágrimas, en los sollozos, en la humildad, confesando tus culpas a los pies del Redentor y de los que están en su lugar; en el amor fino de Dios y en emplear en servirle todos los sentidos e instrumentos que empleaste en ofenderle: ponte a los pies del santo crucifijo, y pídele con lágrimas que te de la contrición, el dolor y el amor que dio a Santa María Magdalena; y a la santa que interceda con él para que la acompañes en la penitencia, y merezcas ser su consorte también en el perdón y la gracia del Señor.
PUNTO III. Considera cómo empezando a servir a Dios santa María Magdalena, empezó juntamente a hacerle guerra el demonio por medio del fariseo, murmurando de ella y de Cristo que la admitió en su gracia, y motejándole de falso profeta, y a ella de pública pecadora; y cómo Magdalena calló y prosiguió su penitencia, y Cristo volvió por ella; en que tienes mucho que aprender y venerar. Persuádete que el demonio se arma contra los siervos de Dios, y que en declarándote por Él, has de padecer guerras y contradicciones; pero no por ellas descaezcas ni vuelvas atrás, sino prosigue tu camino, que Dios te defenderá como defendió a santa María Magdalena. ¡Oh Señor! Con tan buen capitán y con tan poderoso defensor no temeré a todo el mundo que se arme contra mí: estad a mi lado, defendedme y esforzadme, que yo os ofrezco de perder mil vidas antes que dejaros o volver un paso atrás en vuestro santo servicio.
PUNTO IV. Considera las mercedes que hizo Dios a esta santa, como fuera de defenderla y volver por su honra, como está dicho; se careó con ella, mirándola con ojos de piedad, consolándola, recibiendo sus lágrimas y penitencia, honrándola públicamente, perdonándola todos sus pecados, engrandeciendo el amor de su corazón y enviándola en paz; en paz con Dios, en paz consigo y en paz con los hombres y con todos sus enemigos, haciéndola espaldas y defendiéndola, porque ninguno la pudiese turbar. Mira por una parte el premio que da Dios a los penitentes, y las honras y mercedes que les hace, y por otra el consuelo, gozo y tranquilidad del alma de santa María Magdalena; la alegría con que volvería a su casa, habiendo descargado el peso de sus pecados; las llamas de amor que arderían en su corazón para con Cristo; los deseos fervorosos de servirle; cuán diferente sazón tendría su alma, que cuando seguía los antiguos de sus apetitos. ¡Oh dichosa penitencia que tal premio has tenido! ¡Oh pasos bien empleados en buscar y hallar a Cristo! ¡Oh lágrimas preciosísimas, que tanto habéis valido y merecido! ¡Oh Señor! dadme una centella del fuego sagrado de amor que disteis a Santa María Magdalena, para que yo sepa amaros y llorar mis culpas, y empezar a serviros: miradme como la mirasteis, y defendedme como la defendisteis, y dadme paz en mi alma, para que la tenga con vos, con todos y conmigo y persevere siempre en vuestro servicio.
Padre Alonso de Andrade, S.J