Por lo que se refiere a la relación entre el cristianismo y la Roma pagana, Plinio el Viejo (†79) escribió sobre la misión que había confiado Dios a Roma y a Italia de unir a todos los hombres en un mismo consorcio civil y llegar a ser de ese modo la Patria de todos los pueblos (Historia natural, III, 3º, 39).
De todas formas, tal misión sobrenatural de la Roma antigua tenía que ser perfeccionada sobrenaturalmente por la Roma cristiana. La naturaleza no fue capaz por sí sola de cumplir plenamente dicho cometido y, como enseña Santo Tomás de Aquino (†1274), «la gracia presupone la naturaleza; no la destruye, sino que la perfecciona» (S. Th., I, q. 1, a. 8, ad 2).
Fue así como la Roma cristiana se edificó sobre la Roma antigua. No la destruyó, sino que la perfeccionó, moderando y sublimando al mismo tiempo el orgullo con la justicia y y la sumisión con la caridad.
De esa manera, la Roma cristiana ejerció la misión de la Roma pagana restableciendo y pacificando todo y a todos en Cristo (restaurare omnia in Christo) y se convirtió en la Patria espiritual de todos los pueblos del mundo. Lo cierto es que el cristianismo ha sido el perfeccionador de la Roma antigua, no su enemigo ni destructor, como afirmaron algunos pensadores anticristianos (Maquiavelo, †1527; Nietzsche, †1900; Julius Evola, †1975).
San Agustín (†430) enseñaba: «Tú, no sólo con vínculo de sociedad, sino también de una cierta fraternidad, ligas a ciudadanos con ciudadanos, a naciones con naciones; en una palabra, a todos los hombres con el recuerdo de los primeros padres. A los reyes enseñas a mirar a los pueblos y a los pueblos amonestas que obedezcan a los reyes» (De moribus Ecclesiae Catholicae, c. 30, n. 63).
En 1941, Pío XII concretó lo siguiente: «¡Oh Roma cristiana!, esa sangre [de Cristo] es tu vida; por esa sangre tú eres grande e iluminas con tu grandeza aun los restos y las ruinas de tu grandeza pagana, y purificas y consagras los códigos de la sabiduría jurídica de los pretores y de los césares! ¡Tú eres madre de una justicia más alta y más humana, que te honra a ti misma, a tu cátedra y a quien te escucha! ¡Tú eres faro de cultura, y la civilizada Europa y el mundo te deben cuanto de más sacro y de más santo, cuanto de más sabio y más virtuoso realza a los pueblos y embellece su historia!» (Radiomensaje de Navidad, 24 de diciembre de 1941).
Durante los tres primeros siglos, cuando Roma todavía no había aceptado el Evangelio, la Iglesia no ejerció una influencia directa sobre el Derecho Romano. A pesar de ello, tuvo un influjo indirecto, y durante los primeros trescientos años la Iglesia colaboró en la renovación de las costumbres, ilustró los motivos supremos del Derecho, y pudo así reformar poco a poco las instituciones jurídicas e incluso la Filosofía. En Séneca (†65) se encuentran conceptos compatibles con el cristianismo, como también en Epicteto (†115), Marco Aurelio (†180) y el jurista Ulpiano (†228).
Con Constantino (†337) y el triunfo de la Iglesia (313-381), la fuerza sobrenatural de la religión cristiana se manifestó plena y directamente reformando las antiguas instituciones jurídicas romanas e informando las nuevas con su doctrina: los códigos de Teodosio (†450) y de Justiniano (†565), y sobre todo las Novellae de este último están llenas de ella.
Cuando Roma fue invadida por los bárbaros (siglo V), la luz de la Roma cristiana unió los romanos con los bárbaros fusionando elementos jurídicos corregidos a la luz de la divina Revelación. Al cooperar con el antiguo Derecho Romano, el derecho eclesiástico proporcionó con el derecho común a Roma y a la Iglesia un cimiento para las diversas legislaciones que habían traído consigo los bárbaros.
Los problemas que surgieron cuando nació el Imperio Romano a partir de la fusión de pueblos de estirpes y civilizaciones diversas y la adaptación de las relaciones de las diversas clases sociales de un mismo pueblo fueron resueltos por Roma con su sagezza de reservar las armas para la conquista y conservación de los territorios conquistados y civilizados. En ningún momento se planteó Roma imponer mediante la fuerza de las armas la paz interior de las clases sociales de un mismo pueblo o la coexistencia de varios pueblos bajo un mismo imperio.
Esos mismos problemas se acrecentaron con la invasión de los bárbaros. Habiendo perdido la superioridad bélica, Roma se sirvió de la superioridad del Derecho Romano antiguo para perfeccionar y amalgamar las leyes de los diversos pueblos bárbaros y reformar sus instituciones jurídicas y sociales.
La Roma conquistada se convirtió en Roma conquistadora gracias a su ingenio y su sentido del derecho y de la justicia. El Derecho Romano, o sea el de los conquistados, llegó a ser el derecho de los conquistadores, gracias sobre todo a la acción de la Iglesia y su fuerza propulsora, que la Roma antigua había agotado. El Derecho Romano floreció en los reinos de los invasores bárbaros, aunque al principio éstos desdeñaban el Derecho Romano por su espíritu separatista y por el instinto de conservación que los caracterizaba.
Al convertirse la Iglesia en vencedora sobrenatural y espiritual de los vencedores, pudo contribuir a que el derecho natural romano informase y amalgamase los distintos pueblos bárbaros. Éstos aceptaron el principio justiniano por el que la autoridad legislativa ejecuta la Voluntad de Dios. La Iglesia misma, que había tomado prestadas de Roma muchas instituciones del derecho natural, pudo gracias a su autoridad espiritual, autoridad que Roma había perdido ante el avance de los bárbaros, servirse de las leyes romanas antiguas, conformes al derecho natural, para hacer renacer el Derecho Romano (el Commune Ius Canonicum) y el derecho natural entre los bárbaros. Lo que es imposible para los hombres es posible para Dios. Gracias al catolicismo, los bárbaros se romanizaron y reconstruyeron el Imperio en el Sacro Imperio Romano Germánico.
Cuando en la Nochebuena del año 800 Carlomagno recibió de manos del Papa la corona del Sacro Romano Imperio, recibió también el libro de los cánones de las leyes romanas y cristianas. Aunque el nuevo imperio era germánico, era también romano y sacro, es decir de la nueva Roma, que había perfeccionado a la antigua del mismo modo que la gracia perfecciona la naturaleza (S. Th., I, q. 1, a. 8 ad 2). El Derecho Romano mismo es natural, y los cristianos se habían servido de él para perfeccionar la antigua legislación romana. La Iglesia se valió también de él para romanizar y civilizar a los pueblos bárbaros.
Después de la llegada del feudalismo y el fraccionamiento del Imperio, el derecho común canónico fue siempre lo que mantuvo la unidad y se sobrepuso a los derechos particularistas de cualquier autoridad menor. Así, continuó la tendencia unitaria imperial, a pesar del fraccionamiento feudal. Se cumplió así lo que había predicho San León Magno (†461) a la Roma de los césares, convertida en la Roma de Cristo: «Oh Roma, aunque te hayas enriquecido con muchas victorias y hayas impuesto por mar y tierra la fuerza de tu gobierno, lo que te ha dado la guerra es poco en comparación con lo que te ha concedido la paz cristiana» (Sermo I in Nativitate Apostolorum Petri et Pauli).
Vincentius
(Traducido por Bruno de la Inmaculada)