El momento supremo de la decisión, por cortesía de la Congregación para el Culto Divino

El día en que se publicó el motu proprio Traditionis Custodescomparé ese hecho con la detonación de la primera bomba atómica en Nuevo México, en igual fecha de 1945. Con la publicación el 18 de diciembre de la “Respuesta a las dubia” -que es en esencia una instrucción sobre cómo implementar el motu proprio-, salta a la imaginación una comparación análoga. Sobre Japón se dejó caer dos bombas atómicas. El motu proprio y su carta fueron Little Boy, y esta instrucción, Fat Man. 

Podemos usar otra comparación: Traditionis Custodes fue como cortar ramas y amenazar con inyectar químicos letales en las raíces; pero Responsa es como tratar de separar el árbol de sus raíces, para que no vuelva jamás a crecer. (A propósito, es simpático pensar que cuando se dirigieron dubia al papa por cuatro cardenales sobre si hay o no que cumplir los Diez Mandamientos, no recibieron respuesta alguna; pero cuando se somete a una Congregación romana un conjunto de dubia sobre cómo poner límites a la tradición litúrgica, la respuesta es rápida y seca y dice todo lo que hay que saber. En cierta forma, ello nos informa sobre todo lo que nos hace falta saber).  

Quisiera comenzar con el momento elegido para esta bomba, porque es significativo. Los versados en teología comprenden que la autoridad surge de la necesidad de promover y cautelar el bien común, y que, por tanto, el bien común pone límites al ejercicio legítimo de la autoridad. Si una autoridad obra claramente contra el bien común, su acción o mandato o norma no tiene sustento legal, sino que es un acto de violencia. 

Se comprende que la gente quiera y necesite tener una razonable seguridad de que determinado acto es contrario al bien común antes de ignorarlo o de oponerse a él.

Incluso con anterioridad al día de hoy, no fue nunca difícil darse cuenta de que los oponentes, en el Vaticano, de los ritos litúrgicos tradicionales de la Iglesia de Roma, están movidos por una animosidad contra la Tradición totalmente incompatible con la fe católica, y por una animosidad contra los fieles que adhieren a la Tradición, que es totalmente contraria a la caridad y al muy esgrimido deseo de “unidad” y “comunión” (a pesar del tributo, que se paga de la boca para afuera, a la “diversidad” y las “periferias” y las “minorías”, lo que constituye el típico modus operandi de los hipócritas). 

Con todo, la publicación de un documento como éste -tan lleno de malicia, de pequeñez, de odio y de crueldad, y tan lleno de mentiras- exactamente una semana antes de la gran fiesta del Nacimiento de Cristo, prueba, con más elocuencia que ningún otro gesto, que nos enfrentamos a una mafia de hampones que se han alzado contra nuestro bien espiritual, nuestra vocación, nuestras familias, de una manera tal que su ataque al bien común de la Iglesia no podría quedar más claro.

Recordemos lo que nuestros antepasados en la fe dijeron de situaciones como la actual.

El Cardenal Cayetano (1469-1534): “Debéis resistir en su propia cara al Papa que está destrozando la Iglesia”.

Francisco de Vitoria (1483-1546): “Si el Papa, con sus órdenes y actos  destruye la Iglesia, se lo puede resistir e impedir que sus órdenes se cumplan”. 

San Roberto Belarmino (1542-1621): “Así como es legítimo resistir al Papa si éste asaltara a un hombre, también es legítimo resistirlo si ataca a las almas, o perturba al Estado, y mucho más si procurara destruír la Iglesia. Es legítimo, insisto, resistirlo no cumpliendo lo que manda y entorpeciendo el cumplimiento de su voluntad”. 

Silvester Prierias (1456-1523): “El [el Papa] no tiene poder para destruir; por tanto, si se prueba que eso es lo está haciendo, es lícito resistirlo. El resultado de todo esto es que si el Papa destruye la Iglesia mediante sus órdenes y acciones, puede ser resistido e impedido el cumplimiento de sus órdenes. El derecho de franca resistencia al abuso de poder de los prelados emana también de la ley natural”. 

Francisco Suárez (1548-1617): “Si el Papa dicta una ley contraria a la recta costumbre, no hay que obedecerle; si trata de hacer algo claramente opuesto a la justicia y al bien común, es lícito resistirlo; si ataca por la fuerza, puede ser repelido por la fuerza, con la moderación propia de una justa defensa”.

Así pues, está clara la Providencia de Dios, y considero esta instrucción como un regalo de Navidad. Al mostrarnos que sus autores odian la Tradición católica, odian la continuidad con el pasado y odian a los fieles, nos hace más fácil ver que actúan contra el bien común y merecen, por tanto, que se les resista. No sólo nos está permitido resistir, sino que estamos obligados a hacerlo, si queremos evitar pecar contra lo que sabemos que es recto, santo, verdadero y bueno.  

El contenido de la instrucción era, en cierta forma, enteramente predictible: sigue el texto ideológico de los miembros de San Anselmo, conducidos por su príncipe, Andrea Grillo. Cada una de las medidas del documento está pensada para estrangular al clero y al laicado tradicionales, entorpeciendo o eliminando su forma de vida hasta hacerla desaparecer, a fin de dar lugar a la supuesta “única expresión” del rito romano, que se le atribuye falsamente al Concilio Vaticano II. El documento está escrito en la nueva jerga bergogliana, llena de palabras como “acompañar”: todos deben ser “acompañados” hacia el “irreversible” Novus Ordo.

La instrucción pone un particular énfasis en la “unidad”, entendida como uniformidad, sin prestar atención a la compatibilidad de ello con la variedad de ritos, existente desde hace mucho tiempo, en la Iglesia de Occidente, como el ambrosiano, el mozárabe, y el de los Ordinariatos Anglicanos. La declaración siguiente es especialmente reveladora: “Es deber de los obispos, cum Petro et sub Petro, resguardar la comunión que, como nos lo recuerda el Apóstol Pablo (cfr. 1 Co 11, 17-34), es una condición necesaria para participar de la mesa eucarística”. Pero ¡qué interesante! Este deber episcopal de asegurar las condiciones necesarias para la participación en los sacramentos ¿se extiende también, por ejemplo, a los políticos pro-aborto, a los que viven públicamente en adulterio, a quienes proponen un estilo de vida LGTB, y a quienes disienten de aspectos básicos de la doctrina católica? ¿O los únicos que corren el riesgo de pecar contra las exigencias para comulgar son los que adhieren a una fe, una moral y una liturgia tradicionales? 

Una pregunta como ésta no será jamás ni formulada ni contestada por los partidarios de Traditionis Custodes porque no son honestos y no necesitan ni desean serlo. Para ellos la coherencia eucarística no ha sido jamás una preocupación grave, porque si lo hubiera sido, hubieran tomado medidas para poner fin a los abusos litúrgicos hace mucho tiempo; abusos respecto de los cuales derraman lágrimas de cocodrilo, al tiempo que afilan sus cuchillos contra los “tradis”. Tales son los matones en el poder. Por ahora.

El documento describe la reforma litúrgica del Vaticano II y sus frutos con el obligatorio optimismo y la consabida positividad que estamos acostumbrados a esperar de los documentos de la Curia; un estilo que recuerda a los informes económicos soviéticos sobre la infinita abundancia existente en el paraíso de los trabajadores. El lenguaje propagandístico sobre una “participación plena, consciente, activa” se despliega ampliamente, no obstante la embarazosa realidad de que la asistencia a los ritos del Novus Ordo y el involucramiento en ellos sufrió, en los países occidentales, una caída vertical con el comienzo mismo de la reforma, y ha experimentado desde entonces una caída aparentemente irreversible, en tanto que el único sector que exhibe un crecimiento demográfico y pastoral es el tradicionalista. La primera y más básica forma de participación activa es simplemente ir a Misa, y la segunda forma básica es saber lo que el Santo Sacrificio de la Misa realmente es, y esforzarse por estar en estado de gracia para recibir la comunión. Pero, según parece, la Congregación para el Culto Divino tiene una definición diferente, más esotérica. 

Además, la bien comprobada pérdida de fe en la Presencia Real de Nuestro Señor en la Eucaristía, junto con la pérdida de fe en el pecado mortal y en el uso de la confesión, no son, en realidad, lo que podríamos llamar un timbre de orgullo para la gran reforma, a menos que de lo que se trataba era de abolir tales supersticiones, en el espíritu de Thomas Cranmer, connacional del Arzobispo Roche. 

Esta instrucción señala el momento de la suprema decisión que debe tomar todo quien tenga algún tipo de conexión con el usus antiquior (en realidad, afecta a todo católico, por cuanto el Papa está atado por la Tradición, cosa que es constitutiva de su oficio y función en la Iglesia; pero quienes me preocupan por el momento son los que van a ser más inmediatamente afectados por este nuevo documento). 

Los obispos tendrán que decidir si aceptan o no el programa ideológico que se les presenta, basado en una mezcla de mentiras, fantasías, hipocresía, fraude psicológico y veneno. Ya recibieron un fuerte golpe en una mejilla con Traditionis Custodes que, so pretexto de devolverles autoridad en materias litúrgicas, de hecho se las limitó en numerosas formas; y ahora han sido golpeados en la otra mejilla con este documento de la Congregación para el Culto Divino, que aumenta las restricciones a su libertad de juicio, de acción y de tutela pastoral. ¿Cuánto más van a soportar ser golpeados y pateados antes de despertar y darse cuenta de que son sucesores de los apóstoles, obispos puestos en sus iglesias para servir y nutrir a su pueblo, y no meros mandos medios dirigidos por el apparatchik vaticano, destinados a danzar al ritmo del dictador peronista cuyo auténtico lema papal es “hagan lío” [en castellano en el original]?

En la práctica, los obispos que han usado con fruto el Pontifical Romano tradicional o que están dispuestos a usarlo si el bien de su grey lo pide, obrarán correctamente si ignoran este decreto de Roma y prosiguen con las confirmaciones y ordenaciones según los viejos ritos pontificales. Como el gran obispo Roberto Grosseteste (1175-1253) respondió cierta vez a un Papa que se extralimitaba: Filialiter et obedienter non obedio, contradico et rebello: “De modo filial, obediente [a Cristo], no obedezco, y os contradigo y me rebelo”. Si lo imitan, los obispos obrarán según un ya bien consolidado modelo de prelados que hacen caso omiso de todo lo que les desagrada del Vaticano -en este caso (si no en todos) con plena y total justificación-.

Los sacerdotes pertenecientes a los institutos “Ecclesia Dei tendrán que decidir si cumplirán o no una instrucción cuyo propósito obvio es arrasar con sus características propias, erosionar unilateralmente sus constituciones aprobadas por el papado, y poner en cuestión la legitimidad de la vocación tal como la han recibido de  Dios y la Iglesia ha reconocido solemnemente. Obedecer prescripciones que apuntan, al cabo, a obliterar el usus antiquior de la faz de la tierra, es suicidarse. Cumplir normas que contradicen la interna coherencia, ortodoxia y plausibilidad de la lex orandi y de la lex credendi católicas que se extienden a lo largo de los siglos, es incurrir en un error que vacía de contenido al catolicismo.

En resumen, se trata de un “momento Lefebvre” para la Fraternidad Sacerdotal de San Pedro, para el Instituto de Cristo Rey y para el Instituto del Buen Pastor y otras instituciones semejantes. La única respuesta honorable que pueden dar es: Non possumus, no podemos, en conciencia, cumplir estas normas. Aplíquennos todas las penas o castigos que quieran; los ignoraremos, porque carecen de fuerza legal. Algún papa futuro nos reivindicará, tal como lo hicieron Juan Pablo II y Benedicto XVI con los adherentes a la Tradición hace algunas décadas. 

Los sacerdotes diocesanos están en la misma encrucijada. Si han ya descubierto el tesoro de la Tradiciónno renunciarán fácilmente a él, y debieran recordar que no necesitan en absoluto permiso alguno para celebrar el rito romano, para el cual se los ordenó sacerdotes. Y si el rito romano tradicional no cuenta como rito romano, entonces la Iglesia católica no es Iglesia católica ni nada es nada. 

Si algunos sacerdotes tienen la buena suerte de vivir en una diócesis cuyo obispo les es favorable y ve con claridad la maldad de las movidas del Vaticano contra el patrimonio litúrgico latino y contra el clero y fieles que lo aprecian, podrán ignorar esta instrucción como si nunca hubiera existido. Pero si están sometidos a un obispo hostil o asustadizo que limita o cancela la Tradición, tendrán que considerar la posibilidad de mudarse o de trabajar en algún otro lugar a fin de vivir plenamente su vocación sacerdotal. Pero si no hay otra salida, puede que éste sea el momento de elegir la mejor parte, es decir, la radical fidelidad a Cristo y su Iglesia, y sufrir las consecuencias de tal decisión. Descubrirán que no están abandonados, ni sin trabajo alguno que realizar. Por el contrario, los fieles tradicionales se reunirán para apoyarlos en todos los flancos, haciéndose cargo de sus necesidades materiales y abriéndoles las puertas para que realicen un fructífero apostolado. 

También los laicos tienen que tomar una decisión, y la mejor decisión será adoptar medidas que aseguren que la Tradición perdure mucho tiempo después de que los senescentes nostálgicos del Concilio Vaticano II partan a recibir su recompensa eterna. Por principio debieran asistir solamente a la liturgia tradicional, e incluso mudarse a lugares donde tengan un seguro acceso a ella; debieran celebrar gozosamente las riquezas del antiguo calendario litúrgico en sus familias y entregar la antorcha encendida de la fe a las futuras generaciones.

En la abundancia de su caridad, la Congregación para el Culto Divino explica que las liturgias de esos católicos no forman parte de la vida ordinaria de las parroquias; que las actividades de esos grupos de católicos no debieran coincidir nunca con las de la parroquia; que tales grupos debieran ser expulsados de la parroquia tan pronto como sea posible; que no se anuncie sus Misas en el horario parroquial; y que, suponemos, no debe invitarse a ellos nuevos miembros, ya que esos grupos están herméticamente sellados para evitar contaminaciones cruzadas. Luego de todo esto, Roche tiene la osadía de decir: “No existe intención alguna en estas normas de marginalizar a los fieles”…

La respuesta de un católico saludable a esta ultrajante impertinencia y a este prejuicio peor que el racista es decir: “¡Váyanse al diablo!” (porque es de ahí de donde provienen y adonde pertenecen estas ideas). “Anunciaremos nuestras Misas por todo lo alto. Seguiremos publicando nuestros libros, folletos, misales y todo tipo de parafernalia. Promocionaremos nuestras actividades e invitaremos a más gente. Promoveremos activamente la Tradición entre amigos, familiares, extraños y potenciales conversos. Canalizaremos nuestras donaciones para apoyarla. En breve, haremos todo lo que esté a nuestro alcance para asegurarnos de que vuestra injusta guerra contra la Tradición conozca la vergonzosa y poco gloriosa derrota que de sobra merece. Deus vultNo ganaréis jamás, jamás”.

¡Queremos la Misa!(Foto: Le Monde)

Si se suprime en la diócesis de Ud. la Misa tradicional, vaya los domingos y días de precepto a la Fraternidad Sacerdotal San Pío X. Rece en casa el rosario y el breviario tradicional. Si no tiene Ud. ninguna Misa tradicional en su vecindad, busque algún rito oriental católico o, si existe, una parroquia del Ordinariato Anglicano.

Nos hemos estado preparando para este momento. Por eso no estamos en absoluto sorprendidos. Usemos los recursos que tenemos a mano. He aquí algunos especialmente útiles:

From Benedict’s Peace to Francis’s War. Esta antología contiene TODOS los argumentos -teológicos, históricos, canónicos, pastorales- que pueden y deben oponerse a Traditionis Custodes y, mutatis mutandis, a la Responsa ad Dubia. Es un verdadero manual para nuestra causa en este momento. Consígala, estúdiela, subráyela. Nos lloverán los desafíos de parte de los hiperpapistas y oportunistas que se glorían en sus vergüenzas, suprimiendo toda razón y contradiciendo la fe. Debiéramos estar preparados para responder, como San Pedro nos exhorta a hacer (cfr. 1 Pe 3, 15). 

True Obedience in the Church: A Guide to Discernement in Challenging Times. Este libro trata de la naturaleza y límites de la obediencia y su relación con la autoridad y el bien común, usando principios teológicos tomistas, axiomas canónicos y ejemplos históricos. En particular, demuestra que el ataque a la liturgia tradicional de la Iglesia no puede sino ser un ataque a su bien común, y que merece por tanto ser resistido. También aborda el tema de la ilicitud de los castigos y prohibiciones basados en premisas falsas o antagónicas (aquí se publica un resumen relevante; el libro saldrá en febrero, pero trataré de que se publique anticipadamente en Kindle).

Reclaiming Our Roman Catholic Birthright: The Genius and Timeliness of the Traditional Latin Mass. Este libro presenta una sólida argumentación en favor de regresar en masa a la Misa tradicional y a todo lo que la acompaña. Nada de timideces, nada de medias tintas, ni de “esto/pero también lo otro”. Aquí, nada sino la verdad pura y simple. Contribuye a entender “Por qué no pude regresar… al Novus Ordo, un sentimiento que comparte la mayor parte de los tradicionalistas. 

Ministers of Christ: Recovering the Roles of Clergy and Laity in an Age of Confusion. Debemos conservar la teología tradicional y la práctica de los ministerios sagrados, que incluyen a las órdenes menores y al subdiaconado. En este libro se explica por qué debe ser así. El Pontifical Romano es uno de los grandes tesoros de la Iglesia de Roma, y su reemplazo, después del Concilio Vaticano II, fue sin duda el más grave y egregio ejemplo de abandono de una tradición ininterrumpida y de las disposiciones del Concilio mismo. Un artículo relacionado: Clandestine Ordinations Against Church Law: Lessons from Cardinal Wojtyła and Cardinal Slipyj.

El estudio detallado del obispo Athanasius Schneider sobre la concelebración, que demuestra que la práctica actual de la Iglesia católica es fundamentalmente errónea: “Eucharistic Concelebration: Theological, Historical, and Liturgical Aspects” («Concelebración eucarística: aspectos teológicos, históricos y litúrgicos»). La insistencia de la Responsa en la concelebración contradice el derecho canónico, así como varios documentos del Magisterio: ver mi artículo «La creciente amenaza de la concelebración coercitiva».

Recomiendo también los siguientes artículos sobre Responsa (vanguardia, seguramente, de muchos otros que han de venir):

Eric Sammons, “The Spiritual Abuse Continues”.

Rvdo. Claude Barthe, “Debemos resistir las normas ilegítimas osbre el rito tradicional”.

Raymond Kowalski, “An Open Letter to Every Priest: A Reed Shaken by the Wind”.

Gregory DiPippo, “The Last Stand of the Brezhnev Papacy”.

Matthew Hazell, “A ‘Revolution of Tenderness,’ or ‘The Roche Christmas Massacre’: A Farce in Eleven Dubia”.

[Nota de la Redacción: se puede añadir también el artículo de Brian McCall intitulado «The Second Atomic Bomb Has Exploded: CDW Issues Directives Banning Traditional Confirmations and Ordinations, Decrees the End of Ecclesia Dei Communities»]. 

(Traducido y publicado originalmente por Asociación Litúrgica Magnificat)

Peter Kwasniewski
Peter Kwasniewskihttps://www.peterkwasniewski.com
El Dr. Peter Kwasniewski es teólogo tomista, especialista en liturgia y compositor de música coral, titulado por el Thomas Aquinas College de California y por la Catholic University of America de Washington, D.C. Ha impartrido clases en el International Theological Institute de Austria, los cursos de la Universidad Franciscana de Steubenville en Austria y el Wyoming Catholic College, en cuya fundación participó en 2006. Escribe habitualmente para New Liturgical Movement, OnePeterFive, Rorate Caeli y LifeSite News, y ha publicado ocho libros, el último de ellos, John Henry Newman on Worship, Reverence, and Ritual (Os Justi, 2019).

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