«En Él, venceremos al diablo»

I.- El pasado Miércoles, con la ceremonia de imposición de la ceniza, comenzaba la “Cuaresma”. Un tiempo litúrgico instituido por la Iglesia por tradición apostólica para recordarnos la necesidad que tenemos de hacer penitencia todo el tiempo de nuestra vida y prepararnos, por este medio, a celebrar santamente la Pascua[1].

La duración del tiempo de Cuaresma quiere imitar en alguna manera el ayuno de cuarenta días que Jesucristo practicó en el desierto y del que nos habla el Evangelio que se ha leído (Mt 4, 11). La cifra 40 es de gran significado bíblico. El diluvio dura «cuarenta días y cuarenta noches» (Gén 7, 12), Moisés está con Dios en el Sinaí «cuarenta días y cuarenta noches» (Ex 24, 18), Israel estará en el desierto cuarenta años (Núm 14, 33-34).

En sus tentaciones, Cristo busca el desierto como lugar de penitencia y retiro, y sale de él para comenzar su vida de público mesianismo. Con esta cifra simbólica de cuarenta días, y con sus respuestas quiere oponer a las tres principales caídas del pueblo de Israel tres rotundas victorias y, con esta actitud, proclamar también su obra de Mesías. Es esto un elemento más, de gran importancia, para interpretar estas tentaciones en su verdadero sentido de tentaciones mesiánicas[2].

En nuestro caso, quien durante la Cuaresma se asocia a Cristo en su misteriosa mortificación en el desierto, se prepara para compartir con Él los frutos de su gloriosa resurrección. Por eso en la oración colecta de este I Domingo le pedimos al Señor que conceda a la Iglesia que cuanto desea obtener por la abstinencia, lo consiga con las buenas obras.

II. Para el comienzo de este itinerario cuaresmal, hoy se propone a nuestra consideración la victoria de Jesús en el desierto sobre el tentador que es un anticipo de la victoria de la Pasión, suprema obediencia de su amor filial al Padre, consumación de su obra mesiánica[3].

Como Dios que es, Jesús no podía sentir ninguna inclinación al pecado, por eso la tentación no tiene ningún efecto y la resistió fácilmente. Pero quiso someterse a ellas para servirnos a nosotros de ejemplo: «[Cristo] asumió de ti la tentación, para darte Él su victoria. Si somos en Él tentados, en Él venceremos al diablo. No te fijes sólo en que Cristo fue tentado, fíjate también en que venció. Reconócete tentado en Él, y también reconócete en Él vencedor. Bien podía por sí mismo haber impedido que el diablo le tentase; pero si no se hubiera dejado tentar, no te habría enseñado a vencer cuando tú seas tentado»[4].

“Tentar” significa someter a prueba a alguien con el fin de averiguar de él alguna verdad (El diablo intentó averiguar quién era Jesús). El diablo es llamado tentador en las Sagradas Escrituras porque induce a los hombres al pecado o a su perdición. Para ello se vale, como de incentivos interiores, de nuestras afecciones y pasiones, y como de incentivos exteriores, de todo tipo de acontecimientos prósperos y adversos, e incluso de otras personas. Así en el Evangelio hemos visto cómo «el tentador procura excitar las tres concupiscencias del hombre: la sensualidad por medio del apetito de comer, la soberbia por medio del orgullo presuntuoso, y la concupiscencia de los ojos por medio de los apetitos de riqueza, poder y goce»[5].

En el Padre nuestro, el mismo Jesucristo nos enseñó a pedir: «No nos dejes caer en la tentación». Lo que se pide a Dios es que no consintamos en las tentaciones, y que su gracia esté siempre dispuesta para ayudarnos cuando a nosotros nos falten las fuerzas para resistir al mal. No es pecado tener tentaciones; pero es pecado consentir en ellas o exponerse voluntariamente al peligro de consentir.

III.- Contamos siempre con la gracia de Dios para superar cualquier tentación. Pero necesitamos armas para vencer en esta batalla espiritual:

– La oración: «Velad y orad para no caer en la tentación» (Mt 26, 41) dice Jesús a sus Apóstoles. «En comunión con su Maestro, la oración de los discípulos es un combate, y velando en la oración es como no se cae en la tentación»[6].

– La mortificación en el trabajo, al vivir la caridad con los demás, evitando las ocasiones de pecar y teniendo el tiempo bien ocupado, principalmente cumpliendo bien nuestros deberes profesionales, familiares y sociales.

– Particular atención y amor pondremos en recibir la gracia del sacramento de la Confesión, acercándonos a él bien dispuestos, arrepentidos sinceramente de las faltas y pecados para recibir el perdón y los auxilios oportunos para no recaer en la culpa.

IV. A todo esto nos invita el tiempo de Cuaresma que ahora comenzamos. En unión con la Virgen María, vamos a retirarnos con frecuencia al “desierto” de la oración y la penitencia y así recibiremos la luz y gracia de la salvación.


[1] Cfr. Catecismo Mayor, Sobre las fiestas del Señor, de la santísima Virgen y de los santos.

[2] Manuel de TUYA, Biblia comentada, vol. 5, Evangelios, Madrid: BAC, 1964, 67. 76.

[3] Cfr. CATIC 538-540.

[4] SAN AGUSTÍN, in Ps 60, 3.

[5] Juan STRAUBINGER, La Santa Bibla, in Mt 4, 3; cfr. Lc 4, 2.

[6] CATIC, 2612.

Padre Ángel David Martín Rubio
Padre Ángel David Martín Rubiohttp://desdemicampanario.es/
Nacido en Castuera (1969). Ordenado sacerdote en Cáceres (1997). Además de los Estudios Eclesiásticos, es licenciado en Geografía e Historia, en Historia de la Iglesia y en Derecho Canónico y Doctor por la Universidad San Pablo-CEU. Ha sido profesor en la Universidad San Pablo-CEU y en la Universidad Pontificia de Salamanca. Actualmente es deán presidente del Cabildo Catedral de la Diócesis de Coria-Cáceres, vicario judicial, capellán y profesor en el Seminario Diocesano y en el Instituto Superior de Ciencias Religiosas Virgen de Guadalupe. Autor de varios libros y numerosos artículos, buena parte de ellos dedicados a la pérdida de vidas humanas como consecuencia de la Guerra Civil española y de la persecución religiosa. Interviene en jornadas de estudio y medios de comunicación. Coordina las actividades del "Foro Historia en Libertad" y el portal "Desde mi campanario"

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